Después de dudarlo bastante, me decidí a “animar” la visita de la travesía Orón-Arco con Mavil, Joaquín, Lola y algún miembro del club de Mavil. En principio no tenía ganas de complicaciones de ningún tipo y desde luego no quería un grupo demasiado numeroso. Finalmente fuimos en el coche de Joaquín tres personas aparte de él: yo, una joven ucraniana llamada Marina y un hombre llamado Antonio que se empeñó en venir y que pudo ir en el mismo coche que los demás ya que, inesperadamente, Lola se nos borro del grupo con un e-mail de última hora. Percibí un ánimo pesado durante el viaje a Mazarrón pero las cartas ya estaban echadas.
Nos encontramos con Mavil y su habitual compañero David cerca del collado donde comienza el camino hacia Cala Cerrada. Mavil había dormido muy cerca de aquí, en las antenas de la cumbre de Tiñoso. De buena mañana se estaba tomando a tragos un termo entero de café, bastante más de medio litro. Enseguida se le empezó a notar un ánimo desatado, que utilizó para tirarle los tejos en andanadas a Marina. Marina, que es encantadora, inteligente y muy tranquila, se reía. David nos iba a acompañar hasta las verticales y luego, al final de la mañana, se iba a volver a su puesto del mercadillo.
Ni yo, ni Mavil conseguíamos recordar por donde iba el sendero de bajada al Orón. Pero Joaquín, que hacía poco había localizado la senda con gran esfuerzo y que la había marcado con hitos, tomo el mando y nos condujo con mano firme. El sol caía sin misericordia sobre nosotros haciendo aún más apetecible las aguas azules a trescientos metros más abajo. Como no me encontraba en mi mejor día, lo sobrecogedor del lugar me afectaba. Agradecí todas las protecciones de pasamanos instaladas con cintas y cadenas. Y de nuevo constate lo improvisadas y poco seguras que son las previsiones de Mavil. No había cordinos de seguro para todos y él prescindía totalmente de éstos.
Solo traíamos una cuerda estática y un conjunto de escalas que sumadas superaban los metros de vertical (unos 40). La táctica que íbamos a seguir, siguiendo la idea de Mavil, era
a) colocar las escalas,
b) rapelar en alpina todos, menos el último.
c) montar los fraccionamientos en la cuerda para poder hacer el ascenso sin peligro.
d) para subir Joaquin y yo lo haríamos jumareando
e) y el resto lo haría por las escalas asegurados con la cuerda estática.
El proceso de instalar la cuerda y las escalas y de bajar uno tras otro se prolongó bastante y me dio tiempo a tumbarme a la sombra y a disparar todas las fotos que me apeteció. Luego cuando baje el último fui muy calmadamente colocando los fraccionamientos. Abajo me esperaban todos a pleno sol.
La boca del Orón mira en dirección contraria a la que recordaba. Deben haber pasado nueve años como poco desde que estuve allí con Mavil, quien aseguraba que no era necesario el equipo vertical para la travesía. Pero yo no las tenía todas conmigo. Me deje puesto el arnés y lleve en la saca todo lo demás. Por supuesto llevaba unas aletas para nadar en los lagos.
La entrada se convierte rápidamente en una sucesión de estrecheces con un soplo saliente bien evidente y con millones de mosquitos refugiados. Al desembocar en la gran sala preparé un par de fotos pintadas y luego subí hacia la parte alta. Allí, inesperadamente, descubrí un hilo guía que ascendía por una pared desplomada hasta una galería colgada, pero muy evidente. Lo que no pude comprender fue como habían subido hasta la galería y como habían tendido el hilo. Acompañado por Joaquín subí hasta el límite de la sala. Unos desprendimientos de bloques cortaban el paso. Volviendo hacia atrás y subiendo un poco por la pared izquierda Joaquín y yo miramos una diaclasa desfondada y estrecha que podría llevar a continuaciones. Sin embargo teniendo en cuenta los objetivos de nuestra visita y lo limitado de nuestros materiales, preferí dejar esa exploración para otra ocasión o para otras manos.
Siguiendo el sendero, sala adelante, tomamos una huella ascendente muy clara, pero enseguida Joaquín y yo nos dimos cuenta que ésa no era la continuación. Bajando ya, escuchamos a Antonio dándonos voces desde algo más adelante. Los tres compañeros llevaban un rato esperándonos. A partir de este punto las galerías fueron más modestas. Tuvimos que pasar varias gateras complicadas pero la señalización ayudaba a evitar las dudas.
La primera capillita con excéntricas que alcanzamos estaba muy bien decorada. Hice varias fotos pero la falta de un trípode no me permitía conseguir buena nitidez sin flash. Los dos novatos empezaron a comprender la joya en que se habían metido. Y también, después del paso de algunas gateras jodidas, empezaban a intuir el tipo de aventura que es la espeleo. Poco después llegamos a la Sala de las Excéntricas, amplia y decorada con primor. Por fin un grupo de espeleólogos que cuida de la conservación de las cuevas que explora: un sendero perfectamente balizado por cintas de plástico cruza la sala sin dejar ninguna duda de donde debe pisarse. Les envié mis congratulaciones telepáticas a los del Cuatro Picos.
Mavil tenía razón, encontramos un resalte que podía descenderse sin problemas agarrándose a la cinta plana de la instalación. Luego un pequeño laguito que evitamos por un largo laminador superior y otro resalte de bajada. Y antes del gran lago un resalte ascendente equipado con una cadena de hierro. Éste último se manifestó muy atlético y bestia.
A la llegada al gran lago tuve dudas. No recordaba tener que cruzar hacia un recoveco del que no veíamos la playa de salida. Di vueltas por las orillas del lago sin llegar a reconocer el punto de cruce. Joaquín se quedo en bañador y fue directamente al recoveco. Enseguida llego al lago final, marino y en donde la luz azul penetra por una galería sumergida inundándolo todo. Nos costo mucho decidirnos a cruzar el gran lago. El agua estaba muy fresca, casi fría. Marina cruzo en bañador y zapatillas, Mavil y Antonio con todo puesto y yo en bañador y con aletas. Un breve camino de tierra compacta y grandes bloques pulidos conecta los dos lagos. Pero el agua del lago marino estaba cálida, invitando al baño perpetuo.
La evaluación del pasaje a mar abierto es complicada. Se ve muy cerca. Un sifón de unos 3 metros de profundidad y unos 10 metros de longitud no presenta ninguna dificultad, sobre todo teniendo en cuenta que ves perfectamente el final. Sin embargo la vuelta hacia el lago interior conlleva un problema de rumbo ya que solo ves “la oscuridad”. Por ello primero hicimos tanteos. Pusimos una linterna subacuatica encendida a un metro de profundidad y mirando hacia el exterior para guiar la vuelta. Después de muchas zambullidas algo me empujo a cruzar el sifón. En pocos segundos emergí a mar abierto. La luz cegadora del Mediterráneo. No había oleaje, solo una suave oscilación. Me quede junto al punto del acantilado donde había emergido para evitar las dudas. Al cabo de unos minutos volví a sumergirme y aleteé rápido con rumbo perpendicular a la pared. Sin embargo no seguí el camino de venida sino que me desvié ya que el lago no es paralelo a la línea del acantilado. En realidad seguí un camino más corto pero menos obvio. De la linterna nada. Me quedo claro que lo mejor es colocar un hilo o un cable guía para guiar la vuelta. Lamentablemente de todos los demás solo Antonio se animo a cruzar el sifón equipado con las aletas de Joaquín. Es una experiencia muy estimulante.
Mientras el grueso de la expedición comía en la otra orilla del gran lago Mavil siguió bañándose media hora más acompañado de sus canciones. Se le oía muy contento. La vuelta fue más ágil que la venida pero los novatos estaban dándose cuenta del cansancio acumulado. Y todavía quedaba lo peor: subir el volado de acceso al Orón.
En las galerías cercanas a la entrada me comí algún mosquito que otro. Había que dar manotazos para que no se introdujeran en los oídos o en las ventanas de la nariz. Horrible. Y el calorazo del sestero me recibió con una sonrisa. Me equipe en un par de minutos, aunque la cinta que me servía de arnés de pecho no me convencía demasiado, y subí con calor pero sin esfuerzo. Joaquín me siguió rápidamente quitando los fraccionamientos y enseguida montamos un sistema de seguro para que subiera Mavil. Llego jadeando pero resolvió muy bien el reenvío del cabo de la cuerda hacia abajo, cosa que me había preocupado. A continuación subió Antonio que llego in extremis, joder tirad de mi, sudando la gota gorda. Desde luego su bautizo de escalas fue genial: más de 20 metros en volado más otro tramo de unos 20 metros. Marina subió con mucha calma y llego más descansada y relajada que los dos anteriores; incluso ayudo a recoger las escalas en una repisa intermedia para que no se enganchasen después.
Repartimos trastos en las sacas sin muchas contemplaciones acerca de su ordenación. Teníamos la boca pastosa, el agua se había acabado y nos quedaba ascender casi doscientros metros de desnivel durante el sestero. Joaquín y yo pusimos piñón fijo y aunque fuimos suaves no paramos hasta los coches. Al poco llegaron los tres compañeros tan sedientos como nosotros. Bebimos todo lo que había por los coches y nos bajamos a un mesón de Isla Plana para cenar.
Mientras los demás iban a darse un baño refrescante me bebí la primera cerveza y pedí la primera ración: sepia a la plancha. Cuando vinieron nos sentamos en la terraza del restaurante. Ya en la mesa cayeron cinco raciones más y cinco litros de cerveza. Yo salí haciendo ligeras eses pero con la cabeza clara. Mavil decidió quedarse en la Cueva del Agua a dormir. Los cuatro restantes montamos en el coche de Joaquín. Antonio y Marina quedaron prácticamente noqueados en segundos. Yo intenté mantener la compostura para darle algo de charla a Joaquín. De vez en cuando le preguntaba cómo iba. Y de vez en cuando me despertaba en caída libre. Sea como fuere conseguimos llegar a los coches en Molina y a nuestras casas en Alguazas. Para otra vez quedaría ir al Orón en el barco de Antonio en plan tranquilo...
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