Hace bien poco Antonio Dólera se quedó prendado de la Cueva del Gándara. Además teníamos que acabar el trabajo de las esferas cuanto antes. En principio si hacía suficiente frío pensaba que la vasta Sala del Ángel estaría sin niebla. Pero poco después comprobé que esta teoría no era del todo correcta. Así que cambiamos de objetivo: iríamos a realizar esferas en una zona de tamaño modesto, pero con muchas concreciones.
Bien entrada la tarde del dieciocho aparecieron A. Dólera, Juan Pablo y David (Bicho) por casa. Antes de irnos a nuestros aposentos concretamos la logística del jueves. Levantarse a las siete… desayunar… salir a las siete y media… llegar a La Gándara de Soba una hora después… y a las nueve entrando en la cueva. El horario se cumplió y obtuvimos nuestra recompensa. Un amanecer onírico con el Valle de Soba inundado por nubes bajas desbordantes, y un cielo nítido y despejado sobre nuestras cabezas. La mágica luz fue la absoluta protagonista de las tomas fotográficas. El escaso contraste entre las temperaturas del exterior y del interior de la cueva hacía prácticamente inexistente la típica corriente de aire en la boca. Con un poco de atención se percibía que era débil y entrante.
Nuestra ruta nos llevo hasta el Delator y más allá de la Sala del Ángel. Las pesadas sacas, llenas de material fotográfico, y las dificultades físicas de A. Dólera hicieron que el tránsito por la interminable serie de atléticos pasos nos ralentizase. Pusimos unos cordinos en dos resaltes especialmente duros. Y, de vez en cuando, tuve que insuflar ánimos en el espíritu del grupo. En una de las pocas paradas que hicimos dedicamos media hora a reforzar con un spit un pasamanos delicado. Cada paso difícil nos hacía parar varios minutos. Además fuimos haciendo cortas paradas para realizar tomas con una minicámara de video. Una cámara especialmente diseñada para deportes de acción. Todo ello fue sumando horas y cuando nos vinimos a dar cuenta casi habíamos duplicado el horario estándar.
Se habían cumplido las dos de la tarde al llegar a nuestro primer objetivo: una sala con bonitas concreciones. Hubo, en aquel remoto lugar, un momento de crisis total del grupo. Como una pesada losa cayo sobre nosotros la suma estimada de los tiempos de entrada, salida y trabajo. En definitiva: íbamos a demorarnos en el interior de la cavidad hasta la madrugada del viernes. Las personas que esperaban nuestras llamadas podían ponerse nerviosas y solicitar una ayuda que sólo conseguiría formar un gran lío. Decidimos que, al menos, haríamos una esfera. Antes de comenzar nuestro trabajo almorzamos con ánimo pesado.
Nuestra primera esfera nos llevo más de una hora. Nos repartimos por la sala: la cámara en el centro, David con un flash cerca de ésta, Juan Pablo al sur y yo al norte. Una vez acabada la esfera levantamos el tinglado y en menos de media hora nos acercamos a una zona amplia con abundantes estalagmitas. Nuestro estado de ánimo había mejorado un 100% y veíamos con optimismo el horario que íbamos a necesitar para cumplir con nuestros objetivos básicos. Tampoco era tan grave que esperasen nuestra llamada unas horas. Con un poco de perspicacia asumirían un lógico retraso.
En la segunda zona hicimos dos esferas. La primera desde un punto central tuvo una distribución similar a la anterior y nos llevo una hora. La segunda, en una capilla muy cercana, fue más complicada de hacer. El reducido tamaño de la galería y las delicadas concreciones no permitieron una iluminación óptima y nos obligaron a descalzarnos en algún punto. Pero el resultado fue satisfactorio. Abandonamos el lugar con las mismas precauciones con las que habíamos accedido y comenzamos la vuelta con toda la energía que pudimos atesorar. Sabíamos que nos esperaban unas seis horas para alcanzar la salida.
Llevábamos más de doce horas bregando. El cansancio estaba haciendo su aparición en todo el grupo. Sin embargo una larga parada para hacer otra esfera nos permitió descansar algo. En esa zona hay coladas, que caen desde el techo, acompañadas por una pequeña cascada. Fue un interesante ejercicio técnico iluminar correctamente todo el conjunto. Y A. Dólera es un maestro consumado en ese arte.
Oculto tras la colada, con el flash en la mano, esperaba mi turno de iluminaciones. Y mientras tanto tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre lo que nos esperaba hasta llegar a casa. Pero también pensé en el privilegio que supone vivir estas experiencias marginales. La existencia humana normalmente transcurre en un mundo en que nuestro tiempo está cuadriculado. Mis preocupaciones y neuras se habían evaporado como un sueño lejano que ya no me pertenecía. O como el recuerdo de una película que hemos visto hace largo tiempo. Una sonrisa, que no me atreví a exteriorizar, me inundo por dentro. La mejor terapia estaba allí, al alcance de mi mano: la tierra misma me daba una energía renovada.
No estaba demasiado cansado. Aún disfrutaba anticipando los movimientos que se sucedían. Durante un rato lleve una de las sacas más pesadas para animar la marcha o, más bien, para mejorar el tono general. Habíamos hecho cuatro esferas. Aún teníamos previstas otras dos en el trayecto de salida. La primera en una zona especialmente atractiva de un galerión y la otra en elPozo de las Hadas. Pero decidimos que por ese día ya era suficiente y que esas esferas podían esperar otro momento más adecuado. De cualquier forma había suficiente material para realizar la presentación que teníamos proyectada.
Dieciocho horas después de entrar, salíamos. Eran las tres de la mañana del viernes. En cuanto llegamos al coche hicimos las llamadas de rigor. Pasadas las cuatro y media estábamos en casa tomando un refrigerio. Y poco después dábamos con nuestro huesos entre las sábanas del dulce lecho. No fue hasta las once de la mañana que volvimos a la vigilia para devorar un buen desayuno en la cocina.
La Cueva del Gándara nos había vuelto a hacer un hermoso regalo. Para corresponder a esos dones solo nos quedaba un camino: proteger esta bella cavidad haciendo todo lo que, buenamente, esté en nuestras manos, ahora y en el futuro.
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