14/9/09

Stubborn Inlands (1) Gándara/T. de la Sima




(5/9/2009)

Ni  Manu, ni Mavil, ni Julio, ni Antonio tenían idea de lo lento que iba a ser el descenso de la Torca de la Sima. En realidad al principio todo fue sobre ruedas. Incluso podríamos decir que nos sonreía la fortuna. De solo formar una pareja solitaria habíamos engrosado a un cuarteto dispar. Pero esto sucedió a últimas horas del viernes. Bueno, a la hora fijada, el sábado en Solares, ya empecé a estresarme y a estresar al personal. Pan y embutidos en la carnicería y Julio preguntándome si lleva nectarinas  para postre. Al final sería pasta de nectarinas con migas de pan…



Dos coches, uno en donde siempre, para la Cueva del Gándara, y otro por la carretera de La Sía y la pista al Hondojón para acercarse a la Torca de la Sima en 15 minutos. Arándanos, robles y helechos alrededor del hermosón agujero. Una bajada decorada con paredes lisas: estratos de caliza como espejos pulidos. 
A medio camino del primer pozo (150 metros) un fraccionamiento corto me obliga a cambiar el nudo y a utilizar el puño. Más abajo sustituyo un desviador a un canto empotrado por un fraccionamiento. Un piedra avisada me pasa rozando a 40 metros por segundo. Un instante antes construyo un túnel en el vacío universal por el que se solidifica mi voluntad de que la piedra no me toque. Con el estrés me cago en los muertos de todos los presentes a moco tendido y groseramente.
Me calmo al tocar fondo en el primer pozo. Para relajarme preparo un par de fotos mientras espero a mis compañeros. Y luego el segundo pozo requiere de nuevo atención a las piedras sueltas de las repisas. Bajo al máximo de velocidad para conseguir minimizar el riesgo de pedrada. La cuerda continua por un último resalte resbaloso que desemboca en una salita húmeda.
Continuamos por una galería estrecha y una gatera que da a una sala. Más allá siguen una sucesión de salas chiquitas y gateras que nos llevan a una ratonera. Mavil nos guía de nuevo hacia atrás y acierta con la trepada que resuelve el tema. Difícil, y requiere una cuerda de seguro. Siguen más trepadas, un corto tramo horizontal y un destrepe… y estamos –más o menos estresados- en el Pozo de las Hadas. Hemos tardado bastante más de lo previsto. Julio quiere salirse por el camino usual pero no le dejamos. Entramos en la Sala del Ángel y allí decidimos que en vez de avanzar hacia zonas remotas, mejor nos quedamos hurgando por algunas galerías más cercanas a la entrada de la cueva.

Es la tercera vez que vuelvo a esta bella galería. Me he propuesto reconocerla a fondo sin perderme ninguna continuación. Machaco a mis compañeros en hacer honor a los exploradores franceses que han marcado una estrecha huella para pasar y no como hacen los españolos de m... (dicho francés) que lo pisotean todo por doquier. Primero nos vamos hacia el ramal este. Colocamos una cuerda en el resalte que nos paro la otra vez que estuve aquí. Lo bajamos y hacemos una parada en su base. Allí mismo calmamos el hambre con unos bocatas. Continuamos hacia el este hasta llegar a una obstrucción por bloques. De ésta se escapa por unos infinitos laminadores hacia el sur. Los reconozco de la ocasión en que Miguel y yo los alcanzamos por el otro lado...
Hacia el oeste volvemos a recorrer una zona desfondada recamada primorosamente de cristales, pequeños gours, nidos de pisolitas, coladas y formaciones clásicas. Lamentablemente Julio se queda descansando y se pierde esta bonita zona. Después de dos arriesgadas escaladas realizadas por Mavil y de hurgar duramente por todos lados nos dejamos convencer con la idea de que lo hemos visto todo. Pero la topo del BCE16 muestra claramente una larga galería paralela a la de Cruzille y al sur de esta que parece emerger de la misma zona. Sabemos que se nos está escapando algo importante... en esta terca Red del Gándara

Desde el balcón sobre el Río Gándara contemplamos fascinados las aguas que exuda el sistema cárstico y la enormidad del valle que ha tallado. Me produce la impresión de ser la surgencia principal de esta zona de Cantabria a pesar que el nombre del río que llega  a la costa sea Asón. Algo me dice que la Red del Gándara aún guarda muchos de sus secretos a sus exploradores franceses. Nos vamos al restaurante de al lado del súper y nos ponemos moraos de comida y vino. Algo bestial.


(12/9/2009)

Obsesionados por los remates, Mavil y yo volvemos el sábado, 12 de septiembre, por la mañana a la Cueva del Gándara. Esta vez serán dos días. No podemos quitarnos de la cabeza la galería del sábado pasado ni, tampoco, la de la Myotte. Pero las cosas no se nos ponen fáciles precisamente.
Nuestro primer cartucho no es desde luego mirar en algo nuevo. Llovemos sobre mojado. No conseguimos lo que buscamos pero como consuelo descubrimos una galería no hollada por nadie en la Red del Gándara. Cierto que no es nada sorprendente encontrar galerías vírgenes en una cueva llena de rincones y con más de cien kilómetros explorados. A nosotros nos hizo mucha ilusión. La galería, semejante a una pequeña fracción de la Red de los Parisinos de Cueva Fresca, nos llevo hasta un final en forma de diaclasa, estrechándose progresivamente en un desfonde (para los que no conozcan la Fresca, la Red de los Parisinos es un laberinto tridimensional con formas redondeadas y dimensiones modestas)

El segundo cartucho en la búsqueda desesperada de continuación de la galería bonita nos condujo a una gran sala, con cristalizaciones por doquier, llenando las paredes, las superficies de las piedras, las rendijas, la arena blanca de los suelos... Le dimos la vuelta a la sala mirando por todos los rincones que se nos ocurrió. Y visitamos tres hundimientos entre bloques. Aparentemente muy prometedor todo, pero nada de nada después. Solo una galería secundaria llena de arena blanca y una capillita con goteos y formaciones nos gratifico ligeramente. Además Mavil se marco una escalada a una galería colgada. De cualquier forma nos lo pasamos bastante bien. Aún no estábamos desesperados.
Los primeros doscientos metros de la Galería de Cruzille fueron la base para quemar nuestro último cartucho. Comenzamos mirando los rincones en las partes bajas. Eso no dio ningún resultado. Luego observamos una galería colgada a la izquierda. Su recorrido, antes de volver a Cruzille, fue de apenas cincuenta metros. Unos cien metros más allá  -y a la izquierda- volvimos a subir a una galería colgada. Nos empezamos a emocionar cuando percibimos un soplo evidente hacia el este. Después de un sector de buenas dimensiones la cosa empezó a ponerse estrecha, pero, simultáneamente, el soplo se iba poniendo violento. Esto me entusiasmaba, pero llegué a una zona sin huellas –efectivamente virgen- y tan estrecha que me hizo pensármelo dos veces antes de seguir. La perspectiva de encontrar algo nuevo y grandote me dio alas para seguir arrastrándome como un gusano entre cantos afilados. ¿Cómo levitar en una gatera? Respuesta: ir a la galería chunguita que estábamos explorando. Mavil necesito de algún estímulo por mi parte para seguir adelante. Finalmente bastante gatera más allá llegamos a un pequeño ensanche –llámese salita-  en el que no había posibilidad ninguna de continuar adelante. El aire se escapaba entre bloques medianos al fondo del conducto. Se escuchaba un ruido difuso. Agucé el oído en el fondo final y percibí, con gran sorpresa, el fragor amortiguado de la cascada de la Sala del Ángel.

Habíamos quemado la ración de cartuchos del día asignada a buscar la galería paralela a Cruzille. Me sentía –quizás nos sentíamos- frustrado y cansado. Muchas horas de varias jornadas diferentes dedicadas a esta tarea, sin éxito hasta el momento, solo podían ser mitigadas por las pequeñas galerías vírgenes que habíamos recorrido hoy. Recogimos nuestros petates y nos deslizamos meditabundos hacia el vivac I. Llegamos antes de las ocho y hasta las nueve me dediqué a comer sistemáticamente infusiones, sopas, callos, puré de patatas, pan y postres. A pesar de mis ofertas Mavil se comió de forma espartana unos bocadillos y alguna barrita energética. A las nueve estábamos en el saco y proyectábamos levantarnos a las seis.


(13/9/2009)

Dormí intermitentemente aunque no tuve frío. Para no caer en el mismo error que otras veces me había agenciado unos patucos de lana y una funda de goro-tex para el saco. Mis antiguos patucos de pluma quedaron olvidados o birlados en el vivac de Titanes de Garma Ciega. A las cinco y media de la mañana Mavil me pregunto la hora. A las seis y media estábamos levantándonos y a las siete y media salíamos del vivac rumbo a la Sala del Gran Pozo.
El informe de abril del 2009 del SCD -puesto en su página web- muestra una foto de un pasamanos en la Galería de la Myotte y ubica esta galería cerca del vivac V. Por un informe muy anterior sabíamos que la Myotte es una galería larga e interesante. El informe de abril también muestra el vivac V, muy cercano a la Sala del Gran Pozo, y la galería del Coccyx. En una de las jornadas de la anterior permanencia habíamos conseguido dar con la Sala del Gran Pozo y le habíamos dedicado unas horas a la búsqueda de la Galería de la Myotte. Así pues el domingo nuestro objetivo era encontrar esa huidiza galería.
Unas dos horas después estábamos en la zona, vía las, así llamadas por nosotros, galerías del Quinto Nivel. Después de dar varias vueltas por los laminadores arenosos cercanos a la sala encontramos varias galerías laterales que nos llevaron bien a puntos ya conocidos por nosotros, o a galerías colgadas sobre la principal o a ratoneras impracticables. Unas cuantas vueltas más por la zona nos permitieron localizar el agradable vivac V montado sobre una zona plana y arenosa.
A estas alturas había comenzado a dolernos la cabeza; llevábamos varias horas buscando. Mavil lo achaco al madrugón que yo le había dado (¿¡!?) y yo, sencillamente, a la frustración. O más bien a la falta de ideas atractivas para poder proseguir la búsqueda. Nos quedaba mirar más a fondo lo que ya habíamos mirado la vez anterior o que la flauta tocase sola... e increíblemente la flauta toco solita.

Nada más entrar en la Myotte se nota un cambio de onda. Mavil dijo que le resultaba tenebrosa e impresionante. A poco tiempo del comienzo de la galería, sobre un desfonde muy oscuro y estrecho, se encuentra el pasamanos de la Myotte. Aparte de ser espectacular como pasaje, las paredes exhiben un manto continuo de corales. Y esto es así durante unos cincuenta metros a lo largo de la galería. Literalmente: no hay donde pisar si no pisas los corales. Un centenar de metros más allá se acaban las dificultades de cuerda y la galería toma un cariz mas suave aunque sigue guardando grandes diferencias con las otras grandes galerías de la zona. Es más encañonada que cualquier otra.
Después de un neto cambio de rumbo -de SW a W- y de pasar varios grupos de formaciones, llegamos a una acumulación espectacular de estalagmitas blancas gigantes. Allí decidimos dejar el avance y comenzar la vuelta. Para despedirnos hicimos unas cuantas fotos.

A las cinco partíamos del vivac I hacia la salida después de haber ordenado y limpiado el depósito de víveres y el campamento. Mavil quería quedarse en el vivac I a dormir para salir al día siguiente. Le dolía la cabeza y estaba cansado. Se tomo dos pastillas de paracetamol y eso le animó. No tuvo ningún problema más, salvo el lógico cansancio después de dos intensos días de trabajo en la cueva. A las siete y media emergíamos de buen humor. Nos esperaba una tarde de nubes y claros que me recordó más a la primavera que al otoño incipiente. Un rato después nos preparábamos para cenar en el restaurante de al lado del súper. Esta vez lo celebramos de verdad con chuleta de vaca, ensalada, patatas fritas, entremeses calientes y postres.
Deje a Mavil preparando sus próximas incursiones y excursiones en el valle de Soba. Los paisanos de la zona ya le conocen bien aunque, por lo reservados que son, no sabemos lo que piensan de este extranjero que pasa tanto tiempo al año en sus tierras...
En mi camino de vuelta a casa tuve que sortear las castañas caídas en la carretera, quizás algo tempranas, poco antes de llegar al cruce de Arredondo...

24/8/09

Quinto Nivel (20-21-22-23/8/2009) Gándara

El martes Julio estaba decidido a entrar cuatro días en la red del Gándara. Pero el miércoles por la tarde me dijo que se le habían liado las cosas. Miguel hizo un esfuerzo por encontrar sustitución en su trabajo de medico en Balmaseda. Pero no estaba el horno para bollos. Manu tomaba vacaciones la última semana de agosto y no le era posible escaquearse. Así pues las cosas la expedición quedo definida como Mavil, Joaquín y yo.

El miércoles -y el jueves por la mañana- se perfilaba como tiempo para los preparativos y las compras de los últimos detalles. Joaquín tenía un problema. Su saca era de 40 litros: imposible meter todo el equipaje en ese volumen. Intentamos, sin éxito, contactar con la tienda de Alfredo en Ramales. Llamamos a varias tiendas, fuimos a Forum y a Decathlon. Finalmente Joaquín consiguió una saca grande en K2 de Torrelavega, la tienda del Garri. Me pasé por el Corte Inglés para conseguir una lata de carne Corned Beef y lo que cayese. Mientras tanto nos dedicábamos a comer, cenar y desayunar espaguetis con callos y menús similares. Hacíamos acopio de alimento como camellos que van a cruzar el desierto; lástima que no tuviésemos una giba plegable.

El jueves, tras la sobremesa, abandonamos Setién. A las cinco entrábamos en la Cueva del Gándara. Por el camino descubrí que alguien había cagado justo bajo las excéntricas de la Sala del Ángel. Me quede estupefacto mirando la mierda. Si hubiese podido se la habría hecho comer al mongolo que la cagó.
Más o menos a las ocho llegábamos al vivac. Para los armarios que transportábamos podía considerarse un excelente horario. Una desagradable sorpresa nos esperaba allí: a estas alturas del verano el arroyo cercano al vivac estaba seco como polvo de tiza. Tuvimos que hacer una expedición con todas las botellas que pillamos hasta el río más cercano. Éste, que fluye hacia el este, se encuentra, ida y vuelta, a más de media hora del campamento por un enrevesado camino entre bloques.
Comencé la dieta varios-días-de-cueva: sopa, puré de patatas con carne y postre. Joaquín seguía un menú similar. Mavil, sin embargo, nos asombro con su menú a base de bocadillos y barritas energéticas exclusivamente. A  la postre eso le pasaría factura el tercer día de estancia.

Joaquín puso su reloj de pulsera para que sonase a las seis y media del viernes, pero nadie lo escucho y nos levantamos a las siete. Antes de las ocho salíamos del campamento rumbo a Anestesistas. Por un inverosímil camino alcanzamos esa galería. Desde un punto característico subimos a otra galería superior y a través de una minúscula gatera nos desviamos hacia una tercera galería llena de bellas excéntricas. Finalmente localizamos nuestro primer objetivo: instalar un pozo corto para cortocircuitar la liosa ruta hacia lo que consideramos el quinto nivel de la cavidad. Nos turnamos los tres para picar spits pero la instalación nos llevo varias horas. En el entreacto Joaquín y yo almorzamos.
Las grandes galerías del quinto piso me produjeron un asombro tan grande como la primera vez que estuve allí. Son del mismo calibre que las galerías de Anestesistas y discurren bastante cerca de éstas. Me es difícil entender  como se ha formado un volumen de cavernamiento tan grande en tan poco espacio. Porque los ríos que formaron esas galerías tuvieron que ser contemporáneos en el tiempo y llevar un caudal tremendo. De cualquier forma es un placer recorrerlas. Tomamos una bifurcación, marcada por los franceses con un hito muy llamativo, que nos llevo a una galería paralela la cual, poco después, volvía a la principal y, posteriormente, a una sucesión de pequeñas salitas rellenas de algodón fibroso.
Al final del recorrido de un arroyo terroso y fósil nos encontramos dos posibilidades: a la derecha una gran galería llena de bloques que ya había recorrido la otra vez que estuve en esta zona; a la izquierda un meandro desfondado. Una instalación sencilla nos llevo al suelo del meandro unos quince metros más abajo. A pocos minutos por éste meandro entramos en una sala redonda de vastas dimensiones ocupada totalmente por un espectacular pozo concéntrico. Las repisas que bordeaban el pozo -de bloques y graveras- eran delicadas de recorrer en algunos puntos. En la orilla opuesta del pozo nos metimos por el comienzo de otra gran galería hacia el sur. Una desviación, por otro nuevo meandro estrecho y alto, nos llevo hasta una galería modesta llena de hermosa arena cristalina y blanca. Por esta galería, y hacia el oeste, volvimos a un punto ya recorrido. Empezábamos a estar algo cansados –quizás confusos- y nos permitimos un rato de reflexión. Además hacia falta repostar agua para los carbureros. Pasábamos por un momento de moral baja.
Desde la Sala del Gran Pozo tomamos una galería en la que se oía ruido de agua. La galería desfondaba en un pozo amplio de más de 80 metros de profundidad. Por el lado opuesto  desembocaba un arroyo. Sin embargo para llegar al agua anduvimos medio kilómetro, o más, por una zona muy amplia, hasta una playa de guijarros. Tras la merienda proseguimos hacia el oeste por un galerión que recordaba vagamente de hacía unos meses, aunque en aquella ocasión lo alcanzamos por otra ruta. El terreno era sumamente complejo y se necesitaban continuas escaladas y destrepes por los bloques para poder avanzar. Al alcanzar unos afluentes característicos -en una zona desagradable y barrosa- comenzamos la vuelta. A las once y media aterrizábamos en el campamento. En total habían sido quince horas de actividad. Dormimos como piedras aunque tuve algo de frío en los pies.
Eran más de las ocho y media cuando nos levantábamos el sábado. Mavil seguía muy cansado del día anterior así que optó por quedarse en el saco y descansar la mayor parte del día. Solo pensaba levantarse para ir al río a por agua. Intente convencerle de que se viniese; que íbamos a hacer una actividad más suave que la del día anterior... se lo presente de varias formas -más o menos atractivas- pero no hubo manera. En breve nos preparamos y después de desayunar abundante colacao con leche condensada, cereales y pan nos pusimos en marcha rumbo a la Sala del Gran Pozo.
La sala es un encrucijada de la que parten cuatro galerías hacia los cuatro puntos cardinales. Conocíamos la del norte –el meandrito-, la del oeste y la del sur; ésta última solo de forma parcial. Nuestro objetivo era la del este. En realidad había dos galerías hacia el este pero el día anterior habíamos comprobado que una de ellas era un cul de sac
Unos veinte minutos después de iniciar el recorrido nos topamos con grandes paneles de flores de yeso en rincones acogedores. Antes habíamos tenido que ascender y bajar varias veces por zonas enrevesadas para seguir la avenida principal de la galería. Si no fuera porque iba acompañado por Joaquín me hubiera sentido tremendamente perdido en este hormiguero para dinosaurios. En realidad Joaquín es el compañero-espeleólogo ideal: fuerte, silencioso y bien despierto, con un natural agradable. Le suelen sobrar las palabras.
La galería gigante se fue transformando en un conducto más modesto que serpenteaba hacia el sur . Finalmente se convirtió en la típica galería rectilínea de la Red del Gándara con anchuras alrededor de tres metros y alturas mucho mayores. Una agradable sorpresa nos aguardaba. Tras un recorrido de medio kilómetro más alcanzamos un punto que ya conocíamos en la galería de Anestesistas. Nos sentamos a comer. Pensamos, -ya que estamos aquí, lo más fácil es visitar todos lo que nos ofrezca  Anestesistas-.
Primero fuimos hacia el este a lo largo de un kilómetro. Nos paramos en una confluencia que identifiqué como el lugar donde estuve con Julio hace meses. Un kilómetro más anduvimos hacia el este hasta llegar a unas zonas, si no colmatadas si muy estrechas, en donde dimos por finalizado este sector. Algo antes de ese punto visitamos, de vuelta ya, un meandro sinuoso con marmitas fósiles y algunas escaladas de quinto grado.
Desde la confluencia volvimos unos centenares de metros hasta una trepada que nos elevo a otro ramal de Anestesistas o lo que fuese. Este se revelo más vasto que el anterior con grandes salas de derrubios formados por margas muy friables. Una roca malísima. Después de varias salas con cráteres, ocupados por este tipo de roca, descendimos de nuevo a un nivel de calizas entramado de conductos llenos de puentes y arcos. Tres galerías formaban un tridente de opciones. Por la derecha se ascendía a una sala de derrubios similar a las anteriores, por la izquierda se llegaba a una zona repleta de algodón y delicadas formaciones. Tuvimos un cuidado extremo al atravesar esta zona. Por el centro se puenteaba la zona de la izquierda, continuando la progresión varios centenares de metros hasta un sistema de coladas blancas con órganos. Por un estrecho paso en la base de una de las coladas pudimos llegar a un lago rodeado de formaciones de aragonito blanco. Un conjunto magnífico.
Finalmente escalamos hasta la parte más alta que pudimos. Se trataba de un volumen que forma una galería con su suelo formado por derrubios medianos, pero no independiente de la galería inferior. Avanzamos hasta que un balcón nos corto el paso. Abajo se podía observar zonas que ya habíamos transitado...
La actividad del día consumió unas diez horas. A la vuelta nos sorprendió la ausencia de Mavil aunque no tardo en volver procedente del río. Cenamos un calco de las noches anteriores. Pero esta vez me tome varios colacaos antes de empezar los platos sólidos. Antes de dormirme estuve haciendo algunas fotos del campamento con largas exposiciones.

A las tres y media de la mañana del domingo me desperté para orinar. Luego me volví a dormir. Soñé que Hombres norteafricanos comerciaban con habilidad en mi entorno. Trataban de venderme algún artículo sin valor para mí. Un conjunto de inquietantes quimeras, híbridos de distintos animales, nos invadían por doquier. Se me echaban encima y aunque no mordían eran como enormes sanguijuelas, pesadas como lastres. De pronto es el tiempo de que me llamen para mirar en lo profundo. Seres humanos amistosos y claros me invitan a ello. Entonces miro  una puerta ; la puerta se abre en una millonésima de segundo y tras ella una avalancha de infinitas puertas se van abriendo en un pestañear de ojos. Me despierto en el sueño a otro sueño.
Una chica dulce y amorosa me ayuda a mantener el equilibrio tras mi anterior experiencia. Jugueteo como un niño pequeño. Me intento poner sus sandalias torpemente y terminan mojándose en un lago... Entonces despierto de verdad.
Estoy en el campamento 1 de la Red del Gándara. Sonrío dentro del saco. Tengo que hacer esfuerzos por no reírme a carcajadas...
      Desayunamos consumiendo todo lo posible, ordenamos el entorno y dejamos algunos víveres en depósito. Partimos hacia la superficie con buen ritmo y a las once emergemos a un día resplandeciente. Onofre no se encuentra en la cita del cruce de La Sía. Vamos hasta el parking de los collados del Asón y echo un vistazo en el mirador, repleto de ciclistas haciéndose una foto colectiva. Pero ni rastro de Ono. Su móvil está apagado o fuera de cobertura. Decidimos bajar a La Gándara donde lo encontramos apaciblemente en el Centro de Interpretación. Liquidamos la aventura con unas maravillosas cervezas en el bar de al lado. Mavil queda en su campamento, Ono y Joaquín parten hacia Murcia y yo me bajo hacia la costa cantábrica soñando con nuevas incursiones en la Cueva del Gándara...

19/8/09

Visitas Guiadas (17&18/8/2009) Tocinos

Durante el verano el interior de Murcia es un infierno :  Así opinan la mayoría de sus habitantes, es decir los murcianos, y, en consecuencia, en cuanto tienen la más pequeña oportunidad, emprenden la huída al verde norte. Primero llegaron Mavil y Esperanza y unos días más tarde Joaquín y Ono. Nos reunimos en Lomeña, cerca de Pesaguero, donde habíamos alquilado una casa rural. Los dos días siguientes los dedicamos a escalar algunas vías en Peña Cigal. Y a comer los deliciosos quesos que Mavil había comprado. Pero el domingo abandonamos Liébana y establecimos nuestro campamento en mi casa de Setién.
 El lunes lloviznaba, había algún que otro cansado de las escaladas y, sobre todo, se trataba de realizar una actividad al alcance de todo el grupo. Decidí que fuéramos a La Hoyuca. Es una cueva muy cercana, bonita, sin complicaciones de cuerdas y con algunas gateras cortas y muy divertidas. En media hora Espe, Ono, Mavil, Joaquín y yo nos presentamos en el barrio de La Iglesia de Riaño.
Esperanza ya nos había avisado que sufría de un indeterminado nivel de claustrofobia. Sin embargo cuando vio la entrada de la cueva se negó en redondo a seguir. Mavil intento convencerla durante un par de minutos pero me di cuenta por su tono de voz que iba en serio. Quedamos en realizar una visita de unas tres horas y reunirnos con ella en el coche.
   Los primeros conductos sorprendieron a mis acompañantes. Les conté algo sobre la estructura de la cueva y sobre sus exploradores, los ingleses enamorados de Matienzo. En el paso de la diaclasa, uno de los varios que permiten atravesar la laberíntica red de entrada, Ono se quedo atascado por la caja torácica. Afortunadamente existen otros pasos para alcanzar la red interior. Le lleve por un hermoso camino, con algunas pequeñas dificultades, pero sin estrecheces. Todos juntos recorrimos la amplias galerías zigzageantes hacia el sur.
Al llegar a la zona activa les di una pequeña lección sobre la morfogénesis de los entrelazados conductos de esta zona. Ono asistió a la lección con gran interés: creo que sería un gran alumno. A la altura de Quadraphenia abandonamos First River  y tomamos su acceso a la derecha. Visitamos muchas galerías, algunas de ellas con bonitas formaciones. Puntos de topo recientes nos revelaron que los ingleses trabajaban en la zona y ,además, un pasamanos hacia un nivel superior parecía indicar nuevos desarrollos en la exploración de la cavidad.
Para salir elegimos otro divertido paso que conllevaba atravesar un meandrito ascendente, una gatera ortodoxa y un meandro desfondado. Poco después volvíamos a salir a la llovizna. En el entreacto Espe había contactado con los paisanos del lugar y visitado el bar del pueblo. Por lo que percibí los turistas espeleólogos no salieron demasiado entusiasmados de la cueva. Mavil llego a decir que no le había gustado. Quizás –es una lástima- hay una incapacidad en algunas personas para apreciar la belleza en la combinación de lo modesto y lo discreto. Se olvidan también de lo misterioso. Para mí La Hoyuca es una verdadera joya...

El martes amaneció un día agradable. Mavil se sentía cansado y se quedo tumbado en la tienda que habíamos montado para él bajo los cipreses y avellanos del norte de la casa. El resto del grupo fuimos a la Cueva de Tocinos, cerca de Ampuero. Tuve la corazonada de que Espe iba a entrar sin problemas en esta cueva. Marisa nos acompaño en esta ocasión.
Me deprimió observar las nuevas plantaciones de eucaliptos y la necesarias ampliaciones de la pista que conllevaban. ¿Nunca aprenderán los españolitos a apreciar y respetar el medio ambiente, a conjugar desarrollo y conservación, a hacer las cosas con armonía? Se pueden plantar eucaliptos, quizás es una necesidad, pero se puede hacer de forma que solo salpique débilmente el paisaje. Y lo de las pistas mejor no comentarlo.
A la boca de la cueva llegué un poco por intuición. Nunca voy por el mismo camino. La galería de entrada estaba muy resbaladiza, más que nunca. Íbamos descendiendo con mucho cuidado, mirándolo todo y haciendo fotos. A la entrada de la galería que cortocircuita el río a un nivel fósil hicimos una parada y Joaquín me acompaño a echar un vistazo a la parte alta y final de la galería transversal de entrada. Arriba del todo encontramos una acogedora capillita.
La galería fósil del cortocircuito es muy bonita. Paramos a hacer más fotos. El río que aguas abajo habíamos visto con un pequeño caudal, aquí presentaba una sequía total. Pudimos avanzar por la amplia galería sin mayor problema, salvo pequeños resbalones en los cantos rodados untados de barro. Bajo la segunda galería transversal hicimos un alto. Animamos a Ono y Espe para que trepasen al nivel de ese enorme conducto pero, finalmente, solo lo visitamos Marisa, Joaquín y yo. Hurgamos hacia el este hasta el final-final y llegamos a una zona colmatada de barro seco y tierra sin posibilidades de continuación. Había pocas huellas. También subimos hasta unas bellísimas formaciones en la zona oeste. Cuando volvimos intentamos sin éxito animar a nuestros compañeros a realizar la trepada pero no hubo manera.
Ya de vuelta a la galería del río -aguas arriba- empezamos a hablar de comer. Les dije que esperasen hasta llegar a la tercera galería transversal. Tuvimos que vadear varios pequeños embalses que habían subsistido a la sequía. Llegue unos minutos antes que el resto del grupo al cruce y eche un vistazo a la zona alta de la tercera galería transversal. Comimos algo liviano. Después Joaquín y yo visitamos el río aguas arriba hasta que se hizo necesario vadear profundos lagos.
Hicimos la vuelta a la superficie en mucho menos tiempo que la ida. Nos recibió un calor tropical. De primeras dudamos entre cocinar o irnos a un restaurante. Era media tarde, tiempo de nada. En un hiper a la entrada de Laredo realizamos una gran compra de pescado, langostinos, cervezas y aperitivos. Esa noche nos pusimos moraos para celebrar las últimas actividades...  

28/6/09

Speleo Familiar (27/6/2009)


Hace unos días Eduardo me sorprendió con su interés por hacer espeleo. El fds que venía Edu ya se había organizado una colectiva de ESPELEO50 a la travesía Cuivo-Mortero. Todos se habían quedado con ganotas de meterle mano al Cuivo desde el invierno (posiblemente por una fijación emocional en un pasado remoto)  Ese mismo fds también se reunían un buen puñado de miembros del SCC para una prospección en  Riotuerto. Me tocaba decidir entre tantas opciones. A mí el Cuivo me motivaba poco, quizás por el frío y, sobre todo, por la cantidad de veces que lo he recorrido. Pero tenía ganas de ver a los amigos de ESPELEO50, ya que las ocasiones para verlos no son muy abundantes. Pensé subir a la casa rural de La Gándara y participar en el kaox noxturno poxterior a la axtividad o, al menos, estar un ratito charlando después de la actividad. Así que, para combinar con facilidad, opté por llevar a Edu y Marisa (y si hacía falta a los amigos de Edu) a una excursión ligera por la Red del Gándara. Había que aprovechar que Edu tuviese ganas de hacer espeleo (hace años tuvo un par de experiencias algo duras)  Y también me apetecía continuar las indagaciones en donde lo dejamos Miguel Manu y yo la última incursión.


OK, ya había decidido. Conseguí tres equipos verticales y puse a punto los cascos. El sábado a horas cómodas nos fuimos hacia Soba por Alisas. Cuando llegamos a la casa rural de La Gándara se acababan de marchar los componentes del primer equipo para hacer la travesía del Cuivo. Pude charlar un rato con Chicha, Hugo, Miguel -y dos más- que formaban el segundo equipo. El tiempo era excelente y se habían organizado muy bien. El segundo equipo entraría por lo menos con una hora de retraso para no tropezarse con el primero. Ahora estaban matando el tiempo. Entre a la cocina varias veces seguido de Hugo. Había unos sobaos geniales. Es bien sabido que una de las formas más comunes de matar al tiempo es comiendo de forma compulsiva.

Nosotros tres nos pusimos en acción antes de que ellos se marcharan. A Edu le costo ajustarse el arnés. Y el mono le resultaba un poco estrecho. El tiempo -algo caluroso- obligaba la circulación de aire en la cavidad. Era el día que más viento he percibido en la boca de la Red del Gándara.  A Marisa le resultaba maravilloso las dimensiones y la decoración de las grandes galerías de entrada. A Edu el Delator le resulto un poco pesado y el descenso del Pozo de las Hadas una complicación. Marisa lo encontró menos complicado, ya que a veces hace espeleo. Pero cuando pasan muchos años que no se practican las maniobras de fraccionamiento de cuerdas, como le pasa a Edu, las cosas son más liosas. Mientras nos preparábamos para bajar el pozo un grupo de seis espeleos de Guadalajara acabaron de hacer lo correspondiente.

Accedimos a la zona de nuestra última visita por un estrechísimo meandro del que tuvimos que salir trepando para evitar el cierre final. La corriente era mucho más fuerte que la vez anterior. Me acordaba vagamente del punto en el que Miguel descubrió un acceso al nivel superior de la galería pero me costo un buen rato encontrarlo. Anduve por la parte más evidente alante y atrás hasta dar con una trepada que llevaba a un sendero arenoso muy hollado. Marisa y Edu se reunieron conmigo. Desde hacia un rato se hablaba de parar a comer. Avanzamos por un nivel recubierto de cristalizaciones. Las paredes, el suelo y los techos. Íbamos por una serie de desfondamientos que nos obligaron a realizar pasos expuestos, aunque fáciles. Sin embargo llegamos a un desfonde demasiado profundo y con pequeñas repisas en las paredes. Marisa y Edu optaron por el “hasta aquí hemos llegado” y se prepararon para comer. Yo proseguí con el objetivo de llegar lo más lejos posible. Después de pasar ese impresionante desfonde llegué a una estrechez. Más allá de ésta hubo varios desfondes hasta alcanzar una obstrucción total por el nivel que transitaba. Tenía dos opciones. La primera escalar en chimenea y diedro con desplome unos 4  o 5 metros expuestos, cosa que hacía muy conveniente una cuerda, al menos para bajar más tarde. Por ese camino se accedía a un nivel superior de la galería en el que se vislumbraban muchas formaciones. La otra posibilidad, menos atractiva, consistía en descender unos 7 metros hasta un nivel terroso y llano de la galería por el que posiblemente se podría continuar, al menos unas decenas de metros más. Para esta opción también se necesitaba una cuerda.

Volví a donde estaban Edu y Marisa y después de comer un bocadillo empezamos el regreso. En el Pozo de las Hadas volvimos a coincidir con los de Guadalajara... Primero subió Marisa, que no tuvo dificultades con los aparatos. Edu se atranco un rato al pasar los fraccionamientos sobre todo en la salida a la plataforma de la cabecera. Es lo que hace la falta de práctica. De cualquier forma antes de las siete estábamos en el coche. Nos cruzamos con Perico y Félix que bajaban hacia La Gándara. Después de cambiarnos estuvimos esperando en la casa rural. Edu y Marisa empezaron a erosionar mi deseo de quedarme a charlar. El hambre, el hecho de que Irene estuviese sola y la incertidumbre de cuánto iban a tardar nos llevaron a tomar la opción de irnos a hacernos la cena en Setién (“pan para ahora es hambre para mañana”) Poco después charlaba por tf con Pepe. Nada más irnos habían llegado ellos... otra vez sería la reunión.  

15/6/09

No cave – no frost (14/6/2009) Haza tras el Albeo

               Encuadre la intensa mirada de Marta-Ojosazules y dispare la cámara. Elegí como telón de fondo el bosque de hayas y sus pautas de luz y sombra arrojando algo de frescor. Me gusto el resultado, y repetí el experimento con Eva-Ojosverdes y con Izaskun-Ojoscastaños. Miguel, rápido, se adelanto bosque arriba para vencer al calor. Descubrí que nuestras sombras nos seguían de cerca en los claros del bosque. Improvisando allí mismo, Manu cantaba novedosas canciones.

Al principio hablamos de asesinatos de animales de laboratorio. De cerdos rajados y vueltos a coser en las prácticas de cirugía. De perros y gatos atrapados en redadas por un gitano, que luego vendía al laboratorio. En algún momento intermedio hablamos de la sombra y la claridad. Incluso hubo un atisbo de análisis freudiano. Al final hablábamos de películas. Marta acabo apuntando una lista con las que le íbamos recomendando. Todos parecíamos contentos aunque, quizás, algunos no se sentían del todo satisfechos. No puedo asegurarlo...

Por la mañana -al reunirnos- estuvimos indecisos. La niebla estaba muy cerrada en la zona costera. Barajamos la posibilidad de ir a la Cueva de los Tocinos. Optamos por subir Alisas y tomar la decisión en función de lo que nos encontrásemos allí. Las nubes se rasgaban a unos 500 metros de altitud y se intuía un mar de nubes que llenaba todos los valles. Bajando a Arredondo volvimos a penetrar en las nubes. De subida a los Altos del Asón vimos los preparativos de las fiestas.  Un castillo inflable ocupaba la mitad de la calzada en el último pueblo.

Cerca del collado de Brenavinto abandonamos los coches. El tiempo no era fresco, pero soplaba una suave brisilla. Bajo el bosque de hayas resultaba agradable. La pista de Saco estaba llena de lodazales acribillados por la pezuñas del ganado. Caminar requería una atención mantenida para no meter el cuezo en un hoyo lleno de barro. Señalizada por un cartel que indicaba a Cerrillas, la senda al Albeo no estaba mejor que la pista. Agradecimos entrar en los prados con árboles y cabañas. Paramos en una que tiene fuente y abundante sombra. Apetecía quedarse allí, sin más, charlando y dormitando. Tanto nos gustó que Miguel y Manu empezaron a acariciar la idea de pasar  una semana en una de las cabañas. Vi la oportunidad y les hablé de volver a la exploración del Sistema del Carrio en un futuro próximo. 

Muchas yeguas tenían potros jóvenes en las praderías del Asperón. Por fin nos asomamos al Barranco de Rolacias. El mar de nubes mitigaba la vertiginosa impresión de caída en picado. La senda del Haza tras el Albeo estaba como siempre. Por suerte la hierba no era demasiado larga y permitía seguir la traza. Nada más llegar al aplomo me encaramé hacia la boca de la cueva para evitar pensar en lo impresionante que es el lugar. Eva no quiso subir. No veía seguridad en el asunto (las tres o cuatro veces que he estado en la Cueva de Francoise puse una cuerda quitamiedos para agarrar con las manos; las personas que venían en ningún caso eran espeleologos o gente acostumbrada a esos avatares)  En esta ocasión la cuerda, de treinta metros, quedaba muy por encima del nivel de la senda. Había que subir trepando por la hierba, un poco, hasta alcanzarla. Izaskun y Marta se quedaron con Eva. Manu y Miguel me siguieron. Quedamos en vernos en la cabaña bucólica.

                Un minuto más tarde empecé a tener frío. Casi me congelo. Fuera se seguía sudando sin remedio. No-cave, no-frost. Me costo un esfuerzo despojarme de la ropa playera para forrarme con el mono. Como la cueva es laberíntica me arme de topo en mano y fuimos recorriendo galerías y más galerías controlando la posición hasta alcanzar la zona oeste. La formas redondeadas y blancas, en general amplias y seductoras, apenas nos mancharon. Una cueva limpia de verdad. En menos de una hora y sin darnos cuenta nos encontrábamos al lado de las otras dos entradas que marca la topo. Percibimos aire caliente entremezclándose con el frío. Una gatera estrecha nos puso en la ladera de nuevo. La travesía divertida y perfecta. Como puntos en la lejanía divisamos a nuestras tres amigas, de negro y con sus sacas amarillas.

Con menos dificultades que a la subida bajamos hasta la senda y, volviendo hacia el este, nos colocamos bajo la primera entrada. Manu subió alegremente a recoger la cuerda y el resto de nuestras pertenencias. Ahora ya de bajada volvíamos dejándonos rodar por las praderías del Asperón, mientras las yeguas nos observaban con recelo. Ningún obstáculo se perfilaba en nuestro horizonte vespertino. Poco después nos reuníamos con las tres chicas, bajo la sombra de los fresnos, junto a la fuente. Más tarde los coches -que nos esperaban con paciencia metálica- se dejaron comparar sin protestas. Manu aseguraba que el VW Golf, rojo, de Marta era un coche inmejorable. A mi en particular me encantaba la tapicería de cuero negro que forraba los asientos. Me acomodé atrás para dejarme llevar por la conductora Marta. Dentro el olor era penetrante. Nos cruzamos con la Guardia Civil bajando del Mirador del Asón. Luego nos quedamos tomando refrescos, cervezas, rabas y cascadas en el bar Coventosa. Era mi Santo. San Antonio es un santo ideal. Supergüai como dirían ahora.      

7/6/09

Sicigias (6/6/2009)



                Sicigia significa alineación de varios cuerpos celestes, lo que normalmente se llama conjunción planetaria. Tuvimos la suerte de hacer nuestras sicigias particulares, es decir de unir varios cabos sueltos que nos torturaban desde hacia meses en la laberíntica Red del Gándara. Ni Miguel, ni Manu, ni yo esperábamos encajar las piezas de un puzzle tan interesante como el que nos ofreció la cueva el sábado seis de Junio. 



                La mañana resplandecía preñada de primavera. En Ramales nos reunimos con Miguel y dio la agradable casualidad que Cristóbal (AER) estuviese en la placita y pudiésemos platicar unos minutos sobre nuestras actividades predilectas, él explorando en la Red de Mortillano y yo conociendo la Red del Gándara. P.Hierro me saludo tras la ventanilla del coche en el que, pacientemente, esperaba a Cristóbal.
                En lo más interior estábamos muy contentos de volver a la Cueva del Gándara. Últimamente la cavidad había sido muy generosa, compartiendo sus secretos con nosotros. A mitad de los preparativos Manu descubrió que la iluminación Scurion no funcionaba. Comprobamos los terminales y parecían correctos. Dedujimos que lo más probable era un fallo del cargador dando una falsa carga. Tanto Miguel como yo llevábamos como linterna de seguridad la Tika de Peztl. Se las ofrecimos a Manu. Muy a regañadientes -y jurando en arameo- se avino a entrar en la cueva pero, al principio, durante el periodo de acomodación de la luz solar a la débil iluminación de nuestros artefactos, tuvimos que animarle a que continuase hacia adentro. 



                Rápidos, en menos de una hora, nos colocamos en la zona en la que íbamos a gastar la jornada. Al principio tanteamos una galería colgada a la que no pudimos ascender desde los varios puntos en los que la adivinábamos. Finalmente avanzando un centenar de metros alcanzamos una zona por la que, volviendo atrás, pudimos trepar al nivel superior. Accedimos a una galería recta de tiralíneas con pequeños desfondes a su izquierda que permitían mirar al nivel inferior. Anduvimos por ésta unos centenares de metros hasta llegar a una ventana colgada sobre otra galería bien conocida, por los frecuentes tránsitos a que está sometida.
                Más tarde visitamos en dirección este otra galería transitada por nosotros a menudo. Al principio fue complicado encontrar el camino entre los desfondes y los gigantescos bloques inestables. Verdaderamente peligroso. Pero siguiendo por la parte más profunda no tuvimos ninguna dificultad para avanzar decididamente hacia el este. Una estrecha galería a contrapelo llamo nuestra atención, pero la dejamos para seguir la principal. Poco después llegamos a un cul de sac sin posibilidades de continuación. Entonces volvimos a mirar la pequeña galería. Al poco de entrar se transformo en un estrecho y sinuoso meandrito de tamaño crítico en algunos puntos. Subiendo unos cinco metros y avanzando algo más nuestra sorpresa fue mayúscula. Desembocamos en una gigantesca galería con estructura de meandro entrelazado, como si varias serpientes se enredasen entre sí.
Comenzamos la tarea de conocer la nueva zona echando un vistazo a los alrededores de la conexión. Enseguida nos dimos cuenta que el meandro tenía varios niveles de sección muy diferente. El más moderno -es decir la base- era el más estrecho también. Primero fuimos hacia la izquierda. Visitamos zonas con algunos grupos de formaciones algo raras. Sin previo aviso la galería comenzó un prolongado ascenso a lo largo de un cono de derrubios enorme. Una chimenea dejaban caer agua abundante. Poco más allá un resalte descendente nos corto el paso. Sin seguridad absoluta creímos reconocer una zona que habíamos visitado hace unos meses desde el otro extremo de la galería.



De vuelta a la conexión y tras actualizar nuestro sistema digestivo nos lanzamos a conocer el sector oeste de la galería. Elegimos lo más simple: ir por la zona más baja de la galería. Enseguida comenzaron las pequeñas dificultades. Pero no nos importo, pues consistían en hermosas formaciones que nos cerraban el paso obligando en algunos casos a hacer trepadas -más o menos largas- para volver a bajar después. Por el camino encontramos una zona llena de nidos de pisolitas. En general se trataba de una zona muy bien decorada. Finalmente tuvimos que poner una cuerda para descender un resalte y las complicaciones y las estrecheces nos acabaron venciendo. Uno de los aspectos más cansados fue el calcular todos los movimientos para preservar de cualquier deterioro las formaciones. A la vuelta Miguel observo que la parte alta de la galería permitía un avance más ágil.
Iniciamos el retorno como a las cinco de la tarde y a las siete estábamos montados en el coche. Para celebrar el éxito de la jornada entramos en una cafetería de Ramales. Intente convencer a Manu para una próxima incursión de dos días pero no pude conseguirlo. Nadie se comprometió a venir. La Red del Gándara esta esperando a ser conocida con una paciencia sin fin...

17/5/09

Nubes (16/5/2009)

Hay un océano de nubes bajo el horizonte. La tarde, muy suave, se desliza por las pendientes del Portillo de Lunada. Los neveros se van borrando lentos y sin prisas. Desde el collado podemos ver algunas de esas nubes -más rebeldes que el resto- alargar tentáculos hacia arriba en un frustrado intento de superar la cordillera. Hace menos de una hora hemos salido de la cueva. Miguel, entusiasmado, no para de hacer fotos. Al sur, sobre el Valle de Lunada, el sol esta vistiendo a los prados de un verde rabioso...
 

 

Hemos encontrado depósitos terrosos -o más bien barrosos-. Miguel me dice que las formas dibujadas sobre el barro le recuerdan las manchas de un leopardo. Coincido en su apreciación y me fijo mucho más en esas pautas. Al principio no me llamaron la atención lo suficiente, quizás por parecerme poco noble la materia sobre la que descansan esos diseños. Creo que estoy lleno de prejuicios sobre el barro aunque a menudo disfrute revolcándome en él. Algunos grupos de excéntricas decoran el largo camino que vamos describiendo. El espacio de la cueva, como una galería de arte, esta disponible para volar con la imaginación...


Desde la entrada de la cueva recorremos mucho más de un kilómetro de un río salpicado de dificultades. Exiguos laminadores con agua, bloques que cortan la ruta y que han de negociarse con protocolos enrevesados al estilo político europeo, pasos estrechos y algunas trepadas comprometidas. Pero, por fin, nos adentramos en el laberinto de la zona oeste de la Red del Gándara. Algunas indicaciones en el suelo metidas en tarjetas plastificadas mitigan la desagradable sensación de pérdida inminente e irremediable. Muchos ríos parecidos, todos hacia el este, muchas galerías ortogonales a los ríos todas orientadas de sur a norte. Demasiadas posibilidades para una jornada tan corta. Seguimos un camino incierto que nos lleva a galerías cada vez más grandes y gansas. Pero no siempre son así, las hay estrechas, y el camino esta poco claro. No obstante también aquí las piedras brillan si están pulidas.
Tendemos claramente al noreste al seguir las escasas tarjetas plastificadas con indicaciones.  Grandes dunas arenosas preceden a una sala. Esta es una sala muy escondida. Nos sentamos a la mesa del vivac y, mientras comemos un poco, pensamos en las próximas visitas a la cueva. Se nos antoja que, teniendo que traer un peso considerable, pueden ser algo penosas; quizás más si salimos aguas arriba con todos los aperos.


      No hemos traído paraguas, pero es imposible darle utilidad aquí dentro. Tampoco tenemos ningún sofá a mano, ni un juego de sabanas limpias con almohada incluida. Pero, sin duda, el barro podría hacer un buen papel como sucedáneo de esos objetos. Hay varios rincones muy apropiados para una instalación semejante. Además la moto está puesta a tope y el motor se recalienta... ¡y se han dejado la puerta abierta con la corriente que hace! En fin no es por protestar pero tenemos un pequeño problema. No se como lo conseguimos pero tardamos menos de la mitad en arrastrarnos de salida que de entrada. Me parece que han soltado una jauría de perros tras nosotros y pueden aparecer por la galería pisándonos los talones en cualquier momento. Una jauría de Doberman llenos de rabia. Una escena edificante. Creo que dentro de poco estaremos fuera... aunque después de una arrastrada memorable.

27/4/09

Sueños (24:25:26/4/2009)

El Sueño Acariciado.

Nuestro tiempo como seres humanos es limitado. Ese fin de semana elegí seguir viviendo mi pasión mineral por la Cueva del Gándara. Llame a Miguel, quien se unió al viaje con alegría. Creo que también él estaba enamorado de la misma cueva. Y la cueva nos acogía en su esplendor, a ambos sin restricciones. Sabíamos que, para el fin de semana, las previsiones meteorológicas daban lluvias; y nieve por encima de novecientos metros.  Me acordé de José, cuya inclinación natural por las montañas le impedía meterse en una cueva si hacía buen tiempo. Quizás ahora fuese para él una ocasión. Y también llamé a Manu, que consiguió arreglar las cosas en su trabajo para tener libre la tarde de aquel viernes. Lamentablemente al final José no pudo venir pero todo estaba encarrilado y no era momento para detenerlo.
Eran pasadas las nueve cuando iniciamos con decisión el camino. Con decisión y con sudor. Demasiado peso, demasiado agacharse, y erguirse de nuevo, demasiada comida en el estómago. Demasiada cueva para unos seres tan pequeños. Como hormigas perdidas en un hormiguero infinito.
El campamento en el que íbamos a pasar dos noches estaba muy solitario. En la lejanía se escuchaba el ruido de un arroyo caudaloso. Demasiado caudaloso –quizás- para entenderlo. Recogimos un poco todo y nos hicimos algo caliente. Preparamos tres yacijas adecuadas. Una persona, una yacija. Dormimos hasta que nos despertó algo. Tenía fríos y húmedos los pies. Me pareció una noche sin sueños.

El Sueño de Cristal.

          El despertador de la cámara digital sonó a las ocho. Había té y leche condensada y pan y dulce de membrillo y galletas y café. Al abandonar el campamento miramos un reloj que marcaba casi las diez. Caímos en la cuenta de que nadie había cambiado la hora en el reloj de la cámara. Anduvimos varias horas a lo largo de laberintos entrelazados. En el lateral de nuestro camino un desfonde, que se hundía diez metros, nos sedujo por su orientación. Una cuerda fijada a un puente de roca nos permitió bajar hasta tomar pie en una galería mediana. La continuación de frente se cortaba enseguida. Pero volviendo atrás, y un poco ocultos, se abrían varios pasillos con flores y cristales de yeso. Vimos, colgando del techo, una cola de caballo a la que la tenue corriente que generábamos al andar movía suavemente. Casi con certeza los pelos que la formaban -de unos cuarenta centímetros- eran de yeso cristalizado.
Nuestro sueño era alcanzar algún camino fácil que nos condujera hacia el oeste. En varias ocasiones se mostraron galerías prometedoras que luego no nos llevaron demasiado lejos. Algunas tenían una sobria belleza que las hacía más acogedoras. Otras poseían una línea espartana. En una de ellas nos sorprendió la abundancia de grandes cristales transparentes que, a veces, se ordenaban en líneas colgadas del techo recordando los dientes de un tiburón. Anduvimos por una galería que mostraba sus paredes profusamente decoradas con pequeñas formaciones de barro y cristal; como legiones de diminutos penitentes perdidos en un sueño mineral.


El Sueño de las Actinias.

Nos adentrábamos poco a poco en la maraña de galerías de la Red del Gándara. A menudo me sorprendía pensando mejor cuatro que tres para estar varios días en esta cueva. Buscando un camino hacia el oeste tuvimos que trepar por una ruta poco clara a una galería colgada. El túnel, rectilíneo casi, se reveló amplio y suave. Una pátina de barro untada sobre sus formas y sobre los bloques requería nuestra atención mantenida. Al intentar un paso delicado Manu resbaló, cayendo con la culera sobre un borde redondeado. El golpetazo nos cogió por sorpresa, pero comprobamos con alivio que se había hecho menos daño del que parecía. Miguel le dio un analgésico. Esto fue un aviso para no jugar a hacer movimientos azarosos. Si hubiéramos tenido un accidente, uno de los tres hubiese tenido que salir en solitario para dar aviso. Y estábamos muy  lejos de la entrada.
Me sentía excitado y extraño a mi mismo. No encontraba el ritmo vital justo. Durante un tramo el desfonde en el centro de la galería -cerrándose sobre si mismo- creó un túnel dentro de otro. Volviendo sobre nuestros pasos -desviaciones de desviaciones de más desviaciones..- tomamos una gatera que de inmediato se abrió a una galería mediana. Algo nos empujaba a seguir ganado terreno por laminadores y estrecheces. Habíamos avanzado tal vez menos de un cuarto de hora. Y entonces llegamos donde sueñan las actinias. Las tradiciones de los aborígenes australianos cuentan que todos los seres tienen un sitio para soñar. Quizás supieseis a lo que me refiero si hubierais visto “Donde sueñan las hormigas verdes” de Werner Herzog. O quizás creáis en el poder del silencio, que codifica la ley de las formas, el sello que modela la roca. El proceso físico. Tal vez soñar es el nombre que dan a la ley los aborígenes. Una explosión mental nos reventó los sesos. Solo decíamos incoherencias. Durante un tiempo anduvimos captando imágenes del sueño. Soñábamos un sueño que no nos pertenecía.     

El Sueño Detenido.

Más lejos aún alcanzamos una galería ancha y alta, con arena y con lugares que invitaban al descanso. Pero no descansábamos. Tal vez recorrimos dos kilómetros antes de llegar a una bifurcación. Hacia la izquierda un estrecho meandro desfondado. Hacia la derecha una ruta sembrada de bloques ciclópeos hasta donde podíamos vislumbrar. Tuvimos que descifrar el camino buscando los indicios dejados por los exploradores. Sus huellas, a veces, contaban historias titubeantes, indecisas. Ellos -y nosotros- tuvieron que tantear para encontrar la ruta. En la lejanía comenzó a escucharse el rumor de un río. Luego llegamos a una playa de guijarros y bloques donde descansamos y comimos un poco. Seguimos hacia el oeste, aguas arriba del río.
De nuevo la ruta exigía descifrar los indicios. Un paso muy expuesto nos cerro el camino. La inspiración me dijo que era posible una ruta más segura hacia la izquierda.  Así alcanzamos una zona ancha -casi una sala- en la que el río era de nuevo protagonista. Pero se estaba haciendo tarde y había que volver. Estimábamos que llevando unas ocho horas a ritmo de búsqueda la vuelta nos llevaría menos de la mitad.
Antes de las diez estábamos en el campamento. Tomamos sopa, pan con lomo, pan con atún, y espaguetis carbonara. A las once nos dispusimos a dormir –quizás a soñar-. Tuve sueños extraños. Nos levantamos a las cinco sin sueño y partimos hacia las seis. El día estaba espléndido cuando alcanzamos la superficie. A las diez desayunábamos en Ramales. 


  

4/4/09

Giant Panda (4/4/2009) Hoyuca


El plan del sábado, elaborado con la ayuda de los móviles el viernes como a las diez de la noche,  consistía en ir en pandilla -Julio, Eva, Miguel, Manu, Sergio, Ines, yo y alguno de los nuevos- a la travesía Coterón-Reñada (por el ramal Reñada que es el más cortito) Normalmente en 4 o 5 horas se puede hacer la travesía. Pero algo debió pasar entre las 22h del viernes y las 9h 30m del sábado pues cuando llegue a la cita solo estaba Manu envuelto en una nube de humo. Llamamos a Julio que dormía todavía. Al poco llego Inés, que solo traía una cuerdecita, y, un poco más tarde, Sergio que traía dos cuerdas de 40. Les propuse cambiar de planes. 
Hacía tiempo que soñaba con ir a buscar la sima del Giant Panda, la nueva entrada al sistema de los Cuatro Valles que han descubierto recientemente los británicos y que consigue cortocircuitar Gorilla  Walk. El trabajo de los ingleses ha sido magnífico. Localizaron desde dentro de la cavidad un aporte, Windy Inlet, que desemboca cerca del final de Gorilla Walk. Tras varias estrecheces escalaron dos pozos uno de 10 y otro de 30- y con un molephone determinaron un punto en la superficie a unos 7 metros de distancia. Tras arduos trabajos y después de cavar y apuntalar un pozo de cinco metros, en el verano del 2008 pudo completarse la obra y utilizarse como entrada alternativa para las exploraciones del sistema. Así, se hizo accesible en un tiempo razonable, y con dificultades razonables también, las zonas más remotas de la cavidad.
Enviamos un mensaje a Julio camino de Riaño. Pero al final opto por no venir. Nos apeno su ausencia. Aparcamos en el mismo sitio que usamos para ir a la Hoyuca. El día estaba cubierto, pero no llovía, y la temperatura era acogedora. De pronto me sentí feliz caminando por esta zona y buscando la sima, quizás el reencuentro con la cueva que más me atraía hace años poseyera un significado especial para mí. Tenía una vaga idea de donde podía estar la sima gracias a la mirada que le eche a la topo de los  británicos hace unos días, pero no tenía las coordenadas ni GPS. Después de un par de revueltas de la pista llegamos a una zona de cabañas con abundantes agujeros y dolinones. Comenzamos por el más cercano mientras Sergio se acercaba a una paisana que extendía estiércol por un prado. La mujer nos informo del lugar al que estaban yendo los británicos últimamente. Le comentamos lo bonita, y bien arreglada que estaba su cabaña y la suerte que tenía de tener un sitio así. Pero estaba harta de trabajar y no lo veía tan bonito como nosotros.
La entrada de la sima esta en una vaguada donde existe un sumidero intermitente. Los británicos no solo han tenido que excavar un pozo vertical de unos cinco metros sino que se han visto obligados a apuntalarlo con tablas, tubos de hierro y palieres para que no se derrumbe. Daba mucha grima meterse debajo de todo aquello. Pensamos que lo mejor sería entrar de uno en uno. Al fondo del pocete -que se destrepa sin problema- una estrecha gatera permite pasar a un ensanche donde realmente comienza la instalación vertical. Hay que tener un exquisito cuidado con las piedras y con la roca, quebrada en multitud de lugares, y que con poco que roces puede desprenderse y caer a la sima golpeando la cuerda o a un compañero. El primer tramo tiene un par de fraccionamientos y un desviador pero la verdadera dificultad es la hinchazón de las cuerdas. Costaba un gran esfuerzo conseguir deslizase cuerda abajo. Tras otro cómodo pozo de unos diez metros se acababan las verticales con cuerda. 
Durante un rato busqué la continuación por todos los rincones hasta que tuve que aceptar que para seguir había que pasar una estrechez. Al otro lado me paré, esperando a Inés y Manu, acompañado por Sergio. El lugar era incómodo, había que empotrarse en una zona vertical con pequeñas repisas y mucha humedad que nos iba empapando poco a poco. Creo que debimos esperar por lo menos media hora aunque quizás se acerco a una hora. Sergio blasfemaba de vez en cuando mientras yo trataba de concentrarme en pensamientos que me ayudasen a escapar de la situación . Me sumí en un mutismo mantenido. Por fin escuchamos a nuestros compañeros. Como era de suponer les había costado mucho bajar la cuerda hinchada.


El resto de la sima consistía en un bonito, sinuoso y limpio meandro con varios pasos que se destrepan. Finalmente un último tramo rectilíneo con una estrechez especialmente incómoda te deja sobre un laguito a unos 150 metros del final de Gorilla Walk. Sea como fuere el agua no pasaba de la rodilla pero fue suficiente para inundarme las botas de goma. A partir de aquí no me importo mojarme pues ya estaba mojado. Poco después nos reuníamos todos y proseguíamos aguas abajo. Para evitar un lago de aguas profundas remansadas localizamos un laminador a la izquierda que se resolvió entre unas formaciones. Unos metros más allá alcanzamos las playas de Second River Inlet.  A partir de aquí cambia por completo el aspecto de la cavidad. Las galerías son anchas y altas con hermosas playas y formaciones de vez en cuando. Aunque hacía varios años que no iba hasta Astradome me acordaba bastante de los pasos clave y les propuse llegar hasta allí.
Al principio seguimos el río principal hasta una desviación arenosa que nos condujo por un sistema de gateras. Así llegamos al punto donde se accede a Third River Inlet. Continuamos avanzando por este río aguas abajo mientras las galerías iban ganando en tamaño. Una galería fósil a la derecha nos despisto durante unos minutos. Luego alcanzamos una zona en la que la galería -ya sumamente ancha- tiene taludes de arena por los que se va a media ladera. El hambre y el cansancio empezaron a hacer mella. Les dije que faltaba menos de media hora para Astradome. Se rieron de mi afirmación.
Íbamos muy atentos para coger una desviación al río que durante un rato sigue una galería reducida con algunos remansos. A la salida de este pasaje la galería volvió a ser ancha y cómoda. Ahora si estaba seguro de que faltaba poco. Al alcanzar Fourth River Inlet confirme que solo quedaban cinco minutos para Astradome. Como no me creyeron les pregunte si notaban en ese punto algo característico. Les llamé la atención sobre el nuevo afluente que llegaba por la derecha en una curva a 90º.
La reverberación en Astradome es salvaje. Un cilindro de quince metros de diámetro y más de cien de altura conduce una pequeña cascada por su eje central. Mis compañeros -que nunca habían estado en un sitio de estas características- gozaban dando grititos y voces. A mi me gusta un ulular corto que casi me permite oír el eco. Me dedique un rato a practicar. Magnifico. Nos comimos las provisiones allí. 
La vuelta se hizo muy corta gracias a la sensación de conocido. Los pasos estrechos nos costaron más en la subida de la sima. Las verticales con cuerda, sin embargo, fueron muy cómodas. En un momento estábamos fuera Manu y yo. Pero hacía mal tiempo y había refrescado. La espera de los compañeros se hizo pesada. Eran las cinco y pico.
Totalmente satisfechos de la actividad realizada volvimos a Solares donde nos esperaban los coches. Manu e Inés pensaban ir a la barbacoa de Eva. Sergio y yo nos fuimos a nuestras casas respectivas. Sin ningún  genero de duda volveremos por la sima del “Panda Gigante”, en pandilla o sin ella, para conocer las profundidades de la Hoyuca...