13/5/06

Inexplor (13/5/2006) Luna Llena

                Siempre que llega el momento se me quitan las ganas; es la marca de la contradicción. O la galería minera. O el barrizal de la gatera de conexión. O las ganas de variar, ver nuevos horizontes y escuchar nuevas historias. Aunque posiblemente todas las historias humanas tienen, cuando los tienen, los mismos ingredientes negativos: incomunicación, egoísmo, falta de entendimiento y cosas similares. Y otros ingredientes positivos también. Pero la novedad de la película parece que cambia algo.
                Una fracción escasa; lo que mostramos y lo que se oculta. Recibí un mensaje de Moisés invitándome a la exploración en la Torca de la Luna Llena para el 13 de Mayo del 2006, día de Luna Llena. El viernes me deje llevar a la reunión del club SCC y allí estaba Moisés preparándolo todo, ayudado por César, y acompañado por Javier, Julio, Sara y los dos jóvenes hermanos. Creo que también pasó Pablo por allí. Tras un rato de bareto Julio se vino a cenar a mi casa y César se fue a la de Mois.
Un hormiguero de hormigas rojas ataca a otro de hormigas negras; yo estoy mirando la batalla. Me reuní el sábado en Monpía con Ernesto, Julio y Sara. Ernesto nos llevo a todos en el coche de su empresa Todos ahorrando a costa de la empresa de Ernesto: sin remordimientos. En la rotonda de Cabezón se nos juntaron César y Moisés procedentes de Comillas. Julio soltó un globo para tomar un café en La Gándara. César, con Moisés, se lo pinchó. Mientras miraba como se preparaban los espeleólogos me dedique a moler a mazazos tochos de carburo. Os recomiendo mi sistema, muy superior al de la maza: se deja el tocho encima de un suelo bien duro como hormigón o una roca, y se deja caer sobre él, desde un metro y medio, un trozo de raíl de tren de, más o menos, treinta centímetros de largo. El tocho queda perfectamente troceado a la primera.
                Levantando un castillo de arena en pleno desierto del Sahara conocí lo que es la arena. Moisés tiró con Sara hacia el final de la galería de la Rana para explorar el desfonde. Julio y Ernesto fueron también con Moisés para encargarse de la topo en los ramales de la zona de la Rana. Los cuatro entraron por la mina. Mientras, César y yo, nos fuimos hacia la Torca de la Luna Llena con la misión de terminar de topografiar los pozos desde el tercero hasta la Sala Triangular.
                Subido a la cumbre de la locura contemplo el valle de la cordura con envidia. Se me hizo corta la subida y fácil la ruta pistera. También se me hizo agradable la bajada de la torca hasta que empezamos a topografiar.  Así dio comienzo el sufrimiento. Al principio no mucho ya que la cinta se manipulaba bien en las zonas anchas. Más tarde fatal en el Pozo Graff. Muchas tiradas pesadas y un gran lío de cinta y de cuerdas en la zona estrecha. La gran desesperación. La sensación de estar atrapado y liado sin posibilidad de movimiento. Bueno, poco a poco con una mano y algo de la otra que pude acercar al lío desenredé la cinta de la cuerda y del dressler y pude zafarme. Mal que bien conseguimos terminar la topo. Tomamos un tentempié en la Sala Triangular. También puse en marcha el carburero que había permanecido en la saca hasta salir de las estrecheces. Se hizo una hermosa luz. Estaba ilusionado por algo nuevo: la galería de conexión hacia Udías, galería que se toma unos 100 metros después de abandonar la Sala Triangular por la Galería Sur.
                Todo me parece distinto y todo me parece igual; busco una ilusión, la encuentra y la pierdo. No nos llevo mucho tiempo recorrer la galería de conexión aunque César dudo un par de veces de que fuéramos por el camino correcto. Lo primero que detectamos fue el olor a tabaco que invadía la galería de conexión en la ramificación hacia la Rana. Nos deslizamos con elegancia por el laminador de acceso y en pocos minutos estábamos en el desfonde final. Acababa de bajar Moisés a una zona intermedia unos diez metros más abajo y Sara estaba comenzando a descender. Moisés se asomo a una ventana y detecto un nuevo pozo que estimo, por lo menos, entre 30 y 40 metros. Estaba entusiasmado. Dejamos a esta pareja con su tarea y decidimos ir mirando todas las ramificaciones topografiándolas desde el principio. Las primeras no dieron de sí nada por estrechas y cutres pero al lado del Pozo de la Rana descubrimos una galería, muy incomoda al principio, modesta y agradable. Vimos que las huellas de Moisés aparecían en el sentido contrario al que nosotros íbamos. Llegamos a un desfonde y volvimos hacia atrás dejando el resto del trabajo para hacerlo desde el extremo contrario. Cuando salimos a la galería principal nos encontramos con Julio y las voces de Ernesto. Ernesto luchaba con una ramificación difícil de continuar por culpa de una estrechez y de un resalte que necesitaría cuerda. Ernesto trato de embarcarme en la estrechez pero no me di por aludido.  Para no repetirnos quedamos en que ellos trabajasen las ramificaciones de la izquierda y nosotros en las de la derecha. Nos pusimos a comer; yo alubias y avellanas y César queso con pan y chocolate.
                El sentido de todo es el mismo que encuentro una feliz mañana: nada que pueda atrapar. En cuanto nos metimos por la primera ramificación a la derecha descubrimos el esqueleto de un roedor en el suelo. César dijo que era una rata pero no era algo claro. Protegimos con un murito de piedras el esqueleto para evitar un pisotón como el que hizo desaparecer a la rana. Curioso que en esta zona aparezcan estos dos animales. Parece indicar que el sitio de la Rana es la base de un sistema de pozos muy directo desde la superficie. Enseguida llegamos al desfonde de la galería que habíamos visitado hacía un rato. Lo topografiamos, pasando en cómoda oposición por encima, y volvimos a la galería principal.
                La ilusión por descubrir algo nuevo es parecida a saborear un nuevo sabor; enseguida puede saturar. Nuestro siguiente objetivo era una galería que prolonga un desfonde algo antes del Pozo de la Rana. Tras las primeras tiradas descubrimos que nos llevaba a una red con personalidad propia que yo había visitado someramente la otra vez que estuve allí. Todo lleno de flores de yeso. Más que lleno, tapizado. Alcanzamos un cruce bien decorado en que dos galería paralelas parecían cruzar con otras dos paralelas y ortogonales a las primeras. Seguimos por la principal y evidente. Moisés y Sara se nos unieron procedentes de sus exploraciones en el pozo, empantanadas por falta de material. Moisés nos sugirió que fuéramos a mirar lo del pozo pero preferimos continuar con nuestro trabajo de topógrafos. Ellos dos siguieron adelante para explorar. La cosa comenzó a ponerse interesante. Tiradas largas, formas de la galería cada vez más hermosas y flores de yeso cada vez más espectaculares.  Cuando ya estábamos empezando a cansarnos reaparecieron Moisés y Sara contando maravillas. Se habían vuelto por una estrechez que no quisieron pasar (¿?). Nosotros decidimos volver también.
                La oscuridad me pone en contacto conmigo mismo; no hay escape, solo queda tu mente llena de ruido. Una zona de arena suave nos sirvió para descansar mientras Mois volvía a por el material en el desfonde final: taladradora, baterías, mosquetones... Apagamos las luces y cada uno descanso a su manera. Al cabo de un tiempo alargado por la espera reapareció Moisés. Sara y yo comenzamos a volver seguidos, no de lejos, por César y Moisés. Cuando llegamos al punto de cita con los otros dos compañeros ya pasaba ampliamente de las siete, hora acordada. Nos habían dejado un escrito diciendo que salían y se iban al bar  La Gándara.
Cuando esperas algo con tu deseo puesto en ello surge la ansiedad; el contrapunto es la paciencia. Me entraron ganas de salir de una vez y me fui rápido hacia el pozo de conexión. En la cabecera me pare para avisar a todos de que esperaba abajo. Moisés me comunico que iban a gastar cinco minutos para ver el rumbo de una galería lateral que empezaba allí mismo. Cuando aterricé en la base del pozo Pastelero tuve tiempo de pasar con cuidado la gatera de barro pastoso. Conseguí  no mancharme de barro la cara. Los boinas verdes se manchan de barro para camuflarse. Pero yo no soy un boina verde. Sin duda es la cueva de la que más pringado he salido en todo lo que llevo de espeleólogo. Me senté en la Galería Principal de Udías con mi tormenta personal como toda compañía. Cuando llevaba más de una hora esperando me empecé a inquietar. Sobre todo por lo de los cinco minutos. Volví varias veces a la gatera de conexión. Me dediqué a hacer un par de hitos. Pensé millones de pensamientos claros y oscuros. Por fin aparecieron mis compañeros y me dijeron que solo habían avanzado 15 minutos por la galería...
                Los signos del pasado no son meros signos; en cuanto escarbas un poco en ellos invaden todo lo que tocas. Cuando llegamos a la salida de la mina ya eran casi las nueve. Una fila de botellas de cerveza frescas nos esperaban sobre el techo del coche de Ernesto. Julio y él ya se habían comenzado a beber un par. El contenido de las botellitas nos sentó de maravilla. Pensamos que lo mejor era seguir bebiendo en el bar La Gándara. A todos nos apetecía más cerveza. Allí nos entretuvimos más de una hora charlando con el propietario, haciendo planes y contando batallitas. A la vuelta me colé en el coche de Mois para poder ir más holgado. Me entró sueño en el anochecer primaveral. Un olor melancólico lo impregno todo, como si fuera una tarde de domingo y no de sábado.

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