21/2/14

Obsesión


Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria  &  Oskar

            La suerte sonríe de vez en cuando. Y aunque la suerte no es producto del azar solemos creer lo contrario. También he de decir que, en honor a la experiencia, muchas veces la obsesión conduce al error. Miguel contacto con Oskar y conmigo, Hugo contacto conmigo y con Miguel, Carlos contacto con Miguel y todos los cinco contactamos en Ramales a las ocho y media de la mañana el sábado veintidós de febrero. Nos demoramos un poco en el pueblo. Hugo satisfacía su apetito, producto de, cómo el dice, el hipertiroidismo. Le contemple unos minutos mientras devoraba un sandwich, un pincho de tortilla con pimiento verde y un vaso de café con leche. Me entró un poco de hambre, pero pensé que si me comía un pincho dentro de media hora lo vomitaría en el Delator. Así que opté por esperar para almorzar más tarde. Lo malo fue que el almuerzo se produjo a la hora de la merienda.  
            Después de arrastrarnos medio kilómetro por el Delator como escarabajos peloteros con su bola de mierda sólo se nos ocurrió pasar las dos horas siguientes escalando con movimientos atléticos en bloques de tamaño conteiner.  Cuando llegamos a la zona de balización ya habían pasado cuatro horas. Y estábamos bien jodidos (es decir, medio reventaos)
Entonces va Oskar y me dice: necesitas urgentemente tratamiento psiquiátrico. Pero nosotros ¿no hacemos nuestro trabajo por placer? (no como los esclavos modernos cuando van a su trabajo. No como los cuatro mil millones de pringaos que pueblan el planeta. Esos esclavos no sólo trabajan para el amo durante el número de horas que el amo desea, por un salario de subasta a la baja, sino que además gestionan todo lo necesario: transporte, alojamiento, manutención, vestimenta, etc. Así el amo no tiene que preocuparse de nada en absoluto. Si un esclavo cae enfermo o tiene hambre no es problema suyo. Para eso son esclavos autónomos… Además los amos forman una niebla anónima que se entremezcla con los esclavos autónomos formando un batiburrillo parecido a las tripas palpitantes de un cochino recién sacrificado para hacer embutidos. Sólo aparentemente: amos y esclavos se mueven y respiran por las mismas calles y están sometidos a las mismas leyes…) Así que la cuestión principal que nos planteábamos al cabo de unas horas de trabajo, arrastrándonos y deslomándonos, era la siguiente: ¿qué tipo de trastorno mental es el que tienes tú? Mientras baboseábamos insensateces de todo tipo concluí que el más próximo al mío era la obsesión. De los demás -me imagine- que eran un poco masoquistas.
Hugo y Miguel concluyeron la instalación de acceso a la zona. Les quedo especialmente bien. Digamos que muy cómoda. El problema era que sus cálculos arrojaban batería sólo para dos parabolts más y los pasamanos no podían acabarse con eso.Oskar, Carlos y yo concluimos un sector con zonas de tierra pegajosa. Instalamos unas alfombras de moqueta para caminar por encima de ellas. Mientras merendábamos, todos juntos, me devané los sesos intentando optimizar los recursos. Al final me puse en plan sargento porque alguien tenía que hacer ese papel. Llegar allí costaba demasiado trabajo como para desperdiciar la energía de cinco personas charlando. Mientras Oskar, Carlos y yo íbamos a balizar el sector norte de la galería Hugo y Miguel instalarían el pasamanos, exprimiendo el taladro.
No recordaba la belleza de ese lugar. Mientras que en los demás sectores lo que llama la atención es la abundancia, la fertilidad, en éste lo que te toca es la singularidad de cada detalle. El impacto visual es abrumador.  Disfrute esta balización como ninguna otra. También, es curioso, hacía tiempo que no veía reírse a alguien como a mis dos compañeros. Entre el esfuerzo y lo paradójico de la situación se les aflojo la olla. Aquello parecía, más que otra cosa, un auténtico manicomio. Mi obsesión por acabar el trabajo era tan grande que no pude engancharme al filo gracioso de aquello porque yo mismo formaba parte del chiste.







Nos volvimos a encontrar con Hugo y Miguel junto a los pasamanos. Eludir el fondo del meandro, lleno de barro pegajoso, es imprescindible en una buena instalación (si deseamos proteger las formaciones cristalinas) La solución de montar los pasamanos a media altura del meandro resulta eficaz, pero es necesario acabarlo. Además hay una zona con barrillo en una de las cornisas por donde va el pasamanos. Será necesario resolver este problema con creatividad en la próxima incursión. Aunque la solución no resulta, de momento, clara.
Era evidente que faltaba mucho trabajo para acabar la balización de Sonámbulos. Era evidente, también que el reloj marcaba las siete de la tarde y era evidente que estábamos a más de tres horas de la salida. Además deseábamos mejorar algunas instalaciones en el recorrido. Si no queríamos sobrepasar las trece o catorce horas de actividad debíamos comenzar la vuelta.
Tuvimos que parar varias veces para hacer pequeños descansos. También paramos a instalar una cuerda en un resalte de cinco metros. Coincidimos en la apreciación de que algunos pasamanos tendrían que modificarse y reforzarse. Como Hugo iba más rápido que los demás en un paso clave se despisto. La variante estaba interconectada a la ruta principal por un resalte sin cuerdas pero pude avisar a gritos a Hugo de que no continuase por ahí. Otro asunto memorable fue la escasez de agua. Ninguno tomo las precauciones debidas y a la postre sólo tocábamos a un trago ridículo. Sencillamente estábamos pasando sed. Puse en on el control automático de avance con tracción lenta a las cuatro ruedas. Deje de pensar y de tener expectativas. Sencillamente me enfrentaba a cada paso como si fuera el único paso. Y así fuimos avanzando hacia la salida.
El Delator soplaba hacia el exterior. Significaba mucho frío en Soba. Y también significaba que ibas respirando el polvo que levantabas al arrastrate. Finalmente recorrimos las grandes galerías de la red de entrada. La última cuesta fue lo que más me costó. No sentí frío al cambiarme junto a los coches. Sin embargo, seguramente, la temperatura no pasaba de los 5ºC. En este momento la sed era la única preocupación que nos quedaba -el hambre era lo de menos-. Soñábamos con una cerveza. En el bar de La Gándara pedimos cervezas Raqueras, tónicas y Aquarius. La incursión tocaba a su fin y todos sentíamos una satisfacción especial por el trabajo realizado y por el privilegio de visitar un lugar tan hermoso. Quedamos en volver cuanto antes a terminar la tarea. Pero, más placentero sin duda, también para una sesión fotográfica en condiciones.




14/2/14

Mal de Ojo



La Proue

Corrió un rumor:
todo andaba mal
mal de ojo
pero (…)
el corazón seguía su curso.

8/2/14

Trabajillos



            Parecía imposible encontrar compañeros para hacer espeleo-trabajo el fds. Pero a la postre Manu se animó a venir y, por sorpresa y el mismo viernes, también Miguel. Además Miguel dejo abierta la posibilidad de que algunos miembros del Burnia viniesen también. Los preparativos para ir a Sonámbulos fueron bastante pesados. Anduve liado toda la tarde del viernes.
            A las siete y media de la mañana del sábado recibí una llamada de Manu. Me avisó de que no andaba con energía suficiente para ir a Sonámbulos con un horario de más de doce horas. Consideré las posibilidades y me adapté a las circunstancias: haríamos una actividad suave y muy cercana a la entrada de la cueva. Sin embargo Miguel decidió que era mejor opción salir con los del Burnia a explorar un sima. En definitiva, para el trabajo que íbamos a hacer bastaban dos personas.
            El sábado amaneció mucho mejor que los días anteriores. Desde comienzos de año nos habíamos tragado una borrasca tras otra; y algunas calificadas de ciclones… Sin embargo el cielo se presentaba con grandes zonas azules, el viento en calma y la temperatura primaveral. La cascada del río Asón estaba esplendorosa. El paisaje se había puesto amable después de mucho tiempo gris, frío, borrascoso y tremendamente lluvioso.




            
No era gran cosa, pero sólo éramos dos para acarrear todo el material. Sobre todo el cable de acero inoxidable para montar el pasamanos. Como mínimo pesaría diez kilos el solito. Luego estaban las taladradoras. Una de prueba y otra para relevo. Había que controlar el número de perforaciones que podía realizar una Worx con su batería original (y realmente no fueron muchas) Después de marearnos bien acarreamos como mulas todo el peso hasta la entrada. Por suerte el cable no iba a ir más allá del pasamanos. Lo que hicimos fue ir enhebrando por las argollas un cabo del cable hasta el último anclaje y empezar a colocar las abrazaderas (perrillos? pernillos?) de adelante hacia atrás. Lo más complicado fue colocar las tuercas de las abrazaderas sin que se te cayera algo por el Pozo del Oso. A falta de otra cosa utilicé la boca como container de tuercas. A pesar del cuidado perdí una tuerca. Pero por suerte sobraban abrazaderas y tuercas. Entre unas cosas y otras se nos fueron un par de horas colocando el cable. La ruta no estaba muy transitada ese sábado: solo pasaron dos espeleólogos de Logroño en dirección a la Sala del Ángel.
Del pasamanos al acceso al Mago hay poca distancia. En el último pozo ascendente había que equipar de otra manera las cuerdas de acceso. La vieja instalación producía roces tremendos si no se manejaba con mucha maña. En la última ocasión en la que estuve allí la camisa de la cuerda se partió y Julio hizo un nudo para que pudiera reequiparse. El pozo gotea o chorrea, depende del día. En esta ocasión no caía demasiada agua de las goteras pero tampoco era calificable como agradable. Tarde más de media hora en pensar y realizar la instalación. Un tramo en rampa, un corto pasamanos a la derecha y un fraccionamiento a media altura.
Luego terminamos de subir a la Sala del Mago. Nos sentamos en medio del trascendental paisaje de formaciones acebradas y negras. Comimos un poco y bebimos otro poco. Y luego nos dedicamos a terminar la balización con toda la delicadeza y el cariño que pudimos. Fue el trabajo más agradecido y tranquilo de la jornada. Manu cantaba de vez en cuando. En realidad había cantado todo el día.
Salimos muy temprano, creo que a las cinco. Nos lo tomamos con mucha calma y después de un paseo, permitidme que lo describa de esa forma, por las carreteras cántabras volvimos a Solares. A las seis y media estaba cada uno en su casa.






1/2/14

Planificación



              A lo largo del viernes conseguí preparar dos equipos completos para balizar. De las taladradoras no me fiaba, pero no había donde elegir. Tuve que apañar un enchufe para la UNEO aunque en realidad el problema estaba en el contacto, dentro de la maquina. Entre unas cosas y otras el viernes se evaporo sin más.
A las siete y media del sábado me reuní con Nacho en Solares. Mientras desayunábamos en Ramales llego Miguel. Pasadas las ocho y media aparqué junto a la casa rural de la Gándara. Allí Hugo y su novia, Pepe, Zaca, Chicha, Miqui, Tripi y Gonzalo estaban acabando de desayunar y ultimando cosas. Nacho se percató de que el equipo personal  que había sacado del club estaba incompleto. Si no hubiera sido por el préstamo que le hizo Hugo se habría quedado sin poder entrar en la cueva.
El tiempo era muy malo, llovía, hacía bastante frío y soplaba viento. En un momento de calma, con Nacho y Zaca, inicié el acercamiento a la boca. Había formado dos equipos: Nacho, Zaca, Pepe y Tripi vendrían conmigo a balizar la Proue y una zona, algo más lejana, de desecaciones poligonales. Miguel encabezaría otro equipo formado por Gonzalo, Chicha y Miqui encargándose de balizar Anémonas. Me adelante con Nacho para ir equipando el Pozo de las Hadas.
El equipo de la Proue avanzó a buen ritmo, salvo una pausa para reorganizar el croll de Nacho, hasta alcanzar la zona de balización. Mientras Zaca me ayudaba a comenzar la balización Pepe, Nacho y Tripi, aburridos por la espera, se fueron a reconocer la galería. Desgraciadamente la taladradora UNEO falló y tuvimos que dejar el trabajo a su comienzo. La pérdida de tiempo y de recursos humanos que suponía esto me puso de muy mal humor, un mal humor que descargué, en parte, con mis compañeros. Pero el problema no lo habían generado ellos. Ni nadie en particular.
Después de reflexionar unos instantes tomé la opción de seguir adelante hacia la segunda zona que tenía proyectado balizar. Tuve que convencer a mis compañeros de que intentar desmontar y arreglar el taladro no merecía la pena. A pesar de todo el avance me sirvió de algo. Pude reconocer el terreno a balizar en la Proue. Eso me dio una visión global. El trabajo va a ser bastante fácil.
El recorrido nos llevo hasta un pequeño pozo ascendente en el que recordaba haber dejado una cuerda instalada. La cuerda no estaba porque la habían retirado o porque yo mismo no la había dejado puesta. No conseguí acordarme. Después de echar un breve vistazo decidí que era posible escalar el pozo sin arriesgar demasiado. Use un par de puentes de roca naturales para asegurar el avance. Los pasos finales me parecieron un poco más delicados. Había algunas fracturas evidentes y los pies debían colocarse en presas pequeñas. Acabé la escalada sin más contratiempos, use un anclaje de spit, que ya estaba colocado, para fijar la cuerda y la reaseguré a un saliente. En un par de minutos estábamos todos arriba.
Las grandes galerías que se abrían a derecha e izquierda estaban bastante por encima de la Proue y quizás por encima de Anestesistas. Para mi son las galerías del quinto nivel. A unos metros de distancia de la cabecera del pequeño pozo el suelo está formado por tierra y barro seco, ambos fósiles. Bonitos cambios de color y desecaciones poligonales lo decoran con delicadeza.  Probé a clavar las varillas de balizado con éxito. Únicamente hubo que cuidar la posición para que las varillas penetrasen lo suficiente. En menos de una hora habíamos acabado el trabajo. Me quedé más en calma, con la sensación de que no habíamos perdido el tiempo, ni los esfuerzos, en llegar hasta allí ese día.
El tránsito por las grandes galerías se me estaba haciendo muy largo. No recordaba tanta distancia. Unos cinco años habían pasado, suaves, desde mi última visita. Llegamos a una especie de encrucijada que me hizo dudar más todavía. Finalmente saqué la brújula de Zaca y la miré. La dirección que tomaba la galería era totalmente acorde con mis expectativas de llegar a la zona de Anémonas.  Quince minutos después estábamos en el cruce. Allí nos dispusimos a comer. Me comí con poca gana las empanadillas frías. Lo mejor de todo fue el caldo que traía Pepe. Detrás de mí se abría la gatera de acceso a la bonita galería que íbamos a visitar. Me extrañó que no hubiéramos encontrado todavía al grupo de Miguel.
En contra de nuestras expectativas Miguel, con su grupo, estaba balizando. Aunque estuvimos comiendo a unos cincuenta metros de ellos no nos habíamos oído unos a otros. La galería es de reducidas dimensiones y sinuosa. Eso explicaría la pérdida de ruidos (a pesar de lo numeroso del grupo) En el momento del encuentro el grupo de Miguel se afanaba en la tarea. Ellos también habían tenido problemas con el taladro pero consiguieron que siguiese funcionando. Como éramos muchos para estar todos juntos en una galería tan reducida me separé un poco y me concentré en hacer fotos. Usé el cutre trípode que suelo llevar y una linterna Ledlenser para intentar captar la belleza del lugar.
La vuelta la hicimos por un camino algo más corto, pero con un pozo adicional.  Zaca me acompaño a recoger algún material que habíamos dejado en la Proue. Más tarde, en la Sala del Ángel, paramos realizar una foto. Hubiera requerido más tiempo de exposición pero algo se ve. Finalmente después de catorce horas de actividad llegamos a la boca. El ambiente era muy frío, las escorrentías sobre las rocas formaban hielo transparente, el suelo estaba tapizado de granizo y las estrellas titilaban de frío en el firmamento. La cabaña nos esperaba cálida y acogedora. Un buen fuego en la chimenea,  deliciosa comida y frescas cervezas. Después de  compartir un rato con todos los presentes Miguel, Nacho y yo partimos valle abajo. A las tres de la mañana estaba cada uno en su casa.