8/12/14

El Patio




La verdad es que me costo un huevo volver a hacerme a la idea de meterme bajo tierra en el puente de la Inmaculada (inmaculada: sin mácula, sin mancha) Llovía de verdad y estaba llegando el invierno. Aún así no me apetecía entrar a una cueva. Más bien era leer -plácidamente- lo que realmente me seducía. Y a ser posible en una habitación confortable y cálida. Por el contrario mi amigo Miguel estaba entusiasmado con la idea de hacer espeleología. Y sobre todo con la de volver a explorar en la Red del Gándara. Además era su cumpleaños feliz y deseaba un buen regalo. ¿Y qué regalo mejor que el de una gran galería llena de formaciones inmaculadas y bellas? Animado por el ánimo ajeno quedamos el lunes en Ramales a las diez. Nacho estuvo a punto de venir, Eva estuvo a punto  de venir y una espeleóloga del Burnia también estuvo a punto de venir. Pero no vinieron.
Dos éramos, en el aparcamiento, dispuestos a mojarnos. Un grupo salía y otro entraba de la Cueva del Gándara mientras nosotros hacíamos encaje de bolillos -apresurándonos- para no sufrir las consecuencias de un aguacero. Lo conseguimos: entramos sin empaparnos y el frío se nos pasó enseguida. En menos de una hora estábamos ante la punta de exploración.
Tarde un buen rato en colocarme todo el material. De hecho es una de las tareas más complejas que debe emprender un espeleólogo que desee escalar asegurándose con fijaciones tipo parabolt o roscapiedra. Hay que colocarse encima: taladradora, batería, maza, llave de tuercas, parabolts con chapa, mosquetones etc. No lo tengo nada automatizado. Además la conexión entre la batería y mi taladro falla, y obliga a apretar con una mano mientras se sostiene con la otra el taladro; mientras tanto guardas el equilibrio en una posición inestable y precaria con una caída interesante. Bueno, eso es así.
Primero acabé el pasamanos de acceso a la chimenea metiendo dos fijaciones más. Luego monté una cabecera y pasó Miguel. Ahora había que escalar la chimenea. Fácil en principio. El primer seguro lo metí a unos cuatro metros de altura. Excelentes repisas para los pies y bastante buenas presas para manos. Más arriba metí otro parabolt y luego un cordino a un puente de roca antes de ponerse chungo. Hice una travesía ascendente a la derecha y coloqué otro parabolt. Me había quedado sin material. Me descolgué y Miguel bajó a por más chapas con parabolt y a por las baterías restantes. De vuelta arriba metí, en una difícil posición, otro seguro y negocié el paso más delicado. Por la derecha la pendiente se recubría de moonmilk y no había manera de poner el pie sin resbalar. Subí un poco por la izquierda en adherencia y empotre el pie derecho en una fisura recubierta de jabón. Desde aquí no me fue difícil alcanzar una sucesión de agarres descomunales. La dificultad había acabado. La chimenea ascendía girando a la derecha. Bajo el último resalte, en una buena repisa con salientes en forma de cuchillo, monte una reunión. Miguel ascendió recogiendo todo el material.
El resalte era sencillo. Metí un cordino a un punta maciza y salí escalando en oposición/bavaresa con cuidado por la pátina resbalosa. Bonita escalada. Arriba nos encontramos una marmita de aguas prístinas. Yo no quería arriesgarme a caerme en la marmita pero Miguel paso con gran habilidad al otro lado. Descubrió una zona de formaciones y, más allá de una difícil gatera, un meandro con cristalizaciones en el que quizás se pueda avanzar subiendo varios metros. Sin embargo, por el momento, lo abandonó en ese punto.
Para bajarnos dejamos tres chapas y un desviador. Fraccionamos con cordinos en doble para ahorrar mosquetones. La sorpresa vino mientras bajaba Miguel. Yo había descartado una ventana a la izquierda de la escalada pensando  que daba a la sala de donde veníamos. No me pareció relevante. Sin embargo Miguel, trepando un poco, se asomo. Lo que vio no se correspondía en absoluto con la sala ni por el tamaño ni por la distancia al suelo. Se trataba de un patio distinto. Renace la ilusión. ¿Continuará la cavidad por esa ventana? ¿Podremos descubrir algo nuevo a través de ese patio?
Para celebrar el éxito de la exploración paramos en Ramales a beber cerveza y comer patatas con alioli. Todo un lujo después de pasar el día a remojo acompañados de barro, charcos, marmitas, goteos y chorrillos de agua burlándose de nuestros afanes.

5/12/14

Prioridades.2



La meteo daba chubascos o lloviznas con cielo cubierto para el viernes y aún peor para el resto del puente de la Inmaculada. Pero yo no estaba dispuesto a diferir más tiempo la balización de la cueva que había visitado el fds pasado, en concreto el día 22 de noviembre. En un principio pensaba ir solo, pero el miércoles me llamó Juan (el joven) para ofrecerse a venir conmigo. Quedamos en hablar al día siguiente por la noche. El jueves fue demencial: todo el día en la mesa electoral de los representantes sindicales del gremio de la Educación. Además no paró de jarrear. A la postre Juan (el joven) no se animó a venir. El tiempo atmosférico había hecho su tarea pulverizando la moral del personal. Mismo yo, dudé por la mañana entre ir y hacer otras cosas.
Agarré un buen paraguas y un impermeable noruego y con todas las herramientas de balización me metí en el coche. En Alisas intuí que el tiempo me iba a sonreír. Y así fue:  no me cayo ni una gota en toda la subida. El impermeable fue en la saca y el paraguas me sirvió de bastón en el resbaladizo sendero de subida. El peso y la incomodidad de ir con el mono exterior hasta la cintura se hizo sentir. Pero había conseguido tener la moral muy alta.
La entrada estaba embarrada y con varios charcos que pasé al estilo gato erizado. Me aposente en la primera sala, seca y arenosa, y dispuse el instrumental. Empecé intentando colocar el cartel de "Cueva Balizada" pero el sitio que elegí, muy cerca de la entrada, era incómodo e inadecuado para su lectura. Los suelos, muy frágiles en la galería de entrada, me aconsejaron modificar la idea inicial. Pondría el cartel algo más adentro. En total me debió llevar unas dos o tres horas el colocar las estacas y el hilo del primer sector. Además encontré un lugar excelente para colocar el cartel: Un gran bloque hincado en la base con una cara plana dando al sendero e inclinada levemente para facilitar su lectura. Después de todo esto comí. Al móvil se le había acabado la batería. No sabía la hora, pero calculé casi las tres -la última vez que lo miré era alrededor de la una-.
El segundo sector incluía desde la salida de un laminador cómodo, con suelo de guijarros, hasta las inmediaciones del pozo. Me di cuenta que iba a llevarme bastante esfuerzo y tiempo acabar aquello en el día. Pero tomé la determinación de hacerlo. La colocación de las estacas, sin ser penosa, me cansó los riñones. Las caperuzas de plástico eran largas y costaba meterlas en frío. De tanto apretar me hice una rozadura en el pulgar derecho. Tuve la repetida sensación de que era tarde . Recogí todo cuidadosamente y dejé un depósito de estacas para seguir con el trabajo más allá del pozo.
La gatera de entrada no sólo estaba embarrada y con charcos; corría un riachuelo por ella. Salí empapado y con barro por doquier. Afuera estaba lloviendo y era noche cerrada. Por suerte se trataba de bajar y no de subir. Pero a punto estuve de darme un buen batacazo varias veces. Aquello parecía una bañera untada de jabón. Dieron las siete en el reloj de la iglesia lejana. 
Mal que bien, conseguí llegar a la carretera. Me encontré con una chica joven que había parado el coche preocupada de que a esas horas y con ese tiempo alguien estuviera en la senda. Me presto el móvil para hacer las llamadas de rigor. La tranquilicé y le agradecí su preocupación. Ella era un maravilloso ejemplo de que no todo está perdido en la sociedad española. Cuando pude arrancar el coche y poner la calefacción alcancé el relax. O casi. Mi jornada laboral había finalizado Pero aún tenía que llegar conduciendo a casa e ir a Santander.







Solución Drástica