27/4/09

Sueños (24:25:26/4/2009)

El Sueño Acariciado.

Nuestro tiempo como seres humanos es limitado. Ese fin de semana elegí seguir viviendo mi pasión mineral por la Cueva del Gándara. Llame a Miguel, quien se unió al viaje con alegría. Creo que también él estaba enamorado de la misma cueva. Y la cueva nos acogía en su esplendor, a ambos sin restricciones. Sabíamos que, para el fin de semana, las previsiones meteorológicas daban lluvias; y nieve por encima de novecientos metros.  Me acordé de José, cuya inclinación natural por las montañas le impedía meterse en una cueva si hacía buen tiempo. Quizás ahora fuese para él una ocasión. Y también llamé a Manu, que consiguió arreglar las cosas en su trabajo para tener libre la tarde de aquel viernes. Lamentablemente al final José no pudo venir pero todo estaba encarrilado y no era momento para detenerlo.
Eran pasadas las nueve cuando iniciamos con decisión el camino. Con decisión y con sudor. Demasiado peso, demasiado agacharse, y erguirse de nuevo, demasiada comida en el estómago. Demasiada cueva para unos seres tan pequeños. Como hormigas perdidas en un hormiguero infinito.
El campamento en el que íbamos a pasar dos noches estaba muy solitario. En la lejanía se escuchaba el ruido de un arroyo caudaloso. Demasiado caudaloso –quizás- para entenderlo. Recogimos un poco todo y nos hicimos algo caliente. Preparamos tres yacijas adecuadas. Una persona, una yacija. Dormimos hasta que nos despertó algo. Tenía fríos y húmedos los pies. Me pareció una noche sin sueños.

El Sueño de Cristal.

          El despertador de la cámara digital sonó a las ocho. Había té y leche condensada y pan y dulce de membrillo y galletas y café. Al abandonar el campamento miramos un reloj que marcaba casi las diez. Caímos en la cuenta de que nadie había cambiado la hora en el reloj de la cámara. Anduvimos varias horas a lo largo de laberintos entrelazados. En el lateral de nuestro camino un desfonde, que se hundía diez metros, nos sedujo por su orientación. Una cuerda fijada a un puente de roca nos permitió bajar hasta tomar pie en una galería mediana. La continuación de frente se cortaba enseguida. Pero volviendo atrás, y un poco ocultos, se abrían varios pasillos con flores y cristales de yeso. Vimos, colgando del techo, una cola de caballo a la que la tenue corriente que generábamos al andar movía suavemente. Casi con certeza los pelos que la formaban -de unos cuarenta centímetros- eran de yeso cristalizado.
Nuestro sueño era alcanzar algún camino fácil que nos condujera hacia el oeste. En varias ocasiones se mostraron galerías prometedoras que luego no nos llevaron demasiado lejos. Algunas tenían una sobria belleza que las hacía más acogedoras. Otras poseían una línea espartana. En una de ellas nos sorprendió la abundancia de grandes cristales transparentes que, a veces, se ordenaban en líneas colgadas del techo recordando los dientes de un tiburón. Anduvimos por una galería que mostraba sus paredes profusamente decoradas con pequeñas formaciones de barro y cristal; como legiones de diminutos penitentes perdidos en un sueño mineral.


El Sueño de las Actinias.

Nos adentrábamos poco a poco en la maraña de galerías de la Red del Gándara. A menudo me sorprendía pensando mejor cuatro que tres para estar varios días en esta cueva. Buscando un camino hacia el oeste tuvimos que trepar por una ruta poco clara a una galería colgada. El túnel, rectilíneo casi, se reveló amplio y suave. Una pátina de barro untada sobre sus formas y sobre los bloques requería nuestra atención mantenida. Al intentar un paso delicado Manu resbaló, cayendo con la culera sobre un borde redondeado. El golpetazo nos cogió por sorpresa, pero comprobamos con alivio que se había hecho menos daño del que parecía. Miguel le dio un analgésico. Esto fue un aviso para no jugar a hacer movimientos azarosos. Si hubiéramos tenido un accidente, uno de los tres hubiese tenido que salir en solitario para dar aviso. Y estábamos muy  lejos de la entrada.
Me sentía excitado y extraño a mi mismo. No encontraba el ritmo vital justo. Durante un tramo el desfonde en el centro de la galería -cerrándose sobre si mismo- creó un túnel dentro de otro. Volviendo sobre nuestros pasos -desviaciones de desviaciones de más desviaciones..- tomamos una gatera que de inmediato se abrió a una galería mediana. Algo nos empujaba a seguir ganado terreno por laminadores y estrecheces. Habíamos avanzado tal vez menos de un cuarto de hora. Y entonces llegamos donde sueñan las actinias. Las tradiciones de los aborígenes australianos cuentan que todos los seres tienen un sitio para soñar. Quizás supieseis a lo que me refiero si hubierais visto “Donde sueñan las hormigas verdes” de Werner Herzog. O quizás creáis en el poder del silencio, que codifica la ley de las formas, el sello que modela la roca. El proceso físico. Tal vez soñar es el nombre que dan a la ley los aborígenes. Una explosión mental nos reventó los sesos. Solo decíamos incoherencias. Durante un tiempo anduvimos captando imágenes del sueño. Soñábamos un sueño que no nos pertenecía.     

El Sueño Detenido.

Más lejos aún alcanzamos una galería ancha y alta, con arena y con lugares que invitaban al descanso. Pero no descansábamos. Tal vez recorrimos dos kilómetros antes de llegar a una bifurcación. Hacia la izquierda un estrecho meandro desfondado. Hacia la derecha una ruta sembrada de bloques ciclópeos hasta donde podíamos vislumbrar. Tuvimos que descifrar el camino buscando los indicios dejados por los exploradores. Sus huellas, a veces, contaban historias titubeantes, indecisas. Ellos -y nosotros- tuvieron que tantear para encontrar la ruta. En la lejanía comenzó a escucharse el rumor de un río. Luego llegamos a una playa de guijarros y bloques donde descansamos y comimos un poco. Seguimos hacia el oeste, aguas arriba del río.
De nuevo la ruta exigía descifrar los indicios. Un paso muy expuesto nos cerro el camino. La inspiración me dijo que era posible una ruta más segura hacia la izquierda.  Así alcanzamos una zona ancha -casi una sala- en la que el río era de nuevo protagonista. Pero se estaba haciendo tarde y había que volver. Estimábamos que llevando unas ocho horas a ritmo de búsqueda la vuelta nos llevaría menos de la mitad.
Antes de las diez estábamos en el campamento. Tomamos sopa, pan con lomo, pan con atún, y espaguetis carbonara. A las once nos dispusimos a dormir –quizás a soñar-. Tuve sueños extraños. Nos levantamos a las cinco sin sueño y partimos hacia las seis. El día estaba espléndido cuando alcanzamos la superficie. A las diez desayunábamos en Ramales. 


  

4/4/09

Giant Panda (4/4/2009) Hoyuca


El plan del sábado, elaborado con la ayuda de los móviles el viernes como a las diez de la noche,  consistía en ir en pandilla -Julio, Eva, Miguel, Manu, Sergio, Ines, yo y alguno de los nuevos- a la travesía Coterón-Reñada (por el ramal Reñada que es el más cortito) Normalmente en 4 o 5 horas se puede hacer la travesía. Pero algo debió pasar entre las 22h del viernes y las 9h 30m del sábado pues cuando llegue a la cita solo estaba Manu envuelto en una nube de humo. Llamamos a Julio que dormía todavía. Al poco llego Inés, que solo traía una cuerdecita, y, un poco más tarde, Sergio que traía dos cuerdas de 40. Les propuse cambiar de planes. 
Hacía tiempo que soñaba con ir a buscar la sima del Giant Panda, la nueva entrada al sistema de los Cuatro Valles que han descubierto recientemente los británicos y que consigue cortocircuitar Gorilla  Walk. El trabajo de los ingleses ha sido magnífico. Localizaron desde dentro de la cavidad un aporte, Windy Inlet, que desemboca cerca del final de Gorilla Walk. Tras varias estrecheces escalaron dos pozos uno de 10 y otro de 30- y con un molephone determinaron un punto en la superficie a unos 7 metros de distancia. Tras arduos trabajos y después de cavar y apuntalar un pozo de cinco metros, en el verano del 2008 pudo completarse la obra y utilizarse como entrada alternativa para las exploraciones del sistema. Así, se hizo accesible en un tiempo razonable, y con dificultades razonables también, las zonas más remotas de la cavidad.
Enviamos un mensaje a Julio camino de Riaño. Pero al final opto por no venir. Nos apeno su ausencia. Aparcamos en el mismo sitio que usamos para ir a la Hoyuca. El día estaba cubierto, pero no llovía, y la temperatura era acogedora. De pronto me sentí feliz caminando por esta zona y buscando la sima, quizás el reencuentro con la cueva que más me atraía hace años poseyera un significado especial para mí. Tenía una vaga idea de donde podía estar la sima gracias a la mirada que le eche a la topo de los  británicos hace unos días, pero no tenía las coordenadas ni GPS. Después de un par de revueltas de la pista llegamos a una zona de cabañas con abundantes agujeros y dolinones. Comenzamos por el más cercano mientras Sergio se acercaba a una paisana que extendía estiércol por un prado. La mujer nos informo del lugar al que estaban yendo los británicos últimamente. Le comentamos lo bonita, y bien arreglada que estaba su cabaña y la suerte que tenía de tener un sitio así. Pero estaba harta de trabajar y no lo veía tan bonito como nosotros.
La entrada de la sima esta en una vaguada donde existe un sumidero intermitente. Los británicos no solo han tenido que excavar un pozo vertical de unos cinco metros sino que se han visto obligados a apuntalarlo con tablas, tubos de hierro y palieres para que no se derrumbe. Daba mucha grima meterse debajo de todo aquello. Pensamos que lo mejor sería entrar de uno en uno. Al fondo del pocete -que se destrepa sin problema- una estrecha gatera permite pasar a un ensanche donde realmente comienza la instalación vertical. Hay que tener un exquisito cuidado con las piedras y con la roca, quebrada en multitud de lugares, y que con poco que roces puede desprenderse y caer a la sima golpeando la cuerda o a un compañero. El primer tramo tiene un par de fraccionamientos y un desviador pero la verdadera dificultad es la hinchazón de las cuerdas. Costaba un gran esfuerzo conseguir deslizase cuerda abajo. Tras otro cómodo pozo de unos diez metros se acababan las verticales con cuerda. 
Durante un rato busqué la continuación por todos los rincones hasta que tuve que aceptar que para seguir había que pasar una estrechez. Al otro lado me paré, esperando a Inés y Manu, acompañado por Sergio. El lugar era incómodo, había que empotrarse en una zona vertical con pequeñas repisas y mucha humedad que nos iba empapando poco a poco. Creo que debimos esperar por lo menos media hora aunque quizás se acerco a una hora. Sergio blasfemaba de vez en cuando mientras yo trataba de concentrarme en pensamientos que me ayudasen a escapar de la situación . Me sumí en un mutismo mantenido. Por fin escuchamos a nuestros compañeros. Como era de suponer les había costado mucho bajar la cuerda hinchada.


El resto de la sima consistía en un bonito, sinuoso y limpio meandro con varios pasos que se destrepan. Finalmente un último tramo rectilíneo con una estrechez especialmente incómoda te deja sobre un laguito a unos 150 metros del final de Gorilla Walk. Sea como fuere el agua no pasaba de la rodilla pero fue suficiente para inundarme las botas de goma. A partir de aquí no me importo mojarme pues ya estaba mojado. Poco después nos reuníamos todos y proseguíamos aguas abajo. Para evitar un lago de aguas profundas remansadas localizamos un laminador a la izquierda que se resolvió entre unas formaciones. Unos metros más allá alcanzamos las playas de Second River Inlet.  A partir de aquí cambia por completo el aspecto de la cavidad. Las galerías son anchas y altas con hermosas playas y formaciones de vez en cuando. Aunque hacía varios años que no iba hasta Astradome me acordaba bastante de los pasos clave y les propuse llegar hasta allí.
Al principio seguimos el río principal hasta una desviación arenosa que nos condujo por un sistema de gateras. Así llegamos al punto donde se accede a Third River Inlet. Continuamos avanzando por este río aguas abajo mientras las galerías iban ganando en tamaño. Una galería fósil a la derecha nos despisto durante unos minutos. Luego alcanzamos una zona en la que la galería -ya sumamente ancha- tiene taludes de arena por los que se va a media ladera. El hambre y el cansancio empezaron a hacer mella. Les dije que faltaba menos de media hora para Astradome. Se rieron de mi afirmación.
Íbamos muy atentos para coger una desviación al río que durante un rato sigue una galería reducida con algunos remansos. A la salida de este pasaje la galería volvió a ser ancha y cómoda. Ahora si estaba seguro de que faltaba poco. Al alcanzar Fourth River Inlet confirme que solo quedaban cinco minutos para Astradome. Como no me creyeron les pregunte si notaban en ese punto algo característico. Les llamé la atención sobre el nuevo afluente que llegaba por la derecha en una curva a 90º.
La reverberación en Astradome es salvaje. Un cilindro de quince metros de diámetro y más de cien de altura conduce una pequeña cascada por su eje central. Mis compañeros -que nunca habían estado en un sitio de estas características- gozaban dando grititos y voces. A mi me gusta un ulular corto que casi me permite oír el eco. Me dedique un rato a practicar. Magnifico. Nos comimos las provisiones allí. 
La vuelta se hizo muy corta gracias a la sensación de conocido. Los pasos estrechos nos costaron más en la subida de la sima. Las verticales con cuerda, sin embargo, fueron muy cómodas. En un momento estábamos fuera Manu y yo. Pero hacía mal tiempo y había refrescado. La espera de los compañeros se hizo pesada. Eran las cinco y pico.
Totalmente satisfechos de la actividad realizada volvimos a Solares donde nos esperaban los coches. Manu e Inés pensaban ir a la barbacoa de Eva. Sergio y yo nos fuimos a nuestras casas respectivas. Sin ningún  genero de duda volveremos por la sima del “Panda Gigante”, en pandilla o sin ella, para conocer las profundidades de la Hoyuca...