2/6/12

Juanín



A la Torca de Juanín es muy posible que nunca hubiera llegado a ir. Gracias a mis amigos de Espeleo50, y especialmente al que se le ocurrió la original idea, he podido visitar esta bonita sima. Supongo que la fama le viene principalmente por su Sala Azul. Aunque no pongo mucho empeño en enterarme de estas cosas creo que un paisano llamado Juanín mato a un vecino y arrojo su cadáver a la torca. Curiosamente fue Juanín, y no su víctima, el que se hizo famoso. Y de ahí le viene el nombre a la cavidad. Con Juanín había que tener cuidadín.
Me reuní con Miguel en Mompía tras una confusa tarde de viernes. Confusa por muchas razones, pero la principal era el cómo nos íbamos a organizar. Podíamos ir en dos coches o en uno. La cuestión era que, aparte de visitar la Torca de Juanín, pensaba quedarme a escalar por la zona el domingo. Miguel se unió a este plan pero teníamos que coordinarnos con más personas. Al final decidimos usar la menor cantidad de combustible posible yendo los dos en mi coche. Al anochecer pasábamos por Panes. Acabamos el viaje con las instrucciones telefónicas de Hugo.
La casa rural que habían alquilado para el fin de semana estaba en un agradable rincón, a pocos metros de la carretera que sube a Llonín desde el Río Cares. Allí ya estaban esperándonos Zaca, Hugo, Antonio y Tripi. Zaca me había traído las esperadas varillas de fibra de vidrio para balizar. Mientras cenábamos comentamos las posibilidades de llegar a la Sala Azul. Es muy famosa entre otras cosas por la cantidad de espeleólogos que han bajado la sima sin encontrarla. Sin embargo Hugo, Zaca y Antonio mostraron una fe sin fisuras en conseguirlo. Un rato después, mientras el personal jugaba al mus, me rendí al sueño.
La subida hasta Oceño está jalonada con hermosos paisajes. La carreterilla consiste en una serie de revueltas con fuerte pendiente. Se pasa junto a varias paredes, excelentes para equipar vías de escalada. Una vez en Oceño hay que tomar una pista asfaltada atravesando el pueblecito. Un poco más arriba la pista pasa por una antigua ermita con puerta para enanitos. Esta rodeada de hermosos árboles entre los que destaca un tejo de  gran porte. Dos o tres kilómetros más arriba la pendiente se suaviza y la pista, que llanea entre cabañas, deja de estar asfaltada. Sólo nos queda una última subida entre prados hasta que llegamos junto al borde de una depresión poco profunda a la izquierda. Desde aquí un sendero conduce en un minuto hasta la Torca de Juanín.
El tiempo, muy nuboso, nos respeto durante los parsimoniosos preparativos. Llevábamos dos cuerdas de cien metros y algunos trozos más. Hugo iba a instalar la sima comenzando con una de las cuerdas de cien. Le seguía Zaca que portaba la otra cuerda de cien. Luego iban Antonio,Tripi, y Miguel. El último iba a ser yo. Tras un pequeño pozo de diez metros, aterricé en una jungla de helechos, lianas y hiedras trepadoras formando el marco de un rico ecosistema. Allí nos juntamos todos salvo Hugo y Zaca que andaban por las profundidades.
Como la cosa de instalar iba para largo me dediqué a hacer fotos y a hurgar un poco por todos lados. A tres metros, camuflada sobre unas piedras, descubrí una rana enorme de color marrón. Enseguida se convirtió en la estrella de nuestras fotos. Al otro lado, la plataforma se hundía hacia una pequeña galería remontante. De pronto, sobre unas coladas, me llamó la atención un montón de hierba seca. Al acercarme me encontré con un nido bien construido y en su  interior, esperando a ser incubados, cuatro huevos jaspeados. Elevando la mirada hacia la bóveda de la pequeña sala pude descubrir al propietario: una grajilla de pico amarillo. La torca se había  convertido en un auténtico zoo en que el aburrimiento era imposible.




Estábamos empezando a preguntarnos si habría algún problema en la punta de instalación cuando, por fin, oímos la voz de Zaca dando el libre para bajar. No me defraudo el paisaje de los pozos. Cada vez mayores y con más formaciones. Después de unas cuantas tiradas nos posamos en una gran plataforma que daba a dos posibles vías de continuación. Los directores de la expedición habían elegido bajar por un pozo grande en vez de una vía paralela con pozos más cortos y cómodos (Vía de las Señoritas) Allí tuvimos otra parada técnica hasta que estuvo instalada la continuación.
El pozo que bajamos a continuación era grande, más de sesenta metros. Sólo tenía un fraccionamiento a su mitad. Aéreo y limpio a más no poder. Desde luego fue un placer bajarlo pero pensé que para subirlo iba a sudar la gota. Otra serie de pozos -pequeños y cargados de formaciones- nos depositó en la base de la sima. El único que visito la Sala de la Inundación (sentido contrario a la ruta hacia la Sala Azul) fue Miguel. Encontramos cuerdas fijas por unas rampas de colada muy resbaladiza que marcaban la continuación. A partir de ahí la galería se amplio y tuvimos que recorrer un largo tramo horizontal, solo interrumpido por un resalte de sube y baja y por un pozo de unos quince metros al que se accedía por una incómoda cabecera. Abajo había una sala. Habíamos pensado comer antes de seguir hacia la Sala Azul. Pero cuando bajé allí no quedaba ni el apuntador, solo los trastos que la famosa gatera aconsejaba evitar. Me abalancé para alcanzar a los compañeros, pero llegué a un punto en que se estrechaba el paso demasiado. Sin embargo seguía oyéndoles claramente más allá de la estrechez. Tras unos gritos y algunos juramentos localicé el paso correcto un poco antes, por el riachuelo que se metía entre guijarros.
Avance rápido y me encontré con Tripi atorado en un paso entre columnillas. Tripi se desanimo y reculo. Yo les grite enfadado (… …) a los de delante. Para mí que tenían que habernos animado en vez de desaparecer... Me metí por la gatera sin mucha convicción. Tenía que conseguir pasar. Llevaba una saca conteniendo la cámara y un trípode. Esto me dificultaba más el avance. A pesar de su aspecto de ratonera imposible, fui avanzando sin grandes dificultades. Los pasos eran holgados para mí. Sólo uno, que está casi al principio, requiere colocarse con un brazo por delante para poder pasar. Al final hay que ascender un poco para entrar en la Sala Azul. Curiosamente hay varios puntos en que se nota un soplo importante.
La Sala Azul no es más que un ensanche del meandro por el que circula el riachuelo de la sima. Esta repleta de formaciones gravitacionales -coladas, estalactitas, estalagmitas, banderas- y también hay corales y helictitas. La mayor parte de las formaciones tienen colores clásicos -desde el blanco al marrón oscuro- pero una pequeña parte –digamos el 10%- tiene tonos azules o verdes. Sin embargo esa pequeña cantidad de azul le da un fuerte carácter a la sala. Dedicamos una horita a mirar y a fotografiar. A mitad de proceso Zaca y Antonio se marcharon para animar a Tripi a pasar la gatera, pero no tuvieron éxito.



De vuelta de la gatera comimos un poco y empezamos la retirada. El primero Tripi, seguido por Antonio y por mí. Detrás venían Miguel, Zaca y Hugo. Las primeras cuerdas que se retiraron las subió Antonio. La cuerda de cien más profunda la porto Zaca. Finalmente la primera cuerda de cien se saco tirando desde arriba por etapas.  En el entreacto sude la gota, como estaba previsto, en el pozo largo. Cerca de la salida Tripi y yo escuchamos un fuerte vibración de tono grave. Por un instante nos quedamos desconcertados hasta que caímos en que era un trueno tremendo. Empezamos a preocuparnos pues una tormenta en un sitio tan abierto como las Brañas de Trespandiú es muy peligrosa.
En el exterior llovía débilmente y había niebla. La tormenta se había aplacado. Tripi y yo nos cambiamos de indumentaria en cinco minutos. Mientras la lluvia arreciaba me instalé en el coche escuchando buena música. Un poco después nos acercamos a la sima y apareció Miguel seguido de Antonio y Zaca. No teníamos suficiente pan para la cena + desayuno del día siguiente. Eso nos llevo a Miguel y a mi a la búsqueda de pan. En un principio el plan era ir a Arenas, pero nos dijeron que en el cruce de Llonín vendían pan. El resultado fue que no encontramos pan en ningún lado.
Como los chaparrones seguían nos fuimos a la casa. No teníamos la llave, pero encontré una ventana abierta en el primer piso y me cole por ella escalando fácilmente. Nos dedicamos a preparar algunas cositas para comer. Parecía que iban a ser solo los aperitivos pero cuando llegaron los demás el hambre hizo que se convirtieran en la cena. Mientras la velada se prolongaba con las partidas de mus yo me deje caer rendido por el sueño. Mañana iba a ser otro día.  


Nota: La Torca de Juanín se encuentra en las Brañas de Trespandiú en las inmediaciones del pueblo de Oceño, perteneciente al concello de Peñamellera Alta, en Picos de Europa.



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25/5/12

Elefantes



En Junio de 2010 retomé un viejo proyecto espeleológico. Lo había tenido aparcado y olvidado durante más de seis años. Un sueño acariciado, y algo polvoriento, se despertó con fuerza. Lo primero que tuve que hacer fue reencontrar la entrada Lost Pot Entrance a Vallina. Eso me costo tres excursiones. Una vez localizada de nuevo la escondida entrada, durante dos años exploté la nueva situación. Realizamos multitud de incursiones a conocer diversos sectores de Vallina Cercana y dos entradas para encontrar el camino a Vallina Remota. En la primera de ellas Miguel y yo conseguimos localizar un par de pasos clave entre Río Rioja y Río Grande. Durante la segunda, con Miguel y un buen grupo de Espeleo50, llegamos aguas arriba de Río Blanco hasta Novadome. Nos quedamos con la miel en los labios...
El fin de semana del 26 de Mayo teníamos prevista una estancia de dos noches en la Red del Gándara. Sin embargo las circunstancias no nos permitieron cuajar ese proyecto. Como compensación Miguel y yo coincidimos en señalar la deseada incursión a Vallina Remota. Nuestro objetivo era alcanzar la Galería de los Elefantes y Helictite Maze. La distancia y complejidad de esta excursión subterránea imponían un grupo de tres personas como mínimo. Por suerte Miguel pudo enrolar a Oscar que se unió a la expedición con entusiasmo. El sábado a las nueve y media nos encontramos los tres en la iglesia de Arredondo. Un poco después estábamos sobre la hierba preparando los petates.
El elemento más pesado que transportábamos era una cuerda de 50 metros para el  pozo que conduce al Rio Rioja. En realidad el pozo tiene algo más de 30 metros pero en la cabecera hay un pasamanos y un resalte. En algo más de una hora alcanzamos el pozo desde la entrada y pudimos, así, desembarazarnos de ese fardo. En la base del pozo nos pusimos trajes de neopreno. Yo preferí llevar el neopreno sin nada encima, mientras Oscar y Miguel se pusieron, además, el mono exterior.
Las irregularidades en el cauce del Río Rioja exigen bastante atención. Las mayoría de badinas y pozas se pueden sortear fácilmente aunque hay dos o tres puntos en que te mojas hasta la cintura. Un par de cuerdas de cáñamo permiten cortocircuitar un pequeño sifón. Finalmente se llega a una confusa sala donde el Rioja se pierde bajo bloques en dirección a varios grandes sifones. Desde este punto una paso ascendente y una estrecha trepada entre bloques nos llevan a una sala con suelo arcilloso. Al final de esta sala atravesamos otro par de gateras. La primera es un tobogán con suelo de arcilla húmeda y deslizante. La segunda, de aspecto poco prometedor, requiere esfuerzo. Para pasar las sacas hay que montar una cadena humana. Finalmente seguimos durante un tramo muy lioso, pero corto, el curso de un arroyo hasta que trepamos entre bloques a Breakthrough Chamber.
Río Grande se accede fácilmente por una galería amplia, arcillosa y con suave pendiente. El cauce de este río es amplio, cómodo y de creciente belleza según avanzamos aguas arriba. A mano derecha dejamos dos importantes desviaciones: Toc Gallery y Río Blanco. A partir de este último el cauce de Río Grande tiene una pendiente imperceptible, es plano y ocupa entre dos y cinco metros de anchura. El agua, totalmente cristalina, discurre creando un suave murmullo. El camino tiene encanto y se avanza muy rápido. Cerca del punto donde deberemos desviarnos en dirección norte, hacia First Osbow, se escucha el ruido de una cascada procedente de Waterfall Inlet.
Todo iba sobre ruedas. Pero nos quedaba una última sorpresa en este río: Nipple Freezer. Como el nombre indica no nos quedo más remedio que meternos en el agua hasta las tetillas. Al principio dudábamos de si habría paso porque el techo se acerca mucho al agua. Pero Oscar, con todas, se metió en las aguas profundas y nos grito que al otro lado había vida, había una playa y continuación fácil.
El afluente que seguimos hacia el Norte era estrecho. Sin embargo el tránsito era bueno. A veces tuvimos que ir de perfil. Subimos a un nivel superior -más cómodo- en un punto característico. Por ese nivel se avanza sin problemas hasta una trepada importante a la derecha. La galería continua ampliándose y asciende suavemente hacia el noroeste. Finalmente llegamos al borde de una sala enorme con forma de cráter. Aquí hay que tomar un sistema de pasamanos que nos conduce cómodamente hasta el inicio de la Galería de los Elefantes.




Habíamos tardado unas cuatro horas en alcanzar nuestro objetivo. Teniendo en cuenta el cansancio acumulado, y el pozo que tendríamos que jumarear, probablemente tardaríamos unas cuatro horas en salir. El horario se nos estaba disparando.
Miguel estreno su pequeño infernillo (a base de pastillas de gel de alcohol) calentando un té. Oscar: un bocata de tortilla con picante. Miguel: un sándwich de mejillones en escabeche. Yo: almendras, chocolate y dátiles.  Cuando llevábamos medio kilómetro caminando por la Galería de los Elefantes comprendimos el por qué de su nombre. Auténticos bosques de pendants tapizan el techo de la galería. Durante algunos tramos éstos casi tocan el suelo. Nos sugieren las anchas patas, planas por su base, de los elefantes. El bosque de pendants permite el paso por los pasillos que dejan entre sí. Bruscamente la galería finaliza como había comenzado: en una sala enorme con forma de cráter. Enfrente y lejanas vislumbramos varias galerías colgadas sobre el borde del cráter. Sin cuerdas imposible seguir hacia ellas o hacia el fondo del cráter.
Disparamos una serie de fotos con trípode y exposición en el camino de vuelta. Cercano al punto donde habíamos comido tomamos una extraña galería, parte de una red de diaclasas ortogonales entre si. Podría decirse que la red tiene dos o tres niveles. En el nivel superior encontramos la zona de Helictites Maze. Aparte de las típicas agrupaciones de excéntricas filiformes de distintos grosores, lo más llamativo de esa zona es la existencia de excéntricas de calcita teñidas de rojo. Se impuso por necesidad una segunda sesión de fotos. Tuve suerte de conseguir que mi vieja cámara Lumix abriera el objetivo. Una vez conseguida la apertura -en el agresivo ambiente cavernícola- la lleve encendida, colocada en el trípode, y lista para disparar a lo largo de todo el recorrido. Hubiera sido una lástima que se quedase trabada…
Estábamos a un paso de Crystal River Passage y Miguel se estaba entusiasmando con la zona. Pero no queríamos prolongar más nuestra estancia. Ya teníamos asegurada, como mínimo, una actividad de más de diez horas. Así que comenzamos la vuelta al ritmo más alegre que pudimos encontrar. A medio recorrido de Río Rioja note la falta de precisión en movimientos que a la venida había hecho sin pensar. Miguel subió el pozo con el neopreno puesto. Oscar subió en segunda posición y finalmente subí yo. La saca me pesaba y me note cansado. Arriba ensacamos y ordenamos el material y fuimos llaneando hacia la salida sin tirar cohetes. Especialmente pesadas se nos pusieron algunas trepadas aparentemente inofensivas a la venida. Miguel nos guió diestramente, casi todo el tiempo, revalidando su título de guía de Vallina. Cerca del Dragón encontramos una cuerda proveniente del último pozo de la travesía Vallina >>> Lost Pot Entrance. Casi seguro que las había colocado el grupo de mi amigo Félix. En pocos minutos más estábamos arrastrándonos por las rampas de salida. Total: más de once horas de boca a boca.
Decidí no parar, so pena de no poder moverme luego, hasta llegar al coche. Así pues, conseguí subir a cámara lenta los escasos cien metros de desnivel que me quedaban. Los últimos rayos de sol se filtraban iluminando las laderas de Peñas Rocías. Éramos afortunados y nos sentíamos satisfechos...          




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18/5/12

Historia Interminable



topografía de primeros de los 90


Entresaco de los diarios del 94/95:

11/1994         
“El Hoyo de la Reñada lo localicé gracias a los ingleses que viven en Matienzo. Un día fuimos Zalo, Joaquín y yo a Matienzo y los ingleses me dijeron que la entrada a Cueva Riaño está sólo a 50-100 metros de la carretera en la primera depresión del bosque. A pesar de su indicación el día que fui me metí (animado por un paisano) en un agujero que no era (el que buscaba) y sólo gracias a un chico de Riaño y a la energía + de ese día pude dar con el maldito agujero que está en la torca, mirando desde el camino a la izquierda a unos 10 metros. Difícil-difícil

11/1994
            “Voy con José Palacios y avanzamos rápido. Hay más zona acuática que la indicada en la topo. Llegamos a la zona de conexión con La Hoyuca. Hay una escalada en la que dejo instalado un ascensor para las sacas. Luego se llega a grandes galerías con aguas hacia el este-sureste (Hoyuca!!)”

20/4/1995
            “Voy con Guillermo (uno nuevo de Laredo) a C.Riaño. Entramos para hacer la travesía a la Hoyuca. Avanzamos hasta las grandes salas y a partir de ahí por un laminador y una gran galería que conduce al ‘segundo río’ (casi seguro) en la dirección adecuada. Llegamos a un derrumbe junto a un afluente que lleva a un laminador sumamente bajo. Decidimos volvernos y visitamos el río principal de Cueva Riaño aguas abajo hasta las cascadas. Es francamente precioso. Deberíamos entrar para hacer fotos o un reportaje”

29/6/1995
            “José Palacios y yo a la travesía en un día cubierto pero cálido. La travesía va bien. El laminador en el ‘segundo río’ lo pasamos escarbando las gravas con una pala, lo difícil es solo un metro, luego todo va bien, menos un corto tramo en que el techo baja de nuevo, pero se puede eludir por un agujeruco. En total tardamos cinco horas y media (de cuatro de la tarde a nueve y media de la noche)”

19/5/2012
            He vuelto a entrar multitud de veces tanto al Hoyo de la Reñada, como a la Hoyuca por su entrada clásica o por Giant Panda. Pero después de la primera solo repetí la travesía -en sentido inverso- una vez más: el 29/9/1996. En esa ocasión íbamos Cesar, Isidoro y yo. Resulto bastante duro porque hicimos la entrada por la Hoyuca, visitamos el Astradome y a la vuelta, para evitar volver a recorrer el Sendero de los Gorilas, decidimos salir por el “segundo río” y Cueva Riaño. Tuve varios despistes y todos acabamos cansados, especialmente Isidoro.
            La topografía de la que disponíamos en el 95 era totalmente parcial. La sacamos de la pg 369 de la primera edición del Atlas de Grandes Cavidades Españolas. Representaba una parte ínfima de lo que podemos ver en las últimas actualizaciones de la página web Matienzo Caves (http://www.geography.lancs.ac.uk/Matienzo/page1.htm) Sin embargo, a pesar de que no podíamos ni en sueños imaginar la complejidad de la zona, fuimos capaces de encontrar nuestro camino. Con la ayuda de una brújula corriente y de un par de sencillas ideas: buscar el camino más obvio hacia el sudeste y si hay soplo mejor. Con eso y las pocas indicaciones de Peter Smith realizamos la conexión. Me resulta increíble en la distancia del tiempo transcurrido…
            El viernes estuve en el local del club buscando acompañantes para salir el sábado. La tarde del viernes el tiempo estaba funesto y las previsiones para el fds eran más funestas todavía. Tenía previsto entrar a Vallina remota, pero Miguel -mi único compañero por el momento- no podía hacer una entrada prolongada. En el club descubrí que la mayoría de los miembros activos pretendían realizar alguna de las carreras del Soplao. Evidentemente iban a tener que echarle un pulso a los aguaceros que se avecinaban. Solo Manu y Adrián pensaron que hacer espeleo era la mejor opción. Para variar decidieron entrar en la Cueva del Rescaño.
Así pues íbamos a hacer una incursión Miguel y yo solos. Decidimos retomar la visita a la zona de conexión entre el Hoyo de la Reñada y La Hoyuca. Realmente la última actualización de la topo indica una profusión de nuevas galerías con interrogantes en muchas de ellas. La zona topografiada es muy compleja con hasta cuatro pisos superpuestos. Pero los ingleses lo están haciendo muy bien. Usan colores para distinguir el nivel: azul para la zona base activa, y para los niveles sucesivos -en orden ascendente- verde, amarillo y marrón.
            El tiempo nos respeto por la mañana y pudimos prepararnos con tranquilidad. La entrada de esta cueva es una de las más cañeras que conozco. Realmente el primero que entro por ésta mierda de agujero le tuvo que echar mucho coraje para decidirse. Luego el agujero continua por una zona muy incómoda pero más amplia. Finalmente se desemboca en una zona humana, el río principal de la cavidad.
Aguas arriba pronto se llega a una zona en la que las areniscas basales están excavadas por cárcavas con puentes sobre pequeños lagos de aguas verdes y transparentes. En este tramo el curso del río sigue una trayectoria con cambios a 90º. En un momento dado se circula en dirección este y poco después en dirección oeste. Sea como sea se llega a un punto en que, para ir hacia La Hoyuca, se toma, en dirección sudeste, una larga galería fósil con techo bajo. Esta galería va muy próxima a otra paralela por la que circula un afluente. Finalmente se entrelazan desembocando en una zona de amplias galerías arenosas.
Para continuar hacia La Hoyuca hay que ascender al siguiente nivel. El punto de más fácil acceso es un resalte de cinco metros de escalada difícil y expuesta. Como única instalación los ingleses han dejado una cuerda de cáñamo sin anudar arriba. Solo se me ocurre que esa cuerda sirva para instalar una auténtica cuerda de espeleo que luego puedes llevarte dejando la de cáñamo. Es una idea que he visto realizada en otra ocasión al menos. Pero nosotros no llevábamos cuerda y nos dirigimos a otro punto en que la topografía indica un acceso al nivel superior. Después de un breve e incómodo recorrido por CatPrints Passage localizamos un chimenea ascendente de unos diez metros con una cuerda instalada. La cabecera tenia un roce importante y una salida incómoda.  A partir de aquí se nos abrían varias opciones.
Como no teníamos mucho tiempo decidimos torcer a la derecha para visitar, en el nivel que estábamos, una zona de amplias galerías con unas grandes salas al final. Si nos sobraba tiempo iríamos a ver el acceso a Second River. Pronto nos dimos cuenta que la zona era mucho más interesante de lo que cabía esperar. Primero encontramos abundantes estalactitas y estalagmitas en series muy rectilíneas. Una zona de coladas ascendentes nos llevo a un aparente final de galería. Volviendo atrás tomamos la principal continuación, hacia el norte. Esta amplia avenida desemboco en una en una sala caótica con inmensos bloques y peligrosos desfondes.


foto: Miguel F. Liria

Justo al entrar en la sala hicimos un pequeño alto para comer. Miguel se quito el casco y lo poso sobre una piedra. Un instante después el casco con su luz encendida empezó a rodar y desapareció por un desfonde. Oímos varios golpes contra las paredes y finalmente lo perdimos del todo. Mi primera impresión fue que bajar a buscar el casco por donde había caído era imposible por lo estrecho. Pero mirando con más cuidado encontré una zona en que el destrepe era fácil. Con un poco de cuidado conseguí llegar hasta el casco. Reposaba sobre una zona arenosa. No se había dañado y ni siquiera se había apagado. Es una prueba más de que el foco Stenligth es de una construcción realmente robusta. Cualquier otra pieza se hubiera descuajeringado.
Por una corta escalada accedimos a unas galerías, sobre la sala, con abundantes formaciones. Corales, coladas, algunas excéntricas, pero lo más llamativo fueron las combinaciones de blanco inmaculado con rojo y naranja de algunas coladas, banderas y estalactitas. En algunos casos las estalactitas eran del todo color zanahoria. Y eso junto con la forma abotijada de muchas de ellas hacía que el parecido con las zanahorias fuese asombroso. Un campo de zanahorias colgando del techo.
El tiempo se nos paso volando contemplando todo esto. Miguel tenía que volver muy temprano y hubo que pensar en empezar a salir. Pero ambos lo tuvimos claro: más que preparar una posible travesía hacia La Hoyuca esta zona se convierte en objetivo por si misma. Entre otras cosas porque con tanto conducto y pozo sin mirar podríamos encontrarnos con interesantes sorpresas. Creo que los ingleses tienen tantas grandes cavidades entre manos que siempre será bienvenida alguna sugerencia en una de ellas. Lo que queda claro para mi es que el nivel activo del Sistema de los Cuatro Valles, que hasta el momento es el que mayor extensión conocida tiene, debe tener niveles fósiles encima con un desarrollo muy importante y con gran cantidad de formaciones. Esto significa un potencial exploratorio de primer orden.
A la salida nos recibió un aguacero sin perdón. So pena de quedar empapado mientras me cambiaba de ropa decidí meterme al coche con el mono interior. Así conduje hasta Adelma y así volví hasta casa. Tomar algo en un bar con la facha que llevaba ni se me ocurrió. Además Miguel tenía que preparar una buena cena en su casa. Pero sin duda volveremos al Hoyo de la Reñada


foto: Miguel F. Liria

12/5/12

Lagrange’s RapS



Estábamos en un plácido intermedio, entre dos raciones de manicomio de nuestro amado instituto, cuando un compañero de trabajo me pregunto acerca de las helictitas, más comúnmente llamadas excéntricas. Le conté que sabemos como se forman la mayoría de los espeleotemas (gours, estalagmitas y estalactitas, coladas, banderas, pisolitas, sierras, nidos de cristales, etc) Decir que sabemos significa que tenemos un modelo químico-físico-matemático que explica su crecimiento, al menos a nivel cualitativo. Sin embargo las helictitas tienen una explicación más compleja y todavía quedan puntos por aclarar. Si buscamos en la web helictitas o excéntricas, en inglés o español, solo recogeremos un conjunto de generalidades, algunos artículos desperdigados y unos pocos libros que tocan el tema.
A lo largo de años hemos observado una gran variedad de formas en las helictitas y, en muchos casos, su asombroso parecido a formas vegetales y/o animales. Actualmente existe un concepto en genética llamado “gen compartido”. Algunas especies muy diferentes, por ejemplo un árbol y un insecto, comparten un parte del código genético que modula parcialmente la forma de ambos. Por ejemplo un insecto hoja y las hojas de ciertos árboles. No es creíble que sea casual el asombroso parecido de algunas helictitas con una anémona. El proceso de crecimiento de ambas cosas, cristalización y anémona, deben tener algo en común. La anémona crece  gobernada por un código genético + algo más que estamos empezando a comprender (en el caso de las plantas más que en el de los animales) La excéntrica con forma de anémona crece gobernada por una combinación de las leyes del crecimiento cristalino + algo de lo que tenemos una vaga idea. Capilaridad, ionización crecimientos diferenciales por distintas causas… Es posible que la tarea de investigar como se forman las excéntricas tenga repercusiones inesperadas.
Me encontré con Manu a las nueve y media en Solares. A las diez recogimos a Fonso, Adrian y Jara en Liérganes. Conduje a ritmo rapero. A mi lado Manu se movía siguiendo el compás.
 Desde el jueves pasado -el día del calorazo, a 38ºC en Santander- hacía un tiempo similar: muy nublado, con niebla y fina llovizna. Durante parte del viernes llego a estar cerrado el aeropuerto. Mientras nos cambiábamos junto a la casa de Esteban en Valdició no me olvidé de preparar un paraguas por lo que pudiera pasar. La visibilidad no superaba los veinte metros.
A Esteban le habían realizado últimamente dos operaciones en la cadera y no se encontraba muy bien. Su mujer tampoco andaba muy allá por lo visto. Un día de invierno, hace dos años, la cabaña que tiene en la cabecera de la Sota, en un lugar lleno de magia y arándanos, había ardido. No pudo averiguar ni cómo ni por qué. Le prometí llevarle un BCE en el que se le ve arreando su mula durante los porteos para el campamento del Carrio. La mula todavía vive y tiene más de 30 años. La vimos atada a escasos metros paciendo con calma.
La subida al Hoyo Salcedillo estuvo condimentada por el sudor. La espesa sopa gris combinada con los repechos hicieron su efecto sobre nosotros. Tuvimos que hacer un alto, para despejarnos un poco, cuando llevábamos unos tres cuartos del desnivel. Antes de entrar intentamos secarnos pero la humedad ambiental no permitía secaduras veloces.


Las fijaciones y cuerdas llevan en la cueva más de veinte años y la corrosión hace su tarea. La idea era cambiar los elementos esenciales por otros más nuevos. En el primer pozo, ascendente, subí el primero y sustituí la cuerda por otra más nueva y el anclaje corroído por otro de acero inoxidable. Quedo impecable. Por la incómoda galería, continuación de la cueva, llegamos hasta un pozo corto. Reaseguramos todo el tinglado de cabecera con una cuerda adicional a un anclaje natural en forma de puente de roca. Mientras tanto tomé algunas fotos del conjunto de excéntricas que dominaba el lugar.
Nuestra incursión nos llevo bajo una ventana colgada, que en otras ocasiones me había llamado la atención. Pronto descubrimos señales de que hace veinticuatro años los franceses habían escalado hasta la galería colgada. Me pareció que lo mejor era reasegurar la escalada con algunos parabolts. No me costo mucho trepar, aunque tuve que poner mucha atención con las piedras inestables. Esperé a que todos nos reuniéramos haciendo algunas fotos. Un poco más allá encontramos una pared recamada de cristalillos de aragonito. Un paso incómodo y estrecho nos dio acceso a unas galerías amplias.
En las paredes de la galería abundantes grupos de excéntricas, algunos notables, crecían alimentados de paciencia, calcita y aragonito. Mientras nos dedicábamos a hacer fotos -y a admirar el conjunto de formaciones- Adrián desapareció un buen rato. Después de visitar la mayoría de los recovecos volvimos a encontrarnos con él. Me llevó hasta una gatera a la que había  echado un vistazo. Nos metimos los dos pero no tenía continuación. Por el lado opuesto de las galerías había unas grandes repisas con arena que no nos atrevimos a pisar. Un laminador a la altura del techo quedo sin ser mirado a fondo.
Todos bajaran por las cuerdas fijas y yo destrepé, asegurado por Adrian, recuperando todo el material. Se nos había hecho bastante tarde y teníamos hambre. Allí mismo, sobre un barrizal, nos comimos las provisiones. Aunque había muchas cosas que ver en la Galería de Utrillo comenzamos la vuelta hacia la salida. No queríamos realizar una incursión prolongada, ni dura.
Afuera seguía la niebla. No nos abandono tampoco en el descenso hacia Valdició. Tampoco mientras escuchábamos a la Mala María en el coche pudimos desprendernos de ella. Pero en Linto todo se aclaro. Entramos en la antigua tasca, regentada ahora por un joven. Nos recibió una pantalla gigante con un videoclip  y Pink Floyd como música ambiental. Curioso cambio. La última vez que entre a este bar el panorama consistía en una mesa llena de migas y un café de puchero que le produjo diarrea al Cura. Algo genial.     



31/3/12

Nuevos


Empecemos por algunas observaciones generales que atañen a todo el rebaño:

a)     En un mundo dominado por los intereses personales todo acaba personalizándose demasiado. Todos acabamos pareciendo egoístas egocéntricos. Pero la fauna humana produce también sanos egoístas. El egoísta sano sabe que sus intereses y los del prójimo apuntan en la misma dirección.
b)     Por otra parte la personalidad se comporta como los electrones en un orbital cuántico de un sistema atómico: salta de una posición a otra cuando recibe un estímulo para luego volver al estado más estable al cabo de poco tiempo. Uno puede poseer dos, tres o miles de personalidades que solo aparecen cuando las circunstancias las activan. Generalmente siempre domina una de ellas.
c)     Y luego está, para acabar de pintar el panorama, el spanish gallinero. Es un producto muy elaborado, con condimentos muy sabrosos: la típica corrupción al estilo romano, el prodigioso talento de sólo escucharse a si mismo, la habilidad para hablar a la vez que otro, los intereses feudales de los nacionalistas variopintos, la explotación generalizada del prójimo en cuanto se pone a tiro, el desprecio sistemático de las normas, etc,etc, etc.

Os preguntareis por qué me dedico en una crónica de espeleo a publicar mis reflexiones sobre cosas que no tienen nada que ver con las cuevas. Pero es que si que tienen que ver. Ni la espeleo es un limbo aparte, ni nosotros somos ajenos a lo que cuento. Nos toca más de cerca de lo que queremos admitir. Creo que cada uno al mirarse en el espejo y mirar alrededor podrá encontrar muchos ejemplos de lo que cuento. Pero recordad que sentirse culpable no sirve para nada. Aunque sobre los sentimientos nadie manda. Ocurren sin más.   
Esta vez había quedado con Manu, Julio, Marta, Elena y Fabián para revisar agujeros nuevos. Compañeros nuevos -Elena y Fabián- , agujeros nuevos e iluminaciones nuevas también. Todo nuevo. Por la sede del club aparecimos una parte del personal. Un poco de todos los pelajes. Juan no podía salir, Oscar tampoco, Fran y Matías estaban interesados por el partido del Racing, Sergio estaba por la laborde descansar y Adrián estuvo que-si-venía que-si-no-venía. Quedamos a la temprana hora de las diez y media por aquello de que debemos tomarnos con calma la existencia. Y me fui a casa pasando por la de Adrián a coger el Uneo.
Elena nos había contado una bonita historia. Cerca de la ermita de Riaño, en la finca de unos amigos suyos, se había abierto un agujero con muy buena pinta. Antes de dedicarnos a la esforzada tarea del espeleólogo paramos en el bar-tienda de Entrambasaguas para relajarnos tomando cafés y refrescos. En pocos minutos de grácil conducción llegamos al lugar. Una cabaña en un sitio tranquilo. Una joven pareja. Dos perros. Una niña preciosa de pelo larguísimo hasta que le vi la colita. Las cosas como son: ingredientes para una vida bucólica. La impresión era que un día de relax se estaba adueñando de nosotros. Aunque había un rebelde sin causa: yo mismo.
La aproximación al agujero consistió en caminar unos cien metros desde la cabaña de los amigos de Elena. Un pequeño boquete cuadrado y terroso había sido cubierto de troncos y ramas. Abría sus fauces en el fondo de una modesta dolina invadida por una explotación de eucaliptos. Como la entrada parecía resbalosa y empinada deje caer el extremo de una cuerda y até su inicio a un eucalipto. Manu bajo el tobogán seguido por mí. Desembocamos en una cámara de unos cinco metros de diámetro excavada en arenisca. El suelo estaba formado por un revoltijo de tierra y  bloques (de unos 20 cm de tamaño medio) Ningún recoveco nos sugirió que pudiéramos continuar avanzando. A unos doscientos metros del primer agujero la entrada -esta no reciente- de otro agujero resultaba más prometedora. Sin embargo nada más entrar nos encontramos con un panorama similar. Finalmente fuimos, colina arriba, a una dolina de paredes empinadas. Abajo, tras una maraña de restos vegetales y ferretería variada, había una oquedad terrosa de la que no pudimos sacar nada en claro. Quizás removiendo todo y escarbando después con tesón y paciencia podríamos encontrar algo.
Como no nos íbamos a quedar sin hacer nada propuse ir a La Hoyuca. Tras el remoloneo oportuno, basado en la oferta de vino, aperitivos y charla, conseguimos arrancar. Cinco minutos de conducción nos colocaron junto a La Hoyuca. Durante los preparativos casi damos al traste con la espeleo. No más que la vida muelle ejerciendo su atracción fatal. Pero finalmente entramos en la cueva. Para no aburrirme repitiendo siempre el mismo itinerario, después de la ruta usual hasta la entrada de Quadraphenia sugerí trepar a unas galerías en un nivel superior. Había vislumbrado esta posibilidad en la última actualización de la topo publicada por los ingleses.
Una escalada entretenida nos llevo a una sala con varias posibilidades. Elegimos la de la izquierda. Recorrimos una galería con suelo arenoso y con derrubios, que acabo convirtiéndose en coladas y formaciones. Una gatera de ángulo agudo nos llevo, tras un giro a la derecha, a una galería modesta pero bien decorada. Un nuevo giro, esta vez a la izquierda, nos condujo a una doble galería desfondada que acabo en una sala llena de formaciones blancas. Manu sugirió continuar por un laminador arenoso entre columnitas. No nos decidimos, principalmente para evitar romper inútilmente las cristalizaciones. Ya en casa mirando la topo descubrí que esa continuación era el camino hacia una zona de helictitas
Volviendo atrás, otra de las posibilidades nos llevo por unas gateras retorcidas hasta una salita bajo una hermosa chimenea. Escalé el tramo más fácil, unos seis metros, y comprobé que había spits para continuar la escalada. Arriba se podía entrever con claridad una galería colgada. Finalmente volvimos sobre nuestros pasos para visitar una tercera posibilidad. Esta nos condujo hasta Wardrobe Passage. Es una zona de abundantes concreciones y coladas que acaba abruptamente en un pozo de 11 metros para el que no llevábamos material. Mientras la conversación giraba insistentemente alrededor de la reforma laboral del PP nos comimos las provisiones. Luego volvimos a las arenas de Pigs Trotter Chamber.
Después de echar un vistazo general en Pigs Trotter Chamber nos animamos a iniciar el bonito recorrido hacia Flahsbull Hall y la zona de formaciones de Dog Series. Hicimos todo el camino a buen ritmo hasta llegar al armonioso conjunto de formaciones que había visitado en otras ocasiones. Fue en este punto donde más fotos intentamos hacer. Un buen trípode habría venido bien. Pero tal cosa no estaba prevista. Resolvimos la vuelta a la entrada por un camino alternativo que recorre un par de meandros estrechos y desfondados. Quedo claro que la señalización brilla por su ausencia y si bien los recorridos no son muy largos, es necesario dar muchas vueltas con paciencia para conocer a fondo la red de entrada de La Hoyuca. Sin duda es una cueva que está dando muchas agradables sorpresas desde que los ingleses comenzaron su exploración hace 40 años. Y, casi con seguridad, seguirá dándolas.
El día seguía tan primaveral como empezó. Aunque no habíamos tenido éxito en la prospección de nuevos agujeros, si que habíamos conseguido conocer un poco más la bonita Cueva de la Hoyuca. Marta estaba feliz de haber hecho espeleo. Ella y Elena consideraron que entrar en una cavidad como ésta era un descanso en el trasiego de sus vidas. Estoy de acuerdo con ellas. Imite a Manu y me tomé una cerveza de buena calidad. A Julio le encanta el picoteo. Mientras pedían y devoraban una ración de queso curado yo seguí lentamente con mi cerveza. Me comí un triangulito de queso. Las cosas suelen ser así. El grupo ya se había disuelto pero, ya en Solares, Julio, Manu y Elena quisieron seguir picoteando... Mientras conducía mire por el retrovisor. Los vi juntos caminar hacia el Bar de la Estación.




17/3/12

Ensayos



            Una semana antes del diecisiete quede con Sergio y Miguel para ir a balizar una zona de la cueva del Gándara. Supuse que Adrián también vendría. El viernes por la tarde intenté localizar algún comercio que tuviese hilo adecuado y varilla de plástico de 1.5 o 2 mm. La varilla que necesitaba no apareció en Resopal aunque me dieron esperanzas de conseguirla en cierto sitio del Polígono de Guarnizo. Sin embargo averigüé que en Bilbao existe el sitio adecuado. La cuestión es que alguien se encargue del ir allí.  Con el hilo tuve mala suerte al principio: Las cordelerías de la calle Carlos III han cerrado y en la Ferreteria Montañesa el hilo trenzado más “fino” era demasiado gordo y, sobre todo, demasiado caro. Me fui para Godofredo pensando que la oferta sería casi nula. Para mi sorpresa tenían varios tipos de hilo trenzado ideales para el balizaje. Con grosores desde 0.1 a 0.5 mm, resistencias de hasta 50 kg (Spectra), colores perfectos (amarillo saca, rojo, naranja, verde de varios tipos…) y reducido volumen (un km de hilo en el bolsillo) El único problema era el precio.  Balizar un km. de galería con esos tipos de hilo saldría por más de 300€ (varillas y dos lados del sendero). De cualquier manera esos materiales eran una buena referencia. Pero lo que estaba claro era que al día siguiente no íbamos a balizar.
            Ese viernes por la noche no estaba de buen humor cuando llegué  al local del club. Para ser preciso estaba de un humor de perros. Mi mala hostia ascendió varios grados cuando me enteré de que Sergio se iba a explorar a Udías y que Adrián ni siquiera se había enterado de la propuesta de ir a la Cueva del Gándara. Escuetamente tomé el material que me iba a hacer falta: el taladro Uneo, chapas de acero inoxidable y parabolts del mismo material. Cuando ya me iba Sergio me dijo que había cambiado de opción y que se venía. Quedamos a las siete y media. Poco después un mensaje me confirmo que también venían Adrián y Fonso. Les avisé de la necesidad de llevar escarpines de neopreno y ropa de abrigo limpia. Nuestro proyecto consistía en ordenar el tránsito por la zona escogida y ensayar las maniobras de cambio de indumentaria con vistas a su práctica habitual y a su difusión entre el colectivo espeleológico.
            Con un poco de retraso partimos para Ramales y nos reunimos con Miguel. Mientras conducía por Soba, la Mala Rodriguez nos incendiaba las neuronas con su rap.   A las nueve entrábamos en la cueva. Dos horas después hicimos una parada de dos minutos. En unas angosturas cercanas la llama de carburo de algún inconsciente había garabateado sinsentidos rupestres. Me costo controlar el rosario de sapos que salió por mi boca.
            Lo primero fue montar una cuerda fija ascendente para evitar una serie de coladas  intercaladas por barrizales. Luego monté un pasamanos sobre el fondo embarrado de un meandro para evitar el transporte del barro a zonas delicadas. Todo esto me llevo poco tiempo. Mis compañeros, mientras tanto, empezaron a quejarse del frío. Sin embargo el frío es sano. Ayuda a curar jamones y conserva los alimentos. Aunque no pretendo que nadie se hiele.
            Una zona con coladas y formaciones necesita de un cuidado especial. Nosotros estábamos probando la efectividad de la teoría: quitarse el mono exterior y las botas, calzarse escarpines de neopreno limpios y guantes limpios y con esta indumentaria transitar con calma, con movimientos calculados y premeditados. La cosa fue bastante bien. No dejamos ninguna marca nueva y fuimos capaces de quitar algunas manchas previas con la propia suela del escarpín actuando como trapo absorbente.
            Antes de pasar a ver una segunda zona de formaciones tuvimos que ponernos la ropa de batalla de nuevo. Comimos y volvimos a ponernos limpios. La paciencia es la principal virtud del buen espeleólogo. El tesón y la intuición son la segunda y la tercera virtudes. O quizás la intuición sea la segunda.
No nos entretuvimos demasiado en este segundo ensayo de practicar una espeleología responsable. Pronto comenzamos la vuelta hacia el exterior. Tanto Adrián como Fonso y Sergio quedaron muy satisfechos de los objetivos alcanzados. Y como añadidura Miguel disfruto experimentando con las fotos. La progresión hacia la salida estuvo salpicada de anécdotas memorables y de paradas de dos minutos. Lo más divertido fue el encuentro que tuvimos cerca del Delator con un auténtico rebaño de niños de menos de diez años conducidos por sus respectivos padres. Muchos niños y muy pequeños. Un auténtico dolor de cabeza para pasar por las cuerdas con seguridad…
Cuando llegamos al coche eran las ocho. Bajamos dulcemente hacia Ramales escuchando a Pat Metheny. Allí nos separamos. Yo continué conduciendo para llegar a una cena familiar. Y el resto del grupo se tomo unas cervezas a la salud del instante presente. Mientras tanto llovían gotas de agua desde un cielo oscuro.



28/1/12

Bolas



          Sergio y Adrián estaban tan entusiasmados que me incliné a conocer la zona que acababan de descubrir el último fin de semana. Tuve que poner un empeño especial para convencerme a mi mismo de volver a Udias. Esa mezcla de mina y cueva que me hace sentirme extraño.  Me encontré con Sergio, Adrián y Jara en Mompía y nos fuimos a la segunda cita: Puente de San Miguel. Allí  nos  juntamos con Fran, Matías y Alfonso. Después de charlar un rato alrededor de unos cafés partimos hacia la entrada de Sel del Haya. Yo monte en la furgoneta con Fran y Matías. Por  el camino nos perdimos dos veces.
            Durante el reparto pude constatar lo poco organizado que está el material de exploración del club. Sergio nos convenció de que teníamos que topografiar hasta el comienzo de lo nuevo. Al principio me supo a cuerno quemado, pero me avine cuando vi que todos íbamos a topografiar, unos un tramo y otros el resto. Más o menos la mitad. Pero después de todo no sirvió para nada la buena voluntad. El disto solo funcionaba hasta 6 metros y el clinómetro no funcionaba en absoluto. Poco después Alfonso, Matías, Fran y yo sobrepasábamos al otro grupo y alcanzábamos el principio de las cuerdas.
            Subí el resalte, unos doce metros en total, y me alejé un poco hasta una zona de gours y estalagmitas. Me dediqué a intentar fotografiar bien aquello. Pero no conseguí dar con la clave. Mientras tanto oí gritar mi nombre varias veces. Supuse que estaban controlando donde estaba para acercarse o para tenerme ubicado. Me pareció imposible que me llamasen por algún problema. Sin embargo cuando volví, después de un buen rato y algo extrañado por la tardanza, Alfonso me manifestó su malestar por no haber atendido su llamadas. Fran había tenido un problema en el fraccionamiento.
            Continué con las fotos mientras se empezaba a instalar hilo señalizador y se seguía topografiando. Sergio me mostro unas repisas colmadas de formaciones. Alicia y Carlos aparecieron y se pusieron a mirar unas gateras que podían dar un acceso mejor a la zona. Pero enseguida nos fuimos todos hacia la zona realmente nueva por unas rampas instaladas. Arriba me dedique a colocar hilo señalizador mientras el equipo de Sergio, Jara y Adrián  volvían a la topo. No muy lejos se llegaba a la punta de exploración. Podía continuarse por unas plataformas superiores colmadas de formaciones pero, mientras Sergio y Adrián miraban esa parte, me encargaron investigar unos pasos estrechos para encontrar un cortocircuito. Jara se quedo conmigo.
            Tuve que romper unas estalactitas para poder pasar la primera gatera. Los laminadores que me encontré me parecieron muy poco prometedores. Parecía que suelo y techo se juntaban. De hecho estuve a punto de darme la vuelta. El primer intento de pasar fue un fracaso. Los trastos se engancharon firmemente en las rugosidades del techo. Me quité todo el equipo vertical de encima y se lo pase a Jara, que esperaba con paciencia al principio de las estrecheces. Me fijé en que había una débil corriente. Esto me animo. En el segundo intento me quedé atorado por el pecho. Reculando observe que haciendo un zig-zag evitaría el laminador. Conseguí pasar sin problema alguno y tomé pie en una zona llena de formaciones. Jara se me unió segundos después.
            Por los huecos del techo avisamos a los de arriba. Jara y yo avanzamos con sumo cuidado entre gours someros y formaciones delicadas. Vimos nidos de bolas. Volvimos atrás y aplicamos el protocolo como es debido. Mientras Alfonso topografiaba con Alicia y Carlos, la avanzadilla formada por Adrián y Sergio balizaron con hilo el recorrido. Hubo que poner especial empeño en ello pues no había casi ningún sitio para sujetar los hilos. Mientras las sacas pasaban los laminadores y se reorganizaba el material, me tome un tentempié.
El avance por la nueva galería fue sencillo y enseguida llegamos al borde de un vasto pozo en cuyo fondo había agua. Me pareció que podría ser la galería principal del río de Udias. Sergio comenzó a instalar el pozo. Mientras tanto observé una posible continuación por una galería colgada. Un sencilla escalada permitiría acceder.
La mitad del grupo, Alicia, Carlos, Fran, Matías y yo, estábamos satisfechos y comenzamos a salir. El resto se quedaron explorando. Por el camino hicimos algunas fotos interesantes. Fuimos un poco lentos en la zona de cuerdas, pero sin problemas. Lo que constituyo un acierto fue quitarse el mono exterior para subir las cuestas por la mina. Apenas sude y la subida se me hizo cómoda.
En el exterior había llovido. Para pasar la laguna de entrada tuvimos que hacer algunos equilibrios. Era el cumpleaños de Carlos y fuimos a tomar unas cervezas a su salud en el bar de La Gándara. A la vuelta iba tan ausente que nos fuimos hasta Mompía. Sólo cuando vi que mi coche no estaba allí recordé que por la mañana había llevado a Sergio hasta Puente de San Miguel.  Atocinamiento de narices.





19/1/12

(Sfera) 2




            Hace bien poco Antonio Dólera se quedó prendado de la Cueva del Gándara. Además teníamos que acabar el trabajo de las esferas cuanto antes. En principio si hacía suficiente frío pensaba que la vasta Sala del Ángel estaría sin niebla. Pero poco después comprobé que esta teoría no era del todo correcta. Así que cambiamos de objetivo: iríamos a realizar esferas en una zona de tamaño modesto, pero con muchas concreciones.
            Bien entrada la tarde del dieciocho aparecieron A. Dólera, Juan Pablo y David (Bicho) por casa. Antes de irnos a nuestros aposentos concretamos la logística del jueves. Levantarse a las siete…  desayunar…  salir a las siete y media… llegar a La Gándara de Soba una hora después… y a las nueve entrando en la cueva. El horario se cumplió y obtuvimos nuestra recompensa. Un amanecer onírico con el Valle de Soba inundado por nubes bajas desbordantes, y un cielo nítido y despejado sobre nuestras cabezas. La mágica luz fue la absoluta protagonista de las tomas fotográficas. El escaso contraste entre las temperaturas del exterior y del interior de la cueva hacía prácticamente inexistente la típica corriente de aire en la boca. Con un poco de atención se percibía que era débil y entrante.
            Nuestra ruta nos llevo hasta el Delator y más allá de la Sala del Ángel. Las pesadas sacas, llenas de material fotográfico, y las dificultades físicas de A. Dólera hicieron que el tránsito por la interminable serie de atléticos pasos nos ralentizase. Pusimos unos cordinos en dos resaltes especialmente duros. Y, de vez en cuando, tuve que insuflar ánimos en el espíritu del grupo. En una de las pocas paradas que hicimos dedicamos media hora a reforzar con un spit un pasamanos delicado. Cada paso difícil nos hacía parar varios minutos. Además fuimos haciendo cortas paradas para realizar tomas con una minicámara de video. Una cámara  especialmente diseñada para deportes de acción. Todo ello fue sumando horas y cuando nos vinimos a dar cuenta casi habíamos duplicado el horario estándar.
Se habían cumplido las dos de la tarde al llegar a nuestro primer objetivo: una sala con bonitas concreciones. Hubo, en aquel remoto lugar, un momento de crisis total del grupo. Como una pesada losa cayo sobre nosotros la suma estimada de los tiempos  de entrada, salida y trabajo. En definitiva: íbamos a demorarnos en el interior de la cavidad hasta la madrugada del viernes. Las personas que esperaban nuestras llamadas podían ponerse nerviosas y solicitar una ayuda que sólo conseguiría formar un gran lío. Decidimos que, al menos, haríamos una esfera. Antes de comenzar nuestro trabajo almorzamos con ánimo pesado.
            Nuestra primera esfera nos llevo más de una hora. Nos repartimos por la sala: la cámara en el centro, David con un flash cerca de ésta, Juan Pablo al sur y yo al norte. Una vez acabada la esfera levantamos el tinglado y en menos de media hora nos acercamos a una zona amplia con abundantes estalagmitas. Nuestro estado de ánimo había mejorado un 100% y veíamos con optimismo el horario que íbamos a necesitar para cumplir con nuestros objetivos básicos. Tampoco era tan grave que esperasen nuestra llamada unas horas. Con un poco de perspicacia asumirían un lógico retraso.
En la segunda zona hicimos dos esferas. La primera desde un punto central tuvo una distribución similar a la anterior y nos llevo una hora. La segunda, en una capilla muy cercana, fue más complicada de hacer. El reducido tamaño de la galería y las delicadas concreciones no permitieron una iluminación óptima y nos obligaron a descalzarnos en algún punto. Pero el resultado fue satisfactorio. Abandonamos el lugar con las mismas precauciones con las que habíamos accedido y comenzamos la vuelta con toda la energía que pudimos atesorar. Sabíamos que nos esperaban unas seis horas para alcanzar la salida.
Llevábamos más de doce horas bregando.  El cansancio estaba haciendo su aparición en todo el grupo. Sin embargo una larga parada para hacer otra esfera nos permitió descansar algo. En esa zona hay coladas, que caen desde el techo, acompañadas por una pequeña cascada. Fue un interesante ejercicio técnico iluminar correctamente todo el conjunto. Y A. Dólera es un maestro consumado en ese arte.
Oculto tras la colada, con el flash en la mano, esperaba mi turno de iluminaciones. Y mientras tanto tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre lo que nos esperaba hasta llegar a casa. Pero también pensé en el privilegio que supone vivir estas experiencias marginales. La existencia humana normalmente transcurre en un mundo en que nuestro tiempo está cuadriculado. Mis preocupaciones y neuras se habían evaporado como un sueño lejano que ya no me pertenecía. O como el recuerdo de una película que hemos visto hace largo tiempo. Una sonrisa, que no me atreví a exteriorizar, me inundo por dentro. La mejor terapia estaba allí, al alcance de mi mano: la tierra misma me daba una energía renovada.
No estaba demasiado cansado. Aún disfrutaba anticipando los movimientos que se sucedían. Durante un rato lleve una de las sacas más pesadas para animar la marcha o, más bien, para mejorar el tono general. Habíamos hecho cuatro esferas. Aún teníamos previstas otras dos en el trayecto de salida. La primera en una zona especialmente atractiva de un galerión y la otra en elPozo de las Hadas. Pero decidimos que por ese día ya era suficiente y que esas esferas podían esperar otro momento más adecuado. De cualquier forma había suficiente material para realizar la presentación que teníamos proyectada.
Dieciocho horas después de entrar, salíamos. Eran las tres de la mañana del viernes. En cuanto llegamos al coche hicimos las llamadas de rigor. Pasadas las cuatro y media estábamos en casa tomando un refrigerio. Y poco después dábamos con nuestro huesos entre las sábanas del dulce lecho. No fue hasta las once de la mañana que volvimos a la vigilia para devorar un buen desayuno en la cocina.
La Cueva del Gándara nos había vuelto a hacer un hermoso regalo. Para corresponder a esos dones solo nos quedaba un camino: proteger esta bella cavidad haciendo todo lo que, buenamente, esté en nuestras manos, ahora y en el futuro.