6/10/18

Cambia el tiempo



Salimos de una claridad dominada por el cielo gris y ascendemos hasta sumergirnos en la niebla. Desde que tengo recuerdos la niebla evoca en mí el sentimiento de la inutilidad de la acción. La niebla atrae calma, pero hoy se ocupa de alimentar nuestras incertidumbres. Nuestro proyecto de visitar la Rubicera carece de sentido si el paisaje permanece oculto. Una alternativa es el bosque de hayas de Zucías para acercarnos a la Cueva del Lobo. Los bosques ennieblados cobran poder, una capacidad de transformar las formas. Los objetos y seres que nos resultan familiares se convierten en imágenes de ensueño. Unas veces amables duendes, o hadas, y otras amenazadores ogros. El oído se agudiza intentando paliar el corto alcance de la mirada. Cada sonido, cada murmullo, es más una sugerencia que un mero signo. El lenguaje de las palabras alcanza su verdadera condición: la irrelevancia. Y la cercanía a esa verdad me produce placer.
Al traspasar el puerto de Alisas dejamos las nieblas atrás. Nubecillas manchando el cielo azul, sol amaneciendo y una luz anaranjada resuelven la incertidumbre de a donde ir. Julio conduce con energía. Junto a él van María y Nano envueltos en la charla. Atrás Fernando guarda silencio mientras Azucena charla conmigo de política. Una charla disfrazada de trascendencia con un punto amargo. En Arredondo el deseo de tomar café nos obliga a cortar las charlas. Me resisto un poco, pero es una resistencia poco enérgica, de boquilla, y sucumbo al placer de tomar un cortado.
La senda que discurre cerca del borde del haza apenas es visible. Ahora hay menos ganado y menos ganaderos que antes en el valle del Asón. Muchas sendas van desapareciendo. Lo que no ha cambiado en muchos años es la hermosura de este valle. Fernando, salvo la escala,  lo compara con Ordesa. Ese aire de semejanza siempre lo he percibido. El día se plantea espléndido pero las predicciones no son buenas. Al mediodía está prevista la entrada de un frente con viento del norte y chubascos. Pero ahora disfrutamos de unos momentos perfectos.
            Desde el bosquecillo de hayas el itinerario se hace encantador. Cuestas y sudores se han acabado. Solo queda bajar los resaltes y estaremos en la boca. El primero solo requiere un poco de atención. En el segundo la instalación esta montada, lo que hace inútiles las cuerdas y mosquetones que hemos traído. El destrepe, seco y bien marcado, permite bajar sin peligro agarrándose a la cuerda por precaución. En la boca todo sigue igual.




La luz del Carbi es especialmente buena cuando los colores del entorno subterráneo son claros. Las zonas de colores cálidos absorben mucho más porcentaje de luz si llevas temperatura de color diurna. Este factor no debería ser descartado a la hora de escoger las cúpulas del Carbi. Dependiendo de la cavidad a visitar es más conveniente una temperatura de color u otra. 
Para hacer fotos rápidas distribuyo tres flashes entre Julio, Nano y Fernando. Sacar los flashes, posicionarlos, sacar la cámara y disparar: en total entre dos y cinco minutos por foto. Es un tiempo asumible por los hiperactivos espeleos sin que entren en modo desesperación.
Las únicas dificultades destacables que encontramos son la estrechez entre bloques y una cuerdecita a pelo. Ciertamente la estrechez cada vez es menos estrecha gracias a los trabajos de algunos hacendosos espeleólogos. El itinerario está señalizado en dirección “entrar” con catadióptricos. Pero en cierto punto los catadióptricos divergen de la ruta que yo recuerdo para llegar a la Sala de la  Teta. Sea como fuere mis recuerdos están frescos y llegamos sin dificultades a la Teta. Desde allí visitamos un par de lugares interesantes y luego comemos.
La vuelta al exterior se me hace más bien corta. Fuera nos espera un vendaval sazonado con aguaceros de forma intermitente. Ha cambiado el tiempo. Eso nos pone las pilas a todos. Ascendemos el resalte bastante rápido, aunque hay que esperar un poco a Azucena. Teniendo en cuenta su falta de experiencia en espeleología lo hace todo muy bien. Para volver al aparcamiento elegimos el camino más cómodo. Éste discurre por una buena senda hasta una cabaña solitaria y luego baja por una pisteja hasta las praderías. Al final hay que saltar un par de vallas y descender por el bosquecillo de robles unos metros. Nada especial.
Julio quiere pasar Alisas antes de relajarse tomando cervezas. Paramos en el bar de la bolera de La Cavada. Allí las charlas llegan a su punto máximo, después del vendaval la sensación de relajación es insuperable…
Desde el punto de vista puramente mental explorar una gran cavidad es muy parecido a investigar un problema científico. La perseverancia es el ingrediente clave que manejas hasta conseguir encajar las piezas del puzle. Y hablando de otro tema: quizás dentro de poco hagamos la travesía de la Rubicera. Y algunas otras travesías.