29/3/14

Pasar o no pasar



Hacía varios meses que estaba mareando la perdiz con el tema de balizar en Udías algunas zonas delicadas. La última vez que pensé en hacerlo andaba con muy pocas ganas de entrar en una cueva y uno de los objetivos, hacer fotos con la nueva cámara de Marta, resulto imposible a última hora. Pero esta vez no iba a dejar pasar la oportunidad. Así que me uní a la pequeña expedición cuando me enteré de que volvían a esa zona frágil. Marta y yo balizaríamos una interesante galería mientras Adrián y Manu exploraban algunas posibilidades a partir de ella. Nos reunimos en la entrada de Sel del Haya a las nueve y media. Pero Marta, que había sido la promotora del madrugón, se retraso: cosas de la maternidad. Para compensarnos nos invito a café casero, que traía en un termo, y a sobaos gansos como los del Macho.
Eran casi las once cuando nos metimos en la mina. Aplaqué la velocidad de Adrián para no sudar. También, con la misma intención, me  quite ropa y me até el mono a la cintura. Al cabo de un tiempo pesadote caminando por feos lugares de cueva y mina alcanzamos la zona. Allí nos enzarzamos en la instalación de un pasamanos. Sin pasamanos no pasaré, dije. La seguridad es lo primero y principal, dije. Además voy cargado a tope, dije. Y cuando digo a tope no me quedo corto, dije. Así que eso de andar por cornisas inclinadas con barro patinoso no esta en mis planes, dije. Nos demoramos una eternidad hasta que por fin pasamos.
Empecé de inmediato a colocar varillas. La balización de fortuna que se hizo el día del descubrimiento me ahorró tener que tomar decisiones. Marta iba algo detrás instalando el hilo. Primero por un lado, pero luego por los dos lados y más tarde, de nuevo, sólo por un lado.
Pasó el tiempo volando y sentí hambre. Pero había cogido inercia y me era difícil parar. Adrián y Manu empezaron a marearme con el lugar donde comer. Al final les hice caso y me fui a comer con todos al final de la galería. Faltaba poco por hacer pero había que hacerlo después de comer. Entre otras cosas había que determinar donde acabar la balización. Pero también retirar el hilo antiguo, recoger las piedras que lo mantenían en algunos sitios y llevarlas a algún sitio donde se armonizaran con el entorno. Y terminar de tender el hilo. Sea como fuere esta segunda fase, tras la comida, se me hizo más trabajosa que la primera. Pero lo acabamos. Hicimos fotos durante quince minutos. De vuelta terminamos de retirar el hilo viejo y efectuamos algunas correcciones.
Mientras comenzábamos el camino de vuelta Marta y yo escuchamos las voces de nuestros compañeros acercándose. Nosotros dos íbamos lentitos. Nos confundimos de ruta un par de veces. Para cuando terminamos las cuestas y salimos al anochecer nuboso y gris-azulado nuestros compañeros no nos habían alcanzado. Eran las ocho de la tarde. Marta se quedo esperando a Adrián y Manu, aunque llegaba tarde a una celebración. Estaba un poco preocupada por ellos. Yo comencé la vuelta a casa.  Al poco me enteré, a través de Marta, que habían llegado justo después de irme yo. La incursión había cumplido sus objetivos y todo había salido bien. Pendiente queda hacer más fotos de la zona hermosa y frágil.     




22/3/14

Four

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria



             
            La historia comenzó a fraguarse el lunes pasado. A lo largo de la semana me encontré con ganas renovadas de volver a la Red del Gándara. Mi objetivo: terminar la balización y las instalaciones necesarias de la última zona en la que estuvimos. Sin esas instalaciones la obligatoriedad de pisar barro conllevaría el deterioro sistemático de la zona pisada. Primero hablé con Miguel para verificar que le era posible ir. Luego invité a Nacho y a través de él a Nano. Y además avisé a Chechu para que se animase. Nacho se apunto sin dudarlo. Nano no pudo venir. Chechu me respondió, el viernes mismo, que venía. Así pues éramos cuatro.
Decidí llevar el resto del cable donado por Zaca, dos taladros, tres baterías, el material de instalación, catorce parabolts, chapas (las que pude), mosquetones variados y algunos trozos de cuerda. Cuando repartimos el peso comprobé que no era excesivo. Pero, sin duda, mover cualquier peso por las complicadas galerías que nos llevan a un lugar tan remoto es un esfuerzo titánico.
Chechu, Nacho y yo nos reunimos en Solares. A las ocho y media nos encontrábamos con Miguel en Ramales. Allí tomamos cafés (y otras cosas), pero enseguida continuamos hacia Soba. El tiempo estaba muy frío y caían chaparrones intermitentes. Unos preparativos bastante desagradables me obligaron a ejercer la fuerza de voluntad. Tuvimos que usar paraguas mientras organizábamos las sacas y también para acercarnos a la boca de cavidad. Por suerte había tres y, además, una capa de agua. ¡Habíamos conseguido llegar secos a la entrada!
Entrar en la cueva fue un descanso (al menos el clima resultaba agradable) No había agua en el lagito de Alizes. Ni tampoco corriente de aire saliente. Lo que sí había era el típico barrillo patinoso que tapiza algunos sectores y otros no (sin explicación)
Al comienzo fue todo muy estresante. Es como si tuviera poco aire en los pulmones y cierto embotamiento en la mente. La caminata se me hacía pesada, larga, en cierto modo enorme. Al cabo de varias horas -un tiempo indeterminado pues nadie llevaba reloj- llegamos a donde queríamos llegar. Cierto que -si sólo te mueve el objetivo- el camino se puede llegar a hacer insoportable. Así es como funciona: el esclavo llega a su lugar de trabajo, trabaja sin placer alguno durante x>8  horas/día   y>5 días/semana con la mente puesta en el fds. El viernes por la tarde/noche lo dedica a intentar cuadrar febrilmente con su smartphone todo lo que su mente ha deseado hacer a lo largo de los días laborales. A las ocho de la tarde de un viernes podemos ver gente que camina, habla, oye, bebe, come, caga, mea y fornica con los ojos clavados en una pantalla. Suele decirse que wasapea. Finalmente, en algún momento indeterminado del fds, la mayoría de esclavos terminamos calmándonos. Esto de llegar a tal sitio para hacer tal cosa se parece bastante a la semana laboral.
Lo primero fue poner un cartel que dejase muy claro la dirección a seguir. Sin confusión acerca de gateras llenas de barro o mierdas por el estilo. La solución de clavarlo con varilla de fibra de vidrio, producto de la claridad mental de Chechu, infinitamente mejor que la de los parabolts. Luego nos limpiamos las botas con el agua de un charco y una escobilla dejada allí por Miguel para tal menester. Y ascendimos a la zona de trabajo.




De entrada Miguel encontró una solución a los primeros pasos del sendero que transitan por huellas embarradas. Se trata de barro con una cáscara de colada muy fina encima. Para eludirlo modificamos los primeros metros del camino haciendo un rodeo. Mientras realizábamos este trabajo Chechu y Nacho se dieron un paseo por la zona.
Antes de comenzar los trabajos más importantes nos fuimos a comer a un área, bastante incómoda por cierto, inmediata a los pasamanos. Allí repartimos las tareas: Nacho y yo nos encargaríamos de balizar una zona muy delicada. Miguel y Chechu se encargarían de tender los pasamanos eludiendo el barro. Durante varias horas trabajamos concentrados. En la lejanía podía oír los martilleos y el ruido del taladro.  Casi al final el mío comenzó a renquear. La batería se estaba acabando. Apareció Chechuadmirando el paisaje. Supuse que habían acabado y le pedí unos trozos de cuerda para equipar un resalte hacia la continuación del meandro. Acabé el último agujero in extremis y ancle el hilo a un natural.  Poco después nos reuníamos en el comedor. La zona permite pocos movimientos debido a que la rodean desfondes. El suelo es irregular e inclinado. Extender y ordenar las cosas es una tarea delicada. De cualquier forma no me pareció pertinente continuar trabajando.
Nada más comenzar la vuelta vi que la primera parte de los pasamanos no había quedado acabada.  Fue un malentendido con las cuerdas. Al pedírselas a Chechu se quedaron sin margen para hacer una instalación en condiciones. Así que tendremos que volver con taladros de nuevo. Pero las cosas están muy avanzadas.
En unos minutos nos reunimos en el punto de acceso. La caminata de vuelta me estaba pareciendo especialmente cansada.  Paramos un rato mientras Miguel instalaba un reaseguro en un resalte. Las cabeceras se merecen un poco más de seguridad. Al llegar al Delator las fuerzas parecieron resurgir. Un solo obstáculo y sentiríamos la salida cercana. La cuesta hacia la boca la subí como un gusano en su manzana. Casi arrastrándome.
Llegamos al coche a las doce de la noche.  Habían pasado más de catorce horas desde que entramos. Una fina nevada tapizaba el terreno pero no había cuajado sobre la carretera. Aunque sí sobre la carrocería. Cambiarse y ordenar mínimamente todos los trastos no dejó de ser un trabajo más. Sólo me sentí relajado y a gusto cuando puse la calefacción del coche a tope y lo deje deslizarse Valle de Soba abajo. Los altavoces del coche escupieron a todo volumen a Mugison y otros islandeses. A veces hipnóticos, a veces melancólicos y otras veces rotundos. Chechu sufrió en silencio el aluvión islandés. A él todavía le quedaba un largo trayecto hasta Unquera.



15/3/14

Superficie




Otra puerta me llama
entre los brezos.

Encuentro tres abismos,
uno bebe agua,
otro bebe vientos.

El ancho,
ése se bebe los deseos.