El hombre propone
y Dios dispone.
Durante las últimas semanas el frío nos había hecho abandonar toda pretensión de escalar en roca caliente hasta no sabíamos cuando. Así que solo me quedaba elegir entre varias actividades cavernarias diferentes. Bien seguir cavando y sacando piedras en Urbio, con Pelos y todos los que apareciesen por allí, bien unirme a la agradable travesía Artekona>>>Arenazas III con Miguel, Zaca, Hugo y Ángel. El viernes por la noche, tras la asamblea del SCC, me fui a dormir sin tener claro que iba a hacer el sábado e incluso sin saber a ciencia cierta si iba a hacer algo. Había algo que me animaba a quedarme en casa.
El sábado, sobre la marcha, llamé a Miguel para que me esperasen en Galdames. Antes de las diez ya estaba allí. En el bar de la plaza nos encontramos con Zape y dos miembros del Burnia que iban a desinstalar la travesía. Buena idea si quieres preservar esa bonita cavidad y cuidar su belleza. Zape y yo hablamos un rato de las cavidades de Candina, una incógnita atractiva que vuelve de forma recurrente a mi mente cada vez que paso por Liendo y veo la montaña. De cualquier forma quedamos en entrar delante de ellos en Artekona para no interferir su trabajo.
En el pueblo se quedo mi coche con la ropa limpia de todo el mundo. Tres kilómetros de fuerte subida en la furgoneta de Zaca nos depositaron en el comienzo de la aproximación a Artekona. Unos diez minutos de sendero cabruno nos condujeron a la boca. Una nube de niebla flotaba sobre ella. Aparte de la anormal pesadez de los preparativos allí me di cuenta que Ángel hacia muchos años que no practicaba con los aparatos de vertical. Interesante situación para él y, como no, también para nosotros. Pero como básicamente se trataba de bajar pozos los problemas serían menores.
Bajo primero Miguel seguido por Ángel y luego yo, Zaca y Hugo. En el intermedio entre los dos pozos Ángel se quedo haciendo fotos. Las verticales, bonitas y limpias, estaban regadas por las recientes lluvias. Al final del pozo de 60 se trataba de una ducha de intensidad media. Mi descensor Dressler apenas dejaba deslizar la hinchada cuerda debido al desgaste en forma de acanaladura de los dos discos así que tarde cuatro veces más de lo normal en bajar, recibiendo así una ración extra de ducha. Pero como la cavidad es fósil y templada no me preocupaba la mojadura.
Mientras terminaban de bajar me di un paseo por la galería fósil a la derecha del aterrizaje. Poco después el grupo se volvió a reunir. Avanzábamos por una cómoda y amplia galería fósil con concreciones gravitatorias, algunas coladas y columnas. Pero en pocos minutos tuvimos que desviarnos hacia la derecha subiendo por una fuerte rampa hasta lo que parecía un callejón sin salida. Aquí comenzamos el ascenso de un caos de bloques, algunos no parecían muy estables, primero por una cuerda que superaba una estrechez y luego por un tramo de cuerda más largo y abierto que el anterior. Así alcanzamos, en la cumbre del caos, una enorme sala. Un sendero entre bloques ciclópeos nos condujo a un pequeño resalte y luego a una zona mucho más ancha en la misma sala.
Una pendiente arenosa, a la derecha de la sala grande, nos condujo a la Sala Marlene. De dimensiones más bien modestas, unos 30 metros de larga, concentra una gran hermosura que no tiene nada que envidiar a la misma Cueva del Soplao. En general el tipo de excéntricas, las formas y el aragonito de su composición recuerdan lo que puede verse en grandes extensiones de esa famosa cueva. Pasamos casi una hora filmando y fotografiando las bellezas de ese rincón. En un momento dado nos asalto la preocupación de que los desinstaladores del grupo de Zape se nos adelantaran y luego tuviéramos algún problema.
Precipitadamente salimos hacia la gran sala y continuamos la travesía siguiendo los hitos y catadióptricos. Poco después nos dimos cuenta que estábamos despistados. No encontrábamos señales evidentes de la ruta principal. Volviendo atrás, y de nuevo en la sala grande, escuchamos voces lejanas. A partir de este momento hubo unos minutos de confusión que terminaron de forma abrupta. Estábamos implicados en un rescate. Comprendí que la intuición me había hecho un guiño la noche anterior y que la Luna Llena, como es usual, se había burlado de nosotros.
Unos minutos antes la caída de un bloque inestable en la zona de la estrechez había alcanzado a Zape. Ahora se encontraba con la pierna izquierda atrapada y en una posición difícil con la cabeza más baja que el cuerpo. Sus compañeros no habían podido liberarle del enorme bloque. La cosa corría prisa. Con la ayuda de Zaca, Hugo y Miguel, aparte de los que ya estaban con él, traccionando con un polipasto y empujando con los pies se pudo mover el bloque lo suficiente para sacarle. Entre todos reunimos sacas, mantas térmicas y ropa para confeccionar un lecho lo más cómodo posible. Miguel le hizo un primer reconocimiento descartando, de entrada, fracturas en las piernas o en las caderas. No quedo claro que alguna costilla si lo estuviese. Mientras tanto dos miembros del Burnía salieron a dar aviso. Calculé que entre reunir el operativo y realizar todas las instalaciones de rescate no estaríamos fuera antes del mediodía del domingo. Pero por suerte me equivoqué.
Zape estuvo consciente en todo momento. Apenas podía mover los miembros inferiores pero con los brazos no tenía ningún problema. Miguel, muy profesional, y los que le rodeábamos le dimos conversación tranquila para relajar la tensión y suavizar la incertidumbre. Me sentía impotente frente a esta situación, casi incapaz de decir nada. A las tres apareció un primer miembro del Burnia con un botiquín y material de instalación. Miguel administro analgésicos y antiinflamatorios al herido para aliviar los dolores, aunque Zape aseguraba que no le dolía mucho salvo al moverse. Eran como las tres y media. Poco después aparecieron otros miembros del Burnia, parte del equipo de rescate y otro médico llamado Dulanto. Se escuchaban más voces abajo de la estrechez del caos de bloques. Enseguida llego la camilla y pudimos acomodarlo mejor, el mismo Zape ayudo en los movimientos. Cristóbal, del AER, comenzó la instalación de la cabecera para descender la camilla por la estrechez vertical. Mientras tanto un miembro del Burnia, ayudado por mi, consiguió desobstruir un pesado bloque que impedía el paso de la camilla. Algo más allá, en la galería principal, un grupo instalaba cuerdas para ayudar al tránsito de la camilla en tres rampas. Finalmente otro grupo estaba instalando los dos pozos ( veinte y sesenta metros)
El paso de la camilla por la estrechez se produjo sin novedad, si bien es cierto que hubo que poner bastante energía para moverla en la zona de recepción hasta engancharla a la tirolina que seguía. Eran las cinco y media. En las grandes plataformas de abajo se estableció un campamento general. Allí se le hizo una primera cura en la herida de la cabeza y se le arropo mejor. Se intento comunicar con el exterior mediante un aparato de radio especial que puede atravesar espesores importantes de roca caliza -emite en onda muy larga- pero, quizás debido al desarrollo de la antena, no funciono. A Miguel y a mi nos interesaba dar noticia nuestra a las respectivas féminas antes de que se hiciera demasiado tarde. Una parte del equipo de rescate -Ángel, Pedro Merino, Pedro Hierro, Cristóbal- eran bien conocidos por mí. En cuanto estuvieron listas las instalaciones comenzamos a transportar la camilla. Normalmente la controlan seis personas, lo cual hace muy razonable su transporte, salvo en las zonas en que la pendiente o el terreno impide el reparto equitativo de esfuerzos.
Como a las ocho y media estábamos en la base de los pozos. Inmediatamente, tras verificar todos los correajes de la camilla, se procedió a su izado. Mientras esperábamos a poder subir volvimos a recoger todo el material del campamento general. La cosa fue muy rápida y los diez espeleólogos que restábamos abajo comenzamos a subir tras una corta espera. Por suerte los pozos de la Sima Artekona están muy fraccionados y eso agilizo la operación de subida de un grupo numeroso.
Como a las diez salía de la sima. Me costo un poco más de lo usual porque el bloqueador de puño no mordía la cuerda. Comprobé que los dientecillos estaban totalmente desgastados por el uso. En la boca me esperaba una carpa y un numeroso grupo de gente, ertzainas y espeleólogos, desconocida para mi. La gente del AER había desaparecido ya y los del Burnia también. En la confusión del momento había pasado mi saca a Pedro Merino para los últimos metros de sima y ahora no la encontraba. Dentro estaban las llaves del coche. Eché a andar lo más deprisa posible para dar alcance a quien llevara mi saca.
A las diez y media llegaba a la plaza de Galdames. La ambulancia con Zape todavía estaba allí. Salude a Marta, que estaba en la cabina de la ambulancia, antes de acercarme al punto de control situado en un local detrás del ayuntamiento. Jesús Olarra controlaba la organización. Agradecí la olla de caldo caliente y la comida que habían traído para reponer fuerzas.
Durante un rato me uní al numeroso grupo que platicaba en el bar de la plaza, mientras esperaba a Zaca, Miguel, Hugo y Ángel. Estaba contento de que el rescate hubiese acabado rápido y bien. Se había hecho tarde para quedarse a cenar y, además, ya no tenía hambre porque había comido en abundancia de lo que se ofrecía en el punto de control. Solo me quedaba volver a casa, así que me relajé conduciendo el coche bajo la estrellada y muy fría noche, mientras pensaba en los sucesos del día.
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