9/8/20

La Verde con Iris



A Iris le ilusionan las cuevas. Os costará un esfuerzo imaginar una ilusión tan grande. Nosotros, los espeleólogos que hemos entrado centenares o miles de veces en una cueva, seguimos sintiendo la magia de los mundos subterráneos. ¿Cómo de grande será entonces la ilusión y la magia en la mente de una niña de ocho años al entrar en esos mundos? Intentad poneros en su lugar recordando vuestra percepción del mundo a esa edad. Lo que ahora nos parece estrecho a esa edad era una amplia avenida y cualquier sala podría verse como un mundo inmenso. Los ruidos lejanos, las luces y las sombras eran un escenario, y la imaginación fuerza motriz de criaturas de ensueño, librando batallas en el subconsciente. Y las galerías conducían a catedrales repletas de seres petrificados en la roca, esperando a ser liberados por el poder de la mirada de una niña.

Estoy siendo acompañado de una gran soñadora. Y vamos a una cueva llamada La Verde en un día húmedo, cálido con nubes bajas. Podríamos estar en Costa de Marfil o en Camerún. Eduardo, Iris y yo nos abrimos paso en una espesura de ortigas, helechos y enredaderas que sobrepasan nuestra altura: el riachuelo de la cueva transporta agua. Recuerdo una fuerte pendiente llena de vegetación, raíces y barrillo para llegar a la boca. Hoy no es posible subir directamente por ahí. Tenemos que rodear la pendiente por la derecha. Los arbustos y los arboles nos ayudan a encontrar puntos de apoyo para ascender.

Ahí en la frontera está ese placer de abandonar la jungla tropical y penetrar en el fresco ambiente. Pero enseguida la boca lleva a tres destrepes en los que, por si acaso la gravedad juega con nosotros, supervisamos los movimientos de Iris. Hay una gatera memorable en la que compruebo con satisfacción que no hay gota de agua. Mis temores por las lluvias de ayer se esfuman. Los instrumentos de achique, esponja y cubito, seguirán ahí esperando a ser necesarios.  Desde el otro lado de la gatera preparo unas fotos con flashes cuyo sujeto es Iris pasando la gatera. Hago varias, todas muy parecidas,  buscando la luz ideal.



Una red de galerías con encanto nos entretiene por un tiempo corto mientras les cuento historias sobre esta cueva. Pero nos espera el largo laminador con columnitas que constituye el paso a las grandes galerías de la cueva. Iris se mueve por el laminador sin apenas agacharse mientras nosotros nos arrastramos con esfuerzo. Luego ya estamos en la hermosa sala con hermosas formaciones y hermosos recuerdos. Allí hice una gran sesión fotográfica con mi amigo J.Ángel hace unos tres años. También ahora hacemos fotos en la alta y estrecha galería repleta de coladas y formaciones. Un poco más allá hay un pasaje entre columnas con mucho encanto que conduce a una amplia galería baja. Esta avenida no acaba sino que se convierte en un laminador con tantas columnitas que hacen su tránsito prácticamente imposible. Pienso que esa zona se junta con los laminadores de entrada. Sin embargo no percibo ni una fracción del soplo de viento que siempre está presente en esos laminadores.

Avanzamos por la gran galería de la cueva sorteando por los lugares más fáciles las dificultades que se presentan. Subir y bajar bloques, flanquear coladas o cornisas, salvar grietas, todas ellas usuales en las cuevas. Entonces llegamos al comienzo del pasamanos-quitamiedos. Aunque en ningún momento hay que colgarse se transita por una estrecha repisa que bordea una grieta cuya profundidad va aumentando. No traemos arneses para nosotros pero lo que nos para en seco es que tampoco traemos arnés para Iris. Aquí no podemos, sencillamente, supervisarla sino que debería ir asegurada a la cuerda del pasamanos. Decidimos volver en este punto. Es una pena porque podría haberlo pensado ayer aunque, mejor pensado, lo que hemos visitado con Iris es un buen recorrido de iniciación.

A la vuelta los laminadores con columnitas son un poco cuesta arriba. Pero a Iris le resultan tan divertidos como cuesta abajo. Tanto es así que coge la saca de Eduardo y se encarga ella misma de ir moviéndola por esta zona.  También trepa sin dificultades los resaltes hasta la entrada. Y baja por la jungla tropical sin inmutarse. Creo que llegará a ser una gran espeleóloga, doy fe de ello. Esperemos que este planeta pueda continuar siendo un lugar en el que merece la pena existir para nuestros niet@s, aunque los necios, los dormidos y los malos sigan existiendo y estropeando la armonía. Amen.  








 

6/8/20

No viene, pero va.

¿Ir de cuevas en plan grupito de amigos? Indefinidamente que posponerlo tendremos. Irás de cuevas contigo mismo... o, a lo sumo, con un par de compañeros -de absoluto fiar- habrás de ir.
Un plan muy perfilado no puedo asegurar que fuese. Una aguda sensación de necesitarlo tal vez sí. La inmersión en un devenir cacofónico y estridente. La angustiosa práctica de nadar contracorriente en una riada de esperpentos. Esto, tener un plan, era similar a elegir nadar hacia una playa fluvial para salir arrastrándose hasta el comienzo de un bosque silencioso de límites indeterminados. Indeterminados no por su desconocimiento sino por la naturaleza misma del bosque. El papel de ríos y bosques estaba intercambiado en aquel mundo. Son los ríos de ese Mundo los que encuentran límites aunque no pase lo mismo con los bosques. Me encontraba en un dominio  de Bosque Ilimitado. Se podía escuchar su silencio fuerte, amable y acogedor.
El bosque era un bosque sin fisuras. Desde el suelo que despejaba al caminar hasta las copas de los árboles que solo dejaban pasar  la luz llamada verde. Lo verde, que es verde porque se apropia de todo salvo del verde. Pero era fresco también. Y fresco es una sentimiento clave. Las cosas a veces son frescas como recién hechas por Dios o por Eso a lo que no podemos darle forma ni nombre y que hace que las cosas sean hechas. Dicen los creyentes de la Ciencia que son las leyes naturales de la materia. De la materia que podemos percibir -o medir- y de la que no podemos también. Es un sistema de creencias muy respetable y práctico. 
Una buena corriente de aire frío exhalaba la boca de la cueva (Puntida). La cueva era la de siempre pero el cómo la veía yo ahora y el cómo la pude ver yo en otras ocasiones, la misma forma no tenía. De las anteriores veces ninguna caminé tan resuelto a encontrar lo que recordaba como seguro. Pero la realidad nunca obedece a los recuerdos que evocamos. Y menos que en ninguna otra, obedece de ésta manera forzada y determinada, dando por real lo que solo existe como recuerdo.
Repetí algunos de los pasos de mi primera visita, el once de marzo del 2017, hace poco más de tres años. Intentaba rescatar de mi memoria los sitios que me parecieron tan prometedores para una posible continuación. Pero lo más parecido que encontré no me pareció lo mismo. No obedecía a la imagen que había evocado mi mente. La memoria es el mayor misterio de todos los que nos rodean. Nos permite montar la creencia en una individualidad fija e inmutable. Pero al escarbar en eso que llamamos recuerdos nos encontramos con algo mutable y cambiante. ¿Como es posible que cada mañana al despertar nos reconozcamos como el individuo llamado Menganito? 
Más tarde repetí los pasos de mis posteriores visitas. Incluso al intentar reconstruir las visitas de hace pocos meses me encontré con incongruencias imposibles de salvar. Era como si la cueva que recordaba fuera una diferente que la que ahora visitaba. Me esforcé por hacer encajar las dos visiones y casi me encajo yo mismo en una grieta de la que me vi con dificultades para salir. Descendí en 20 segundos y tarde en salir 20 minutos haciendo movimientos milimétricos en una grieta inclinada (una especie de laminador a 60º).  Luego recorrí la galería que visité con Nano y más tarde con Miguel y aún más tarde con César. Me introduje por algunas desviaciones y chimeneas. Una de ellas podría dar continuidad previa desobstrucción. En ningún lugar de todos los recorridos que hice me encontré una corriente como las percibidas en anteriores ocasiones. Sin embargo no debería haber sido así dado que la diferencia de temperaturas entre interior y exterior era muy grande y la cueva exhalaba mucho aire frío
En cierta forma me pareció mágico, una señal del destino, toda esta historia mía con la Puntida. Como si algo modificase la realidad según la vamos viviendo. Como ocurre con los paisajes de los sueños. Como si la realidad no fuese más que un sueño gigantesco. La señal que me enviaba la cueva es la de que no hay continuación. El viento no viene de ningún lado pero se va de la cueva. No viene, pero va. Es la señal de la cueva. Pero también es la señal de los tiempos que corren en el mundo.    
La pandemia ha traído un mundo sin continuaciones evidentes. Deberían existir las continuaciones porque el viento va pero no encontramos ninguna porque el viento no viene. La cosa es así: los desgraciados que diseñaron el virus de Wuhan están consiguiendo lo que querían. Eso les delatará claramente. Podemos adivinarlo mirando quien/quienes/que organismos/naciones/grupos fácticos consiguen objetivos con los resultados de la pandemia. Delatarlos solo nos dará una satisfacción mínima, pero necesaria. Pero eso no nos dirá cuales son las posibles continuaciones, si es que existen. Habrá que retrotraerse al comienzo para comprender el final.
Más tarde salí de la cueva al bosque. Había infinidad de mundos en el Mundo. Solo era necesario abrir una ventana en cualquier rincón para asomarse a uno de esos infinitos mundos. Con el poder de la tecnología mágica pude abrir unas pocas ventanas. Mi asombro era genuino. Si es que ha de tener continuación el mundo de los humanos habrá de tenerla creándola con esfuerzo y sacrificio. Pero hay infinidad de mundos que continúan ahí sin más que seguir su rumbo natural. Sin esfuerzo, sin meta ni objetivos, solo siguen siendo...