28/2/15

Diluvio 3



  La pluviosidad no se ha modificado para este fin de semana: sigue lloviendo sin parar. Contacto con Miguel, con Nacho, con Oscar… pero al final nos reunimos los mismos dos que el pasado fin de semana. Y ¿para qué? Para seguir haciendo lo mismo: aprender a hacer fotos subterráneas. Porque nosotros no somos más que aprendices. El control del encuadre, el enfoque,  la cantidad de luz de los flashes, las luces y las sombras, la puesta en escena son todo retos que me superan. Tal vez siempre lo hagan. Aunque los resultados del pasado sábado son algo alentadores.
            La noche del viernes estuve viendo la película de Wim Wenders sobre Sebastiao Salgado. Me impacto la determinación que muestra en cada uno de sus viajes. Me motivo para hacer fotos. A la mañana siguiente, desde Solares, partimos hacia la Cueva del Torno. Llueve fino pero intenso. Salimos del coche con paraguas. Mientras nos preparamos bajo el paraguas una paisana montada en una moto y embozada en un impermeable pasa a nuestro lado con toda la tranquilidad que una vaquera cántabra puede mostrar en un mundo pasado por agua. Diez minutos después cruzamos la valla que nos separa del prado que alberga la boca de la cueva.
            La rampa de entrada es un tobogán de barro tapizado de caracoles eufóricos. Unos metros más allá la cueva sigue idéntica a sí misma. No le importa que llueva o que haga sol, ni tampoco el frío o el calor. Perfecto marco para moverse con libertad. Con la libertad restringida por la roca que rodea tu cuerpo pero que a la vez lo protege. Como un gran útero que nos retrotrae a un pretérito sentir.
            Pasamos una estrechez vertical de bajada, luego otra estrechez vertical de subida. Un laberinto de galerías que se entrecruzan ortogonalmente nos lleva a otro par de estrecheces: la primera sube y la segunda baja. Un meandro amplio, desfondado y parcialmente protegido nos transporta a la entrada de otro par de estrecheces. Y así, por fin llegamos a galerías amplias y cómodas. Aquí haremos las fotos.
            La primera que nos ocupa es en una amplia galería. Hacemos tres tomas: primer plano, plano medio y plano de fondo. Las dificultades proceden del enfoque y de la iluminación correcta de los flashes. Debemos tener presente que la cámara, una vez en el proceso de las tomas, es intocable. En el esfuerzo de conseguir un buen enfoque meto diafragma 8 pero eso lleva a fotos con iluminación débil y por tanto con ruido.
            La segunda es más fácil ya que es un espacio más reducido y por tanto más fácil de iluminar. Me conformo con dos tomas. Para la tercera foto escogemos una amplia galería con rocas y arenales. Hago tres tomas en una dirección y Nacho hace otras tres en sentido contrario.
            Salimos rápido pensando que se nos ha hecho tarde, pero la realidad es que estamos en el coche a las cinco, bastante ante de lo que pensábamos. Sigue lloviendo. Nos estamos picando: queremos volver una tarde para hacer más fotos en las gateras. Fotos que muestren algo más que un paisaje subterráneo. ¿Lo conseguiremos? Tal vez .



21/2/15

Diluvio 2



 Esa tarde fue la presentación del cursillo de espeleología. Acompañé a José Ángel y al entrar en el pabellón deportivo de la UCA nos encontramos con Juan Colina. En total se habían presentado cuatro cursillistas. Sin embargo por lo que me dijeron los organizadores había bastantes interesados que aparecerían en el cursillo propiamente dicho.  Ese mismo día, casualmente, también había una charla de espeleología en Escobedo. El esfuerzo por difundir la práctica de este deporte debería dar sus frutos. Hay un sentir general entre el colectivo espeleológico a este respecto: cada vez es más difícil encontrar jóvenes exploradores. Paradójicamente el volumen de negocio de las empresas de aventura, en lo que respecta a actividades subterráneas, aumenta. Muy a menudo se olvida en los cursillos aclarar los distintos modos de practicar actividades en el mundo subterráneo que existen. Aunque a veces los llamemos también espeleólogos hay un grupo, bastante numeroso, que sólo entiende las cuevas como zona de investigación científica. Sea arqueología, biología o geología. Por otra parte están aquellos que desean encontrar y descubrir lugares en los que el ser humano nunca haya estado antes: son los que tienen espíritu explorador. Finalmente están aquellos a los cuales el mundo subterráneo les parece un territorio idóneo para desarrollar actividades lúdicas, de ocio o deportivas -en esencia vienen a ser lo mismo pero con grados diferentes de esfuerzo físico-. En este último grupo pueden enmarcarse aquellos que contratan los servicios de una empresa de aventura o los que organizan por su cuenta una visita a una cavidad o una exigente travesía espeleológica. A veces los exploradores realizan actividades de este último tipo para motivarse y/o evitar la saturación que conlleva la dedicación obsesiva a una zona de exploración.
En lo referente a los exploradores he de decir algunas cosas más. Suelen olvidar la responsabilidad que conlleva descubrir algo nuevo bajo tierra. El medio ambiente subterráneo no sólo es frágil, sino que es virtualmente imposible de regenerar. Por otro lado la mayor parte de los exploradores poseen un ego superlativo en el sentido de que lo que importa de veras no es el descubrimiento en sí, sino -confesémoslo- que sea yo el que lo realice.  Por supuesto cuanto más importante y trascendental sea la zona descubierta más crecido saldrá el ego del autor/es. En el fondo de todo ello podemos encontrar resonancias clásicas: los exploradores polares, los alpinistas, los exploradores/descubridores de los siglos XVI al XIX. Estos mecanismos psicológicos están en la base de un amplio grupo de seres humanos. No es nada nuevo.
Todo descubrimiento o exploración arrastra unas consecuencias imprevisibles a largo plazo. Pero en el caso de las actividades subterráneas han conllevado, hasta la fecha, la desaparición de una parte muy importante de lo descubierto. Creo que no es necesario dar ejemplos. Sin embargo casi todos los exploradores son bastante cuidadosos con lo que descubren. Así que se sienten muy desilusionados cuando observan que lo que descubrieron ha desaparecido pisoteado o ensuciado o arrancado (por negligencia o interesadamente) Urge pues un cambio en la manera de explorar. El explorador debe hacer un sincero esfuerzo para que los que vienen detrás de él deterioren lo menos posible el medio subterráneo. No voy a discutir aquí el cómo debemos hacerlo, hay opiniones variadas, pero creo que los grupos exploradores deberíamos reunirnos para hablar de ello.
El sábado 21 nos hubiera gustado ir a explorar un poco. Nacho me llamó  para hacer actividad. Nuestro trío  explorador podía reunirse de nuevo. Pero Miguel no podía venir el sábado y aunque hubiera podido hacerlo no era aconsejable meterse bajo la ducha de agua que estaría cayendo por la chimenea del Patio. El diluvio se actualizaba. Llovió tanto durante la noche del viernes que tuvimos serias dudas acerca de salir. Pero ni Nacho ni yo hicimos abandono. Sin embargo cuando, ya en Solares, nos planteamos dónde podíamos ir se nos presento un problema difícil. La idea era hacer fotos.  Por un lado los dos habíamos estado en Cuevamur últimamente, así que quedaba descartada. La cueva del Gándara tampoco era muy apetecible por la ventisca que azotaba los Collados del Asón. Las húmedas estrecheces de la Cueva del Torno, o de la Hoyuca, no resultaban atractivas. Por fin a Nacho se le ocurrió una idea que nos resulto aceptable a ambos: Coventosa. Amplia cueva con zonas interesantes para la fotografía, a diez minutos del coche por una cómoda senda que transcurre por una zona bastante protegida de la ventisca que imperaba.
En el Alto de Alisas dudamos del acierto en nuestra elección. La realidad era muy poco alentadora.  El Asón, aguas arriba de Arredondo, estaba a punto de desbordarse. En el pueblecito de Asón las cosas no estaban mejor. Se nos hacía difícil salir del coche. Dos perros inmunes a la ventisca vinieron a darnos la bienvenida. Unos cuantos vehículos aparcados nos convencieron de que ir a Coventosa no era una idea demasiado original. Al cabo de unos minutos conseguimos acumular la entereza suficiente para salir del coche. Tuvimos suerte. Durante unos minutos paro de caer aguanieve. Lo suficiente para prepararnos y llegar, yo casi corriendo, hasta la boca de Coventosa. Nacho tiene una zancada tan larga que me resultaba difícil seguirle.




Desde poco más allá del porche ya podíamos escuchar voces. La idea era ir a la Sala de los Fantasmas.  Pero unas amplias galerías a nuestra izquierda, que yo no había visitado nunca, llamaron mi atención.  A dos minutos encontramos una zona de formaciones perfecta para ensayar técnicas de fotografía. Intenté un collage formado por cuatro tomas. Los problemas vinieron de la dificultad para enfocar. Para solventarlo podíamos cerrar a 8 el diafragma. Pero esto, por otro lado, dejaba a los poco potentes flashes insuficientes para iluminar correctamente. Aunque esto puede corregirse en el revelado la cosa tiene sus límites por la aparición de ruido. Las conclusiones de estas tomas fueron:
a)      la necesidad de un sistema de enfoque efectivo en condiciones de luz muy pobres (casi nula en algunos casos)
b)     la insuficiencia de nuestros flashes para trabajar volúmenes medianos y grandes dentro de una cavidad.

La idea era volver a la ruta de bajada a la Sala de los Fantasmas. Pero antes pensé en que no estaba de más el avanzar un poco por la galerías en la que estábamos. Un corta trepada nos permitió acceder a una zona muy interesante. Algo más allá trepadas adicionales conducían a rincones notables. No pudimos acceder a todos esos lugares debido a que algunas trepadas hubieran requerido cuerda y seguros de escalada. Desconocemos si se han explorado todos ellos. Sea como fuere después de un breve intercambio acordamos hacer en esta zona las fotos restantes.
La siguiente toma era de mayor alcance que la primera. En cualquier caso había dos planos muy diferenciados. Hice un collage con dos tomas. El plano más cercano era más fácil de iluminar, pero también más difícil de enfocar con nitidez. El segundo plano ocupaba unas alturas con formaciones muy arriba. Podíamos solventar el problema de la falta de potencia de los flashes disparándolos varias veces. Pero eso implicaba tiempos de apertura más largos lo que llevaba a su vez a periodos muy largos en las que la cámara debía estar activa para evitar tocarla. Esto consumía más batería. Las conclusiones fueron las siguientes:
a)      Sería interesante que la cámara siguiera activa con los mismos parámetros pero con la pantalla desactivada.
b)     De cualquier forma convenía que los flashes fueran más potentes para reducir el número de disparos.

A Nacho se le acabo la batería antes de poder terminar las tomas anteriores. Pero decidimos hacer otro collage antes de irnos. Para ello hice tres tomas de las cuales sólo necesitaba dos. Me esforcé al máximo por enfocar correctamente y pude notarlo en el revelado posterior. De todas las fotos la de mejor calidad fue la última. Casi in extremis a mí también se me acabo la batería. La conclusión fue que la pantalla encendida y los largos periodos con la pantalla activada consumían las baterías demasiado deprisa.
Acabadas las posibilidades de trabajo recogimos y volvimos en diez minutos a la salida. Curiosamente seguían entrando grupos a Coventosa. El tiempo se porto bien mientras volvíamos al coche y nos cambiábamos de indumentaria. Luego dudamos entre irnos a casa directamente, eran las tres y media, o comer en el Bar Coventosa. Decidimos lo último. Era la época en que ofrecían la Matanza como menú. Algo bestial. Pero nosotros queríamos algo ligero: ensalada y cocido montañés. Ni segundos platos ni postres, ni alcohol. Como a las cinco y media estaba llegando a mi casa.       





13/2/15

Diluvio

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria




La primera mitad de febrero había sido invernal. Una gran nevada, incluso a cotas bajas, marcó un hito histórico. Las quitanieves no dieron abasto durante varios días y muchas zonas se quedaron aisladas. El Deva y el Asón se desbordaron en algunos puntos de su recorrido.
En este marco, y con malísimas previsiones meteorológicas, Miguel y yo nos planteamos hacer alguna actividad subterránea. El sábado 14 fijamos una cita en Ramales a las nueve y media para ir a la Red del Gándara. La idea era subir por Soba hasta La Gándara y visitar una zona de la red de entrada poco conocida por nosotros. Sin embargo el domingo se presentó peor de lo esperado.
La lluvia caía en cortinas densas. En algún momento la visibilidad de la carretera llegó a ser nula. A veces disminuía un poco la intensidad. Ya en Ramales me negué a salir del coche. Miguel se sentó en el asiento del copiloto y fuimos sopesando las posibilidades que teníamos. Ninguno de los dos veía claro prepararse bajo la lluvia y subir por el bosquecillo hasta la boca de la Cueva del Gándara. Nos íbamos a empapar por completo. Otras posibilidades eran El Coverón y Cuevamur.
Conduje a lo largo del Asón hasta Riba y nos aproximamos hasta el lugar en el que se suelen dejar los coches para ir al Coverón. La lluvia caía en densas ráfagas y hacía viento. El aparcamiento estaba impracticable y los arcenes no podían usarse. Así con todo el bosquecillo denso que hay que atravesar para llegar al Coverón no nos iba a permitir usar paraguas. Y las ramas se encargarían de rematar la mojadura.  No tuvimos valentía para realizar nuestra idea. Eso sí Miguel me conto algunas de sus aventuras en la mar. Velas, viento, lluvia, olas y mucho traquetreo; y sin poder apearse.






Algún titubeo adicional nos encamina a Cuevamur. La lluvia sigue igual, pero tras exprimirnos un poco la sesera conseguimos mentalizarnos. Salgo, abro el portón trasero me pongo las botas y un impermeable, ordeno un poco todo y abro un paraguas con el que tapo a Miguel. Mientras subimos, con impermeable y paraguas, la lluvia, que cae casi horizontal, me moja las piernas. Por suerte en cinco minutos entramos en el porche de la cueva. Unos escaladores tienen montada una tirolina de la que van a lanzarse en caída libre con una cuerda dinámica enlazada a la propia tirolina. Les fotografiamos y les filmamos.
Es un descanso entrar en la gruta. Voy filmando todo lo que puedo para probar la nueva cámara. Hacemos la visita completa pasando por la Sala de los Cristales; se ha hecho tan tarde que comemos allí mismo. Pasamos los Retales y visitamos hasta la Gran Sala. Los goteos se han convertido en cascadas y ríos. Hay que andar con mucho cuidado por las coladas. Al estar con agua su índice de rozamiento es casi nulo. Puro jabón. Visitamos una pequeña galería desconocida para mí (a pesar de haber estado enCuevamur decenas de veces) Hacemos fotos.
A las cinco salimos y sigue lloviendo un poco. Unos escaladores entusiastas se trabajan una vía desplomada. Nosotros recogemos todo, lo metemos en el coche y bajamos a Ramales a tomar una cerveza. Hemos podido entrar en una cueva a pesar del diluvio.