Hace ya unas semanas Ester me mando una foto de una galería minera situada en una zona cercana a Hellín. Me recordó los pasillos de un antiguo templo egipcio. Mucho misterio para resistirse. Le pedí que me llevase y le pareció bien volver. Entre unas cosas y otras pudimos quedar a finales de enero, el viernes veinticuatro.
A las diez de la mañana nos reunimos en Hellín al lado de su casa. Me extrañó que no hiciese ningún frío. Ester me dijo que en Hellín hacía frío solo cuatro días del invierno, que Hellín no es Albacete. Un poco incrédulo tuve que aceptarlo ya que ella vive allí y conoce a fondo el clima local. Nos embarcamos en mi coche y tomamos rumbo oeste, hacia Elche de la Sierra. Con esa animada conversación que pone al día a dos personas que hace meses que no se ven nos pasamos un kilómetro el punto de desviación.
En realidad la vieja mina está al lado de la carretera y muy cercana a las minas de diatomeas actuales (a cielo abierto) que llaman la atención por su blancura al acercarse a Elche de la Sierra. No sé si el polvo de diatomea sigue usándose para fabricar dinamita como lo hizo Alfred Nobel por primera vez pero desde luego útil debe seguir siendo (y mucho). El nombre de la vieja mina es Mina de la Venta del Juez. Había un todoterreno aparcado allí y unos técnicos se acercaron, o nos acercamos a ellos. Estaban con georadares para prospectar la zona y ubicar la posición de las bolsas de diatomea sedimentaria. Trabajaban para la empresa minera pero no pertenecían a esa empresa. No les importaba si nos metíamos en la vieja mina, ellos estaban a lo suyo. De cualquier forma las empresas mineras, para evitar responsabilidades, suelen vallar el acceso y prohibir la entrada. De esa manera si ocurre algo no pueden culparlas. Pero ya he entrado en tantas minas y cuevas que he aprendido lo siguiente: la mejor seguridad es ser observador y usar el sentido común. Ester decía que la mina era peligrosa y a mí me parecía un sitio sin ningún peligro.Le dimos la vuelta a la valla para ver el socavón desde todos los ángulos y luego entramos, al lado del camino, por un punto en que la valla dejaba un enorme hueco. Ester me guio hacia la entrada más cómoda, al oeste, y enseguida estuvimos en el dédalo de estrechos y altos pasillos. La morfología tenía su lógica ya que al ser una roca bastante blanda conviene dejar pequeños vanos en el techo y excavar en vertical (altos y estrechos en esta zona). Dimos vueltas por todos lados hasta que se puso incómodo, estrecho y bajo por los desprendimientos. Encontramos una curiosa estalagmita formada por el guano de las palomas que anidaban cerca de las entradas. Luego salimos y fuimos hacia otra boca más la este. Aquí la solución minera había sido otra: pasillos de sección cuadrada o algo más ancha que alta. Pero se habían creado mucho pasillos entrecruzándose en ángulos rectos como una cuadrícula extendida. La galería principal, y eje, tenía varios centenares de metros, y se había instalado un ferrocarril minero del que quedaban los raíles, casi perfectos, algunas ruedas con sus ejes y aperos de diversa índole. Todo muy bellamente conservado y disponible para fotografiarlo. Y así lo hicimos.
De vuelta al coche, y sacudidos del finísimo polvo blanco, pusimos música en vez de conversación. Era la hora de comer y fuimos a Los Serranos de Hellín, un sitio ideal en donde nos reunimos con Raúl. La charla nos llevó a los proyectos espeleológicos de las zonas cársticas en los alrededores de Hellín. Antes o después sonará la flauta.
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