Las predicciones eran nefastas para el viernes, sábado, domingo, lunes, etc. y la realidad fue peor que mala. En Solares recogí a José (Chechu) a las diez y en Treto a Guillermo media hora después. Las carreteras estaban vacías. La lluvia oscilaba entre el estilo llovizna de ducha y el aguacero de cascada. Llovía como si no hubiera mañana, como si nuestra última oportunidad fuese entrar al Arca de Noé. La temperatura fue bajando según nos acercábamos a la cordillera. En Solares unos 9ºC y más arriba de Ramales, en Lanestosa, rondó los 6ºC. Arriba, hacia el Puerto de los Tornos, vislumbramos la nieve.
Teníamos un par de opciones para aparcar en Lanestosa y prepararnos, pero a la hora de la verdad ninguna me gustaba porque suponía encontrarse con la cruda realidad: salir del coche y cambiar de ropa. Ciertamente ponerse el mono y las botas era poco apetecible. Tuvimos una ventana de poca o nula lluvia, bien aprovechada, pero cayeron varias lloviznas en el camino hacia la cueva. Las losas de piedra del ancho sendero estaban como si les hubiesen untado jabón, como una cucaña de fiesta de pueblo. Por el buen camino pasamos al lado de la entrada de la Cueva-Mina de los Judíos, por un Centro de Visitas Minero y por las desviaciones a varias minas más.El porche de la Cueva Severina es generoso, grande y hermoso. Allí ya no llovía porque el techo de piedra lo impedía, sólo caían goteos por doquier. En la galería de entrada dejamos los paraguas y comenzamos a hacer fotos. Rápidamente llegamos a una gatera bastante fácil, serpenteante, pero a mí se me ponía muy pesada la gaterita con la saca grande llena de trastos fotográficos: el maletín con cinco flashes, baterías de repuesto, tres controladores, una bolsa con los trípodes para los flashes, un trípode grande para la cámara, la cámara Sony (con sus baterías de repuesto) y una saca de cosas básicas. En fin, se trataba de un muerto. Por suerte mis compañeros me llevaron el agua, la otra cámara, el arnés de escalada y una cuerda de 15 metros y, además, me ayudaron con la saca en la gatera.
Hicimos muchas fotos en una zona de excéntricas muy llamativas, todas como gusanitos que saliesen de la pared. Luego avanzamos en cuclillas por una zona encharcada, en la que la saca no debía tocar suelo. Más allá, en una zona más cómoda, había grupos de excéntricas cristalinas que fotografiamos repetidamente. Una desviación meandrosa podía seguirse pero se iba estrechando bastante. Por la izquierda la galería continuaba cómoda hasta una sala con un laguito. Por encima de éste una colada requería un paso de escalada. Instalamos una cuerda para asegurar el paso desde arriba y subió Guillermo, pero no había continuación. Finalmente el mismo Guillermo me convenció de sacar todos los trastos y hacer alguna foto de la sala. Apenas había sitio para posar las cosas sin que se mancharan de barro. Entre pensar la foto, repartir los flashes, disparar repetidas veces, modificar algo los valores y recoger se nos fue una hora. Además un par de cosas se mojaron y todo tenía pegotes. Así es la vida del espeleólogo.A la salida encontramos unos murciélagos
dormiditos y unas cuantas polillas a los que fotografiamos con cuidado. El
tiempo estaba peor. Optamos por volver por la carretera, el otro camino. Yo
estaba deseando llegar y quitarme el muerto de encima. El cambio de ropa fue la
apoteosis del día: la lluvia no nos dio cuartelillo. Hicimos lo que pudimos tapándonos
unos a otros con los paraguas. Había allí un grifo que usamos para quitar un
poco de barro antes de meter los aperos en bolsas de plástico grandes. En la
carretera a Ramales había un semáforo por un desprendimiento de la carretera.
No paraba de jarrear de forma intermitente y no se veía un alma por las calles.
Puse la calefacción a tope pero enseguida la bajé de nuevo porque los
compañeros eran cántabros... En Treto llovía fuerte y no hicimos ademán de
bajar a tomar una cerveza. Todos soñábamos con llegar a casa y meternos bajo
una ducha caliente...