Cierto día de verano estaba en la playa observando a dos chicas brincando en la arena. Estaban trabajando mucho construyendo un castillo de arena con torres, pasadizos ocultos y puentes. Cuando estaban acabando vino una ola destruyéndolo todo, reduciendo el castillo a un montón de arena y espuma. Pensé que después de tanto esfuerzo las chicas comenzarían a llorar. Pero en vez de eso corrieron por la playa riendo y jugando y comenzaron a construir otro castillo. Comprendí que había aprendido una gran lección. Gastamos mucho tiempo de nuestra vida construyendo alguna cosa, pero cuando más tarde llega una ola a destruir todo solo permanece...
Pase la semana dudando de la fluidez de comunicación con Patrick y Sandrine. Mi francés es solo útil cuando se trata de leer algo simple y no sabía cuanto español hablaban ellos. Invite a un par de amigos del club y finalmente el viernes a media tarde Javier Jorde, avisado por Patrick, me llamo para venir con nosotros. Las galerías que íbamos a revisar me habían parecido inexploradas cuando hace meses las localizamos por casualidad y, más aún, cuando Miguel y yo fuimos a echarles un detenido vistazo. En esa ocasión comprobamos la ausencia de huellas sobre el suelo arenoso y varias posibilidades de continuación claras como la luz del día.
Nos reunimos Javier, Sandrine, Patrick y yo en la gasolinera de Ramales para subir por Soba, ya que la carretera de los Puertos del Asón esta cerrada por obras. Nos repartimos: Javier conmigo y Sandrine con Patrick en su pequeña furgoneta. Después de una breve consulta decidimos llevar cuatro o cinco cuerdas cortas, un equipo de instalar y, aparte, el moderno equipo de topo de Patrick. Llovía con intensidad.
Inducidos por Patrick, que no tenía reparos en confesar sus viejas manías, apostamos por el aparcamiento del cruce con la carretera de La Sía. Es un poco más incómodo que el de arriba. El recorrido hasta las nuevas galerías nos iba a llevar unas tres horas. Como me esperaba, la forma de los franceses era excelente. Pase mucho calor yendo al ritmo que nos impusimos pero me mantuve en el punto adecuado. Javier, fuerte y ágil, llevaba demasiada ropa y sudaba en abundancia. Paramos apenas para beber un poco en dos ocasiones y en unas dos horas y media estábamos pasando la gatera de acceso al nuevo sector. Patrick no recordaba ni las pequeñas galerías anteriores, ni la gatera. Allí estaban ya las filigranas.
Quedo bien claro, no más pasar la larga y triangular gatera, que estas galerías no estaban exploradas. Primero ascendimos a una sala llena de formaciones, principalmente estalagmitas y macarrones. Comimos un poco; Javier había olvidado su comida en el coche y compartimos la mía. Sandrine, que no sabe soportar el hambre, saco unos bocadillos de pan integral con lechuga y queso. Francés el queso, como era de esperar. No tardamos nada en volver a sentirnos espoleados por la exploración.
El sistema de Patrick para topografiar/explorar se podría describir como una rueda en avance. Complementado con un láser que hace todo en uno (rumbo, distancia y clino) se convierte en un método de trabajo excelente… Comenzamos la topografía desde el extremo más alto de la sala. Hicimos ésta, una capilla al fondo y una pequeña galería lateral cuajada de formaciones. Para avanzar tuvimos que romper algunas maravillosas y frágiles concreciones que me dolieron como si rompieran mis huesos. De alguna manera me sentía responsable -quizás culpable- de que el ser humano hubiese accedido a este santuario.
Miguel y yo habíamos dejado instalada una cuerda hasta un rellano cuajado de nidos de cristales. A partir de aquí aseguramos, en una corta escalada, a Javier. La resolvió con un paso atlético, en chimenea, protegido con un cintajo. Accedimos a otra sala más pequeña, pero igualmente repleta de formaciones... En este remoto lugar no encontramos continuación salvo por un pequeño conducto, totalmente concrecionado, que Javier valoró negativamente. No se atrevió a probarlo, pues el coste hubiera sido un tremendo destrozo.
Patrick me había pedido que bautizara los lugares del nuevo sector. Me vino la inspiración al caminar un rato: Sala de los Sonámbulos y Galería de los Sueños. Volviendo sobre nuestros pasos instalamos un pasamanos por la parte alta de la Galería de los Sueños para avanzar en sentido contrario. La galería tiene forma de T. Quince metros la I y diez la — Un resalte, último punto que visitamos Miguel y yo, nos obligo a meter una fijación para evitar un fuerte roce. Unos cincuenta metros más adelante subimos por una empinada rampa de colada y nos introdujimos, por un estrecho buzón, en una sala bastante mayor que la de los Sonámbulos, con infinidad de concreciones similares a las anteriormente vistas, aunque, como bonus complementario, muchas llegaban a ser columnas. Una galería volvía paralela desde el norte de la sala y otra iba hacia el sur. En realidad podía ser considerada la misma galería con un ensanche. La sala fue nombrada como El Jardín de las Delicias y la galería que, digamos, atraviesa esa sala girando hacia el sur como la Galería de El Bosco.
La Galería del Bosco nos llevo rápidamente, atravesando bosques de estalagmitas, a una sala con una cascada desde un nivel superior, pozos y dos galerías. Debido a la hora y a la falta de material esas galerías no fueron tocadas. Sin embargo la continuación por un largo tramo de el Bosco nos llevo entre más concreciones y suelos crujientes hasta un final evidente por la unión del suelo con el techo. Se imponía empezar la vuelta. Eran más de las siete y llevábamos desde las diez y media de la mañana en danza. Las instalaciones básicas para volver a explorar fueron dejadas in situ.
Nos tomamos la vuelta con calma creciente según íbamos dejando atrás dificultades. Además, fuimos topografiando hasta enlazar con el resto de la topo en un punto de referencia conocido. Esto hizo que fuéramos más despacio al principio, pero también nos permitió descansar. Paramos dos o tres veces a beber líquidos y comer tentempiés. De vez en cuando olíamos a tabaco. Ya cerca de la salida alcanzamos a un numeroso grupo de Madrid. Con mucho tacto, concienciar y no condenar, Javier les llamo la atención por los desechos de carburo que habíamos observado. Con buen talante se disculparon por el desliz y nos mostraron las bolsas de desechos de carburo que sacaban.
Eran más de las once y los franceses declinaron la posibilidad de cenar con nosotros en un restaurante. Estaban deseando retirarse a su cabaña de Socueva. Javier y yo paramos en Ramales a tomar una cerveza con aperitivos y a seguir celebrando nuestra, casi excesiva, buena suerte. Durante todo el tiempo hablábamos de viajes, de nuestra suerte y de nuevas aventuras. Si Dieu le veut
1 comentario:
Hola Antonio soy Miguel Ángel de SECJA. Me gusta mucho tu blog. Te mando la dirección de este otro por si es de tu agrado.
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