9/6/16

El Pozo


Texto: A. González-Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria


Después de varios meses sin explorar en nuestra cueva predilecta hemos vuelto a la carga justo donde lo dejamos la última vez. Miguel está a punto de irse de vacaciones y si no vamos este jueves por la tarde solo Dios sabe cuando volveremos a poder ir juntos. El verano es un anticipo del caos. Todas las rutinas y los planes deben posponerse en aras de aprovechar las vacaciones para hacer todo eso que no podemos hacer en otras épocas del año. Además Miguel el Joven está disponible tras sus exámenes en la Universidad.
Nos reunimos cerca de La Gándara pasadas las cuatro y media de la tarde. Las cosa es que hace mucho calor y apetece muy poco ponerse el equipo de espeleo y subir una cuesta. Medio en serio, medio en broma les propongo a los dos Migueles irnos a tomar cervezas en un sitio fresco y sombreado. Pero no parece que tenga éxito. No cabe duda de que nuestra vena disciplinada -la necesidad de sentirnos activos- es más fuerte que nuestro espíritu lúdico. O que nos gusta jugar con cosas que duelen, como a los masoquistas. De cualquier forma arrastramos nuestros cuerpos y nuestros bultos ladera arriba. Poco antes de llegar a la boca el ambiente se refresca con una potente corriente de aire helado que desciende monte abajo. Justo en ese momento Miguel recuerda que se ha olvidado el casco en los coches. Mientras vuelve a por su casco Miguel el Joven y yo entramos.
La cueva, como era de esperar, está cargada de neblina y las rocas totalmente húmedas y resbalosas. Una caminata a ritmo muy suave, para dar tiempo a que Miguel nos alcance, nos coloca bajo el primer resalte de El Pozo. Lo escalo, pongo una chapa y me arrastro como puedo hasta ponerme en la base del amplio pozo. Voy a instalar una cabecera pero he olvidado las baterías abajo. Creo que tengo la cabeza un poco hueca y no estoy concentrado para llevar todos los cacharros que hay que llevar y con el orden que hay que guardar. En poco tiempo estamos los tres in situ. Miro para arriba con evidente desánimo. Después de marearme un rato pensando decido seguir las ideas de Miguel. Creo que lo tiene muy claro y que lo ha pensado bien. Subiré por la parte rugosa de la chimenea y luego montaremos un pasamanos a mitad de altura por donde parece haber más cornisas. De esa forma evitaremos la placa lisa y resbalosa y podremos acceder a una zona que puede tener continuación. Mientras tanto Miguel montará un acceso cómodo y seguro a la base del pozo evitando la arrastrada. Miguel el Joven me asegurará con el dressler.
Decidir donde ponerme los trastos es una tarea que debería estar automatizada pero no lo está: taladro, baterías, maza, mosquetones, parabolts, llaves. Parte del éxito o fracaso reposa en una buena gestión de los cacharros. Es una tarea pendiente.  La escalada comienza con pasos fáciles en chimenea. Todo va muy bien hasta el tercer seguro. Aquí comienzan a escasear las presas donde agarrarse o posar el pie y, aun peor, la chimenea se estrecha. Coloco otro seguro bastante cerca para apoyarme en él y me peleo durante un buen rato hasta que consigo ir subiendo de forma penosa por la estrecha chimenea. Por suerte esto se acaba pronto y salgo, por debajo de un bloque empotrado, a una zona de repisillas por las que me elevo de nuevo sin dificultad. Después de colocar otro seguro, finalmente, alcanzo la altura en la debe comenzar el pasamanos. Allí decido montar una cabecera, instalar la cuerda fija y bajarme. Por el camino desinstalo todos los seguros de escalada salvo uno que servirá de fraccionamiento. Cuando llego a la base son más de las ocho. Mientras vamos recogiendo Miguel sube a revisar la instalación y echar un vistazo al paisaje de las posibles continuaciones. En pocos minutos estamos los tres bajo el resalte de El Pozo.
El ambiente tropical me empaña las gafas al salir (es una ventaja… así no veo la mierda del gallinero español) La idea de las cervezas sigue vigente. Comunicamos nuestra salida a la gente que nos espera y nos bajamos a un bar en La Gándara. Hablamos de política ya que es inevitable hacerlo. Mi pesimismo respecto a este país ha crecido. Me sale la mala hostia que me envenena por dentro. Quizás es que no consigo identificarme ya con esta manera de hacer las cosas tan nuestra. Aunque no puedo dejar de tener las raíces donde las tengo y de haberme criado donde lo he hecho. En nuestro gallinero español




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