14/9/08

Forbidden Lands (7/9/2008 y 13/9/2008) Rubicera

1.
Hace casi veinte años que los espeleologos del SEII consiguieron encontrar, al final de la gran galería de entrada de la cueva de Las Canales, un paso clave. Durante largos años distintos grupos de exploradores habían intentado sin éxito encontrar el origen de la fuerte corriente de viento que barre la salida de la cueva.  Visto en retrospectiva la mera localización de la fuente ventosa constituye una pequeña hazaña. Nosotros, aun sabiendo que existía, tardamos en localizarla tres salidas (o quizás cuatro?) Cuando alguien ve por primera vez el estrecho paso entre bloques no puede creerse que retorciéndose entre éstos -y casi veinte metros más abajo- pueda encontrarse una amplia galería transitable y cómoda. Pero esas son las circunstancias. El primero que se atrevió a introducirse entre los amenazantes bloques le echo, sin duda, un coraje notable. Y no se trata de un  mero factor psicológico. En una de las ocasiones se desprendió un bloque “relativamente pequeño” golpeando a un explorador en la cara. El espeleologo acabo en el Hospital de Valdecilla. Por eso, y a pesar de las múltiples ocasiones en las que hemos pasado la estrechez, continuamos admirándonos y encogiéndonos ante ese pasaje. 
Pocos días antes del domingo nos planteamos una salida tranquila y sin complicaciones verticales. En esta ocasión nos iba a acompañar Lola, una joven murciana, con poca experiencia en cavidades junto con su novio -Joaquín- y nuestros amigos Miguel y Mavil. Estuvimos sopesando tres posibilidades: la cueva de Françoise, la red del Gándara o la cueva de Las Canales. Finalmente optamos por la tercera opción pensando en una aproximación corta y en una cueva hermosa. La cueva de Françoise esta más lejos y no es tan atractiva como la Rubicera. Por otro lado la red del Gándara es nuestro monotema y nos estamos acercando al punto de saturación.
Lola se despertó pronto para remolonear entre las sábanas. Joaquín se encargo de ponerla en marcha. Poco después nos reunimos con Miguel en Arredondo. Un tipo agradable nos vendió apetitosos croissants en la panadería. Dentro hacía un calor agradable. Creo que Lola fue a comprar tabaco acompañada de Joaquín. Luego subimos repartidos en los dos coches hasta los altos del Asón. A voces  llamamos desde la carretera a Mavil, que andaba en su campamento. Nos recibió con muestras de alegría. Se le veía fuerte y exultante. Producía un onda positiva. Nos contó sus andanzas arriba y abajo de los Picos de Europa y mostró el corte de su dedo. 

Fuimos prevenidos y no mostramos nuestro verdadero pelaje. Nuestra apariencia cristalizo en forma de montañeros excursionistas. Estuvimos ojo avizor frente a la cascada del Asón mientras íbamos haciendo las mochilas. Teníamos un cuento aprendido por si nos preguntaban los rurales: nosotros vamos de excursión para localizar algunas cuevas, pero no vamos a entrar en ninguna.
La caminata se hizo agradable. El calor no era excesivo. Sin embargo, devorada por la vegetación crecida en el pluvioso verano, la senda de las cornisas apenas era visible. Pusimos una cuerda en el descenso de la segunda canal. Lola utilizo un arnés para bajar. La hierba estaba demasiado larga y peinada hacia abajo y no era segura para caminar con pendiente fuerte. En la boca sur de la cueva había tres espeleologos manchegos. Tres compañeros suyos les llevaban la delantera en la travesía hacia el Mortero de Astrana. Uno de ellos contó que iba en el segundo grupo para no divorciarse de su mujer que iba en el primero. Entraron unos minutos antes que nosotros. A la altura de la estrechez entre bloques les adelantamos. Sus amigos les habían dejado una luz intermitente para ayudarles a localizar la entrada del pasaje.
Fuimos interrogando a Mavil acerca de su incursión en solitario en las profundidades de la Red del Gándara. Estuvo tres días. Alcanzo lo que, según sus apreciaciones, podría ser la Sala Catalana y la Sala de la Sardina con Cabeza Gorda. El primer día avanzó por río Viscoso hasta que, cansado y sin encontrar un lugar adecuado, montó vivac en las playas del río. El segundo día subió unas cuerdas hasta una sala que podría ser la Sala Catalana y más tarde, avanzando río arriba, dio con otra sala que albergaba un vivac y una forma en el techo que recordaba una sardina gorda. El tercer día salió muy cansado. A lo largo de casi 15 días un pastor, que ya le conocía, fue su único interlocutor.
Antes de llegar a la Sala de la Teta tomamos una desviación particularmente llamativa que nos condujo por una galería pulida y de elíptica sección, algunas arrastradas y varios desfondes hasta una sala con abundancia de cristales. Desde allí tomamos un meandro con más cristales y arena hasta desembocar en la ruta clásica de la travesía. Pocos minutos después comíamos junto a la Sala de la Teta. 
Mas tarde tomamos uno a uno los cañones que conducen hacia el norte. El primero que visitamos, grande, tenía hermosas formaciones. Pronto se convirtió en un cañón desfondado con dificultades de paso. En el primer desfonde serio montamos un pasamanos basado en anclajes naturales. Mientras Mavil caminaba en equilibrio por una cornisa Lola se tapo los ojos. Un poco más allá pudimos pasar por un lateral un segundo desfonde. Una piedra canto más de 50 metros de vertical. En una tercera fase  utilizamos para eludir el desfonde una galería lateral llena de cristalizaciones y filigranas en la que nos entretuvimos con las fotos. El siguiente paso implicaba atravesar una colada de incierta adherencia con caída directa al desfonde. Mavil iba a pasar pero le retuvimos. Aquello era una ruleta rusa.
El segundo cañón que miramos tenía una estrecha entrada sobre un desfonde. Paso Mavil  que tras unas decenas de metros alcanzó una zona estrecha con resaltes por la que no nos iba a interesar avanzar.  Para el tercer cañón que visitamos tuvimos que destrepar hasta alcanzar el fondo. A base de acrobacias Miguel y Mavil avanzaron por una sucesión de hermosas marmitas llenas de aguas cristalinas y rodeadas de bosques de formaciones. Finalmente Mavil se cayo en una marmita y desistieron de seguir.  Se estaba haciendo tarde. Un último cañón, muy cercano a la Teta, se dejo para mejor ocasión.
Volvimos a los coches por una senda mejor que la de las cornisas pues ésta estaba demasiado llena de vegetación. Llegamos muy avanzado el atardecer. Recorrimos todos los bares y restaurantes de La Gándara pero en ninguno nos dieron de cenar. Entre otras cosas porque en el pueblo de Cañedo estaban de fiestas y todos se iban para allá. Nosotros también fuimos por ver si comíamos algo, pero solo había música estridente, algunos paisanos que nos miraron raro, adolescentes buscando relacionarse y una caja de sardinas crudas junto al chiringuito donde un hombre se afanaba con una fogata para hacer brasas. Volvimos de nuevo a La Gándara donde, tras unas cervezas, nos despedimos de Miguel y dejamos a Mavil en su campamento. Los que quedábamos bajamos a cenar al bar Coventosa. Pedimos chuletones de vaca, regados con una botella de tinto que apuramos sin compasión. Más tarde el único que pudo conducir fue Joaquín. Mientras, Lola dormitaba en los asientos traseros y el copiloto daba breves indicaciones para llegar,  que Joaquín  se afano en llevar a cabo.
2.
Lola se marcho al día siguiente. Joaquín decidió subirse al campamento de Mavil unos días. A lo largo de la semana hicieron la clásica travesía Cuivo-Mortero y una incursión en La Cañuela. Joaquín se fue al Sur el viernes. Teníamos proyectada, con Mavil, una incursión de dos o tres días en la Red del Gándara, pero avanzada la mañana del viernes nos comunico que le había dado un severo ataque de lumbago al mover un calcetín sucio. Además había llovido con intensidad los últimos días y los ríos andaban crecidos. 
Nos reunimos con Mavil en su campamento la húmeda mañana del sábado. Se tomo un antiinflamatorio que le dio Miguel pero el lumbago no tenía mala pinta. Mientras Mavil seguía tumbado en su colchoneta unas horas más decidimos hacer una incursión rápida en la red del Gándara. Cuando nos fuimos, el rebaño de ovejas continuaba ramoneando los frescos tallos verdes un poco más arriba de su tienda y las gotas de agua sobre las plantas nos mojaban la ropa.
Vimos un buitre posado en lo alto mientras nos preparábamos. De pronto otro buitre echo a volar. Mientras estaban posados no los veíamos pero ahora, como una reacción en cadena, se fueron sumando dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce,...quizás había veinticinco buitres girando en círculo cuando paramos de contarlos. Todos habían surgido de su perfecto camuflaje entre los árboles y el roquedo, adosados al farallón de la Cueva de los Santos. Nos dimos cuenta que un círculo de buitres más lejano evolucionaba largo rato antes. Nítidamente se dibujaban contra las nubes blancas y grises y los agujeros azules.
Tuvimos que abrirnos paso entre la vegetación cargada de rocío, sacudiéndola antes de pasar para que no nos empapase. Tocamos algunos temas de fondo mientras trepábamos, andábamos o nos arrastrábamos. Entre otros se mencionaron los francotiradores y los referéndums. Hero y el Tao Te King fueron referencias que citamos en algún momento.
En menos de una hora nos encontrábamos cerca de la Sala del Ángel. Después de varios ensayos localizamos un pasillo alto del que salimos trepando. Un poco más allá la densa negrura de un vasto espacio subterráneo se abrió ante nuestros ojos. La sala con bloques planos grandes, como tejados posados y recubiertos de fina arena cristalina y de pequeños cristales acidulares, no estaba hollada. Apenas alguna huella perdida rompía el brillo perfecto de los cristales depositados sobre todas las superficies. Un soplo de viento marcado nos arrastro a lo largo de una galería de 15X4 que se fue abriendo en una segunda sala más redondeada. Al final de ésta nos encontramos una fuerte pendiente de gravas, arenas y bloques de tamaño variado, por la que fuimos ascendiendo con cuidado. Unos grandes bloque formaban un pórtico, muy por encima de nosotros. Encontramos bloques de arenisca roja, seguramente desprendidos de un estrato.
La galería se convirtió en una gran cuesta con bloques, semejantes a saurios que nos mirasen desde las alturas. Mientras uno de nosotros ascendía pegado a la pared de la izquierda el otro fue por el centro. Así pudimos percibir las dimensiones del lugar en que habitábamos. Al cabo de un rato el suelo se acerco al techo y nos reunimos ante un laminador de incierta anchura y longitud, buzado hacia el sur.
Ascendimos por el laminador hacia el noreste llegando a varias ratoneras  y a zonas que podían continuar indefinidamente de forma penosa. En un último intento, siguiendo unos hitos y la fuerte corriente, alcanzamos un buzón tras un bloque. Al girarlo entramos en una amplia galería alta -más de 30 metros según que sitios- meandrosa y de unos 4 metros de ancha. Pudimos seguirla unos 200 metros hacia el oeste con ascensos en varios puntos para alcanzar los niveles superiores que observábamos. Finalmente nos dimos por vencidos.
Por el camino de vuelta visitamos, en el lado derecho de la sala, unas formaciones inverosímiles. Se trataba de estalactitas que surgían del techo con ángulos de entre 45º y 30º. No se trataba de excéntricas...y junto a las que formaban ángulo coexistían otras verticales.
Intentamos volver por otra ruta pero debimos desistir por lo peligroso de una trepada que se nos enfrento. Comimos cerca de las cuerdas de acceso a la Sala del Ángel y en poco tiempo estábamos fuera. Eran como las siete y las nubes seguían pasando en procesión formando masas compactas. Mavil había recogido todo salvo la tienda. Al poco estábamos en el coche bajando las revueltas del Asón. No vimos con buenos ojos las obras de la carretera. Como románticos empedernidos que somos, dejamos que fluyese toda nuestra añoranza por la naturaleza intocada y virgen. Pero teníamos hambre y pronto olvidamos ese tema para hablar de los restaurantes de Ogarrio y Ramales.
En Ramales compre un periódico estatal y tomamos unas cervezas. Una pareja discutía sin palabras a la puerta de la cafetería. Sus rostros distaban apenas diez centímetros y sus miradas chocaban en silencio. Ella parecía más fuerte que él. El periódico se mancho de cerveza en la barra. Al poco Miguel se despidió de nosotros y nosotros tomamos el Opel Corsa de Ana para irnos hacia Santander. Nos estuvimos preguntando durante el trayecto si hacíamos la cena en casa o nos íbamos a un restaurante. Decidimos hacer lo segundo. Nos acercamos al Asador de Hoznayo, restaurante recomendado en alguna ocasión por Juan Colina, y tomamos una mesa. No había, en ese momento, más que otra mesa ocupada, pero cuando nos fuimos sólo quedaban dos mesas. No salimos defraudados. La carne estaba deliciosa, el vino era bueno y el servicio agradable.
Mavil tomo un autobús el domingo al mediodía para ir a Madrid y luego otro a las doce de la noche para llegar a Murcia. En la estación de autobuses de Santander un hombre de unos 30 años se comportaba como un niño malcriado dando gritos y llorando mientras su madre -atribulada y triste- le negaba un dinero. Alterne la insólita escena, que atraía a gran cantidad de público, con la tienda de revistas. Finalmente las rabietas ganaron y la madre le entrego unos billetes, que de inmediato tomo el hombre infantil. Mientras tanto Mavil, ajeno a estos sucesos, guardaba cola ante las taquillas de ALSA.                      

No hay comentarios: