17/9/16

Sistemáticos

Fotos: Miguel F. Liria
Texto: A. Gonzalez-Corbalán


Contacté con Miguel el mismo viernes, víspera de la salida. Los días anteriores le había mandado unos wassaps pero no habían sido contestados. Luego supe que su teléfono móvil estaba en reparación. Después de algunas consultas quedamos para seguir explorando en El Pozo. Debido a que tenía la cabeza llena proyectos fotográficos no era un plan muy atractivo para mi. Siempre cuesta retomar las cosas difíciles o trabajosas. Pero además es que escalar El Pozo es una de esas cosas que, lo que se dice costar, va a costar mucho, aunque lo de dar algún fruto no tenemos ni idea si lo dará.
A las nueve y media me alcanzó Miguel en una cafetería de Ramales. Al otro lado de la barra estaba la misma joven, guapa y simpática, que otras veces. Creo que esa es una de las buenas razones para que el bar esté lleno de hombres, viejos y jóvenes, tomándose el desayuno. Otra razón es que los pinchos que hay sobre la barra pintan muy bien. Miguel se tomo una cerveza con un pincho y yo un café descafeinado. Tenía unas intensas ganas de defecar (pensé que era debido a las ciruelas julias que había cenado la noche anterior). Aunque también pudo ser el efecto psicológico de tener que seguir escalando El Pozo.
Estaba muy gris el cielo sobre Ramales pero no llovía. Mientras subíamos en el coche de Miguel, Valle de Soba arriba, tampoco llovía. Se puso a llover intensamente en cuanto llegamos al aparcamiento. Me costo mucho esfuerzo mental, aunque poco tiempo, salir del vehículo. Creo que a Miguel también le costó bastante. Previsoramente yo llevaba puesta la ropa de cueva salvo el mono, el arnés y las botas. Y esos atuendos me los puse de tal forma que gaste poco tiempo y poca energía en ello. Y, por consiguiente, me moje poco. Me gusto especialmente la manera en que me puse el mono: con los zapatos puestos. Luego me cambié a una bota y luego a la otra. Pude cubrir con el mono las botas Aigle de caña alta por primera vez y quede muy contento del efecto estético (era la primera vez que lo conseguía). Miguel tenía dos paraguas que usamos para mojarnos menos subiendo a la boca de la Cueva del Gándara. 
El laguito estaba lleno pero no lo suficiente para que naufragasen las botas. Y en la zona de exploración los goteos eran intensos y molestos. Sobre todo cuando una gota te caía en el pescuezo. En un momento nos pusimos el resto del equipo vertical. Miguel comenzó a subir y yo fui detrás de él: pequeña vertical de 5 metros/ base de El Pozo/ tirada de unos 20 metros/ pasamanos hacia el este/ gatera ascendente/ pequeño resalte (por grieta) de unos 3 metros/ tirada de unos 12 metros/ punta de escalada.
La exploración a partir de la punta fue sistemática (primero lo más fácil y luego lo difícil). Lo más fácil y evidente era volver por el espacio que dejaban los bloques hacia el oeste, en dirección a El Pozo. El paso era cómodo y se accedía a un balcón desde el cuál podían plantearse tanto continuar la escalada de El Pozo -por su parte más abierta- como montar una instalación de acceso mucho más cómoda que la actual. Además encontramos un sitio casi plano para las sacas y para nosotros, a resguardo de las verticales, en donde era posible extender el contenido de las sacas. El segundo movimiento fue explorar la zona izquierda de la fisura en dirección oeste -solo requería asegurar un poco con cuerda pero no instalar anclajes-. La fisura se cegaba con bloques pequeños compactados tanto hacia arriba como hacia delante. Y hacia abajo carecía de interés ir. El tercer movimiento requirió prepararse para instalar un pasamanos: taladro, broca, chapas, parabolts, mosquetones, maza, llave, etc. Instalé la cabecera en un gran puente natural. Luego pasé por encima del desfonde y coloqué un anclaje; me descolgué hacia la derecha un poco y coloqué otro anclaje justo antes del estrechamiento de la fisura. Pasar me costo dos intentos y quitarme algún trasto de encima. Más allá se ensancho. Hacia abajo se podía ir cómodamente. Hacia delante nada. Hacia arriba se podía seguir por dos chimeneas estrechas y muy penosas, posiblemente intransitables. Llamé a Miguel para que confirmara mi evaluación. Coincidió conmigo en que no merecía la pena, de momento, intentar las penosas chimeneas. Conseguimos pasar de vuelta la estrechez con dificultades.
Finalmente miramos la escalada directa. Miguel no lo veía nada claro, parecía que la chimenea se cegaba unos quince metros más arriba. Pero a mí me pareció que podía haber algo. Además teníamos que ser sistemáticos. Miguel comenzó a escalar algo a la izquierda de la zona que me parecía más sencilla. Pero era él el que escalaba. Después de una sucesión de esforzados pasos en desplome y de colocar cinco o seis parabolts se quedó sin batería a medias de taladrar un agujero. Descendió y le relevé en la tarea. Cambié su taladro por el mío, tuneado con una buena batería, y cogí todo el material restante. Ascendí de la manera más económica que pude y continué taladrando en el punto que lo había dejado Miguel. Un poco más arriba pude poner un cordino en unos salientes, lo que me permitió subir un poco más hasta poner el siguiente parabolt. Empecé a ver que el final de la chimenea podía ser el acceso a una galería colgada. Posible pero no seguro. Pude poner dos parabolts más, los que me quedaban en la bolsa, hasta que tuvimos que plantearnos que íbamos a hacer. Después de una breve debate sobre el caso concluimos dejar todo tal y como estaba y volver en breve (al subir se podría recoger la mayor parte del material y terminar la escalada sin problemas).
La recogida fue muy rápida y el descenso de El Pozo sin contratiempos. Los chorreos habían aumentado. Ambos pensamos que estaría lloviendo aún más que cuando entramos. Pero no era así. No llovía nada, aunque seguramente lo habría hecho a lo largo del día. En la boca de la cueva nos encontramos a un grupo de espeleólogos, formado por dos hombres y una mujer, que venían del primer vivac. Habían estado localizando el quinto vivac, cercano al Gran Pozo. Mientras Miguel conducía hacia Ramales recibió una llamada telefónica. Había una obra de teatro cerca de su pueblo y si se daba algo de prisa podía llegar para ir a verla. Nos separamos en Ramales y quedamos para volver a terminar la escalada un día de la próxima semana (si las cosas cuadraban). De camino a casa admire el bello atardecer -casi otoñal-. 



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