21/2/15

Diluvio 2



 Esa tarde fue la presentación del cursillo de espeleología. Acompañé a José Ángel y al entrar en el pabellón deportivo de la UCA nos encontramos con Juan Colina. En total se habían presentado cuatro cursillistas. Sin embargo por lo que me dijeron los organizadores había bastantes interesados que aparecerían en el cursillo propiamente dicho.  Ese mismo día, casualmente, también había una charla de espeleología en Escobedo. El esfuerzo por difundir la práctica de este deporte debería dar sus frutos. Hay un sentir general entre el colectivo espeleológico a este respecto: cada vez es más difícil encontrar jóvenes exploradores. Paradójicamente el volumen de negocio de las empresas de aventura, en lo que respecta a actividades subterráneas, aumenta. Muy a menudo se olvida en los cursillos aclarar los distintos modos de practicar actividades en el mundo subterráneo que existen. Aunque a veces los llamemos también espeleólogos hay un grupo, bastante numeroso, que sólo entiende las cuevas como zona de investigación científica. Sea arqueología, biología o geología. Por otra parte están aquellos que desean encontrar y descubrir lugares en los que el ser humano nunca haya estado antes: son los que tienen espíritu explorador. Finalmente están aquellos a los cuales el mundo subterráneo les parece un territorio idóneo para desarrollar actividades lúdicas, de ocio o deportivas -en esencia vienen a ser lo mismo pero con grados diferentes de esfuerzo físico-. En este último grupo pueden enmarcarse aquellos que contratan los servicios de una empresa de aventura o los que organizan por su cuenta una visita a una cavidad o una exigente travesía espeleológica. A veces los exploradores realizan actividades de este último tipo para motivarse y/o evitar la saturación que conlleva la dedicación obsesiva a una zona de exploración.
En lo referente a los exploradores he de decir algunas cosas más. Suelen olvidar la responsabilidad que conlleva descubrir algo nuevo bajo tierra. El medio ambiente subterráneo no sólo es frágil, sino que es virtualmente imposible de regenerar. Por otro lado la mayor parte de los exploradores poseen un ego superlativo en el sentido de que lo que importa de veras no es el descubrimiento en sí, sino -confesémoslo- que sea yo el que lo realice.  Por supuesto cuanto más importante y trascendental sea la zona descubierta más crecido saldrá el ego del autor/es. En el fondo de todo ello podemos encontrar resonancias clásicas: los exploradores polares, los alpinistas, los exploradores/descubridores de los siglos XVI al XIX. Estos mecanismos psicológicos están en la base de un amplio grupo de seres humanos. No es nada nuevo.
Todo descubrimiento o exploración arrastra unas consecuencias imprevisibles a largo plazo. Pero en el caso de las actividades subterráneas han conllevado, hasta la fecha, la desaparición de una parte muy importante de lo descubierto. Creo que no es necesario dar ejemplos. Sin embargo casi todos los exploradores son bastante cuidadosos con lo que descubren. Así que se sienten muy desilusionados cuando observan que lo que descubrieron ha desaparecido pisoteado o ensuciado o arrancado (por negligencia o interesadamente) Urge pues un cambio en la manera de explorar. El explorador debe hacer un sincero esfuerzo para que los que vienen detrás de él deterioren lo menos posible el medio subterráneo. No voy a discutir aquí el cómo debemos hacerlo, hay opiniones variadas, pero creo que los grupos exploradores deberíamos reunirnos para hablar de ello.
El sábado 21 nos hubiera gustado ir a explorar un poco. Nacho me llamó  para hacer actividad. Nuestro trío  explorador podía reunirse de nuevo. Pero Miguel no podía venir el sábado y aunque hubiera podido hacerlo no era aconsejable meterse bajo la ducha de agua que estaría cayendo por la chimenea del Patio. El diluvio se actualizaba. Llovió tanto durante la noche del viernes que tuvimos serias dudas acerca de salir. Pero ni Nacho ni yo hicimos abandono. Sin embargo cuando, ya en Solares, nos planteamos dónde podíamos ir se nos presento un problema difícil. La idea era hacer fotos.  Por un lado los dos habíamos estado en Cuevamur últimamente, así que quedaba descartada. La cueva del Gándara tampoco era muy apetecible por la ventisca que azotaba los Collados del Asón. Las húmedas estrecheces de la Cueva del Torno, o de la Hoyuca, no resultaban atractivas. Por fin a Nacho se le ocurrió una idea que nos resulto aceptable a ambos: Coventosa. Amplia cueva con zonas interesantes para la fotografía, a diez minutos del coche por una cómoda senda que transcurre por una zona bastante protegida de la ventisca que imperaba.
En el Alto de Alisas dudamos del acierto en nuestra elección. La realidad era muy poco alentadora.  El Asón, aguas arriba de Arredondo, estaba a punto de desbordarse. En el pueblecito de Asón las cosas no estaban mejor. Se nos hacía difícil salir del coche. Dos perros inmunes a la ventisca vinieron a darnos la bienvenida. Unos cuantos vehículos aparcados nos convencieron de que ir a Coventosa no era una idea demasiado original. Al cabo de unos minutos conseguimos acumular la entereza suficiente para salir del coche. Tuvimos suerte. Durante unos minutos paro de caer aguanieve. Lo suficiente para prepararnos y llegar, yo casi corriendo, hasta la boca de Coventosa. Nacho tiene una zancada tan larga que me resultaba difícil seguirle.




Desde poco más allá del porche ya podíamos escuchar voces. La idea era ir a la Sala de los Fantasmas.  Pero unas amplias galerías a nuestra izquierda, que yo no había visitado nunca, llamaron mi atención.  A dos minutos encontramos una zona de formaciones perfecta para ensayar técnicas de fotografía. Intenté un collage formado por cuatro tomas. Los problemas vinieron de la dificultad para enfocar. Para solventarlo podíamos cerrar a 8 el diafragma. Pero esto, por otro lado, dejaba a los poco potentes flashes insuficientes para iluminar correctamente. Aunque esto puede corregirse en el revelado la cosa tiene sus límites por la aparición de ruido. Las conclusiones de estas tomas fueron:
a)      la necesidad de un sistema de enfoque efectivo en condiciones de luz muy pobres (casi nula en algunos casos)
b)     la insuficiencia de nuestros flashes para trabajar volúmenes medianos y grandes dentro de una cavidad.

La idea era volver a la ruta de bajada a la Sala de los Fantasmas. Pero antes pensé en que no estaba de más el avanzar un poco por la galerías en la que estábamos. Un corta trepada nos permitió acceder a una zona muy interesante. Algo más allá trepadas adicionales conducían a rincones notables. No pudimos acceder a todos esos lugares debido a que algunas trepadas hubieran requerido cuerda y seguros de escalada. Desconocemos si se han explorado todos ellos. Sea como fuere después de un breve intercambio acordamos hacer en esta zona las fotos restantes.
La siguiente toma era de mayor alcance que la primera. En cualquier caso había dos planos muy diferenciados. Hice un collage con dos tomas. El plano más cercano era más fácil de iluminar, pero también más difícil de enfocar con nitidez. El segundo plano ocupaba unas alturas con formaciones muy arriba. Podíamos solventar el problema de la falta de potencia de los flashes disparándolos varias veces. Pero eso implicaba tiempos de apertura más largos lo que llevaba a su vez a periodos muy largos en las que la cámara debía estar activa para evitar tocarla. Esto consumía más batería. Las conclusiones fueron las siguientes:
a)      Sería interesante que la cámara siguiera activa con los mismos parámetros pero con la pantalla desactivada.
b)     De cualquier forma convenía que los flashes fueran más potentes para reducir el número de disparos.

A Nacho se le acabo la batería antes de poder terminar las tomas anteriores. Pero decidimos hacer otro collage antes de irnos. Para ello hice tres tomas de las cuales sólo necesitaba dos. Me esforcé al máximo por enfocar correctamente y pude notarlo en el revelado posterior. De todas las fotos la de mejor calidad fue la última. Casi in extremis a mí también se me acabo la batería. La conclusión fue que la pantalla encendida y los largos periodos con la pantalla activada consumían las baterías demasiado deprisa.
Acabadas las posibilidades de trabajo recogimos y volvimos en diez minutos a la salida. Curiosamente seguían entrando grupos a Coventosa. El tiempo se porto bien mientras volvíamos al coche y nos cambiábamos de indumentaria. Luego dudamos entre irnos a casa directamente, eran las tres y media, o comer en el Bar Coventosa. Decidimos lo último. Era la época en que ofrecían la Matanza como menú. Algo bestial. Pero nosotros queríamos algo ligero: ensalada y cocido montañés. Ni segundos platos ni postres, ni alcohol. Como a las cinco y media estaba llegando a mi casa.       





13/2/15

Diluvio

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria




La primera mitad de febrero había sido invernal. Una gran nevada, incluso a cotas bajas, marcó un hito histórico. Las quitanieves no dieron abasto durante varios días y muchas zonas se quedaron aisladas. El Deva y el Asón se desbordaron en algunos puntos de su recorrido.
En este marco, y con malísimas previsiones meteorológicas, Miguel y yo nos planteamos hacer alguna actividad subterránea. El sábado 14 fijamos una cita en Ramales a las nueve y media para ir a la Red del Gándara. La idea era subir por Soba hasta La Gándara y visitar una zona de la red de entrada poco conocida por nosotros. Sin embargo el domingo se presentó peor de lo esperado.
La lluvia caía en cortinas densas. En algún momento la visibilidad de la carretera llegó a ser nula. A veces disminuía un poco la intensidad. Ya en Ramales me negué a salir del coche. Miguel se sentó en el asiento del copiloto y fuimos sopesando las posibilidades que teníamos. Ninguno de los dos veía claro prepararse bajo la lluvia y subir por el bosquecillo hasta la boca de la Cueva del Gándara. Nos íbamos a empapar por completo. Otras posibilidades eran El Coverón y Cuevamur.
Conduje a lo largo del Asón hasta Riba y nos aproximamos hasta el lugar en el que se suelen dejar los coches para ir al Coverón. La lluvia caía en densas ráfagas y hacía viento. El aparcamiento estaba impracticable y los arcenes no podían usarse. Así con todo el bosquecillo denso que hay que atravesar para llegar al Coverón no nos iba a permitir usar paraguas. Y las ramas se encargarían de rematar la mojadura.  No tuvimos valentía para realizar nuestra idea. Eso sí Miguel me conto algunas de sus aventuras en la mar. Velas, viento, lluvia, olas y mucho traquetreo; y sin poder apearse.






Algún titubeo adicional nos encamina a Cuevamur. La lluvia sigue igual, pero tras exprimirnos un poco la sesera conseguimos mentalizarnos. Salgo, abro el portón trasero me pongo las botas y un impermeable, ordeno un poco todo y abro un paraguas con el que tapo a Miguel. Mientras subimos, con impermeable y paraguas, la lluvia, que cae casi horizontal, me moja las piernas. Por suerte en cinco minutos entramos en el porche de la cueva. Unos escaladores tienen montada una tirolina de la que van a lanzarse en caída libre con una cuerda dinámica enlazada a la propia tirolina. Les fotografiamos y les filmamos.
Es un descanso entrar en la gruta. Voy filmando todo lo que puedo para probar la nueva cámara. Hacemos la visita completa pasando por la Sala de los Cristales; se ha hecho tan tarde que comemos allí mismo. Pasamos los Retales y visitamos hasta la Gran Sala. Los goteos se han convertido en cascadas y ríos. Hay que andar con mucho cuidado por las coladas. Al estar con agua su índice de rozamiento es casi nulo. Puro jabón. Visitamos una pequeña galería desconocida para mí (a pesar de haber estado enCuevamur decenas de veces) Hacemos fotos.
A las cinco salimos y sigue lloviendo un poco. Unos escaladores entusiastas se trabajan una vía desplomada. Nosotros recogemos todo, lo metemos en el coche y bajamos a Ramales a tomar una cerveza. Hemos podido entrar en una cueva a pesar del diluvio.



25/1/15

Prioridades 3



¡Mirad lo que nos rodea con los ojos de un niño! Podéis creerme cuando os digo que el colectivo espeleológico forma el conjunto de seres humanos más privilegiado que existe en la actualidad. Tenemos un campo de juego bello a más no poder. No tenemos aglomeraciones, nuestro campo de juego, las cuevas, está siempre vacío de multitudes aunque en la Tierra seamos ya demasiados. Además podemos explorar lugares en los que el ser humano no ha pisado. Eso es romántico y emocionante. El poder de seducción de lo desconocido. Además el reto de la exploración es creativo. Con unos recursos limitados tenemos que resolver problemas técnicos, logísticos, puramente físicos y psicológicos también.  No hace falta que os cuente mucho más porque todos lo sabéis de sobra. Como también sabéis que las cuevas se deterioran con nuestro paso. No hay nada más bello que los suelos de una cueva tal y como nos los encontramos por primera vez. Es obra de la naturaleza, y la naturaleza solo realiza obras perfectas.
Creo firmemente que coincidiréis conmigo, cuando menos, en este punto: nos gustaría encontrarnos todo lo que vemos en las cuevas como lo vieron los que lo descubrieron. Perfecto en su belleza. Pero ¿es esto posible? No es el humano un ser que modifica sin remedio su entorno y todo lo que toca? ¿no es acaso eso mismo lo que hacen todos los animales e incluso las plantas? Tenemos que pisar en algún sitio para movernos, tenemos que tocar las cosas que nos rodean. Explorar significa moverse por doquier. Todo esto es verdad. Pero también es verdad que, como humanos que somos, podemos reflexionar antes de hacer las cosas. No todo da igual.
Explorar cuevas y descubrir sitios es un logro personal importante. Los que hemos tenido la suerte de experimentarlo lo consideramos algo muy valioso. ¿Acaso estoy pidiendo que dejemos de explorar para que no toquemos, ni pisemos, ni manchemos nada? La respuesta es no. No se trata de dejar de explorar. El asunto es explorar introduciendo algunas pequeñas novedades en el procedimiento. Un poco de calma, no se pongan nerviosos ustedes. Puede suponer un poco más de trabajo, pero nada para un espeleólogo; un humano acostumbrado a traspasar todos los límites físicos y mentales establecidos.



En el proceso de exploración hay que ir sin prisas. No se trata de explorar con ansiedad, como si alguien fuera a quitarnos la gloria del descubrimiento. Cuando el grupo explorador llega a una zona frágil hay que parar para establecer con raciocinio por donde se va a pisar. Esto es: ¿qué vamos a sacrificar para pasar? Puede ponerse una balización de fortuna con un hilo apoyado en anclajes naturales o con pequeños hitos. Esta forma de actuar requiere un mínimo tiempo de reflexión y  de dialogo en el grupo. Pero merece la pena gastar cinco minutos ahora que lamentar para siempre el deterioro de algo bello. Así se ha hecho, con éxito, en varias exploraciones recientes en Udías, Torca Urbió y en donde se ha podido. Más tarde un equipo especializado, formado normalmente por dos o tres espeleólogos, montará la balización definitiva basada en la establecida el primer día. Los hombres y las mujeres de acción no tienen por qué preocuparse. Siempre hay gente dispuesta a gastar media o una jornada espeleológica en el tranquilo trabajo de balizar. Es una ocasión excepcional para observarlo todo con detenimiento y hacer buenas fotos.
La última cueva en la que estoy balizando la he conocido hace poco. Es una cueva en exploración aunque no soy yo el que la explora. Además no tengo interés en explorarla, sólo en conservar su belleza. Me vais a permitir que no nombre, ni incluya referencia alguna de dicha cueva. Se trata de atajar el proceso de deterioro antes de que comience. Cuando esté balizado todo lo que consideremos frágil no tendré inconveniente en hablar un poco de ella . Pero de momento lo mejor que le puede pasar a la cueva es que todo el mundo la ignore.
El domingo 25 de enero del 2015 Miguel y yo estuvimos indecisos entre ir a seguir las exploraciones en el Patio o ir a balizar. Dudábamos del tiempo atmosférico.  En Ramales estaban cerrados los bares a las nueve y media de la mañana. El tiempo era estable. Esto nos inclino por la lejana, andando claro está, cueva a balizar. Por el camino, paramos a desayunar un pincho de tortilla con café.



La gatera de entrada estaba embarrada como otras veces. La primera fase de la balización había quedado impecable. Solo unas cuantas huellas absurdas rompían la belleza de los frágiles suelos. En menos de veinte minutos nos colocamos en un piso inferior que sólo conocíamos por referencias de unos compañeros. Nos habían contado de una zona extraordinariamente bella y frágil. Con las débiles indicaciones comenzamos la búsqueda por unas galerías de apariencia caótica y confusa. Primero fuimos “como a la derecha” según bajábamos. Nos movimos con mucho cuidado observando cada recoveco. La galería parecía tener centenares de posibilidades de continuación, sobre todo en desfondes con grandes bloques. Después de un par de horas y de muchas vueltas, habíamos pasado varias veces por los mismos lugares  y teníamos varias interconexiones entre las galerías recorridas. La conclusión que sacamos fue la siguiente: había muchas zonas con corales mereciendo protección/balización pero no habíamos encontrado lo que buscábamos.
En una segunda fase anduvimos desde la base de los pozos “como a la izquierda”. La galería no tenía bifurcaciones, salvo algunos pozos laterales que no conducían a nada especial. Paramos en un desfonde sin equipar. En este sector tampoco encontramos lo que buscábamos, aunque había varias zonas que exigirán balización.
Finalmente fuimos desde la base de los pozos directos “hacia abajo” por una fuerte pendiente. Desembocamos en un par de meandros de difícil tránsito. Sin instalaciones de pasamanos no era recomendable seguir adelante. A las cinco y media estábamos fuera y a las siete tomábamos en Ramales unas patatas con cervezas.
Aquí queda mucho curro… ¿alguien quiere ayudarme?




1/1/15

Las Ratas





Lo que me inspira hoy es un hecho irrelevante. Algo minúsculo sin trascendencia alguna. Además no creo que tenga sentido preocuparse por ello más de un minuto. En su momento no lo hice ni siquiera uno. Y ahora que lo cuento tampoco me preocupa. Creo que escribo sobre ello porque es un buen ejercicio de gramática. Y el ejercicio fortalece los músculos. Además se trata de un hecho risible. Y la risa es buena, sobre todo si el chiste está en uno mismo.
La verdad es que las ratas no se merecen la fama que tienen. No hay cosa más sucia que un ser humano desparramando sus pensamientos y sus actos por la creación. No existe una especie que transmita más veneno y patógenos que el Homo Sapiens. De hecho me permito afirmar que las ratas han cumplido, hasta hace bien poco, un gran papel en las artificiosas ciudades que habitamos. Ellas se comían toda la basura que podían de forma voraz e incansable, transformándola en tejidos vivos de rata. Lo que constituye una tarea encomiable y de una dificultad extrema. Transformar plomo y plástico en algo comestible y nutritivo es algo mágico. Ni siquiera nuestras modernas plantas de reciclaje han podido todavía emular a las humildes ratas. Acaso nuestra perdición, nuestro pecado original, comenzó cuando nos trasladamos a las ciudades. Algunos las admiramos como tontos incorregibles. Sus bonitas luces de colores, sus torres de cristal, sus imponentes edificios de piedra tallada y también esas estructuras metálicas increíbles llamadas puentes; todo ello nos encandila como las cuentas de abalorios a los indígenas del Amazonas. Si dejásemos de trabajar, incansables e insomnes como hormigas, para mantenerlas con vida, sus calles apenas serían reconocibles al cabo de unas semanas. Y como únicos habitantes, corroyéndolo todo, solo quedarían los fantasmas y el polvo. Las ratas, probablemente, acabarían la tarea. Pero no me apetece seguir hablándoos de esa realidad virtual a la que llamamos ciudades. Ni tampoco de su matriz de origen, las llamadas civilizaciones. Todo esto ya lo sabéis. Y no pretendo aburriros.  Os hablaré de la Sima Destapada. Destapada significa que estuvo tapada en alguna ocasión.
Cuando llegué al punto clave sencillamente me percaté de los hechos, recogí todo el material a lo largo del ascenso, salí de la sima, llamé a mi mujer y nos fuimos a comer frente al mar en un rincón soleado de Isla Plana. De hecho la pequeña ración de indignación de ella y de Mavil no me llego a conmoverme lo más mínimo. Por supuesto fue una pena no darse un mágico baño en el lago termal de la Sima Destapada. Por otra parte, el hecho de intentar haceros comprender que las ratas no son los malos de la película es lo más interesante de este cuento. Los malos no existen realmente. En las enseñanzas budistas se aprende que el origen básico del sufrimiento es la ignorancia. Es decir, no es que exista lo bueno como contrapuesto a lo malo: esa solo es la lectura superficial de los hechos. Lo que realmente tenemos entre manos es la ignorancia. O dicho de otra forma la falta de consciencia. A ver si lo digo más llano: ¡¡que no te enteras contreras!! Robar lo público y poner grifos de oro en tu patio al estilo saudí. Así pues hete aquí un asunto común en nuestra cultura latina, heredera parcialmente de otras culturas mediterráneas, musulmanas y africanas: considerar todos los bienes ajenos como potencialmente aprovechables para uso exclusivamente propio (incluidos los bienespúblicos)
Aunque con una saca podía subir los cuatro trozos de cuerda que necesitaba, Marisa se vino hasta la boca de la Destapada para ayudarme. El cerro donde está la sima llamaba su atención y podía subirse bien desde el final del sendero a la boca. Llevaba tres cuerdas de veinte y una de diez. El primer pozo necesita una de veinte, el segundo dos  de veinte, sobrando algo, y el resalte anterior al pozo Coke una de diez. Muy cómodo todo. De todas formas estaba un poco nervioso y me costo un minuto encontrar el paso entre la base de los primeros pozos y la cabecera de los grandes. A pesar de que me prometía un largo baño, el hecho de bajar los dos grandes pozos en solitario me inquietaba un poco. Es cierto que no era la primera vez que hacía esto sin compañía alguna, pero eso no me aportaba una sensación de seguridad. Además se me multiplicaban los recuerdos: Mavil, Joaquín, Lola, Espeleo50… sin duda éste es un sitio al que le tengo un cierto apego.
Descendí emocionado el pequeño resalte anterior al pozo Coke. Las fijaciones químicas de acero inoxidable me ofrecían una seguridad total. Avancé por el pasamanos de acceso al pozo y comencé a ver la realidad: las cuerdas que esperaba encontrarme puestas habían desaparecido. No estaban ya. Las habíamos puesto nosotros hace tres años. La del Coke era muy nueva. El esfuerzo de colocarla y el dinero que habían costado. Y el detalle de dejarla allí para todos. Para facilitar la visita. Estaban pasadas por las argollas de las fijaciones. No lo pensé más. Comencé la vuelta hacia la superficie.
En la base de los pozos iniciales me volví a cambiar de ropa para protegerme en las estrecheces. Aproveche para hacer un ejercicio excelente y me moví con concentrada soltura. El día estaba resplandeciente. Disfrute del paisaje y mientras descendía con calma fui observando las plantas que colonizan el árido terreno. Volví a pasar junto a la roca plana en la que está escrito love you con tinta roja…
La plaza de Isla Plana estaba en calma invernal aunque la temperatura era deliciosa. Pasaron dos parejas españolas de paseo tras la comida. Ellos lanzaban a voces su opinión sobre el servicio de mesas del restaurante en el que habían estado mientras ellas iban un poco detrás, siguiendo a sus maridos, como impone la costumbre latina. También pasaron varias parejas de alemanes. Ellas y ellos juntos muy deportistas y activos. Mientras tanto yo devoré una buena empanadilla acompañada con mojama de atún.


8/12/14

El Patio




La verdad es que me costo un huevo volver a hacerme a la idea de meterme bajo tierra en el puente de la Inmaculada (inmaculada: sin mácula, sin mancha) Llovía de verdad y estaba llegando el invierno. Aún así no me apetecía entrar a una cueva. Más bien era leer -plácidamente- lo que realmente me seducía. Y a ser posible en una habitación confortable y cálida. Por el contrario mi amigo Miguel estaba entusiasmado con la idea de hacer espeleología. Y sobre todo con la de volver a explorar en la Red del Gándara. Además era su cumpleaños feliz y deseaba un buen regalo. ¿Y qué regalo mejor que el de una gran galería llena de formaciones inmaculadas y bellas? Animado por el ánimo ajeno quedamos el lunes en Ramales a las diez. Nacho estuvo a punto de venir, Eva estuvo a punto  de venir y una espeleóloga del Burnia también estuvo a punto de venir. Pero no vinieron.
Dos éramos, en el aparcamiento, dispuestos a mojarnos. Un grupo salía y otro entraba de la Cueva del Gándara mientras nosotros hacíamos encaje de bolillos -apresurándonos- para no sufrir las consecuencias de un aguacero. Lo conseguimos: entramos sin empaparnos y el frío se nos pasó enseguida. En menos de una hora estábamos ante la punta de exploración.
Tarde un buen rato en colocarme todo el material. De hecho es una de las tareas más complejas que debe emprender un espeleólogo que desee escalar asegurándose con fijaciones tipo parabolt o roscapiedra. Hay que colocarse encima: taladradora, batería, maza, llave de tuercas, parabolts con chapa, mosquetones etc. No lo tengo nada automatizado. Además la conexión entre la batería y mi taladro falla, y obliga a apretar con una mano mientras se sostiene con la otra el taladro; mientras tanto guardas el equilibrio en una posición inestable y precaria con una caída interesante. Bueno, eso es así.
Primero acabé el pasamanos de acceso a la chimenea metiendo dos fijaciones más. Luego monté una cabecera y pasó Miguel. Ahora había que escalar la chimenea. Fácil en principio. El primer seguro lo metí a unos cuatro metros de altura. Excelentes repisas para los pies y bastante buenas presas para manos. Más arriba metí otro parabolt y luego un cordino a un puente de roca antes de ponerse chungo. Hice una travesía ascendente a la derecha y coloqué otro parabolt. Me había quedado sin material. Me descolgué y Miguel bajó a por más chapas con parabolt y a por las baterías restantes. De vuelta arriba metí, en una difícil posición, otro seguro y negocié el paso más delicado. Por la derecha la pendiente se recubría de moonmilk y no había manera de poner el pie sin resbalar. Subí un poco por la izquierda en adherencia y empotre el pie derecho en una fisura recubierta de jabón. Desde aquí no me fue difícil alcanzar una sucesión de agarres descomunales. La dificultad había acabado. La chimenea ascendía girando a la derecha. Bajo el último resalte, en una buena repisa con salientes en forma de cuchillo, monte una reunión. Miguel ascendió recogiendo todo el material.
El resalte era sencillo. Metí un cordino a un punta maciza y salí escalando en oposición/bavaresa con cuidado por la pátina resbalosa. Bonita escalada. Arriba nos encontramos una marmita de aguas prístinas. Yo no quería arriesgarme a caerme en la marmita pero Miguel paso con gran habilidad al otro lado. Descubrió una zona de formaciones y, más allá de una difícil gatera, un meandro con cristalizaciones en el que quizás se pueda avanzar subiendo varios metros. Sin embargo, por el momento, lo abandonó en ese punto.
Para bajarnos dejamos tres chapas y un desviador. Fraccionamos con cordinos en doble para ahorrar mosquetones. La sorpresa vino mientras bajaba Miguel. Yo había descartado una ventana a la izquierda de la escalada pensando  que daba a la sala de donde veníamos. No me pareció relevante. Sin embargo Miguel, trepando un poco, se asomo. Lo que vio no se correspondía en absoluto con la sala ni por el tamaño ni por la distancia al suelo. Se trataba de un patio distinto. Renace la ilusión. ¿Continuará la cavidad por esa ventana? ¿Podremos descubrir algo nuevo a través de ese patio?
Para celebrar el éxito de la exploración paramos en Ramales a beber cerveza y comer patatas con alioli. Todo un lujo después de pasar el día a remojo acompañados de barro, charcos, marmitas, goteos y chorrillos de agua burlándose de nuestros afanes.

5/12/14

Prioridades.2



La meteo daba chubascos o lloviznas con cielo cubierto para el viernes y aún peor para el resto del puente de la Inmaculada. Pero yo no estaba dispuesto a diferir más tiempo la balización de la cueva que había visitado el fds pasado, en concreto el día 22 de noviembre. En un principio pensaba ir solo, pero el miércoles me llamó Juan (el joven) para ofrecerse a venir conmigo. Quedamos en hablar al día siguiente por la noche. El jueves fue demencial: todo el día en la mesa electoral de los representantes sindicales del gremio de la Educación. Además no paró de jarrear. A la postre Juan (el joven) no se animó a venir. El tiempo atmosférico había hecho su tarea pulverizando la moral del personal. Mismo yo, dudé por la mañana entre ir y hacer otras cosas.
Agarré un buen paraguas y un impermeable noruego y con todas las herramientas de balización me metí en el coche. En Alisas intuí que el tiempo me iba a sonreír. Y así fue:  no me cayo ni una gota en toda la subida. El impermeable fue en la saca y el paraguas me sirvió de bastón en el resbaladizo sendero de subida. El peso y la incomodidad de ir con el mono exterior hasta la cintura se hizo sentir. Pero había conseguido tener la moral muy alta.
La entrada estaba embarrada y con varios charcos que pasé al estilo gato erizado. Me aposente en la primera sala, seca y arenosa, y dispuse el instrumental. Empecé intentando colocar el cartel de "Cueva Balizada" pero el sitio que elegí, muy cerca de la entrada, era incómodo e inadecuado para su lectura. Los suelos, muy frágiles en la galería de entrada, me aconsejaron modificar la idea inicial. Pondría el cartel algo más adentro. En total me debió llevar unas dos o tres horas el colocar las estacas y el hilo del primer sector. Además encontré un lugar excelente para colocar el cartel: Un gran bloque hincado en la base con una cara plana dando al sendero e inclinada levemente para facilitar su lectura. Después de todo esto comí. Al móvil se le había acabado la batería. No sabía la hora, pero calculé casi las tres -la última vez que lo miré era alrededor de la una-.
El segundo sector incluía desde la salida de un laminador cómodo, con suelo de guijarros, hasta las inmediaciones del pozo. Me di cuenta que iba a llevarme bastante esfuerzo y tiempo acabar aquello en el día. Pero tomé la determinación de hacerlo. La colocación de las estacas, sin ser penosa, me cansó los riñones. Las caperuzas de plástico eran largas y costaba meterlas en frío. De tanto apretar me hice una rozadura en el pulgar derecho. Tuve la repetida sensación de que era tarde . Recogí todo cuidadosamente y dejé un depósito de estacas para seguir con el trabajo más allá del pozo.
La gatera de entrada no sólo estaba embarrada y con charcos; corría un riachuelo por ella. Salí empapado y con barro por doquier. Afuera estaba lloviendo y era noche cerrada. Por suerte se trataba de bajar y no de subir. Pero a punto estuve de darme un buen batacazo varias veces. Aquello parecía una bañera untada de jabón. Dieron las siete en el reloj de la iglesia lejana. 
Mal que bien, conseguí llegar a la carretera. Me encontré con una chica joven que había parado el coche preocupada de que a esas horas y con ese tiempo alguien estuviera en la senda. Me presto el móvil para hacer las llamadas de rigor. La tranquilicé y le agradecí su preocupación. Ella era un maravilloso ejemplo de que no todo está perdido en la sociedad española. Cuando pude arrancar el coche y poner la calefacción alcancé el relax. O casi. Mi jornada laboral había finalizado Pero aún tenía que llegar conduciendo a casa e ir a Santander.







Solución Drástica

29/11/14

Collages


Cuando una persona posee unos recursos limitados tiene que inventarse el camino. Transportar grandes cantidades de material fotográfico, reclutar a varios ayudantes y dirigirles durante la realización -digamos disparar flashes-. Todo ello puesto en acción tanto en localizaciones relativamente accesibles como en otras muy remotas. Estos condicionantes dan como resultado que sea complicado hacer fotos de calidad en las cuevas.
Con la idea de reducir los recursos necesarios comenzamos a experimentar con el montaje de varias tomas a cámara fija en las que solo está iluminada correctamente una parte del total. Se trata de una idea similar a la del HDR pero llevada al extremo absoluto. En una típica toma sólo veremos iluminada correctamente, más o menos, una pequeña zona de la superficie total de la toma, mientras que el resto puede estar a oscuras por completo. Surgen dificultades serias en los solapamientos ya que pueden generarse graves incongruencias en las luces o en la temperatura de los colores. Además debemos garantizar la inmovilidad absoluta de la cámara a lo largo de todas las tomas. Sin embargo los recursos tanto humanos como materiales disminuyen drásticamente. Bastan uno o dos flashes y un ayudante para conseguir buenos resultados. Luego viene el trabajo de fusión de tomas con el ordenador: esto es harina de otro costal. 
El sábado me acerque a la Cueva del Torno para realizar algunas tomas experimentales sin ayudantes y con un solo flash. Estuve muy entretenido unas tres horas para hacer cuatro fotos. La conclusión que saqué es que puede trabajarse con un solo flash. Pero si hay que iluminar zonas complejas es necesario un ayudante o disparadores remotos para los flashes. Además es casi imprescindible usar un disparador remoto para la cámara so pena de estropearlo todo.
La acumulación de caracoles en la rampa de entrada era alarmante -llovía fuera- y la rampa era un barrizal. Tanto a la entrada como a la salida tuve buen cuidado en intentar no aplastar ningún caracol. Casi lo conseguí.





22/11/14

Prioridades.1






Cuando se descubren todas las cuevas son vírgenes. Esta también era virgen. Pero, además, era –es- bonita y sencilla de recorrer. La senda de aproximación es un viejo sendero de cabras abierto por las cabras, mantenido por ellas y utilizado esporádicamente para marchas de montaña. Hacía tiempo que Juan me había hablado de esa cueva. Una sola vez la había visitado con un pequeño grupo, pero no lograron avanzar mucho. A lo sumo anduvieron un kilómetro, de la decena que afirman haber explorado, antes de encontrarse con un pozo que no cuadraba. La información que Juan había recibido acerca de cómo bajar a un nivel inferior mencionaba una rampa sin pozos y no un pozo.
A primeros de octubre hablamos de ir a la cueva. Pudimos ponernos de acuerdo en una fecha pero nos costó. Semanas después hubo que posponer la fecha a noviembre. Es la cruz que arrastramos en el mundo de la comunicación fácil e instantánea: el torbellino de cuadrar planes que implican a varios individuos. La cosa se pone fina porque los fines de semana se están convirtiendo en una desbandada de esclavos ansiosos. Como una ballesta que se tensa hasta el paroxismo la semana laboral va aumentando la presión hasta que el fin de semana de abre la válvula. La vida social, familiar, las amistades, el cuidado de la casa, las compras y las aventuras en la Naturaleza deben conseguir encajar entre el sábado y el domingo. Eso suponiendo que el individuo en cuestión tenga un fin de semana normal. Porque hay mucha gente que no lo tiene o que lo tiene sólo a veces.
El sábado 22 de noviembre quedamos en Solares a las nueve y media. Aunque podríamos haber ido tan solo en dos vehículos, Juan, Julio, J. Ángel, Cristina, Iván, Juan (el joven) y yo nos repartimos en tres coches para poder flexibilizar la vuelta. Una gran parte del grupo deseaban quedarse a picar algo en Arredondo al anochecer. Antes de prepararnos para la subida paramos a tomar unos cafés.
El tiempo era perfecto para caminar. Hacía algo de fresco, pero no frío. El aire estaba en calma y nítido. Aunque Juan me había contado que se tardaba una hora en la dura subida la impresión que me produjo fue que se tardaba menos. Y a pesar de que se notaba mucha pendiente en algunos tramos, las cabras siempre son cabras, el sendero no es malo y está bien trazado. Además a esas horas de la mañana la ladera por la que discurre el camino se encuentra en sombras. Personalmente disfrute de la aproximación. En el último centenar de metros nos encontramos varios agujeros marcados por los grupos exploradores.
La cómoda gatera de entrada desemboca en una galería de techo bajo que va haciéndose progresivamente más cómoda. Los suelos están en su mayoría impolutos. Se progresa con facilidad avistando algunas zonas de belleza peculiar. Así fácilmente se llega a una sala de hundimiento en que la continuación principal está en el fondo de la bloquera. Allí hay un pozo. Sin embargo las noticias de Juan eran que podía bajarse al nivel inferior por unas rampas. Esto significaba volver atrás y buscar. Así lo hicimos. Mientras buscábamos pudimos visitar algunas desviaciones pobladas de ristras de zanahorias, naranja intenso a rojo obscuro, colgadas del techo. Todas las pequeñas galerías acababan obstruyéndose por tierra o concreciones.
De vuelta la sala colapsada formamos dos grupos: el formado por Iván, Cristina y Juan (el joven) bajaron el pozo y visitaron someramente el piso inferior. El formado por J. Ángel, Julio, Juan y yo mismo nos quedamos a hacer fotos. Mientras hacíamos las fotos -bajo el imperio de la tranquilidad- una idea fue cuajando en el ambiente: ésta cueva esta en un estado virginal y nos gustaría, ahora que todavía estamos a tiempo, balizar las galerías para preservar el paisaje subterráneo tal y como está. Sera un ejemplo maravilloso de lo que puede conseguirse con un poco de esfuerzo. ¡La prioridad es conservar y no explorar!  
Hicimos unas veinte tomas para cuatro o cinco fotos experimentales (collages) Pasaba el tiempo. Comimos… Tres horas después, con un desatado deseo de tomar el sol, escuchamos al grupo de Iván saliendo del pozo. Unos minutos después estábamos fuera. Un atardecer suave se había apoderado del valle. Cada paso de la bajada me resulto un placer. Los colores se adivinaban, cabalgaban sobre las formas, como un dictado sobre un público ávido de palabras. No merecíamos más, quizás menos. Me senté sobre el suelo fresco para cambiarme. Luego bajamos a tomar unas bebidas en Arredondo. Cambiamos varias veces de opinión. En todos los bares la gente veía un partido de fútbol y vociferaba. No necesitábamos tales cosas. La noche había caído ya. J Ángel y yo volvimos a Solares. 

18/10/14

La Foto



Una de las fotos tenía unos pendants rosados. Las texturas habían quedado perfectamente reflejadas. Era una buena foto para el nuevo calendario, pero faltaba una referencia humana. Juan me sugirió repetir la foto con alguien en ella.
El jueves Oscar fue a terminar las instalaciones en Cuevamur. Le acompañaron Sergio y Sara. Pensaba ir con ellos a realizar la nueva foto pero no pudo ser. Y fue por eso que quede el sábado con el grupo que iba realizar la visita. En total éramos más de veinte personas. Como a las diez estábamos preparándonos en el aparcamiento de Las Covalanas. Había mucha más gente por allí, creo que estaban realizando unas pruebas para un curso de Habilitación de Monitores de Espeleología. Una cascada de calorazo nos inundaba a marchas forzadas. 
Yo albergaba la esperanza de que alguna fémina se viniese a la Sala de los Cristales para posar en la foto y ayudarme con los flashes. En la puerta de Cuevamur nos paramos unos minutos para dar explicaciones sobre la visita y sobre los senderos balizados que iban a encontrarse. El primer pasamanos, el resalte, la rampa, los laminadores y el pasamanos de la Gran Sala los transitamos en grupo. Allí los visitadores se dispusieron a bajar la enorme rampa hasta el fondo de la Sala para realizar el circuito que atraviesa la Gatera de los Retales. Mientras tanto se preparaban para el descenso sugerí que alguien me ayudase a hacer fotos en la Sala de los Cristales, pero todos querían hacer la visita completa. Tenía que inventarme una foto conmigo mismo como modelo.
Antes de comenzar a pensar en las fotos me di un paseo por las instalaciones de balización. Revise algunas varillas en las que habían saltado las caperuzas. Fije el hilo lo mejor que pude. Es claro que algunos tropezones fueron sobre varillas (resisten bastante pero a veces se parten) Me concedí un rato para reflexionar sobre cómo colocar los flashes. Era difícil hacerlos funcionar con el disparador remoto a la distancia que pretendía. Tuve que colocarme en la foto como modelo cercano a los flashes para poder disparar. En la primera tanda de fotos disparé un flash frontalmente a mano y dos en ángulos transversales. Además puse una linterna a iluminar difusamente el fondo de la galería. La cosa se empezó a poner complicada. Tiré por lo menos nueve fotos intentando sacar lo mejor posible de los instrumentos que tenía. Finalmente me harté de hacer fotos con el trípode fijo en la misma postura y con la cámara inmovilizada en la misma mirada.
Me trasladé a una zona de concreciones masivas en el centro de la Sala y me dispuse a realizar unas cuantas fotos diferentes. Como ahora las distancias eran más cortas fue más sencillo manejar los flashes (la distancia de disparo de los sensores es demasiado corta para las necesidades espeleológicas…) Allí realicé unos quince disparos a temas varios y en algunos me incluí como modelo humano. En un momento dado me sentí saturado de tanta foto. Además empezaba a sentir un poco de hambre.
No sabía que hora era, no llevo reloj en las cuevas ni tampoco fuera, pero por lo menos habían pasado dos horas desde que me separé del grupo. Me entretuve un rato aplacando mi hambre pero esperarles en la Sala de los Cristales significaba demasiado tiempo para mi escasa y débil paciencia. Opté por salir. En el enorme Hall de entrada había un innumerable grupo de personas practicando instalaciones. El calorazo era casi insoportable considerando que estábamos en la Cornisa Cantábrica. Más abajo, ya cerca de aparcamiento y en el mismo, había más manadas de cursillistas. Me encontré con Cipri, un viejo compañero de espeleo, realizando uno de los cursillos. Un bajón de tensión me estaba adormeciendo. Opté por marcharme rápidamente a casa antes de caer redondo al suelo. Además estaba ansioso por echar un vistazo a las tomas que había capturado. Fue una sabia decisión…





4/10/14

Avatares



Los exploradores de la Red de Udías me habían sugerido que les ayudase a balizar una zona delicada descubierta recientemente. De hecho se trata de una zona con suelos muy frágiles y a la que ya han conseguido acceder espeleólogos foráneos. Se corría el peligro de que se pisotease por doquier. Así pues cuadramos una salida exprés para diseñar los senderos de la zona Avatar. Miguel, yo y como guía Manu. Nadie más pudo venir a pesar de que muchos lo deseaban.
Eran poco más de las diez cuando nos reunimos y media hora después estábamos entrando por el Hoyo Cobijón. Unas dos horas después, y tras un recorrido esforzado, accedíamos al nuevo sector. Nos costo dar con el camino correcto hacia la zona frágil. Tras unos titubeos, que duraron menos de cinco minutos, estábamos en el lugar. Después de una inspección general, en la que anduvimos con todo el rigor que pudimos por donde ya se había pisado, comenzamos el trabajo. Con la taladradora fui instalando las varillas. Miguel en una banda y Manu en la otra colocaron el hilo. Solo hubo alguna duda en cuanto a la anchura del sendero (prefiero hacer los senderos estrechos…) y en la posición de una varilla
Comimos pacíficamente un frugal menú que a mí me dejo medio insatisfecho. Y luego nos pusimos a hacer fotos (Miguel ya había empezado mientras trabajaba) La sesión se prolongó más de una hora pero a mi se me hizo corta. Si entras en un estado de calma todo va suave. Lo que más echo en falta es un conjunto de flashes cómodo. La iluminación de los cascos con exposición nunca da una foto de calidad óptima. Lo más sugerente fueron las islas flotantes colgando del techo (recuerdan las de la película Avatar) La vuelta se desarrollo sin contratiempos. Me pareció más corta que la ida, pero ya sé que el tiempo es un factor subjetivo de la experiencia.
Afuera llovía suavemente. Según íbamos cambiándonos de ropa, en cuestión de minutos, empezó a arreciar. Cuando llegamos al bar cercano jarreaba. Sin embargo la temperatura seguía siendo veraniega. Mientras tomábamos una buena cerveza nos congratulamos de la hermosa lluvia que tanto falta hacía y del trabajo realizado en Udías. Aunque bien pensado sería necesario convencer a todos los paisanos y ayuntamientos de la zona para que no arrojen basura al Hoyo Cobijón. El río de la cueva se ha convertido en una vertedero en que uno puede encontrar objetos de plástico, goma, metal o de cualquier  material imaginable en cantidades industriales. Y sin embargo encontramos un tritón! y un pez! Lo que demuestra que el agua no puede estar tan contaminada como pensamos ¡o que mi idea de que los tritones sólo habitan en aguas muy puras es falsa!



19/9/14

Susana




Susana vino a estar con Ananda un par de semanas en España. Primero pasaron unos días en Andalucía. Y un buen día estaban en casa. Susana es una joven austríaca que habla muy bien español. Extraordinariamente bien para tener una única corta estancia en nuestro país: seis meses de prácticas en un hospital de Sevilla. Allí tuvo que ponerse las pilas bien rápido porque ningún médico del hospital sevillano hablaba inglés. Bueno, el efecto práctico de eso fue que pude hablar en castellano con Susana de cualquier cosa.
Cuando Susana supo lo interesante que es la espeleología en Cantabria le entraron ganas de visitar una cueva. Como no era pertinente ir a un sitio que requiriese el uso de técnicas verticales decidí llevarles a la Rubicera: grandioso paisaje y grandiosa cueva. Pero el viernes, a la hora que debíamos cruzar Alisas para llegar al Valle del Asón, el tiempo estaba tormentoso en las montañas y había comenzado a chispear. Decidimos ir a una cueva más costera y con un acercamiento muy corto: La Hoyuca. Esa cavidad me produce la misma impresión que visitar una habitación de mi propia casa. Sin embargo siempre que voy lo veo con los ojos de alguien que no ha estado allí o que, incluso, no ha estado en ninguna cueva. Y este era el caso de Susana, aunque no el deAnanda.
Susana puso cara “de susto” en la gatera de entrada. Pero no emitió ninguna queja. Se nota que le gustan los retos y el deporte. Nuestro objetivo era una visita a Quadraphenia mirando todas las galerías que pudiésemos. Mientras avanzábamos el silencio entre nosotros era notable. Sólo mis breves explicaciones rompían ese silencio. Me pregunté si, quizás, estarían inquietos por el ambiente subterráneo. Tal vez a Ananda no le apetecía de verdad estar allí y sólo lo hacía por Susana. Preguntas sin respuestas.
Fue divertido el paso de la estrechez que da acceso a galerías amplias. Susana paso detrás de mí. Ananda fue el último y tuvo alguna dificultad en sacar una de sus largas piernas. Anduvimos con calma sobre las cómodas galerías arenosas: es la mayor sequía que he observado en todo los años que llevo entrando en La Hoyuca. Ningún rastro de los arroyos que suelen circular por esas galerías.
En una encrucijada donde aparece un afluente meandroso lo tomamos -a la izquierda- para que conocieran una galería de ese tipo. Luego inspeccionamos la zona donde la red de galerías fósiles arenosas zigzagueantes a 45º se colapsa sobre FirstRiver. Eso está muy cerca de Las Playas, ensanche natural de la galería por donde transcurre tranquilo First River antes de sumirse en un sifón doscientos metros río abajo y en donde también desembocan ciertas galerías superiores y algunas procedentes deQuadraphenia. De cualquier forma optamos por ir a Quadraphenia.
Las primeras galerías son muy simpáticas. Nos entretuvimos unos minutos visitando en un nivel superior, al que se accede por un estrecha fisura, unas encantadoras cortinas ondulantes de un precioso color cremoso. Poco después desembocamos en la Sala Colapsada. La llamo así pues no sé qué nombre le han puesto los ingleses. A esa sala  se emerge procediendo de un nivel algo inferior por un caos de bloques del tamaño de casas unifamiliares. Los bloques proceden de un desprendimiento del techo. Aún pueden observarse en algunos sitios las estalactitas pegadas a los bloques e inclinadas unos 15º. En una esquina de la sala se toma una galería fósil arenosa salpicada de una sucesión de pozos que caen a un nivel inferior. Poco más allá se vadea un desfonde por un puente de bloques recubiertos de tierra compactada. Siguiendo unos metros se abre a la derecha una fisura por la que se trepa fácilmente a un nivel superior.  
Puede que esa zona sea la más bonita de este sector de la cavidad. Son notables las formaciones de un rojo oscuro intenso, estalactitas, goteras y alguna bandera. Llaman mucho la atención porque casi toda la superficie es color cremoso claro. También hay corales de diversos tipos: globulares, planos con colores claros y oscuros. Un poco más adelante nos encontramos con un campo de gours en una colada recubierta de un fino barro muy resbaladizo. Subiendo con mucho cuidado hasta arriba por esta colada alcanzamos grandes superficies de colada con estalagmitas masivas y, finalmente, un conjunto de formaciones grandes y muy atractivas.
De vuelta al puente sobre el desfonde visitamos la galería que lo prolonga. Una cuerda ayuda al tránsito por una zona de repisas. Luego hay  que trepar un par de metros para continuar adelante. La galería se hace cómoda -y ancha- con arenas y tierra en los suelos. Más tarde se llega a una zona de formaciones discretas. Finalmente nos detuvimos ante un sorprendente fenómeno: una gran raíz colgando del techo. Dado que estábamos bastante dentro de la montaña (en planta) cuesta creer que una raíz de esas dimensiones aparezca por el techo y de vueltas por el suelo de la galería. Es posible que la superficie no esté tan lejos como pensaba. Una dolina quizás. De cualquier forma aquí detuvimos nuestra excursión subterránea para iniciar la vuelta.
En Las Playas tomamos un poco de queso y unas manzanas. Salimos por el pequeño meandro que necesita de escalada para luego bajar por un desfonde al otro lado. Un broche agradable a un recorrido encantador. Habían pasado casi cuatro horas. Sin embargo en el exterior seguía sin llover y con un calor veranigo.






13/9/14

Todo terreno

Texto: A. González-Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria




A lo largo de la semana del 8 al 14 de septiembre me llamaron varios amigos para hacer espeleología durante el fin de semana. También hablé con una amiga de ir a escalar un rato el sábado. En realidad todo me resultaba indiferente. Es una tendencia clara de que en mí están apareciendo otros intereses o, mejor dicho, que otras motivaciones están tomando el mando.  Todo ello alimentado por una desconexión prolongada de los planes que he mantenido a lo largo de este último año se mezclaba en un extraño cóctel. De cualquier forma que fuere, el viernes a las seis de la tarde tenía varios planes potenciales y ningún plan real. En esta tesitura me llamó Miguel y me animó para hacer espeleología. La posibilidad que más armonizaba con las obligaciones de Miguel era entrar a mirar flecos de exploración en zonas próximas a la entrada de la Red del Gándara. Y no me negué, aún a pesar de mi falta de entusiasmo.
Colindres no ha sido nunca nuestro punto de cita. Pero esta vez lo fue. Eran las diez de la mañana de un sábado veraniego cuando nos montamos en mi coche y partimos hacia Ramales. Luego seguimos por la carretera de Soba hacia La Gándara. La carretera se desplazaba; más aun: se iba quedando atrás. Mientras, las historias del verano se sucedían. Anécdotas. Y la preocupación social de Miguel se manifestaba como casi siempre que volvemos a vernos. Una voz me atraía hacia mis viejos intereses. Pero otra me alejaba cada vez más de ellos. El terreno se notaba seco. La sequía se prolongaba. Un sediento reino vegetal.
Las sacas se llenaron hasta llegar a alcanzar un peso algo incómodo. Pero somos humanos y tenemos espíritu de sacrificio. No somos camellos, ni llamas que protestan, muerden y se niegan a levantarse cuando el peso pasa de un valor crítico. Así que cargamos estoicamente  con las sacas hasta la boca de la cueva. Nos recibió un ambiente frío que nos llevo a la gloria directamente. Me sentí feliz de abandonar el bochorno estival. El viento helado y ruidoso nos dio una cariñosa bienvenida. Totalmente inolvidable el sentimiento de entrar en otro reino.
Al avanzar fuimos comprobando que los senderos balizados se habían respetado y que los desperfectos eran mínimos: tres o cuatro taponcillos de sujeción habían saltado, quizás por tropezones o tal vez por la tensión que produce un ángulo mayor que 180º. Miguel, mucho más previsor que yo, los fue sustituyendo sacando de una bolsita que portaba los nuevos taponcillos. Poco después nos encontrábamos en la zona de exploración.
Hace unos meses el Río Pintado nos freno en una estrechez defendida por un charco profundo que obligaba a mojarse casi entero. Ahora traíamos trajes de neopreno para pasar cómodamente la gatera. Después de algunos intentos fallidos pude conseguir pasar el tronco y asomarme al otro lado. Desgraciadamente no había continuación de ningún tipo. El laguito final estaba seco y, salvo una estrecha fisura, la pequeña sala era hermética. Recogimos la instalación de acceso al Río Pintado y volvimos sobre nuestros pasos.
Nuestros próximos movimientos fueron para escalar dos chimeneas con hueco evidente arriba. La primera era demasiado estrecha como para poder continuar. Después de escalar unos metros con la ayuda de dos parabolts, y de sostener un encarnizada batalla, Miguel tuvo que desistir. En la segunda chimenea me encargué yo de montar un pasamanos de acceso. Sin embargo no pude acabar la tarea por falta de parabolts. Teníamos spits, pero no la broca adecuada para colocarlos. No obstante, conseguí meter dos fijaciones y dejarlo todo preparado para acabar fácilmente en un futuro cercano. Tras estas pequeñas actividades nos trasladamos a las inmediaciones de la Sala del Mago. Era hora de comer.
Las instalaciones de acceso al Mago, que habíamos montado el año pasado, funcionaban correctamente. Las balizaciones de senderos también. Nuestro objetivo era conocer más a fondo las continuaciones de la zona. Titubeamos un poco buscando las fijaciones de acceso al pozo que queríamos bajar. Pero la cosa estuvo clara enseguida: dos fijaciones en cabecera y un fraccionamiento a unos tres o cuatro metros. Después de esto un salto en el vacío de casi cincuenta metros.
Abajo me encontré sobre un suelo onírico: multitud de pequeños gours, secos temporalmente, sobre una colada de tono marrón cremoso. Bello. Hacia el este una galería descendente nos condujo a un tapón de bloques cementados por tierra y depósitos carbonatados y hermético del todo. Sólo una estrechez puede dar una hipotética continuación hacia un meandro descendente. Eso sí: con bastante trabajo desobstructivo. Hacia el oeste la galería meandriforme se hacía majestuosa. Alta, no se sabe cuánto, quizás 40 o tal vez 60 metros. Y en profundidad rota por desfondamientos que no pudimos estimar. Nos recordó poderosamente a la Fractura Meandrosa. La dirección y alineamiento nos hicieron sospechar que se trata de la misma estructura. Dos repisas planas a distinta altura permitían un peligroso tránsito hacia el oeste. Con los focos de profundidad constatamos que desaparecían unas decenas de metros más allá. Una fijación en una plataforma marcaba el descenso hacia el fondo del meandro. Pero no teníamos material para eso.
Ascendimos el pozo cómodamente gracias al pantín de Miguel. Y a él aún le quedaron ganas de mirar más cueva. Mientras yo dormitaba en la oscuridad unos minutos él se entretuvo comprobando la zona oeste del Mago. No tardo mucho en volver, y sin pausas ya, regresamos hacia la superficie. Era ya de noche. Nos pareció que había caído un ligero chaparrón. Cuando llegamos al coche debían ser las nueve.
En Ramales paramos para tomar una cerveza pero los bares estaban abarrotados de gente viendo el fútbol. No podíamos aguantar el ruido y salimos huyendo. Continuamos camino hasta Colindres. Allí acabamos en un bar-restaurante regentado por un italiano. Cuando le pedimos tapas el italianos nos dijo que allí sólo se servía comida italiana. Pizzas y pasta fundamentalmente, aunque sí que tenía rabas. Así que bebimos cerveza y comimos rabas. ¡Y las rabas estaban especialmente bien hechas!