No lo dude, se trataba de ir a Cueva Vallina. Por supuesto quería conseguir alcanzar al menos la consumación de uno de mis insistentes deseos espeleológicos. Pero se me estaba poniendo difícil reclutar compañeros para ciertas aventuras. El viernes por la tarde me pase por el club como último recurso para encontrar a alguien dispuesto. En contra de mis negras expectativas se apuntaron Julio, Pelos, Fran, Matías y Alicia; ésta última condicionada a poder con su cuerpo tras el desenfreno de una boda a la que iba a asistir el sábado... Preparamos un par de cuerdas, más cinco chapas con tornillo y mosquetón, y nos fuimos a casa después de jugar varias partidas al futbolín en el local del club y al pillo-pillo con la hija de Alicia.
Habíamos quedado el domingo a las nueve y media en Solares aunque, de forma confusa, me pareció que con Pelos había quedado a las nueve. El sábado hizo un calor especial. En algunos puntos de Cantabria se alcanzaron los 30º, pero aún así escalé con Pelos una vía en la cara SW de Peña Cigal (Caloca). Gracias a que me cubrí concienzudamente toda la piel como lo hacen los tuaregs no tuve una insolación. Sin embargo al día siguiente la cosa se iba a poner más seria.
Eran poco más de las nueve y media cuando vi a Matías y Fran en la estación de Solares. Al poco llegaron caminando desde alguna cafetería Pelos y Julio. Alicia se había quedado durmiendo y no hubo manera de contactar con ella... Nos repartimos entre la furgoneta de Julio y el deportivo rojo de Matías y enfilamos hacia el puerto de Alisas. El calor iba en aumento y nos faltaba espacio vital en los asientos de la furgoneta, pero el viaje se hizo corto. El último kilómetro de pista lo hicimos todos juntos en la furgoneta de Julio.
Los preparativos se empezaron a poner pesados. Pelos había tardado cinco minutos y escapo rápidamente hacia el bosque. Yo tarde un poco más y me tumbe dentro de la furgoneta para evitar el solazo. Al cabo de un tiempo interminable conseguimos ponernos en marcha. De pronto pregunte en voz alta, mientras hacía un repaso mental de lo que íbamos a necesitar, si alguien llevaba una llave para apretar los tornillos de los spits. Y vino la sorpresa: nadie había cogido una llave, ni nadie llevaba una llave. Así que no podíamos instalar, y por tanto tampoco descender, los pozos hacia Río Rioja y la incursión debía abortarse. Menos mal que solo habíamos bajado por la empinada ladera un minuto yendo hacia la boca. El termómetro de la furgoneta marcaba 38ºC . Decidimos irnos a otra cueva en una especie de huida de los infiernos. No nos cambiamos de indumentaria; tras un titubeo nos encaminamos hacia la Cueva del Torno vía Alisas-Riaño-Solórzano.
Como a las doce aparcamos junto a la cancela del prado en el que se encuentra la Cueva del Torno. La subida, unos cinco minutos, fue, como sabíamos de antemano, infernal. La hierba, bastante alta, rezumaba vaharadas de aire caldeado, formando en algunos momentos espejismos que deformaban el campo visual. A algunos estuvo a punto de darnos un mareo o un golpe de calor. Pero el momento más maravilloso del día ocurrió cuando nos pusimos delante del pequeño agujero de entrada a la cueva: el chorro de aire helado fue un bálsamo para nuestros sufrimientos infernales. Más aun cuando entramos y pudimos sentir el frescor del mundo subterráneo...
Avanzamos sin pausa por la laberíntica red de entrada sin problemas hasta el primer estrechamiento en que hay que trepar y, entonces, me entretuve haciendo una foto mientras el personal se peleaba con el paso. Fran y Matías estaban algo sorprendidos por la duras características de la cueva y Julio mascullaba; en realidad se sentía engañado por mí. Creo que casi nadie sabe apreciar el sabor de las dificultades de una cueva que guarda sus secretos celosamente. Cuevas que se hacen las interesantes, como una chica remolona que, a veces, cuanto más esquiva se pone, más apetecible nos parece. Aunque no todos, y no siempre, lo viven de la misma forma...
La segunda estrechez en la que hay que trepar fue más dura. Fran y Matías blasfemaron y Julio me la juro. Pero Julio ya sabía a lo que venía en esta ocasión. Pelos iba silencioso. Aproveche las circunstancias para hacer otra foto.
El tránsito por el meandro desfondao cogió desprevenidos a Fran y Matías pero echándonos un poco pa’lante salimos todos airosos. No es que los pasos fueran difíciles pero podía amilanar un poco la altura a la que evolucionábamos sobre el desfonde. En este meandro hay dos etapas claramente separadas por el acceso que, a la izquierda, conduce a la gatera Andy’s Back. Nuestro objetivo era Torno Chamber y no estábamos por la labor de parar. Continuamos con presteza hasta el acceso al río principal de la cavidad, y allí tampoco paramos a pesar de los cantos de sirena acerca de la hora de comer.
La poca cantidad de agua que llevaba el río me animo a probar sin neopreno el paso de los últimos laminadores; habíamos metido los trajes pero si la cosa pintaba bien podíamos prescindir de ellos. Las arrastradas finales por cantos rodados me parecieron poco acuáticas y enfile con fe el último laminador: salí empapado por la parte frontal del cuerpo y totalmente seco por el resto. Pelos se mojo menos que yo, paso levitando, pero los tres compañeros restantes se mojaron bastante con el agravante de que Matías y Fran llevaban monos de tergal. Ya estábamos en Torno Chamber y nos buscamos una zona cómoda para almorzar fraternalmente.
De Torno Chamber nos fuimos por un bonito meandro hasta Rampant Rabitt y en esta gran galería torcimos a la izquierda para enlazar con The Canyon. Nuestro modesto objetivo era visitar las nuevas galerías descubiertas en el 2008/2009 por los británicos. Al final de The Canyon un caos de bloques obstruye la galería y a su derecha una salita caótica y una pequeña galería concrecionada cierra todas las posibilidades. Pero el caos de bloques posee una ruta de gateras con barro -y a veces agua- que se resuelven en amplios conductos. Normalmente Pelos posee un entusiasmo dispendioso pero a veces se fija en un objetivo único y abstracto sin ver las riquezas que caen de los cielos. Tuve que animarle duramente para que me siguiera... Mientras tanto Julio, Matías y Fran optaron por ir saliendo.
Anduvimos cómodamente un buen tramo por una sinuosa galería con direcciones dominantes W y S. En algún momento pasamos por encima de falsos suelos retumbantes. Así llegamos a una zona en la que la galería se hace muy alta, y más estrecha, recordando a ciertas galerías en la cercana Cueva Riaño. Un desfonde parecía haber sido el camino seguido por los exploradores, pero nosotros escalamos a la parte alta, y con un paso de empotramiento en una estrechez Pelos se adelanto y comprobó la existencia de una galería inexplorada con formaciones blancas y prolongación evidente. Claramente estábamos de suerte. Desde aquí nos volvimos y en pocos minutos estábamos de nuevo en Torno Chamber. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos que todas las sacas estaban allí y que nuestros tres compañeros habían desaparecido.
Al principio creí que nos estaban gastando una broma, como en otras ocasiones había hecho yo mismo, pero al poco tiempo tuvimos que asumir que realmente no habían vuelto. Regresamos sobre nuestros pasos a Rampant Rabitt y Pelos dio grandes voces. Enseguida pudimos escucharles acercándose. Seguramente se habían despistado en una importante bifurcación próxima a The Canyon. Volvimos a Torno Chamber seguidos por los tres despistados. Pero cuando ya creíamos todo arreglado solo vimos aparecer a Matías y Fran. Julio que venía delante de ellos y detrás de nosotros había vuelto a desaparecer. Mientras Pelos quería salir huyendo hacia la salida yo vi el cielo abierto para echarme una siesta: eso si, convencí a Pelos para que se quedase esperando pacientemente. Lo hizo, pero refunfuñando. Matías se apiado de Julio y regreso a buscarle. Cuando ya llevaba un rato soñando la voz de Pelos me sobresalto. En nuestra soledad elucubrábamos con las posibilidades de pérdida y con los murmullos que creíamos escuchar en la lejanía. El tiempo transcurría.
Al cabo de un tiempo interminable aparecieron Julio y Matías. Según Julio cuando llego al fondo del meandro tomo la dirección contraria a la debida. Luego se fue a cagar. Absurdo. Pero sea como sea y gracias a Dios estaba de nuevo aquí.
No hubo ningún incidente más en el proceso de salida salvo un corto forcejeo de Matías y luego de Fran en la última estrechez que hay que trepar un poco antes de salir. Por suerte había una cuerda instalada. Un golpe de aire caliente nos recibió a todos con afabilidad.
Paramos en Solórzano para refrescarnos en la fuente de la plaza y luego a tomar cervezas en el restaurante Arredondo, restaurante que da el mejor cocido montañés de toda Cantabria. Allí estuvimos de cháchara un buen rato comiendo pipas de girasol cuyas cáscaras, según quien, escupimos al suelo o pusimos en un cenicero. Me planteé la cuestión por un momento y llegue a la conclusión de que las cáscaras de pipas es uno de los productos más naturales que podemos arrojar al suelo. Tanto o más que las cáscaras de fruta. No vi ningún problema en continuar escupiéndolas al suelo hasta que vi el paquete vaciarse por completo.
2 comentarios:
No necesito otra versión,Pa matarte
Cuidaté canalla
Ese casco,,,,,,,,,¿esta fabricado en Alguazas, eh? Que te pillao, bacalao! Un abrazo Antonio, espero que nos veamos pronto!
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