29/11/14

Collages


Cuando una persona posee unos recursos limitados tiene que inventarse el camino. Transportar grandes cantidades de material fotográfico, reclutar a varios ayudantes y dirigirles durante la realización -digamos disparar flashes-. Todo ello puesto en acción tanto en localizaciones relativamente accesibles como en otras muy remotas. Estos condicionantes dan como resultado que sea complicado hacer fotos de calidad en las cuevas.
Con la idea de reducir los recursos necesarios comenzamos a experimentar con el montaje de varias tomas a cámara fija en las que solo está iluminada correctamente una parte del total. Se trata de una idea similar a la del HDR pero llevada al extremo absoluto. En una típica toma sólo veremos iluminada correctamente, más o menos, una pequeña zona de la superficie total de la toma, mientras que el resto puede estar a oscuras por completo. Surgen dificultades serias en los solapamientos ya que pueden generarse graves incongruencias en las luces o en la temperatura de los colores. Además debemos garantizar la inmovilidad absoluta de la cámara a lo largo de todas las tomas. Sin embargo los recursos tanto humanos como materiales disminuyen drásticamente. Bastan uno o dos flashes y un ayudante para conseguir buenos resultados. Luego viene el trabajo de fusión de tomas con el ordenador: esto es harina de otro costal. 
El sábado me acerque a la Cueva del Torno para realizar algunas tomas experimentales sin ayudantes y con un solo flash. Estuve muy entretenido unas tres horas para hacer cuatro fotos. La conclusión que saqué es que puede trabajarse con un solo flash. Pero si hay que iluminar zonas complejas es necesario un ayudante o disparadores remotos para los flashes. Además es casi imprescindible usar un disparador remoto para la cámara so pena de estropearlo todo.
La acumulación de caracoles en la rampa de entrada era alarmante -llovía fuera- y la rampa era un barrizal. Tanto a la entrada como a la salida tuve buen cuidado en intentar no aplastar ningún caracol. Casi lo conseguí.





22/11/14

Prioridades.1






Cuando se descubren todas las cuevas son vírgenes. Esta también era virgen. Pero, además, era –es- bonita y sencilla de recorrer. La senda de aproximación es un viejo sendero de cabras abierto por las cabras, mantenido por ellas y utilizado esporádicamente para marchas de montaña. Hacía tiempo que Juan me había hablado de esa cueva. Una sola vez la había visitado con un pequeño grupo, pero no lograron avanzar mucho. A lo sumo anduvieron un kilómetro, de la decena que afirman haber explorado, antes de encontrarse con un pozo que no cuadraba. La información que Juan había recibido acerca de cómo bajar a un nivel inferior mencionaba una rampa sin pozos y no un pozo.
A primeros de octubre hablamos de ir a la cueva. Pudimos ponernos de acuerdo en una fecha pero nos costó. Semanas después hubo que posponer la fecha a noviembre. Es la cruz que arrastramos en el mundo de la comunicación fácil e instantánea: el torbellino de cuadrar planes que implican a varios individuos. La cosa se pone fina porque los fines de semana se están convirtiendo en una desbandada de esclavos ansiosos. Como una ballesta que se tensa hasta el paroxismo la semana laboral va aumentando la presión hasta que el fin de semana de abre la válvula. La vida social, familiar, las amistades, el cuidado de la casa, las compras y las aventuras en la Naturaleza deben conseguir encajar entre el sábado y el domingo. Eso suponiendo que el individuo en cuestión tenga un fin de semana normal. Porque hay mucha gente que no lo tiene o que lo tiene sólo a veces.
El sábado 22 de noviembre quedamos en Solares a las nueve y media. Aunque podríamos haber ido tan solo en dos vehículos, Juan, Julio, J. Ángel, Cristina, Iván, Juan (el joven) y yo nos repartimos en tres coches para poder flexibilizar la vuelta. Una gran parte del grupo deseaban quedarse a picar algo en Arredondo al anochecer. Antes de prepararnos para la subida paramos a tomar unos cafés.
El tiempo era perfecto para caminar. Hacía algo de fresco, pero no frío. El aire estaba en calma y nítido. Aunque Juan me había contado que se tardaba una hora en la dura subida la impresión que me produjo fue que se tardaba menos. Y a pesar de que se notaba mucha pendiente en algunos tramos, las cabras siempre son cabras, el sendero no es malo y está bien trazado. Además a esas horas de la mañana la ladera por la que discurre el camino se encuentra en sombras. Personalmente disfrute de la aproximación. En el último centenar de metros nos encontramos varios agujeros marcados por los grupos exploradores.
La cómoda gatera de entrada desemboca en una galería de techo bajo que va haciéndose progresivamente más cómoda. Los suelos están en su mayoría impolutos. Se progresa con facilidad avistando algunas zonas de belleza peculiar. Así fácilmente se llega a una sala de hundimiento en que la continuación principal está en el fondo de la bloquera. Allí hay un pozo. Sin embargo las noticias de Juan eran que podía bajarse al nivel inferior por unas rampas. Esto significaba volver atrás y buscar. Así lo hicimos. Mientras buscábamos pudimos visitar algunas desviaciones pobladas de ristras de zanahorias, naranja intenso a rojo obscuro, colgadas del techo. Todas las pequeñas galerías acababan obstruyéndose por tierra o concreciones.
De vuelta la sala colapsada formamos dos grupos: el formado por Iván, Cristina y Juan (el joven) bajaron el pozo y visitaron someramente el piso inferior. El formado por J. Ángel, Julio, Juan y yo mismo nos quedamos a hacer fotos. Mientras hacíamos las fotos -bajo el imperio de la tranquilidad- una idea fue cuajando en el ambiente: ésta cueva esta en un estado virginal y nos gustaría, ahora que todavía estamos a tiempo, balizar las galerías para preservar el paisaje subterráneo tal y como está. Sera un ejemplo maravilloso de lo que puede conseguirse con un poco de esfuerzo. ¡La prioridad es conservar y no explorar!  
Hicimos unas veinte tomas para cuatro o cinco fotos experimentales (collages) Pasaba el tiempo. Comimos… Tres horas después, con un desatado deseo de tomar el sol, escuchamos al grupo de Iván saliendo del pozo. Unos minutos después estábamos fuera. Un atardecer suave se había apoderado del valle. Cada paso de la bajada me resulto un placer. Los colores se adivinaban, cabalgaban sobre las formas, como un dictado sobre un público ávido de palabras. No merecíamos más, quizás menos. Me senté sobre el suelo fresco para cambiarme. Luego bajamos a tomar unas bebidas en Arredondo. Cambiamos varias veces de opinión. En todos los bares la gente veía un partido de fútbol y vociferaba. No necesitábamos tales cosas. La noche había caído ya. J Ángel y yo volvimos a Solares.