28/10/06

Munio (28/10/2006) Río Munio

I.
Ayer nos reunimos en el Polideportivo de la Universidad Noelia, Pablo, Eduardo, Rafael, Julio y Susana. Tardamos en fijar el objetivo de la salida. Por un lado estaba el tema de Mazo Chico - Crucero. Descartado por demasiada gente y demasiada complicación. El paso que puede sifonar está aun sin desobstruir. Por otro lado se barajaba la posibilidad de ir al Cuivo – Mortero. A mi no me apetecía por demasiado remojón de agua fría, todo el tiempo con neopreno. Finalmente la posibilidad que prospero fue la travesía Torca del Hombre – Río Munio. Travesía corta y sencilla, la dificultad esta en las dos horas y media de aproximación por un cuestón tremendo. La torca está en el Helguerón.
Nadie tenía ganas de pensar en preparativos de espeleo. Como cualquier otro viernes por la noche. Sin embargo Julio llevo a Susana a su casa (tenía prisa por preparar los trastos de la salida). Luego se junto conmigo, Pablo y Noelia en el bar de enfrente del Polideportivo. Estuvimos hablando de viajes. Entre otros de la ascensión de Pablo y Noelia al Kilimanjaro. Aclimatación súbita a la altitud es la técnica utilizada por los organizadores del treking. También hablamos de mi primer viaje de buceo al Mar Rojo. Pececitos de colores. La envidia de todo el mundo al que se lo cuento.

II.
Hemos quedado a las ocho y media en la gasolinera Adelma de Hoznayo. Voy muy retrasado. Me llaman para requedar en Solares. Pero al final volvemos a quedar en Hoznayo. Moisés y Susana vuelven a Santander a por algo que se les ha olvidado. Volvemos a quedar en Arredondo.
Rafael, Eduardo, Manu y Julio vienen en mi coche. Nos vamos por Ramales. Moisés y Susana van por Alisas. En Arredondo Manu se compra un bocata y vemos a Moisés pasar de largo hacia Asón. Andamos al traspiés.
Finalmente nos encontramos en el aparcamiento de Asón. Lleno de vida. Hay mucha gente comenzando excursiones. Nos enrollamos a preparar cosas: reparto de colectivo: cuerdas de 60, 40 y 45, equipo de espitar y dos morcillas de carburo. Ya parece todo preparado. Nos vamos suavemente hacia Rolacías.
En la primera casa esta un hombre muy mayor que vive con tres ancianos más y un niño que podría ser su nieto. Este hombre me llama poderosamente la atención siempre que le veo. Su forma elegante de envejecer. Su mirada es intensa y clara. La mayoría de los ancianos a los que miro a los ojos me devuelven una mirada sin brillo en la que no deseas bucear. En la segunda casa no aparece nadie. Ni siquiera los perros. Seguimos adelante.
Entramos en el bosque. Moisés lleva su pequeña Olympus en ristre. Se adelanta y se pone a los laterales para hacernos fotos. Finalmente dejo de hablar. Así me canso menos. El bosque esta seco. Parece verano en vez de otoño.
Al llegar a la confluencia del barranco que viene de la Sota paramos. El calor arrecia. Comienza a escucharse un ruido que va aumentando de volumen. Al principio pensamos en algo volador. Enseguida descubrimos nuestro error. Empiezan a llegar motos de trial que nos sobrepasan y siguen hacia arriba. Tras un primera tanda de unas quince motos viene una segunda tanda y después una tercera y después un cuarta y después... Finalmente llegan algunos rezagados. En particular llega uno que anda algo mal. Un par de compañeros le van esperando.
Hemos salido del bosque. El sol nos castiga sin misericordia. Seguimos muy de cerca al motorista rezagado y varias veces le adelantamos en sus descansos. Las motos se han acumulado en un tramo de la senda algo vertiginoso. Vamos ganado altura como podemos. Finalmente nos separamos de la ruta principal, por la que siguen las motos, y nos metemos hacia el Helguerón.
Hacemos un descanso bajo la sombra del contrafuerte que sostiene la meseta del Helguerón. Al poco llegan Julio y Susana. Nos ponemos en marcha hacia las cabañas. Desde la última penetramos en el bosque de hayas que llena un pequeño vallecito. Cruzándolo en diagonal hacia su margen derecho y siguiendo la pequeña pared que lo cierra nos encontramos con la boca de la Torca del Hombre. Aspira aire de forma manifiesta.
Comemos. Nos preparamos. Un colchón de hojas de haya se traga los objetos...
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III.
Al comienzo todo va pesado. Yo también llevo algo que pesa. Me veo dando voces a Manu, que viene detrás ayudando a las cuerdas a moverse. Tardan. Empiezo a pensar que saldremos tardísimo por la boca de Río Munio. A las doce de la noche quizás. Preparo el primer pozo pasando la cuerda de sesenta por los dos maillons en vez de atar extremos y lanzar el mazo. De esa forma baja uniforme por el aéreo sin posibilidad de engancharse. Por fin consigo terminar. Manu me está mirando. Le doy las últimas recomendaciones. Me bajo en el ascensor.
Rafael baja al cabo de un rato. Eduardo tarda tanto que me inquieto: aterriza con las cuerdas liadas a todos los trastos que lleva. Ha estado haciendo fotos. Julio y Manu aterrizan sin novedad. El pozo, de casi sesenta metros, es un disfrute.
Siempre que comienzo una travesía me inquieta la no marcha atrás. Los anclajes del segundo pozo (12m) están muy oxidados y cutres. Los del tercero (8m) tampoco están mejores. Luego busco los del último pozo. Me cuesta un par de minutos recordar que hay que destrepar por un estrecho meandro unos metros y luego recorrerlo hasta alcanzar la cabecera.
Algunos anclajes de este cuarto pozo están en pésimo estado. Sobre todo uno de los maillons que aseguran el pasamanos se ha reducido a un montón de óxido a punto de cascar. Por suerte los anclajes fundamentales del pozo son parabolts que exhiben una salud pasable. De cualquier forma es una travesía que, en breve, deberá reinstalarse con acero inoxidable.
Este pozo (de entre 30 y 40 metros) te deposita en una sala cubierta de bloques al fondo de la cual murmura un arroyo. El recorrido principal sigue este arroyo hasta su confluencia con el torrente de Río Munio. Conlleva el paso de algunos laminadores bajos que, a veces, sifonan en crecidas. En principio esta ruta, que ya hice con César hace unos años, es la  usual. Pero existe otra. Al llegar a una sala mediana el arroyo continua por una amplia galería de techo bajo. Sin embargo la aparición de unos hitos que nos sacan del arroyo nos engatusa. Los seguimos.
Al principio resulta muy evidente el recorrido. Varias anchas galerías. Pero de pronto todo se acaba en un cul de sac. Volvemos atrás y rebuscando unos segundos encontramos la continuación. Toda la corriente de aire se va por una pequeña galería. Una sucesión de estrecheces y salitas nos lleva por un camino ascendente hasta una ventana arenosa sobre el Río Munio. Hemos llegado al Balcón. Un resalte de unos quince metros equipado con dos fijaciones nos permite alcanzar el río.
Nos queda un paseo por anchas galerías acompañando al Río Munio. Sorteando los pequeños lagos que se forman. Y cuidando de no resbalar sobre la arenisca pulida o sobre los bloques. Especialmente resbaladizas son las rocas de la salida, húmedas y con una pátina vegetal.
Son las seis. Hemos tardado mucho menos de lo que esperaba. Nos desperezamos en la agradable tarde otoñal. Pero no nos dormimos. Comenzamos el descenso que haremos sin pausa hasta el aparcamiento. Mientras nos cambiamos, junto a la carretera, aparece un viejo compañero de escaladas y charlamos de todo un poco. Terminamos tomando unas cervezas en el bar Coventosa de Asón. Y, luego ya, escuchando blues de Tom Waits mientras volvemos hacia Santander.

21/10/06

Canciones (21/10/2006) Garma Ciega

I.
Me empuja. No sé de donde viene. Una intensa fuerza. Decidí recuperar mi saco de dormir hace dos días: un 1 kilogramo de excelente plumón, marca Gálvez. Reposa desde hace dos años en el campamento de la Sala de Titanes.
Camino rápido y sin pausa. Concentrado en el horario que me he fijado mentalmente. Garma Ciega a las cuatro y media. He salido del IES Ricardo Bernardo a las dos y media. Atascados, los coches y los autobuses escolares, pugnan por encontrar su huida. Voy retrasado. Viernes veinte de octubre.
El oído alerta. La niebla impone su carácter a pinceladas. Veo huellas de un cánido grande en el camino entre Mazos. Y luego en el borde de Cellagua. No me gustaría encontrarme con un mastín guardián. Los lobos los descarto. Caballos pastando y algunas vacas me calman la inquietud.
Dejo el paraguas en el hueco de un haya. El bosque me hace dudar. La cálida hojarasca ha borrado los relieves. El lapiaz se presenta traicionero. Al resbalar me asusta un agujero poco profundo disimulado por las hojas.
Un poco de comida: barritas, chocolate, un mendrugo de pan... La Tika y baterías de repuesto. Una botella de Aquarius medio llena y un poco de agua en otra botella. El carburero en el fondo de la saca.
La primera cuerda, a cielo abierto, negra,  apenas deja correr al dressler: hinchada.  La segunda, en la penumbra, blanca, ha sido colonizada por líquenes y algas verdes. La tercera, blanca, cruje como una vieja barca de madera. La cuarta ya no me llama la atención. Sigo hacia abajo. Las operaciones se van automatizando. Cada vez más simples. O eso parece.
Canto. Cantar en la oscuridad. Cantar para evitar el miedo. Cantar para huir de la soledad. A mitad de sima un péndulo a la derecha exige un esfuerzo mayor que los demás. Más abierto el ángulo, más dificultad. Un nudo de enlace entre cuerdas hace incómodo el aterrizaje en uno de los últimos pozos.
Espero el estrecho meandro como un soldado la batalla. Me sorprende el equipamiento actual. El tránsito es más cómodo que la última vez que bajé.  Apenas un chorrillo de agua lo recorre. Contrasta la poca agua que hay abajo con la humedad y los charcos en la superficie. Me lanzo con entusiasmo hacia Titanes. Todo esta señalizado pero, a pesar de ello, todo es confuso para mí entre el río y Titanes. 
  
II.
Son  casi las siete. Titanes parece inmutable. Solo el silencio cambia. La tienda de campaña no cambia. Hurgo dentro de los bidones en busca del saco. Luego me fijo en un plástico muy bien puesto: es el envoltorio del saco.
Me siento durante un rato. Mientras descanso como algunas chucherías.  Al poco estoy inquietándome. Preparo el petate  con el saco al fondo. Pongo en marcha el carburero al ralentí. Hasta el momento solo he tirado de leds. Ahora me apetece más luz. Pienso en la incomodidad del carburero colgando de la cintura toda la sima arriba.
Decido prescindir de la velocidad. Intento practicar el movimiento consciente. Como tai-chi. No importa el objetivo, sino el movimiento en sí.  Me muevo en el meandro mejor que otras veces. Se me escapa de las manos el  esfuerzo en un tramo. Me estreso.
Vivo la base de los pozos como una tregua. Los primeros pozos me permiten impulsarme rítmicamente. Son limpios y amplios. Canto. Cantar para huir de los oscuros pensamientos. Cantar para hacerme compañía. ¿Cuatrocientos metros cantando?
La llegada a la ruta fósil con barrillo cremoso me anima. Creo que, mentalmente, he dividido la sima en tres tramos. El tramo segundo es hasta el Comedor. Se me hace largo. Aun confuso, lo que recuerdo de otras veces coincide. La llegada al Comedor crea el sentimiento de que estas cerca de la salida.
Durante un minuto confundo una pared, treinta metros sobre mí, resplandeciente por las gotitas de agua, con la claridad del cielo. No me importa ya. Siento la salida. Todo esta salpicado de hojas de haya secas. Algunas ramas y tronquitos se han colado casi cien metros en la profundidad. Montones de barro negro tapizan las bases de los últimos pozos. Materia vegetal descompuesta.
El cielo cuajado de estrellas. Son casi las once. Calidez en el aire. Primero el bosque con cuidado y luego a pasos alargados y cómodos. Bajo sin pausas. Las vacas me miran con ojos brillantes desde la oscuridad. Los caballos huyen espantados. El carburero a tope de luz. No hay problema de que se acabe. El viento agita la llama protestona. Si los lobos supieran lo fácil que es cazar a un humano... Pero el fuego les asusta. ¿Por que no lo intentaran nunca?
Con mucha calma me cambio de vestimenta. Bajando hacia Astrana empiezo a recibir mensajes en el móvil. Me paro. SMS: he salido bien. A Marisa y a Julio. 
            
III.
        Me acuesto pero duermo poco. Tres horas y estoy despierto con ganas de salir disparado; ¿estrés quizás?  ¿O esa fuerza intensa? ¡Qué fuerza y que narices! A las ocho y media estoy en Solares con Moisés y Susana. Hoy es sábado. Hemos quedado con un grupo del AER en Ramales.
       Ángel, Olarra, Chavi, P.Merino y Belén están en Ramales esperándonos. Hay algo de prisa. A las diez debemos estar atentos en la ladera del Asón. En el fondo de la sima Wichi y Cristóbal se disponen a iniciar la prueba. Esta mañana, a las seis y media, han entrado a Garma Ciega con varios botes de humo, hierbas secas para quemar y energía personal sobrada. ¿Llegaran en tan poco tiempo hasta la zona del sifón? Los que saben dicen que sin problemas.
       Nos vamos en tres coches: el de Chavi, el de P.Merino y el de Moisés. La carretera del Asón tiene varios puntos adecuados para aparcar: la cantera, un par de márgenes, la cuevita. Nos repartimos de forma confusa. Chavi y Ángel cerca de La Fresca mirando desde enfrente con prismáticos. Olarra en la carretera haciendo largos. El resto diseminados por el bosque y moviéndonos por zonas. Son las diez.
         Luego son las once. Sigo dándome paseos y mirando. Los walki-talkis no tienen pilas. Encuentro una amanita panterina en el bosque. Me pregunto cuales serian los efectos de comérmela.  Luego son las doce. Me bajo a la carretera a dar un largo y ver el panorama general. Me pregunto si  tendremos un tope de tiempo. Vuelvo a subir a mi zona. Entre las ramas de las encinas observo a Ángel y a Chavi que me observan a su vez.
        Luego es la una. Me bajo definitivamente. Como un  goteo van apareciendo todos al lado de los coches. Moisés ha visto humo blanco y Susana también. La zona por la que lo vieron esta algo desviada al sur de las expectativas. Pero las cuevas son impredecibles. Una primera inspección no arrojo ninguna cueva, ni fisura, con soplo.
     Se ponen a comer allí en contra de mis deseos. Tengo hambre de cocido y de mesa puesta. Aguanto como puedo mientras devoran fiambre y quesos con pan. Para distraer la mente exploro las posibilidades del macro de mi cámara Olympus. Le hago una foto a una cría de lagartija. Al cabo de una hora nos bajamos al bar Coventosa. Mientras toman cafés, chupitos y juegan al futbolín pido un cocido y una ensalada mixta. También tomo postre.

      Por la tarde volvemos a la carga. ¿Por donde salió el humo de color blanco? Le pregunto a Ángel de que color es el humo de los botes: NARANJA. Botes de salvamento&rescate. El humo de los botes es blanco hasta que se sabe que es naranja. Queda la posibilidad del humo de las hierbas secas. O de que al diluirse el naranja se confunda con el blanco. Hurgamos por doquier. Los tojos me martirizan a la bajada. Demasiado.
      Ahora estamos junto a los coches. Todos comentan y charlan. Pero yo estoy con pocas ganas de hablar. Quizás aburrido. Y algo cabreado sin razones claras. ¿El estrés quizás?.  A la vuelta cabeceo en el coche mientras hablamos de humos blancos y de humos naranjas.

7/10/06

La Buenita (7/10/2006) Udías

I.
Tras un paréntesis, debido a las actividades en la pared de Zigal, vuelvo a la speleo a primeros de Octubre del 2006  -el sábado, 7-  con una salidita promocionada por Moisés. El  poder de convocatoria del viernes+tarde reunió a un grupito numeroso  pero no aplastante  -Moisés, Susana, Javier, Chino, Eduardo y su hermano, y dos chicas del último cursillo de las que  no recuerdo el nombre-  en donde siempre. Ya había llovido con ganas el viernes y daban lluvias para el sábado. Volvió a surgir el tema de una cuevita que esta al lado del bar La Gándara. La Buenita es en realidad una mina de plomo y zinc explotada desde la colonización romana hasta hace pocos años. La mina Buenita intercepta en varios puntos una cueva de amplias galerías que recibe el mismo nombre. La Cueva Buenita, por su dirección y su posición en la depresión del Hoyo Cobijón (¿o Covijón?), podría haber sido una entrada, ahora fósil, del río que actualmente se sume en la Cueva de Udías. En esta última cueva la red de entrada se acerca lo suficiente a La Buenita como para acariciar la idea de conectarlas. ¡Y así eludir la salida por la cloaca en la que han convertido el sumidero que constituye la entrada principal de la Cueva de Udías!. De esta forma se podría constituir una interesante travesía que entrando por la Torca de la Luna Llena y continuando por la zona más espectacular de la Cueva de Udías acabase, finalmente, por La Buenita. Esta ilusión que infecta a Moisés desde hace meses podría ser contagiosa en algunos casos.

II.
            Manu estaba en su furgoneta, verde manzana por fuera y roja por dentro, esperándome en el aparcamiento de la gasolinera de Monpía. Como había lloviznado le pedí que fuéramos en la furgoneta por si había que cambiarse dentro de un coche. Al cabo de un rato recibimos una llamada de Susana. Nos dijo que aún estaban en Comillas, que les esperásemos en el bar La Gándara. La noche anterior el autocontrol de Manu para poderse levantar pronto había dejado como resultado solo tres mojitos en su fiestecita particular. Se quejo amargamente de que podía haberse quedado toda la noche tomando mojitos en vez de madrugar. Bueno, a decir verdad quedar antes de las 10 de la mañana el sábado es un madrugón. Recién llegados al aparcamiento del bar estuvimos sopesando la idea de entrar a tomar algo. Pero antes de que pudiésemos ejecutar nuestra intención apareció la pareja en su “nuevo” Opel, prestado por un concesionario que está arreglando el bollo del otro Opel. Nos cambiamos allí mismo con el suelo oliendo a tierra mojada y el bosque de castaños vestido de otoño. Con una calma que se me coló dentro.  En el maremagno de material Susana no encontraba su mono exterior MTDE. Quizás olvidado en Comillas o en Santander. Moisés le dejo el suyo y se quedo solo en mono interior azul. 

III.
      La marcha de aproximación consiste en recorrer 100 metros de carretera, saltar el quitamiedos, bajar 10 metros y volver hacia atrás menos de 50.  Total 3 minutos. La boca de la mina esta tapiada con un muro de hormigón, pero en su base, a la derecha, hay un pequeño agujero soplador por el que se puede entrar. A pocos metros  de la entrada el conducto minero tiene una bifurcación a la izquierda. No mucho más allá, por la bifurcación, se puede observar una pequeña oquedad que deja penetrar la luz desde el exterior.
     En línea recta, viendo la luz de nuestra entrada en la lejanía, nos adentramos por el conducto principal topografiando con el medidor láser. En realidad mientras dos personas se dedicaban a esa tarea yo me puse a mirar desviaciones. Al principio nos confundimos y tomamos un conducto que no nos conducía a la cueva. Al volvernos fuimos tirando los hitos que habíamos puesto para no perdernos en el laberinto de conductos mineros. Pronto recordó Moisés el camino adecuado. Tomamos una desviación a la izquierda que nos llevo en unos minutos hasta una galería grande -en algunos sitios 10x10 metros-  con formaciones de un blanco cristalino similares a las del Soplao.  Topografiando la gran galería, avanzamos con facilidad y proseguimos un buen rato mirando varias desviaciones a la izquierda que no dieron resultado. Pasamos por el borde de un pozo que habría que mirar; no vaya a ser que conduzca a la red activa y por ahí a Udías (hay que tener en cuenta que el nivel de la cueva de Udías se encuentra unos 30 metros por debajo de La Buenita).
     Un poco más allá la galería parecía acabarse en una colmatación de guijarros; pero los mineros excavaron en ese punto un pequeño conducto artificial ascendente que desemboca en una amplia sala. Hurgamos por el borde de esa sala sin resultados positivos. Profundizando hacia el techo con los focos pudimos observar una galería colgada a la que puede llegarse con una escalada en travesía. Aún hicimos varias comprobaciones por un rincón en el que se hundía una estrecha fisura hasta asegurarnos que desembocaba abajo en la galería principal de la cueva. Ya de vuelta tomamos la prolongación más obvia por la mina hasta un pequeño ascenso a un nivel superior. Nuestro objetivo era dar de nuevo con galerías de cueva. Anduvimos dando vueltas por el laberinto hasta darnos cuenta que los conductos nos llevaban al mismo lugar siempre o a sitios ya transitados. Volvimos pues.
     Hubo una propuesta de pararse a comer y otra de salir a comer cocido en el bar. El cocido del bar La Gándara suele estar excelente. Pero cuando iba con Manu enfilao hacia la salida vimos que Moisés y Susana no venían detrás. Nos paramos un rato hasta que el hambre nos hizo tomar algo de lo que llevábamos. Hartos de esperar y un poco intrigados volvimos atrás hasta encontrarnos con la pareja. Al mirar, por casualidad, a la izquierda de la galería habían encontrado un importante ramal con hermosas excéntricas blancas. Nos entretuvimos una hora recorriendo esa galería, contemplando las excéntricas y comiendo algo más.
     Para cuando volvimos a la superficie eran más de las tres y fuimos al bar a tomar cafés y cervezas. El dueño nos contó varias historias. Una sobre cuevas con restos arqueológicos a las que se ofreció a llevarnos. Otra sobre el origen de las minas: a su parecer eran fundamentales en la producción total de plomo para Roma. Dicho plomo, según algunos historiadores, pudo ser un factor de decadencia física para las clases altas en Roma que lo utilizaban en cubiertos y vasos. Nos mostró un antiguo cuchillo de bronce, hierro y asta. Y también nos invito a una magosta, merienda a base de castañas asadas, dentro de unos días. Y a colaborar en la preservación del castañar de Bustablado. Una verdadera mina de tío. Yo me prometí a mi mismo un buen cocido dentro de poco...