Lo de ir a La Galiana fue una idea que se descolgó
del almacén de inspiraciones un día que intentaba cuadrar mentalmente las
próximas sesiones fotográficas. Resultaba casi imposible convencer a los
implicados, la mayoría miembros del club, para estar todos a la vez, el mismo
día, en la Cueva de la Puntida. Del poco tiempo del que dispone casi todo el
personal reservar un día para un plan
tan lento y aburrido -hacer una foto- no despertaba grandes entusiasmos. En cualquier
caso la Cueva de La Puntida era en sí misma un factor positivo. Se trata de una
cavidad fácil, bonita, cómoda, grande, en un entorno con mucha magia… pero
cuadrar las agendas de los seis o siete model@s, más los ayudantes, era casi
una quimera. Fue unos días antes, caminando por una senda de cabras, cuando me
vino a la mente la obviedad: aprovechar el momento en que todos iban a estar juntos.
Además La Galiana y el Cañón del Río Lobos bien merecían una nueva visita. Se
trata de una cueva que visité a finales de los 70 cuando aún vivía en Madrid y
estaba comenzando a hacer espeleología.
Reserve para nosotros, Marisa y yo, en el mismo
albergue, situado en Hontoria del Pinar, que el resto del grupo. Fue una suerte
que quedasen plazas todavía. Pudimos disponer de una habitación. Los
dormitorios grupales están muy bien pero hay que adaptarse a los ronquidos -había
varios roncadores- y a los hábitos nocturnos de la mayoría. El desmadre del fin
de semana da vida. Marisa se puso a buscar en internet y encontró tres escuelas
de escalada cercanas a Hontoria. Excelente plan: el sábado ir a escalar un poco
y el domingo ir con todo el grupo a visitar La Galiana y a realizar la foto.
El viernes por la tarde, conducíamos hacia el este,
disfrutamos del poco poblado paisaje sorianos en un hermoso atardecer. Pensando
en que íbamos a llegar demasiado pronto paramos en Burgos y en Salas de los
Infantes. Aunque no llegamos los primeros nos quedó un poco de tiempo antes de
cenar. Al día siguiente, sábado, fuimos a escalar a una escuelilla cercana a
Muriel de la Fuente y a La Fuentona del Río Abión. El lugar es llamado
Abioncillo. Muchas vías asequibles en
un sitio idílico con el rumor de un río y una pradera a pie de vías. Como a las
cinco de la tarde estábamos reventados de escalar vía tras vía.
A la vuelta paramos en Navaleno y San Leonardo de
Yagüe. Un poco para conocer la zona y otro poco para hacer tiempo. Pueblos en
calma. Al menos en apariencia. Sin embargo en Hontoria la calma se había
esfumado. Se celebraba la victoria sobre las tropas napoleónicas de unos
aldeanos capitaneados por un guerrillero. Había mucha gente disfrazada de
época, unos cuantos montados a caballo, y bastantes con trabucos y pistolones
que disparaban según les daba. En algún momento los caballos, asustados por el
ruido, estuvieron a punto de encabritarse. Opté por irme al albergue para estar
en paz.
Los compañeros no habían vuelto de sus actividades
espeleológicas en el Cañón del Río Lobos (ninguno, salvo Juan). Al poco
recibimos un mensaje comunicando su retraso. Hasta las diez por lo menos.
Decidimos tomar la cena ya. El hambre acuciaba. Por fin aparecieron todos como
a las diez y media muertos de hambre. El retraso era debido a que,
sencillamente, eran muchos. Todavía les quedaron ganas de irse de copas hasta
las dos de la madrugada. Mientras tanto yo dormí y dormí. No era nada especial,
pero tuve muchos sueños.
A las ocho y media estábamos desayunando. Algunos
terminaron de comerse lo que había sobrado en la cena. Creo que seguían
teniendo hambre. Y después de alguna confusión, gente yendo y viniendo, nos
fuimos hacia el Cañón del Río Lobos. Habíamos quedado allí para recoger la
llave de La Galiana a las diez y media. Por el camino paramos en el Mirador de
La Galiana. La vista es maravillosa. Justo debajo del mirador hay unas paredes
verticales de plomada con unas posibilidades extraordinarias para trazar rutas
de escalada. Aunque no creo que esté permitido.
La empresa de aventura que nos dejaba las llaves
tenía un numeroso grupo de clientes que entraron antes que nosotros. Mientras
el grupo de compañeros hacía tiempo en una cuevita cercana Marisa y yo fuimos, siguiendo
al grupo de clientes, buscando la mejor localización para la foto. Necesitaba
una zona de cierta amplitud, no demasiado inclinada, con formaciones en techo. Para
la foto debían posar seis personas, con sus paraguas abiertos, de forma que se
viesen bien todos. Una foto en la que intentaba reflejar la falta de armonía de las personas entre
sí, la impermeabilidad ante la
belleza, simbolizada por los paraguas abiertos, y el estrés, debido al exceso de trabajo y a la falta de tiempo para
vivir. Después de colocarlo todo, ayudado por Marisa, y de establecer un
encuadre adecuado, hice unas pruebas usando al grupo de clientes. Luego me
senté a esperar a que los compañeros terminaran de ver La Galiana. Al cabo de
un rato fueron llegando uno tras otro.
Pese a que les había avisado una par de veces casi
nadie había traído su paraguas. Por
suerte, en previsión de esta eventualidad, tenía en la cueva una saca llena de
paraguas variados y cada uno pudo elegir el que más le molaba. Las fotos en sí
no nos llevaron mucho tiempo. Posaron tres chicas y tres chicos. Cuando acabé
de hacer las tomas me pidieron que hiciera algunas fotos más menos formales que las anteriores Justo
a la salida aún me paré a hacer otra foto. Poco después estábamos en un mesón
cercano a la cueva tomando unas cervezas y contando todo tipo de historias. Las
cosas no podían haber salido mejor…
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