14/4/14

Expansión

 

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Nacho


El planing lo diseñamos entre Julio y yo. La primera iba a ser Cuevamur. Fácil pero divertida. Y muy bonita. Entre los cursillistas se animaron Adriana, Esther, Mari y Miguel. Y entre los veteranos Nacho, Julio, A. Subiñas y yo mismo. Para mi era una ocasión única de balizar una cueva que lo necesita de forma urgente. Y también de mostrar a unos principiantes el trabajo de balización y su importancia.
Quedamos en Solares a las nueve y media. Nos repartimos en dos coches. El lema: economizar. En el mío se montaron Nacho, Adriana, Esther y Miguel. Los otros tres lo hicieron en el de Julio. Durante el viaje me enteré de las conexiones entre Miguel, Mari y yo mismo. Universidad, intereses comunes, lugares: el destino juega con nosotros de formas inesperadas. En la cafetería de Ramales seguimos conociéndonos mientras algunos desayunaban unos pinchos excelentes y otros sólo tomaban café. Era una salida de espeleo tranquila y perezosa que ya no recordaba después de una cantidad abrumadora de incursiones largas y duras en las que el tiempo se te va amontonando como una carga a tus espaladas.
En el aparcamiento de las Covalanas no quedaba apenas sitio. Dejé el coche justo en la desviación antes del puente sobre el Calera. Julio aparco en un hueco de la cuesta. Allí estaban sentados mirando el panorama Carlos y Alicia del ADEMCO. Mientras nos preparábamos vinieron a charlar un rato. Fue un encuentro muy agradable. Cuando terminé de colocarme el equipo no iba bien la cosa en la furgoneta. Los equipos verticales de los cursillistas estaban incompletos debido a un malentendido. Entre los préstamos de unos y otros se fueron completando y finalmente  se pudo iniciar la marcha.
Me adelante un poco para colocar el cartel oficial de cueva balizada en la entrada de Cuevamur. Mari y Nacho me alcanzaron y continuamos la marcha con el objetivo claro de no amontonarnos en los cortos tramos de cuerdas que hay que recorrer. Para cuando llegamos -muy tranquilamente- al final del Segundo Pasamanos ni se les oía. Después de media hora de espera aparecieron en el balcón de la Gran Sima.  Mari tenía un dilema: o se quedaba esperando al grueso del grupo -y continuaba hacia el fondo de la Gran Sima- o se venía con nosotros a balizar la Sala de los Cristales. Después de unos segundos de indecisión optó por quedarse esperando. Seguramente pesó en su decisión el hecho de llevar la comida de Miguel en su saca.  
Nacho y yo aterrizamos directamente en la Sala de los Cristales y nos repartimos la tarea de la forma usual: uno tendiendo hilo y el otro colocando las varillas. Nos cruzamos con tres espeleos vascos. El trabajo continuaba avanzando de forma segura. Lo bueno era que teníamos un suelo perfecto para clavar las varillas: tierra compactada en la que entraban suave pero firmemente. Lo malo fue que mis estimaciones de hilo habían sido demasiado optimistas. Los tres carretes que llevábamos (parcialmente gastados los tres) se acabaron cuando llevábamos un tercio balizado. Yo acabé de colocar las varillas y algunos carteles ZB y me fui a reposar. Nacho se preparó una supersesión de fotografía.  Pasaron las horas. Y Nacho comenzó una segunda supersesión de fotos. Yo continué reposando. Tres espeleos de visita en la Sala de los Cristales se encontraron fugazmente conmigo. Nacho seguía perdido en sus fotos. Yo reposaba el reposo.


















Unas horas después escuche a Nacho y al resto del grupo acercarse. Habían estado extraviados buscando el Paso de los Retales. Por una parte estaba A. Subiñas, quien visito Cuevamur por última vez hace más de diez años. Por otra parte estaba Julio, quien sólo había estado tres veces en Cuevamur pero hace bastante y guiado. Sea como fuere consiguieron dar con el paso dichoso. Mari llevaba una topografía de la cavidad pero eso tampoco ayudo gran cosa.
Una vez reunidos proseguimos hacia la salida. En el Segundo Pasamanos nos pidieron paso tres espeleos. Fue un error: sólo llevaban un croll y un descensor y tardaron una eternidad en recorrer los pasos. Cuando nos vinimos a dar cuenta ya era de noche en el exterior. Llegamos a los coches casi a las diez. Allí tardamos otra eternidad en cambiarnos y recoger (incluido devolver los materiales prestados) Propuse parar en Ramales a cenar algo para que no se hiciera demasiado tarde. Pedimos varias raciones de patatas y de chopitos y tomamos cerveza a discreción. De vuelta hacia Solares trabajaron a discreción las redes sociales.
Dos días después, el lunes, decidí volver a terminar el trabajo. Me preocupaba una gran afluencia de espeleos encontrándose con una balización realizada a medias: una imagen confusa y un posible efecto negativo. Nacho no podía venir así que me encontré entrando en Cuevamur, sin compañía, a las dos y media de la tarde. Hacía mucho calor. Cuando llegué al balcón sobre la Gran Sima me di cuenta que faltaba un tramo de cuerda. Intente bajar usando un trozo de reaseguro de unos seis metros pero no llegaba. Decidí volver a las rampas y tomar prestada una cuerda. Funciono correctamente aunque me llevo un rato ir, desmontarla volver y montarla (al salir tendría que hacer el proceso inverso)
Por fin llegue a los laminadores y las salitas que preceden a la Sala de los Cristales. Instalé la primera tanda de hilo y corregí algunas varillas. Para la Sala de los Cristales añadí algunas más. Acabé un carrete y comencé otro. Trabajar sin nadie que te espere, sin ningún ruido. Sólo la oscuridad y el silencio. Sólo tu ruido interior. Y bien que había ruido en mi mente. Pero al final terminé el trabajo, una satisfacción. Salí a las ocho de la tarde. De bajada me crucé con dos escaladores y una perra pesada. Mientras conducía hacia el oeste disfrute de un atardecer de hermosos colores. Una cueva más estaba balizada (parcialmente)
     

5/4/14

Furtivos


Texto: Antonio G. Corbalan
Fotos: Miguel F. Liria

¡Por fin! Íbamos a explorar en la Red del Gándara. Algo modesto, cercano a la entrada, un fleco olvidado, pero que nos llenaba de ilusión. Habían pasado muchos años en que nuestra única actividad en la Red consistió en conocer a grandes rasgos la cavidad. Y también, desde hace dos años, en instalar balizaciones en zonas muy frecuentadas y en algunas de las muchas zonas frágiles que se lo merecen. Una tarea enorme. Por el camino tuvimos la inmensa fortuna de encontrar Sonámbulos. Una gran suerte si consideramos el grado de profesionalidad de los exploradores del SCD y su exhaustividad. Pero así es el destino.
Ahora ya teníamos un permiso para explorar en una zona limitada, cercana a la entrada, y para prospecciones en superficie. Para nosotros se trata de un tipo de exploración muy ajustado a nuestras capacidades físicas y logísticas. No cabe duda de que una exploración puntera en cualquiera de las zonas remotas requiere, al menos, una estancia de tres días en la cavidad. Esto es debido, principalmente, al número de horas necesario para colocarse en una punta y/o en el vivac correspondiente.
El equipo de exploradores estaba formado por Nacho, del SCC, Miguel, del Burnia, y yo mismo. Cuatro invitados más, todos del SCC, declinaron la oportunidad por causas varias. Nos lo tomamos con tranquilidad. Esto significa que la cita era a una hora festiva. Nos encontramos en Ramales a las nueve y media. Después de los últimos palizones de catorce horas, con madrugón incluido, esto era todo un lujo. A las once estábamos entrando por la boca, abandonando el ambiente tropical en que se había convertido en los últimos días la Cornisa Cantábrica. Brutalmente, en una fracción de segundo, el flujo de aire frío te colocaba en otro mundo: el Mundo Subterráneo. No había transcurrido ni siquiera una hora y ya estábamos ante zona desconocida.
 Comenzamos instalando un pasamanos bajo una ducha fría. Asumí la tarea con bastante  respeto. La roca no me inspiraba ninguna confianza. De hecho se me cascaron algunos apoyos en dos ocasiones. Y tuve que tantear bastante para colocar las fijaciones. En total puse, para completar su instalación, cinco fijaciones y un natural. Enseguida mis compañeros estaban junto a mí.
La galería que nos ocupaba era muy modesta. Avance agachado y luego repté unas decenas de metros hasta que el laminador desembocó, a través de un resalte de un metro más o menos, en un riachuelo. Desde este punto la progresión fue haciéndose más cómoda. Decidimos ir topografiando como la mejor opción. Esta es la práctica usual, lo sé por sus crónicas, de los exploradores del SCD; y es una práctica que ahorra bastante trabajo. Muchas zonas, al carecer de interés intrínseco, sólo se visitan cuando se exploran y/o topografían.





El Río Pintado nos sorprendió a pesar de su modesta envergadura. Sobre los suelos -recorridos por el agua- se dibujaban diseños abstractos e irregulares que variaban de un crema claro a un marrón rojizo. La decoración de las paredes de la galería aumento progresivamente de nada a una profusión de coladas y pequeñas estalactitas. Las coladas obstruyeron el paso humano por el río y nos obligaron a pasar una gatera abarrotada rompiendo algunas formaciones. Una chimenea ascendente nos llamó la atención poderosamente. El recorrido se volvió muy cómodo. Sin embargo apareció otro conjunto de coladas obstruyendo el paso y obligando a utilizar otra gatera, algo por encima del nivel del río. Aquí nos paramos. Resultaba imposible pasar sin meterse en el agua por completo. Y no nos apetecía nada de nada. De vuelta terminamos de topografiar y exploramos una diaclasa ascendente con una gatera sopladora en su final.
Ya volvíamos hacia la boca cuando en un lateral de Alizes advertimos unos parabolts que ascendían. Se trataba de una escalada pendiente en la que habíamos puesto bastantes esperanzas. La enorme colada que se descuelga por ese  punto y la sensación, vista desde abajo, de que existe una enorme galería colgada es muy llamativa. Decidimos aprovechar el trabajo de esos espeleólogos furtivos. Gracias a los anónimos  escaladores el trabajo fue más corto y sencillo. Sólo metí un parabolt adicional (para alcanzar el tercero que alejaba peligrosamente) El resto de la escalada era coser y cantar. El único problema -fue empeorando según subía- es que apenas corría la cuerda debido a los roces. Tuve que instalar una reunión casi al final -sólo restaba una corta travesía horizontal- y pedirle a Miguel que subiese. Desde allí, en un par de pasos, termine de alcanzar la gran plataforma bien asegurado. Me paseé con calma y verifiqué que no había continuación. Solo una chimenea vertical en mitad del techo -y de la que cae el agua que forma las coladas- permitiría una complicada y poco prometedora continuación. De cualquier forma el paisaje sobre Alizes es espectacular y el balcón que forma la gran plataforma se merece un nombre: Balcón de los Furtivos.
Mientras tanto había ascendido Nacho. Abandonamos una chapa para montar el rapel de una forma más segura y equilibrada. Bajamos con facilidad los tres, Nacho, Miguel, recogiendo el resto del material, y el último yo. Antes de salir tratamos de ordenar un poco los trastos. Desde luego que habíamos conseguido ensuciarlos y desordenarlos bastante.
El ambiente que nos esperaba en el exterior era cálido y húmedo -tropical- como cuando entrábamos por la mañana. Pero por una vez habíamos conseguido no salir a deshoras. Y tener la sensación de que nos quedaba un buen trozo del día para hacer lo que suele hacer la gente los sábados. En el cercano pueblo de La Gándara entramos a un bar repleto de gente y pedimos unas cervezas. Miguel y yo Raqueras y creo que una Mahou para Nacho. Además devoramos unas patatitas. Al final el día había sonreído. Una exploración fructífera. Una agradable sensación de suave cansancio (y no de palizón) Tendremos que continuar en un futuro próximo.