30/5/10

Triple Travesía I (30/5/2010) Cubías-Fría

 Foto: Miguel

    Los días anteriores había hecho demasiado deporte, me sentía cansado -quizás perezoso- y presentía una actividad espeleológica complicada. Pero también una actividad con buenas expectativas: lugar mágico, excursión magnífica y cueva interesante. Por eso me pareció extraño que solo se animase a venir Miguel y, de forma heterodoxa, Marisa. Realmente estaba previsto que vinieran más espeleólogos y más excursionistas pero, finalmente, solo fuimos nosotros tres.
    Nos reunimos en Arredondo y seguimos juntos hasta Asón. El tiempo estaba muy primaveral, casi veraniego, pero en Rolacías comenzaron a meterse nubes del oeste que fueron cuajando en una fina niebla que nos mojó. Un paisano nos había avisado que se meterían nubes y algo de lluvia. Maravilloso el conocimiento meteorológico local de los paisanos. Ya en la subida empezaron los tropiezos: a Marisa se le extravió el casco y tuvo que volver a buscarlo. Más tarde perdimos la senda de subida en la Cuesta del Avellano y anduvimos campo a través escalando por los prados verticales.



 
    Hicimos una corta parada junto al Manantial de la Cuesta del Avellano y, algo después, una más larga en el Llano del Brezal. El viento, demasiado frío para nuestro gusto, arrastraba nubes y niebla y la sensación térmica, que el sudor agudizaba más, nos obligo a parapetarnos tras unos grandes bloques al borde del bosque. Nos vestimos de espeleólogos, aunque todavía teníamos que encontrar la primera cueva. El proyecto consistía en preparar una Triple Travesía reconociendo e instalando las dos primeras etapas: Las Cubias–Cueva Fría (420m, -45) y Torca de la Llana del Brezal-Manantial de la Cuesta de la Avellano (950m, -141). La tercera, Cuevas Sopladoras-Cueva del Agua (2600m, -225, -192 a la salida), era ampliamente conocida por nosotros. A Miguel y a mi nos pareció que se trataría de sencillas travesías sin ninguna dificultad.
    Durante una excursión colectiva al Helguerón Miguel había localizado, hace unos meses, Cueva Fría, mientras yo ubicaba la Torca del Llano del Brezal. Miguel verifico los cien primeros metros de la Cueva Fría pero no nos cuadraba del todo la galería de entrada a la Torca del Llano del Brezal. Tras los preparativos encontramos, casi adyacente a la ya conocida por nosotros, la verdadera entrada a la Torca del Llano del Brezal marcada y con fijaciones. En principio pensábamos realizar la otra travesía, lo que nos llevaría una hora, y volver hasta el Llano del Brezal para reconocer la primera mitad de la segunda travesía. Todos los pozos y resaltes los íbamos a dejar instalados de forma permanente ya que los gastos de cuerda serían asumibles. Miguel trajo una cuerda dinámica vieja y otra estática joven. Yo traía chapas de espeleo, chapas recuperables de escalada artificial, tornillos y spits.
    Aguas arriba del barranco de la Sota visitamos varias entradas de cueva candidatas a ser Las Cubías. Pero tras varias costosas arrastradas del sufrido Miguel quedo claro que aquellas no eran las cuevas que buscábamos. Más arriba, cerca del límite entre los brezales y el bosque, una amplia entrada, marcada con tinta roja y sembrada de ortigas gigantes resulto ser la que buscábamos. Nos había costado mucho más tiempo y esfuerzo del previsto.
    Los primeros metros mostraron una galería descendente con forma de meandro muy alto -a veces más de veinte metros- y no muy ancho. Enseguida llegamos a la primera dificultad, un hermoso pozo con su base ocupada por un laguito. Como la roca era una arenisca descompuesta resultaba imposible fijar los pequeños spits y para instalar el pozo, de unos diecisiete metros, usamos un bloque y un saliente como cabecera y un gran puente de roca dando salida directa a la vertical.
    Entre unas cosas y otras, tomando decisiones, tardamos mucho en resolver el pozo. Algo más allá pasamos bajo una zona de chorros, provenientes de una chimenea, y poco después se nos acabaron las posibilidades de continuación en una sala llena de sedimentos gravosos. Volviendo sobre nuestros pasos tomamos una vira que permitía, con precaución, recorrer la galería a bastante altura. Por desgracia un desfondamiento nos corto el paso. Era posible seguir pero considere, quizás Miguel hubiera pasado sin ello, que era necesaria la seguridad de un pasamanos. Mientras Miguel colocaba el primer spit Marisa y yo visitamos una galería que desembocaba en la principal. Por la topo era claro que el exterior quedaba a pocos metros.


Fotos:  Miguel
 
    El segundo spit lo puse colgado de un piquillo natural. A partir de ahí descendí un poco, oscile a la derecha y pude terminar el tránsito del desfonde sin mayores dificultades. Pero a continuación, una vez más, otro desfonde nos cortaba el paso. Por suerte pudimos resolver este nuevo desfonde sin grandes problemas. Las amplias repisas laterales lo hacían bastante más sencillo que el anterior y con un solo tramo de cuerda nos posamos en el comienzo de una galería meandrosa de suelo plano. Allí metimos el último spit del pasamanos. Una inscripción de los años 60 indicaba que los exploradores del SCD habían visitado este lugar. Debieron pasar el desfonde volando.


Foto:  Miguel

    El tiempo transcurría. En un fuerte cambio del rumbo del meandro, una desviación a la derecha nos llevo a una hermosa galería que acababa en un lago, base de una gran chimenea. Poco después pasamos por la desembocadura de una pequeña galería lateral que exhalaba un potente chorro de aire helado. Mientras yo metía un spit para instalar un resalte, Miguel volvió a mirar la galería ventosa. Marisa se envolvió en una manta térmica pues la corriente de aire helado no daba tregua.
    Después de avanzar menos de cien metros llegamos a un muro vertical rezumante de barro “imposible” de escalar en libre. Por abajo unas gateras conducían a una ratonera final. El tiempo pasaba y las dificultades seguían allí. Solo se me ocurrían dos alternativas: escalar el muro, cosa que me parecía una ruleta rusa o directamente un suicidio si se hacía en libre, o salir por donde habíamos entrado. Pero Miguel no estaba dispuesto a rendirse. Volviendo unas decenas de metros encontró un camino escalable hacia la parte alta de la galería en donde su relativa estrechez nos facilito el tránsito, un poco arriesgado, avanzando en oposición entre las dos paredes. En aquel momento consideramos que para nosotros era asumible el grado de exposición -el desfonde es impresionante- pero, pensando en frío, sería conveniente equipar con pasamanos algún tramo de esta ruta. 

Fotos:  Miguel

    De cualquier forma logramos alcanzar el otro lado, más allá del muro barroso, y pudimos continuar, bordeando unos intrigantes pozos, a través de una cómoda sala, hasta ver, no muy lejos, la luz de la salida. Un pequeño resalte, algo atlético de escalar y justo antes de salir, fue la última dificultad. Eran las siete de la tarde y la niebla continuaba allí.



    Razonablemente debíamos bajarnos ya mismo en vez de iniciar el reconocimiento de la Llana del Brezal. Descendiendo sin pausa alcanzamos los vehículos a las nueve de la noche. Tenía las plantas de los pies doloridas por los casi 800 metros de bajada con botas de pocero y lo único que nos intereso fue tomarnos unas cervezas antes de volver a casa. Quedaban para otro día el resto de los preparativos de la Triple Travesía.

4/5/10

Malizias (1/5/2010



   No creo en la casualidad, es más pienso que no existe, pero tengo fe en la causalidad. Casi con seguridad: el azar es, sólo, un sutil intento de calificar los hechos que no comprendemos, ni tenemos esperanza de comprender. Aunque seguramente hay muchos que no estarán de acuerdo y que darían sólidos argumentos en contra de esta idea. Pero he dejado de creer en argumentos sólidos y sólo creo, desde que se me pasó el tiempo de la credulidad, en mis propias intuiciones, para las que tengo una fe cercana a lo inconmovible. Debo aclarar que, mayormente, sólo me ilumino en el territorio de los hechos naturales o abstractos, para lo que poseo una especial facilidad, mientras que en aquellos que se refieren al resbaladizo dominio de los motivaciones humanas, habitualmente me confundo.
   Ocurrió que ni Miguel ni yo conseguimos compañeros para una expedición de fin de semana a la zona SW de la Red del Gándara. Seguro que no fue casual. Nuestra intención era vivaquear el viernes en el campamento, utilizar el sábado para el reconocimiento de la zona remota en el sector de Muguet, volver a dormir en el vivac y salir muy temprano el domingo. Pero los invitados a la expedición tenían ya otros planes que no podían -o no querían- eludir de forma tan precipitada. Realmente muchos lo supieron con dos días de antelación. Así que la prudencia nos aconsejó dejar ese proyecto para más adelante y realizar una entrada a la Red del Gándara de un solo día, que nos permitiera contar con más compañeros o al menos, si sólo íbamos dos, realizar un actividad más modesta.
   Los hechos se encadenaron de forma no casual. Manu contactó en la reunión del viernes con Alicia y Carlos, que se sumaron a la actividad. Julio mostró su intención de venir también. Por lo que me contaron después, otro grupo, de unas cinco o seis personas, liderado por Miguel SCC y Eva, también tenía intenciones de visitar la Red del Gándara. Muchas personas tenían intenciones paralelas. Pero la cueva es inmensa y aunque varios seres humanos se moviesen a la vez por sus laberintos podrían estar toda la eternidad deambulando sin encontrarse. Sin embargo intuyo que el encuentro se produciría a renglón seguido de desear encontrarse, pues es la fuerza de la intención, y no la oscura e irreal fuerza del azar, la que dicta, mayormente, el curso que siguen los hechos de la existencia.
   Julio tuvo suerte de no quedarse sin excursión, ya habíamos arrancado los motores de los vehículos cuando se presentó a toda prisa, unos segundos más y no nos hubiera encontrado en la estación FEVE de Solares. Con la precipitación de querer llegar a una cita, le dejamos apenas unos instantes para cambiar sus cosas a la furgoneta de Alicia. Mientras, ni siquiera apagué el motor. En realidad habíamos pensado que, como es habitual en él, llegaría muy tarde y que, finalmente, tendríamos que marcharnos sin su compañía. Han sido tantas las veces que nos ha hecho dejarle en tierra que fue una agradable sorpresa verle llegar con tan pocos minutos de retraso. Algo me dijo que esto no era casual.
   Al llegar a Ramales, en un primer vistazo, no vi a Miguel. Estaba sentado en su destartalado vehículo, aparcado en la placita de atrás de la iglesia, mirando unos papeles. Dos minutos después de las presentaciones reglamentarias enfilamos el valle de Soba. La mañana estaba cargada de amenazas de lluvia pero, el azar nada tenía que ver con ello, no llovía. Mientras Miguel conducía me puso al tanto de las actividades de nuestros amigos de Espeleo50. En días anteriores había albergado la ilusión de hacer la Triple Travesía del barranco de la Sota con ellos -y con Miguel- este fin de semana. Pero las fechas de los fines de semana suyos y míos formaban, sin duda no casualmente, un ajedrezado perfecto.

   Los preparativos para visitar la cavidad no se prolongaron. A las diez estábamos entrando en la cueva y el ritmo del grupo era bueno. Apenas descansamos hasta bien mediado el recorrido y unas dos horas después de entrar la necesidad de colocarnos el equipo de verticales completo nos permitió un respiro. En este característico pasaje Miguel intentó una ruta alternativa para no tener que subir el resalte de siete metros, pero un paso agaterado, sumamente estrecho, nos disuadió de ello. El mejor camino es el que habíamos seguido las veces anteriores. Continuando a un ritmo similar, antes de la una ya estábamos entrando en una gran sala. 


   El pasamanos de entrada a la Sala, que más parece una tirolina, tiene una amplia comba que obliga a colgarse casi por completo de una cuerda bastante fina. Ésta chiclea de forma alarmante, y podría estar deteriorada por las condiciones ambientales. Recordaba la otra vez que me colgué como un momento de incertidumbre y, además, los anclajes están muy oxidados. Para evitar desgracias reforzamos un extremo del pasamanos con un parabolt de acero inoxidable y tendimos otra cuerda a todo lo largo del pasamanos, duplicando la instalación. Quedamos muy satisfechos con el incremento de seguridad. Aunque no sea el azar el que dicta lo que ha de pasar, nunca sabemos en estos temas quién o qué es lo que va a fallar y cuándo. En general los fallos son humanos, debidos a la falta de atención o de conciencia sobre lo que se está haciendo. No fue casualidad que uno de los compañeros resbalase en el centro del pasamanos y quedase colgando, con un fuerte tirón de las cuerdas, sometiendo toda la instalación a una súbita demanda de resistencia.
   Recorrimos la Sala hasta el fondo lejano por la zona central más elevada. Colgando del techo grandes coladas con cascadas ocupan una gran parte de su superficie. Luego descendimos entre bloques hasta una esquina con la esperanza de que unas fisuras ascendentes, que habíamos localizado en la ocasión anterior, nos permitieran alcanzar la parte alta de la Sala. Digamos que en el mismo techo, se intuye un laminador. Miguel y yo anduvimos un buen rato intentando encontrar, sin éxito, una ruta por esas fisuras. Reunidos de nuevo todos, parte del grupo afirmó que tenía hambre. Pero, para mis adentros, pensé que era mejor seguir buscando una continuación antes de empezar la fase de relajación que viene después de la comida.
   Teníamos dos opciones: instalar un largo pozo, en cuyo fondo se oía un río, o, siguiendo los pasos de Mavil este verano, continuar por la hundida parte final de la sala. Decidimos por simplicidad hacer esto último. Miguel encontró un paso de acceso a otra sala, mediana, con muchas coladas sobre bloques. Al final de esta sala continuamos avanzando, con dificultades, por un conjunto de gateras y pequeñas galerías. De vez en cuando Miguel o yo nos adelantábamos un tramo para verificar las posibilidades de proseguir. Y parecía que esas posibilidades eran cada vez más pobres.
   Una larga gatera rectilínea, con el suelo de colada resbalosa y perfil en chimenea debería, razonablemente, haber acabado en obstrucción. Pero girando a la izquierda desemboqué en un amplio meandro, muy alto, con reverberaciones. Escalando en chimenea a la parte elevada, el meandro se convirtió en una sala cuajada de formaciones estalagmíticas -muy grandes-, coladas y una infinidad de macarrones en el techo. Allí comimos, hicimos fotos, disfrutamos del paisaje y visitamos algunas derivaciones interesantes. Un rincón inolvidable de la Red del Gándara.
   Antes de las cinco comenzamos la vuelta. Fuimos sin pausa hasta el resalte y allí paramos a descansar, beber líquidos y, algunos, fumarse un liadillo. Es un lugar ideal para divertidas malizias sobre la diversidad de los espeleólogos, el poder y la gloria. Sobre el amor, la soledad y la necesidad. Sobre la vida, la juventud y la madurez. Estábamos a dos horas de la salida pero suficientemente escondidos en una zona remota de la cavidad. Nos sentíamos satisfechos con nosotros mismos y disfrutábamos de una realidad aparte de la que podíamos salir en cuanto deseáramos. Un estado de equilibrio casi perfecto. 


   Hasta las cercanías del Delator fuimos juntos pero luego puse el turbo. Al final de las agachadas me tumbé sobre una plancha de roca plana, ideal para esperar en la oscuridad. Escuché voces de otro grupo que se alejaba en dirección a la salida pero seguí soñando despierto después de emitir sonidos extraños a propósito. Alcanzamos al otro grupo, diez espeleólogos de Madrid, en el pasamanos de las Alizes, a cinco minutos de la salida. 




   Llevábamos varias horas sumidos en luz artificial de leds y rodeados por decorados minerales cuando vimos el hermoso atardecer... Eran las ocho de la tarde pasadas. Los colores de una primavera radiante, las nubes nítidas, los claros azules, el sol rasante cercano a la puesta, las charlas distendidas alrededor de las bebidas. Nada casual.