31/1/09

Campo Base (31/1/2009)



Toda la semana dude entre mis deseos de entrar en la cueva del Gándara dos días seguidos o irme a disfrutar de la vida en Formigal. Pero lo que me decidió fue un golpe de intuición. Los misterios de la Red del Gándara atrayendo como un imán a algunos románticos  chalados. El jueves por la tarde preparé el grueso petate. Como no cabía todo en la saca mediana fui metiendo los trastos en la de 60 litros. Dos flashes, el saco de plumas un plumífero ligero, un cacharro para calentar, el infiernillo, comida, un par de cantimploras, algo de ropa, la máquina fotográfica, dos trozos de cuerda cortos... Como colchoneta me hice con un gran plástico de burbujitas y lo puse hecho un paquete cruzado en la parte superior de la saca, bajo la tapa.
Zaca me llamo el miércoles para preguntarme que material hacía falta y poco después también me llamo Pepe. Zaca quería saberlo todo pero yo apenas pude decirle nada. Ni siquiera estaba seguro de cuanto íbamos a tardar al vivac y no quise darle un horario que, quizás, después no se cumpliese. El martes confirmé que Miguel iba a venir. Me compré una brújula barata de color rojo por 5€ en el estanco de Eroski. El viernes todavía tuve que ultimar algunos detalles. Por suerte ese día era la fiesta del maestro. A las siete y media de la tarde me reuní con Miguel en Ramales y continuamos hacia La Gándara en su coche. En el bar avise que íbamos a cenar un grupo numeroso. Seguramente huevos con patatas. Durante la cena exteriorizamos las típicas bufonadas machistas de un grupo de maduros liberados a tiempo parcial. Me llamo la atención, mucho más  que otras veces, la mujer delgada y alta que lleva el bar. Me pareció elegante y fuera de lugar en este pueblo apartado.  




Esperaba cuatro pero de Madrid vinieron cinco personas que, conmigo y Miguel, sumaron siete. Desde luego un grupo numeroso en que todas las maniobras de cuerda se prolongarían un poco más, pero realmente no teníamos prisa. Hicimos un tenderete bajo una farola frente al Hostal del Carrascal para organizar las sacas y equipos. Sin embargo los preparativos se alargaron más de lo debido y hasta las diez y pico no estuvimos en marcha.



Los pesados y voluminosos petates hicieron cansada la ruta hacia el vivac. A Pepe se le ocurrió la idea de llevar dos sacas pequeñas en vez de un solo bulto. Creo que se arrepintió de esa innovación que le hizo sudar de lo lindo. Lo más pesado fue el Delator. No obstante pasadas la una y media conseguimos llegar al campamento después de más de tres horas de dura caminata. Fuimos a coger agua a un arroyo cercano, preparamos las colchonetas y nos hicimos unas infusiones. Algunos se comieron varios bocadillos. Me entretuve en hacer algunas fotos con el trípode. Para evitar a los roncadores prepare la cama en el lugar más alejado que encontré aunque el pétreo silencio de las cuevas también es inquietante. Pero el lejano arrullo del riachuelo nos ayudo a dormirnos. De cualquier forma dormí bien y despertamos espontáneamente como a las ocho. 





Estábamos desayunando antes de la nueve. Que yo recuerde Miguel, Hugo y Pepe se quejaron de haber pasado frío. De todas formas el clima de esta zona de la cavidad es más que soportable. Sobretodo si lo comparamos con el de la Sala del Ángel. 
Después de sortear dos gateras pudimos salir por entre un caos de bloques a una galería de, al menos, unos 15X15 metros. A pesar de sus  dimensiones la galería se revelo con múltiples dificultades de tránsito por los bloques caídos, obligando a continuas subidas y bajadas y a resolver varios enormes derrumbes buscando el enrevesado camino. Con buen ojo Zaca fue colocando trozos de cinta luminosos para evitar los despistes a la vuelta. Y esto es lo que hubiera pasado debido a la cantidad de recovecos de la galería que, probablemente, daban paso a otras galerías o a recorridos alternativos.




A las doce alcanzamos un caos de bloques que tuvimos que subir por una estrechez llena de piedras inestables. Arriba unas plataformas nos condujeron a un hito bajo una galería colgada. Pero la continuación de la galería principal consistía en un abismo de veinte metros con una instalación muy chunga por la cantidad de piedra suelta. Bajando un poco más a la izquierda localizamos un destrepe que daba a una rampa de arena y piedras por la que ya no tuvimos ninguna dificultad para descender. Zaca, Miky y Antonio.J decidieron comenzar la vuelta desde aqui: dos horas al vivac, descanso y comida, y tres horas más hasta exterior. Su marcha me cogió por sorpresa pero vi razonable la decisión si no querían una jornada demasiado larga. Los restantes –Miguel, Pepe, Hugo y yo- continuamos la progresión con previsión de comenzar la vuelta hacia las dos. 



La tónica dominante siguió siendo la misma. Tuvimos que instalar una cuerda para descender un resalte de unos diez metros en un punto en que la galería daba un giro neto hacia el oeste. Mientras Pepe montaba la instalación escale hasta las plataformas superiores del meandro y visite una galería tamaño pasillo que, al ir solo, abandone al cabo de un rato. Tras esta bajada tuvimos que buscar el camino entre bloques en varias ocasiones hasta que alcanzamos una proa sobre un desfonde. Volviendo atrás dimos con una ruta descendente y una instalación en volado de unos diez metros. Ahí paramos a comernos nuestras provisiones.
 Hugo se quedo fumando y descansando bajo el resalte mientras los tres restantes seguíamos por la, ahora, cómoda galería. La anchura del conducto fue en aumento mientras que el techo se mantuvo a una distancia de unos tres o cuatro metros. Llegamos a una zona redondeada –aparentemente el final de la galería- pero enseguida encontramos dos continuaciones. La primera por el fondo de una pequeña dolina entre bloques. La dejamos para otra ocasión. La segunda por un lateral en el que desembocaba una colada con pequeños charquitos cuajados de cristales ortoédricos o triangulares y gordos como un terrón de azúcar. Con gran cuidado para no estropear el espectáculo, y siguiendo las huellas de los franceses, continuamos por una galería arenosa que se fue estrechando hasta convertirse en una zona de pasillos entrelazados de menos de un metro de ancho por tres o cuatro de altura. Echamos un vistazo a esta prometedora zona e inmediatamente iniciamos el regreso.



Encontramos a Hugo envuelto en una manta térmica. Tras unos breves preparativos continuamos hacia el campamento ascendiendo el resalte. Durante la vuelta los trozos de cinta luminosos revelaron  su utilidad (el extraviarse en esta cavidad sería un problema muy serio) No tardamos tanto como a la ida gracias a éstos y a que todos los resaltes estaban equipados con sus cuerdas correspondientes.
En el campamento paramos a tomar algo y a recoger los últimos trastos. Deje algunas cosas básicas para otras ocasiones. El esfuerzo  de volver resultaba poco atractivo porque el camino se me hacía demasiado conocido. El par de sacas de Pepe le martirizaron más de lo usual. En el Pozo de las Hadas escuchamos a un grupo que nos llevaba la delantera aunque no llegamos a contactar. Yo me dosificaba para no cansarme. Y Hugo, generalmente, nos llevaba cierta ventaja. Subió el primero el Pozo de las Hadas y en su precipitación continuo galería adelante, pasando por delante de la gatera que lleva hacia la salida sin prestarle atención. La suerte o el destino hizo que yo saliese del pozo poco después y que gritase ¡Hugo! para comunicarme con él. Me pareció que las dos primeras voces que me dio venían del sitio correcto -al este- pero a la tercera voz descubrí mi error: Hugo iba, realmente, hacia el oeste. Vislumbre su luz a más de 100 metros alejándose por la galería. Le grité para que volviese y me costo cierto trabajo convencerle de que iba por mal camino. Preferí no pensar demasiado en las consecuencias de una pérdida.
Zaca, Miky y Antonio J. estaban esperándonos en los coches. Como a las ocho y media bajarnos hasta  Ramales. Allí nos despedimos de Miguel que se fue a su valle. Los seis restantes nos acercamos a un restaurante de Colindres recomendado por Pepe. Sardinas asadas y cosas ricas. Pero estaba cerrado. Acabamos en La Parrilla de Hoznayo comiendo entrecots y solomillos con cervezas. A pesar de todo lo que había comido casi tenía hambre al final de la cena. Algunos hablaron de bajar la Torca del Carlista a finales de febrero. Pero no me comprometí a ir porque yo solo tengo ojos para una cueva: la del Gándara.

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