Foto: Miguel
Los días anteriores había hecho demasiado deporte, me sentía cansado -quizás perezoso- y presentía una actividad espeleológica complicada. Pero también una actividad con buenas expectativas: lugar mágico, excursión magnífica y cueva interesante. Por eso me pareció extraño que solo se animase a venir Miguel y, de forma heterodoxa, Marisa. Realmente estaba previsto que vinieran más espeleólogos y más excursionistas pero, finalmente, solo fuimos nosotros tres.
Nos reunimos en Arredondo y seguimos juntos hasta Asón. El tiempo estaba muy primaveral, casi veraniego, pero en Rolacías comenzaron a meterse nubes del oeste que fueron cuajando en una fina niebla que nos mojó. Un paisano nos había avisado que se meterían nubes y algo de lluvia. Maravilloso el conocimiento meteorológico local de los paisanos. Ya en la subida empezaron los tropiezos: a Marisa se le extravió el casco y tuvo que volver a buscarlo. Más tarde perdimos la senda de subida en la Cuesta del Avellano y anduvimos campo a través escalando por los prados verticales.
Hicimos una corta parada junto al Manantial de la Cuesta del Avellano y, algo después, una más larga en el Llano del Brezal. El viento, demasiado frío para nuestro gusto, arrastraba nubes y niebla y la sensación térmica, que el sudor agudizaba más, nos obligo a parapetarnos tras unos grandes bloques al borde del bosque. Nos vestimos de espeleólogos, aunque todavía teníamos que encontrar la primera cueva. El proyecto consistía en preparar una Triple Travesía reconociendo e instalando las dos primeras etapas: Las Cubias–Cueva Fría (420m, -45) y Torca de la Llana del Brezal-Manantial de la Cuesta de la Avellano (950m, -141). La tercera, Cuevas Sopladoras-Cueva del Agua (2600m, -225, -192 a la salida), era ampliamente conocida por nosotros. A Miguel y a mi nos pareció que se trataría de sencillas travesías sin ninguna dificultad.
Durante una excursión colectiva al Helguerón Miguel había localizado, hace unos meses, Cueva Fría, mientras yo ubicaba la Torca del Llano del Brezal. Miguel verifico los cien primeros metros de la Cueva Fría pero no nos cuadraba del todo la galería de entrada a la Torca del Llano del Brezal. Tras los preparativos encontramos, casi adyacente a la ya conocida por nosotros, la verdadera entrada a la Torca del Llano del Brezal marcada y con fijaciones. En principio pensábamos realizar la otra travesía, lo que nos llevaría una hora, y volver hasta el Llano del Brezal para reconocer la primera mitad de la segunda travesía. Todos los pozos y resaltes los íbamos a dejar instalados de forma permanente ya que los gastos de cuerda serían asumibles. Miguel trajo una cuerda dinámica vieja y otra estática joven. Yo traía chapas de espeleo, chapas recuperables de escalada artificial, tornillos y spits.
Aguas arriba del barranco de la Sota visitamos varias entradas de cueva candidatas a ser Las Cubías. Pero tras varias costosas arrastradas del sufrido Miguel quedo claro que aquellas no eran las cuevas que buscábamos. Más arriba, cerca del límite entre los brezales y el bosque, una amplia entrada, marcada con tinta roja y sembrada de ortigas gigantes resulto ser la que buscábamos. Nos había costado mucho más tiempo y esfuerzo del previsto.
Los primeros metros mostraron una galería descendente con forma de meandro muy alto -a veces más de veinte metros- y no muy ancho. Enseguida llegamos a la primera dificultad, un hermoso pozo con su base ocupada por un laguito. Como la roca era una arenisca descompuesta resultaba imposible fijar los pequeños spits y para instalar el pozo, de unos diecisiete metros, usamos un bloque y un saliente como cabecera y un gran puente de roca dando salida directa a la vertical.
Entre unas cosas y otras, tomando decisiones, tardamos mucho en resolver el pozo. Algo más allá pasamos bajo una zona de chorros, provenientes de una chimenea, y poco después se nos acabaron las posibilidades de continuación en una sala llena de sedimentos gravosos. Volviendo sobre nuestros pasos tomamos una vira que permitía, con precaución, recorrer la galería a bastante altura. Por desgracia un desfondamiento nos corto el paso. Era posible seguir pero considere, quizás Miguel hubiera pasado sin ello, que era necesaria la seguridad de un pasamanos. Mientras Miguel colocaba el primer spit Marisa y yo visitamos una galería que desembocaba en la principal. Por la topo era claro que el exterior quedaba a pocos metros.
Fotos: Miguel
El segundo spit lo puse colgado de un piquillo natural. A partir de ahí descendí un poco, oscile a la derecha y pude terminar el tránsito del desfonde sin mayores dificultades. Pero a continuación, una vez más, otro desfonde nos cortaba el paso. Por suerte pudimos resolver este nuevo desfonde sin grandes problemas. Las amplias repisas laterales lo hacían bastante más sencillo que el anterior y con un solo tramo de cuerda nos posamos en el comienzo de una galería meandrosa de suelo plano. Allí metimos el último spit del pasamanos. Una inscripción de los años 60 indicaba que los exploradores del SCD habían visitado este lugar. Debieron pasar el desfonde volando.
Foto: Miguel
El tiempo transcurría. En un fuerte cambio del rumbo del meandro, una desviación a la derecha nos llevo a una hermosa galería que acababa en un lago, base de una gran chimenea. Poco después pasamos por la desembocadura de una pequeña galería lateral que exhalaba un potente chorro de aire helado. Mientras yo metía un spit para instalar un resalte, Miguel volvió a mirar la galería ventosa. Marisa se envolvió en una manta térmica pues la corriente de aire helado no daba tregua.
Después de avanzar menos de cien metros llegamos a un muro vertical rezumante de barro “imposible” de escalar en libre. Por abajo unas gateras conducían a una ratonera final. El tiempo pasaba y las dificultades seguían allí. Solo se me ocurrían dos alternativas: escalar el muro, cosa que me parecía una ruleta rusa o directamente un suicidio si se hacía en libre, o salir por donde habíamos entrado. Pero Miguel no estaba dispuesto a rendirse. Volviendo unas decenas de metros encontró un camino escalable hacia la parte alta de la galería en donde su relativa estrechez nos facilito el tránsito, un poco arriesgado, avanzando en oposición entre las dos paredes. En aquel momento consideramos que para nosotros era asumible el grado de exposición -el desfonde es impresionante- pero, pensando en frío, sería conveniente equipar con pasamanos algún tramo de esta ruta.
De cualquier forma logramos alcanzar el otro lado, más allá del muro barroso, y pudimos continuar, bordeando unos intrigantes pozos, a través de una cómoda sala, hasta ver, no muy lejos, la luz de la salida. Un pequeño resalte, algo atlético de escalar y justo antes de salir, fue la última dificultad. Eran las siete de la tarde y la niebla continuaba allí.
Razonablemente debíamos bajarnos ya mismo en vez de iniciar el reconocimiento de la Llana del Brezal. Descendiendo sin pausa alcanzamos los vehículos a las nueve de la noche. Tenía las plantas de los pies doloridas por los casi 800 metros de bajada con botas de pocero y lo único que nos intereso fue tomarnos unas cervezas antes de volver a casa. Quedaban para otro día el resto de los preparativos de la Triple Travesía.
1 comentario:
Muy interesante este tema de la triple travesía, me gusta la idea
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