27/1/18

Mal momento




Volver al Gándara era la idea. Volver a hacer con Miguel un poco de espeleo. Volver a zonas poco conocidas. Decidimos visitar de nuevo un agujerillo cercano a la entrada en el que habíamos estado hace más de cinco años.
Al principio íbamos a ir sólo Miguel y yo pero se nos sumaron dos amigos suyos: Jón, bombero de profesión, y Arkaitz, de profesión maestro. Quedamos en Ramales bastante tarde. Aunque el tiempo era muy amenazador y frío nos respeto durante los preparativos. Lo que no nos respetó en forma alguna fue el prado estercolado en el que se encuentra la entrada de la sima, el barro acumulado en las rampas de entrada, la corriente heladora procedente del exterior y las pequeñas duchas y esconrrentías que dominaban el panorama. Por lo demás el itinerario era evidente.
            Más tarde nos encontramos una zona estrecha, bastante larga, que parecía difícil de pasar. Me preocupaban las tres sacas con cuerdas, material fotográfico y material para balizar. Esto último por si veíamos alguna zona frágil en que fuese conveniente delimitar un sendero. Hay que recordar que en los suelos de las cavernas hay mucha información científica (polen fósil, restos óseos, formaciones arcillosas, restos arqueológicos…) que puede ser esencial para la investigación. De cualquier forma la poca experiencia de los amigos de Miguel unido las dificultades de la zona y a la pesadez de las sacas no me daban muy buena onda.
          Sea como fuere conseguimos pasar las estrecheces, Miguel nos animaba bastante, y accedimos a una zona de galerías medianas. Aunque estábamos bastante mojados en esa zona no se percibía ya ninguna corriente de aire. Avanzando hacia el oeste, más o menos, pronto alcanzamos una zona estrecha llena de barro y agua que dadas las circunstancias decidimos dejar para otra ocasión. En dirección opuesta encontramos algunas interesantes galerías. Desgraciadamente para seguir había que pasar por debajo de una ducha helada. Miguel proponía continuar y yo salir tranquilamente. Una alternativa era que Jón y yo saliésemos mientras Miguel y Arkaitz echaban un vistazo. Sin embargo prevaleció salir cuanto antes.
            Por desgracia las estrecheces, que al entrar pillaban de bajada, al salir pillaban de subida.  Esto nos entretuvo varias horas ya que las sacas se convirtieron en un problema añadido nada despreciable. Además la mojadura y el frío fue aumentando de tono por las esperas y el contacto con las paredes. En definitiva algo bastante desagradable.
            A las seis, más o menos, estábamos de nuevo cambiándonos en el coche y a las siete nos precipitamos sobre los radiadores del bar Coventosa, ansiosos por recuperar algo del calor corporal que habíamos perdido a lo largo de la jornada. Comimos una comilona. En particular mi merienda-cena consistió en cocido montañes, chuletas de cordero y martinis. Me quedé con hambre. Luego volvimos, ya más calientes, a meternos al coche. En cuanto a la charla que mantuvimos solo decir que la cuestión principal consistía en averiguar si Jón y Arkaitz volverían a hacer espeleo (con o sin nosotros). Según Jón él va a volver a ese agujerillo. Según Arkaitz él prefiere hacer espeleo más divertida. Según Miguel y yo creo que volveremos a ese agujero cuando el tiempo acompañe…     
  


20/1/18

Cueva Equis


Ese día estuve indeciso y remolón al despertar. A mi parecer habían quedado muy temprano para la actividad prevista. Una cueva de unas dos o tres horas y a quince minutos andando desde el coche. Para luego, a las tres de la tarde, ir a comer en un restaurante situado justo al lado del aparcamiento. Y yo me preguntaba que para qué era necesario quedar a las ocho y media. Sumando tres horas de cueva y una hora de preparativos y caminatas daban cuatro horas. Con tal de estar a las diez en la Molinuca nos iba a dar tiempo de sobra. Así que me lo tomé con mucha calma. Llegamos tarde a la primera cita, ocho y media, y a la segunda también, nueve en la Casa Azul. Y llegamos tarde a los preparativos. Menos mal que Paco se apiadó de nosotros y nos esperó con un grupito del SCC, Julio, Lucy, Nano, … para indicarnos por dónde se iba a la cueva.
El día estaba primaveral en las cercanías de Panes, Valle del Cares. Pero todavía hacía un poco de fresco que invitaba a caminar. Con la presión de que todos nos tuvieran que esperar, ser los últimos, en menos de cinco minutos Marisa y yo estábamos ya en marcha. Una cómoda pista hormigonada nos condujo directamente hacia la Sierra de Cuera. La pendiente era fuerte pero pocos minutos después nos encontrábamos en la boca de la cueva. Aproveché la ocasión para disparar varias fotos a traición en el tumulto que se había formado en la boca.
El tránsito dentro de la cueva era cómodo con pequeñas dificultades puntuales. Las salas, medianas más bien, se sucedían unas a otras. María no recordaba bien la ruta principal de visita. La desorganización y la dispersión fueron creciendo hasta ser la tónica dominante. Pero eso tenía muchas ventajas, entre otras la de poder sentarte relajadamente a mirar. Mientras la mayoría rebuscaba o visitaba algo interesante me dediqué a hacer fotos, más bien retratos espeleológicos.
           En un momento dado me entro la vagancia. Me quedé solo, en la inopia, escuchando a todo el grupo en la lejanía. Cuando ya apenas les escuchaba me entro el temor de perderles y de perderme. Me puse en modo rápido y les di alcance en una amplia sala. Se disponían a almorzar. Un buen tiempo para sacar la cámara y dispararles a traición. Casi siempre es a traición cuando salen las mejores fotos-retrato.


En otro tumulto que se formo en la parte alta de la sala se desprendió un bloque que rozo a Julio. Le dolía la pierna. Además Juan, el nuevo, tenía un problema en el pie debido a una rotura de la que estaba en recuperación. Con Lucy, Fernando y su compañera decidimos salir mientras el resto del grupo visitaba otra sala. Durante el trayecto de vuelta estaba bastante despistado. Me entretuve haciendo chistes sobre la pérdida en el laberinto subterráneo. Pero no paso más de media hora y estábamos fuera. Nada mas llegar al aparcamiento llego el grupo que se había quedado.
La comida no estaba preparada y aprovechamos para comenzar a beber cerveza. A las tres seguíamos esperando y a las tres y media también. Se ve que el restaurante solo nos tenía a nosotros por comensales. Cerca de las cuatro menos cuarto nuestra hambre había crecido peligrosamente. Nos metimos en tumulto al comedor y la mayoría comenzó a comer trozos de pan y s beber vino. Por suerte llegaron los primeros: risoto o fabes. Luego llegaron los segundos: filetón o revuelto. Luego llegaron los terceros:  picón con membrillo u otras cosas menos notables. Y luego café  con memeces para podernos levantar.
Jimmy nos quería llevar a una mina a unos tres kms. desde allí. Nos dijo que tenía formaciones notables. Fuimos en los coches hasta un aparcamiento cercano. Yo no tenía intenciones de entrar pero Lucy me ofreció botas y frontal, y fui a ver que había. No me arrepentí. Un conjunto de notables formaciones verde-azuladas en ambiente minero.
Cuando salimos se produjo la dispersión. Unos volvieron a sus casas y otros se fueron a Liébana. Una interesante salida y una excelente comida a un precio inmejorable: 12€.  


2/1/18

Crónica del Tesoro


Un día cualquiera de las Navidades me di cuenta. ¡Hacía tanto tiempo que no iba de visita a una cueva sin intenciones de trabajar haciendo fotos! Estaba olvidando lo que significa estar con los amigos disfrutando -sin pretensiones- de la belleza y metiéndome por todos los recovecos a ver que es lo que encuentro. El día dos de enero tenía la posibilidad de unirme a otro evento navideño. Ir todos, hijos, nietas, a Alicante y comer con unos familiares a los que vemos poco. También tenía la posibilidad de unirme a Mavil en Sorbas y practicar espeleología lúdica e idílica. Me debatí débilmente entre ambos planes. Me sentía culpable por no ir a comer en familia pero, por otra parte, veía más saludable irme a una cueva y arrastrarme plácidamente como un animal.
El martes dos, algo ventoso, frío y claro, salí de Alguazas como a las ocho y media de la mañana tome la A-7 en dirección a Almería y me dispuse a viajar tranquilamente hasta Sorbas. Introduje un disco de Brian Eno en el CD. Además, con ánimo de depurar comilonas, decidí desayunar poco y basar en algunas frutas la comida mañanera. Por el camino tuvimos una corta retención por un accidente. Pero por lo demás todo me sonreía. Bastante antes de la hora prevista ya estaba cerca del punto de reunión. Me paré un par de veces y disfrute de la claridad del día.
Mavil ya estaba en el aparcamiento de la Cuevas de Sorbas cuando llegué a las diez y media. El momento se presentaba feliz. Debido a la carga de vitualla y trastos la furgoneta de Mavil solo admitía al conductor como pasajero. La aproximación a la Cueva del Tesoro comenzaba en un lugar cercano. Esos factores nos indujeron a ir en los dos coches.
Después de un buen trozo de carretera nos metimos a la derecha por una pista. Al principio la pista era estrecha y aceptable, pero luego se ponía peor. Al final la cosa no estaba tan cerca como pintaba al principio. Lo que si estaba cerca era la Cueva del Tesoro andando desde los coches. Un llanura de suelos cuajados de pequeños cristales de yeso, salpicada de vegetación desértica, daba acceso a una ligera depresión en la que se observaban varias simitas, dolinas y bocas. La más cómoda de todas ellas era la Cueva del Tesoro.
           Inmediatamente a la boca comenzamos a recorrer en suave descenso un estrecho y sinuoso meandro que permitía circular de perfil. Las paredes del meandro estaban formadas por cristalotes de yeso, pulidos por el paso del agua. Una belleza exótica. Pasamos varios desfondes equipados con cuerdecitas quitamiedos y finalmente el meandro acabó en un pequeño resalte. Una cuerda con nudos ayudaba a descender sin complicaciones menos de cinco metros.


               Foto: Felix Martínez


Desembocamos en una zona de anchas galerías en la que la continuación del meandro se tallaba sobre una amplia plataforma. Siguiendo la topo con cuidado visitamos un triángulo de galerías con formaciones hermosas y localizamos la que nos iba a permitir continuar hacia la Surgencia. En ese punto dejamos  las sacas y volvimos sobre nuestros pasos para visitar la zona más bonita de la cavidad: la galería de los Cristales y la de los Espejos.
Los cristales de la Galería de los Cristales son grandotes. Están parcialmente erosionados por el agua así que se forma un conjunto de superficies planas y alabeadas con un atractivo aspecto. Unos cuantos instrumentos científicos salpican la zona. En dirección contraria, sur, fuimos a dar a otra zona de cristales espectaculares, los Espejos, que poco después terminaba en un sifón. A veces el sifón permite el paso y cortocircuita el recorrido que se hace por las galerías superiores. Pero sinceramente creo que merece la pena visitarlo todo. Tanto si el sifón permite el paso como si no lo hace.
De vuelta en las zona superior continuamos por una cómoda galería. En un lateral visualizamos la Sima Principal. Las paredes tienen tantos cristales de yeso que sería posible subir escalando sin grandes complicaciones. Algo más allá la Galería del Cántaro nos condujo a dos pozos cortos que necesitaron el uso de arnés y descensor. Y aterrizamos en la Sala de los Bloques. Al mirar la topo parece obvio que se debe seguir hacia el sur para llegar a la Surgencia. Pero no es así. Se debe ir hacia el norte y descender al fondo de la sala por donde discurre el cauce seco del riachuelo. Siguiendo ese cauce, y moviéndose entre grandes bloques, se vislumbra la luz del exterior y se alcanza la salida sin más problemas.
Para la vuelta debe seguirse una senda hacia el oeste hasta que ésta asciende por una zona débil de la muralla que nos domina por el norte. Se llega así de nuevo a la meseta superior. Tomando la dirección noreste enseguida se otean los coches. Una travesía verdaderamente lúdica.
           Eran las dos teníamos hambre y el tiempo invitaba. Nos fuimos a Sorbas y en un agradable restaurante comimos verduras y carne a la plancha. Una delicia. Y además cerveza.