Durante muchos meses guardé los recuerdos de mi última visita a Garma Ciega. En cierta forma seleccionas lo positivo y olvidas las penalidades y puteos a los que te ves sometido. Sin embargo cuando se acerca la hora de, efectivamente, preparar todo y bajar a Garma, a pesar de la motivación y de la ilusión que pones en explorar en una cavidad de ese calibre, empiezas a ver una lucecita roja parpadeante y te saltan todas las alarmas. El viernes por la tarde el cuerpo te pide descanso y la mente actividades light. Sin embargo he tomado la decisión de bajar y me impongo la rutina de preparar mentalmente todo lo necesario: saco, comida, ropa, pertrechos; la tarea de buscar cada cosa y de comprar lo que falta; la tarea de comprobar que todo funciona bien y la tarea de embalar y empaquetar todo de forma segura ya que Garma suele regalar un remojón al contenido de las sacas (y al portador si no anda listo).
El viernes a las siete de la tarde Wichi, Olarra, Cristóbal y yo aterrizamos por el local, en Ramales, y cada uno canta la canción que mejor se sabe. Uno de los presentes trae un Playboy y alguno propone bajárselo a Titanes para amenizar las veladas. Finalmente no prospera la propuesta pues la humedad lo destrozaría y la frustración sería inevitable. Metódicamente los que saben lo que hay que saber van desgranando los objetos necesarios: baterías, taladradora, chapas, carburo, material de instalación, material de escalada (exprés, mosquetones, estribos uñas, cordinos) , focos y un largo etcétera. Poco después estamos en marcha en el VW de Wichi y en mi Toyota. Al llegar al aparcamiento de Entremazos encontramos a Alfredo(BK). Rápidamente nos ponemos en marcha y con la charla se nos hace corto el camino; a las nueve estamos entrando en Garma. El bosque y el ambiente están deliciosos y cuesta abandonarlos. Entro el primero en la sima seguido de Alfredo y tengo la misma impresión que otras veces: hay que pasar quizás un centenar de fraccionamientos y cambios de cuerda y no debes caer en la rutina sino que debes estar atento a cada uno de los cambios sin descanso. Al llegar al meandro dejo pasar a Olarra y Cristóbal que se llevan mucho mejor que yo con él. Como en anteriores ocasiones me entra una sorda desesperación en este meandro que saca lo peor de mí mismo. No es que sea difícil en sí mismo, es más bien el combinado de meandro desfondao, saca que se engancha en las estrecheces, torrente que amenaza castigarte con mojadura e inmersión de la saca, cuerdas con las que te lías y sensación de ratonera: lo mejor sería tener ocho brazos como un pulpo.
Al salir del meandro te sientes como en tu casa aunque con la puerta algo difícil de abrir. Algo más allá, en donde comienza el ascenso hacia Titanes, paramos a llenar botellas de agua y a fregar cacharros. En esta tarea Olarra se esmera y utiliza un detergente lavavajillas que ha traído; sin embargo Ángel le regañará después por envenenar las límpidas aguas de Garma. De cualquier forma llegamos al vivac de Titanes a las doce más o menos. Cenar a esas horas alubias, arroz, callos, chorizo y cosas similares no es muy recomendable pero por una vez no pasa nada y es mejor que no pegar ojo por el rugido de las tripas; durante la cena aparecen Pedro Merino y Ángel que acumula el viaje desde Madrid a Ramales y el viaje desde Ramales a las tinieblas de Garma.
Dormimos placidamente hasta las 8 más o menos, hora a la que alguien empieza a dar el coñazo. Entre hacer el desayuno, preparar las cosas, colocarse el equipo y discutir un par de veces unos con otros se nos hacen casi las 10 de la mañana. Alfredo(BK) y yo nos alejamos un centenar de metros del campamento, mientras el resto del grupo trasiega todavía con los preparativos, y nos sentamos junto a un bloque del tamaño de una casa de cuatro pisos contemplando el juego de luces y sombras que generan los movimientos de los compañeros. Desde luego filmarlo sería un bello trabajo. TODOS en marcha, TODOS ya nos deslizamos suavemente cuesta abajo por la inmensidad de la Galería de Titanes hacia la confluencia con el río y entonces TODOS tomamos una cuesta a la derecha que nos conduce al pozo MTDE donde TODOS subimos los 40 metros, más o menos, que tiene. Me cuentan que la cabecera de este pozo se alcanzó mediante un delicado paso entre bloques inestables que una vez concluida la instalación no se ha vuelto a tocar: demasiado peligroso. A partir de este pozo una marcha entre canchales nos lleva a un largo pasamanos de roca descompuesta y ramposa que nos pone al pie de La Escalada donde otros 40 metros de cuerdas nos reenvian a un amplio cañón por el que proseguiremos con cuestas arriba y abajo hacia la Galería de las Melenas Blancas, el Cañon de los Hombres Voladores –bellísimo pasamanos aéreo- que no es más que la Galería principal de Garma Ciega (al nivel La Pérdida) pero con un desfondamiento de 90 metros. Se van notando las subidas y bajadas; y debido a la amplitud de todo el recorrido merece la pena ir con ropa transpirable, sin mono exterior incluso desde el campamento de Titanes. A partir de aquí entramos en las galerías de los Colosos y la Sala del Coliseo. En esta zona empiezo a sentirme muy culpable: todo lo que me rodea es de una belleza tan delicada que cada vez que pisas destrozas o manchas algo: formaciones coralinas, gours y formaciones clásicas. Es misterioso el hecho de que sea una zona mucho más húmeda que todo lo anterior y que contenga restos fosilizados de lirones. No hay manera de entender de donde han podido salir los animalitos con la estructura actual de la cueva. Poco después de pasar un par de resaltes en la galería llegamos a la zona punta de exploración: la Red de Tora-Bora. Unas tres horas desde Titanes.
Paramos en la base de la escalada -uno de los objetivos de la incursión- que pretendemos realizar y desplegamos el campamento y las provisiones. Hay una comedura de coco generalizada respecto a esa escalada. Se ha traído un foco con baterías exteriores para poder evaluar la situación. La escalada puede que llegue a superar los 30 metros y se ha ascendido un tercio -ayudado de un escalador profesional que se dejo engañar- en una ocasión anterior. Finalmente se decide continuar más o menos en la misma línea. Para este trabajo se quedan Olarra y Cristóbal. Wichi irá con Ángel a revisar todos los rincones de la Galería de los Emigrantes. Y Merino, conmigo y con Alfredo, ira a topografiar unas nuevas galerías, revisar un pozo y ciertas agujeros sopladores. La galería por la que nos movemos hacia esa zona es de una rara belleza. Y pronto alcanzamos una desviación que nos conduce, siguiendo el viento por un laberinto, a un agujero silbador que necesitaría una desobstrucción con microcargas. Nos desplegamos buscando otras posibilidades y Pedro sube una chimenea que le permite alcanzar otra gatera sopladora y ruidosa. Esta gatera terrosa se puede desobstruir a mano y decidimos que Pedro vaya con Alfredo a topografiar mientras que yo me quedo cavando con una llave de instalación. Trabajo sin descanso al menos una hora y media hasta que consigo la medida que me permite pasar. Como es comprometido entrar sin tener a alguien que te controle la reculada me voy a descansar y a visitar las galerías que me rodean. Son prácticamente vírgenes y de una rara y delicada belleza, que me emociona más de lo usual. Me recuerdan por su sobriedad de líneas los jardines japoneses. Me tumbo un rato en el suelo de la galería y me olvido, quizás duermo unos segundos que me renuevan. En cuanto vuelven Pedro y Alfredo nos ponemos a la tarea, Pedro desobstruye un poco más (es más gordo que yo) y colocamos una cuerda que le permitirá pasar de culo y cuesta arriba para bajar por el otro lado, que también es vertical, sin romperse la crisma. Paso yo de cabeza y Pedro me retiene. Mientras Alfredo se queda para controlar la vuelta. Avanzamos siguiendo el viento hasta un pozo de unos diez metros que nos para. Todo esto es muy excitante pues la galería esta orientada hacia el nordeste, lo que nos aleja de todos los sistemas conocidos. Son cerca de las siete de la tarde. Decidimos volver a la cita con los demás, que es a las siete, y nos retiramos. Llegamos a la cita con unos veinte minutos de retraso pero ya no están, se han ido TODOS. Eso nos mosquea, a algunos un poco y a otros más. Queda claro que cualquier problema que pudiera surgir se amplifica por lo remoto de la zona. De vuelta nos encontramos con Olarra que nos espera cerca del Coliseum y con el resto de la gente bastante más allá. Pedro guarda un elocuente silencio durante un buen rato. La vuelta la hacemos muy tranquilos y a las 11 ya estamos en el campamento.
A las cinco y media de la mañana me despierto inquieto, Olarra esta medio enfermo vomitando y hace una temperatura inusualmente alta y también parece que hay mucha menos humedad. Raro. Dormito inquieto hasta las siete y media en que nos ponemos en acción. Mentalmente he estado preparando la movida de salida pero me encuentro algo estresado. Preparo la saca con una bolsa de basura, otra de descarburadas, dos baterías, algo de comida y agua, la ropa que traje -pero no el saco de plumas que decido dejar para otras ocasiones- y salgo, seguido por Alfredo, hacia el río y el meandro. Me coge recién desayunao y frío este meandro cabrón y pillo un agobio importante Además voy seguido en los talones por Pedro y Cristóbal que se mueven más rápido que yo. Cristóbal me adelanta después del pozo de 40. Sin embargo al ir subiendo los pozos me doy cuenta de que voy mucho mejor que al principio y de hecho salgo menos cansado que en las anteriores incursiones. Comencé a remontar a las nueve y llego a la superficie a las doce. Estoy contento de haber salido sin reventar. Adiós Garma, hasta otra.
Pedro y yo andamos hasta el bosque de hayas, donde Cristóbal se ha quedado petrificado por el frío y la llovizna neblinosa esperándonos más de una hora.