28/5/17

Bailando en la Oscuridad

Fotos: Hada, Miguel, Paco y Antonio
Texto: Ant on Io




Esta historia empezó a gestarse hace varios meses cuando me enteré que la hija de nuestra amiga Isabel bailaba. Enseguida tomé contacto con ella para preguntarle si estaría dispuesta a posar como bailarina dentro de una cueva. La respuesta fue positiva. Me dijo que no solamente estaba dispuesta a posar sino que una compañera de baile también lo estaría. En cuanto me puse a pensar en una buena localización recordé el Volcán de la Cueva de la Carrera pero, de entrada, lo descarte por su difícil acceso. Entonces me enzarcé en una desesperada búsqueda de localizaciones que me llevo por antiguos recuerdos, interrogatorios a amigos espeleólogos y visitas a cavidades. Tanto a viejas  conocidas como a nuevas y desconocidas para mí.
La visita a la Cueva del Escalón me convenció a medias. Un día de primeros de marzo me fui hasta esa cueva y localicé, entre varios escenarios, uno viable para bailar. Ese mismo día visité la red de entrada de Coventosa pero no me ofreció ningún escenario adecuado. Pocos días después entré en La Puntida. Encontré un lugar que cumplía casi todos los requisitos salvo el de tener un suelo limpio. Fijamos una fecha a mediados de marzo para ir a El Escalón.
Los días anteriores a la sesión fotográfica en El Escalón había estado diluviando. El lugar de las fotos iba a tener demasiados goteos y escorrentías. Decidí suspenderlo, buscar más y fijar una fecha para finales de primavera. La búsqueda me llevó a mirar los agujeros del valle del Miera cercanos a la carretera entre Rubalcaba y Mirones. Un tiempo después fui de visita al Cañón Oeste de La Cañuela. Hermosos sitios pero inadecuados por la escasez de superficie limpia y plana. Finalmente acepté que, aunque era difícil, el mejor lugar era El Volcán.
Llevar a las bailarinas hasta un sitio así era un reto en sí mismo. Hada y Raquel no tenían experiencia alguna en el tema de las cuevas y tenía que conseguirles monos, iluminación y arneses. Eran muchas cosas que transportar: el montón de material fotográfico, cuerdas, material de instalación y seguridad y además varias escalas. Pero lo más importante era que un grupo de experimentados espeleólogos, constituido por individuos de edades variadas y de ambos sexos, arropase a las bailarinas. Necesitaba unos cuantos ayudantes.
            Después de recurrir a mi abundante lista de contactos pude reunir un equipo suficiente de personas para ir el domingo 28 de mayo a la Cueva de La Carrera. Después de más de un año iba a hacer de nuevo espeleología con Nacho. Y, casualmente, en el último sitio en el que habíamos estado juntos. Paco, un nuevo integrante de nuestro club, también iba a venir. Marisa aportaría la presencia femenina en un mundo, la espeleología, dominado por varones. Miguel se dejo seducir por el plan: tenía una cuenta pendiente con El Volcán, un sitio al que no habíamos conseguido acceder pese a la infinidad de vueltas que dimos por la cueva aquel día (en aquella fecha no había corrientes de aire, ni tampoco cuerdas que indicasen el camino). También vino Oskar, quien siempre coincide conmigo en salidas surrealistas. La última vez fue en el sector de Sonámbulos (Gándara) realizando una balización exhaustiva con alfombras incluidas.


  


En Arredondo nos reunimos todos los integrantes del numeroso grupo, ocho en total, algo antes de que dieran las nueve de la mañana. El aparcamiento de la curva -que habíamos utilizado otras veces- fue el lugar de los preparativos y de la distribución de trastos. Por suerte Hada y Raquel portaban unas mochilitas con su material personal y los vestidos que iban a ponerse en la sesión fotográfica. Una vez distribuidos todo lo necesario el peso que llevaba cada uno no resulto excesivo. Algunos no llevaban saca o era demasiado pequeña para tanta cosa y eso complico un poco las cosas pero finalmente todo se estibó en alguna saca o mochila.
La subida no tenía marcas de carrera aunque había suficientes señales. Estando bien atento no se perdía la débil traza. Sudamos de lo lindo, así que la llegada al chorro de aire helado que exhala la boca fue refrescante. El primer tramo de la cavidad no presentó ningún problema. El camino resultaba evidente. Las balizaciones estaban bastante bien conservadas. En parte por ello, y en parte por la escasez de visitantes, el paisaje seguía casi impoluto. En pocos minutos nos plantamos en la zona del pozo. Hada y Raquel se habían movido hasta aquí con tanta -o quizás más- agilidad como cualquier espeleólogo experimentado. Se les notaba el exigente entrenamiento al que se someten continuamente. Pero ahora tocaba otro tema: las cuerdas.
La primera sorpresa del día fue desagradable: el pozo no estaba instalado. Teníamos material de sobra para instalarlo salvo una cosa: chapas. Se me habían olvidado. Por suerte Nacho tenía tres chapas. Decidimos usar la cuerda de 30 y dos chapas para realizar la instalación (había que reservar alguna para la escalada). Mientras tanto Miguel estuvo buscando un camino alternativo que no necesitase cuerda o que se pudiese instalar con naturales (como luego verificamos uno de los lugares que miro si permite una instalación más cómoda y sencilla que la actual) Una vez instalada la “forma” alternativa de bajar el pozo, unos 15 metros, con dos de las escalas que portábamos todo quedo listo para que bajasen las bailarinas. Con un dressler Miguel aseguro desde arriba el descenso sucesivo de Hada y Raquel mientras que Nacho supervisaba a mitad de pozo el buen desarrollo de la operación. La agilidad y buena forma de las dos chicas se demostró de nuevo.
A través de una laberíntica zona, en poco minutos, alcanzamos la base de la escalada. Aquí me llevé la segunda sorpresa. Pero esta vez fue una sorpresa agradable. Había una instalación completa con una cuerda. No tardamos más de quince minutos en estar todos arriba. Las dificultades de acceso habían sido superadas y mis temores, la noche pasada apenas pude dormir pensando en la logística, se fueron esfumando como una nube pasajera.
Una enrevesada zona, no exenta de ciertas dudas, nos llevo en poco tiempo al Volcán. Enseguida me percaté de que, aunque la zona es amplia y plana, los sitios adecuados para posar son acotados. Una gran parte de los suelos consisten en microgours de filigrana. Después de pensarlo un buen rato encontré el lugar de pose y la posición de encuadre. Además tuvimos la suerte de que inmediato a la zona de posar, pero fuera de la zona de protección, hubiese un rincón excelente como vestidor y ropero. La distribución de los flashes la realicé calzado con calcetines limpios y moviéndome con todo el cuidado del que fui capaz. Señales visibles no dejé ninguna.
Las chicas estaban listas y comencé con unas pruebas de iluminación. El flash Metz dio guerra como siempre, pero al final las cosas se encauzaron. Nacho se encargó de él para que pudiese estar a media altura y enfocado en la dirección correcta. El trabajo se realizó en posturas difíciles y con todo el mundo en posiciones muy acotadas. Era fascinante ver el potencial expresivo de las dos bailarinas encuadrado en un paisaje tan onírico como El Volcán. La incongruencia alimentaba la belleza. Las cosas se prolongaron lo suficiente como para que casi todos tuviesen tiempo de dar un paseo galería adelante. Yo me iba concentrando cada vez más y el tiempo dejó de transcurrir para mí. Acabamos las fotos en esa posición pero queríamos más y la hora de comer podía esperar.
Las chicas se movieron un poco y se cambiaron a los trajes de color naranja. Hubo que trasladar todos los flashes con extremo cuidado cosa de la que yo me encargué en calcetines. La segunda parte duro menos que la primera y fue mucho más ágil. Estaba claro que íbamos cogiéndole el truco al Volcán. Al principio pensé que los trajes naranja destacarían poco en un ambiente de tonos naranja/amarillo pero las fotos resultaron tan fascinantes como las otras.
            Un poco antes del Volcán hay unos bloques enormes con zonas planas adecuada para sentarse. Allí mismo sacamos la comida y la bebida. Mientras Miguel volvía de una de sus excursiones por los alrededores nos tomamos parte de la infusión que atesoraba en su termo. Durante la comida realicé unas fotos de recuerdo del grupo. Una de ellas salió bastante bien.
 



Ya no me preocupaba casi nada, salvo el detalle de cómo iba a ser de difícil para Hada y Raquel el ascenso por las escalas. Primero subimos Paco y yo para instalar la cuerda de seguro y una polea autoblocante. Nacho se colocó a mitad del pozo, en el fraccionamiento, para instruir y ayudar. Pensé que íbamos a tener que tirar de la cuerda de seguro pero las cosas funcionaron de una manera muy diferente: Raquel subió en menos de un minuto con una facilidad asombrosa y  después Hada repitió la hazaña. Como si lo hubieran practicado miles de veces. Sólo en los dos metros finales, saliendo a la cabecera,  -y debido al lío de la cuerda de seguro, la cuerda fija y la escala junto al pequeño desplome- les costo un poco. Creo que a todos nos impresiono la forma física y el entrenamiento de las dos chicas.
       Afuera volvimos a sumergirnos en un calor tropical. Las gafas se me empañaron. Cayeron cuatro gotas que alarmaron a Nacho. No eran más que las cinco y media. Y solo teníamos que bajar con placidez. Tiempo de disfrutar de la charla. La reordenación y ubicación de trastos nos llevo un buen rato en el parking. Las redes de comunicación nos atraparon de nuevo. Un poco después tomamos asiento en Arredondo para tomarnos unas cervezas. Cobrando protagonismo aparecieron muchas historias sobre la mesa. Entre otras los últimos acontecimientos mediáticos con Calleja en relación con el Gran Pozo MTDE. Nacho nos contó muchas historias al respecto y nos mostró unas cuantas fotos. Excelente y original alguna del Gran Pozo. Quedamos en hacer algo juntos más a menudo que en estos últimos tiempos…







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