(25/9/2009)
El jueves envié a Julio y Manu un mensaje para informales de nuestra entrada inminente en la Cueva del Gándara para una permanencia de fin de semana. Julio ni me respondió, pero Manu tenía compromisos y sintió no poder venir. Miguel había quedado conmigo para estas fechas desde hacía un tiempo. Mientras tanto Mavil nos esperaba por los altos del Asón disfrutando la realidad del clima cántabro. Algo bestial.
Tierras tercas. Stubborn Inlands. Durante toda la semana soñé con la mágica cualidad de ese lugar privilegiado. Ahora era viernes por la tarde. Miguel parecía preocupado por la evolución de la crisis económica y, particularmente, por su deseo de emigrar hacia tierras cántabras. Sus análisis políticos conseguían sacarme del mundo de sombras y luces sesgadas, que creábamos al avanzar, iluminando desigualmente los rincones, en la Galería de Cruzille. A Mavil le pesaban los más de treinta días que llevaba acampado en los Altos del Asón, sin más compañía que los bichos y las, en perpetuo cambio, nubes del valle. Era mucho tiempo solo. Un día se presento en su campamento un guardia rural que le apremio para levantar la tienda antes del atardecer. El estrés que le causo ese incidente hizo que se olvidase, ese día, de mandar el sms de aviso de entrada (y confirmación de salida) al Sistema del Mortero de Astrana. Por suerte el rural era inteligente y, para evitar crear problemas estúpidos, no volvió a presentarse por la zona. Por suerte a Mavil no le ocurrió nada en el Mortero de Astrana.
En la galería de las Alizes nos habíamos cruzado con cuatro jóvenes del grupo Niphargus procedentes de la Sala del Ángel. En el extremo sur de la Sala repostamos agua. Mi equipaje engordo unos 4,5 kilos en cinco minutos. Fue la decisión correcta ya que en los alrededores del vivac 1 pudimos constatar que no corría ni una gota.
Sábado. Ese era el día esperado. Quizás, con suerte, alcanzaríamos un lugar conocido por nosotros en el sector oeste de la cavidad. Me había comprado una brújula nueva para interpretar bien las señales. A pesar de la excitación que generaban las expectativas para el sábado, conseguí dormirme. El reloj no sonó. A las ocho, aburrido de estar despierto dentro del saco, pregunte la hora. A las nueve dejábamos el campamento rumbo a río Viscoso, vía la Sala del Gran Pozo.
(26/9/2009)
Transitábamos por una hermosa galería. Llevaríamos unos dos kilómetros por ésta. Un gran arenal de grano intermedio (de 0.5 a 1 mm) formaba una larga pendiente. Me recordaba una duna. Una duna en un gran desierto subterráneo. Pasamos junto a un envoltorio con forma de telaraña hecho de pelos de yeso. En su interior se podía observar un insecto alado de buen tamaño. Solo pudimos sentirnos estupefactos.
La galería giro netamente hacia el NE. Un kilómetro más allá alcanzamos un desfonde. Bajamos unos 70 metros aéreos con un solo fraccionamiento. El cañón en el que nos encontrábamos ahora seguía un rumbo sinuoso que variaba entre el W y el N. Unos veinte minutos de tránsito, complicado por los cambios de nivel, nos arrojaron en una sala alargada en la que desembocaba un río desde el W. El río ocupaba el fondo de una grieta de unos cinco metros de profundidad y medio de anchura. Avanzando más, por una marcada senda en el suelo arenoso, encontramos un vivac. Un vivac acogedor que pudimos identificar como el número 3 de los informes del SCD. Allí nos sentamos y disfrutamos de bocadillos y tranquilidad. Hice unas cuantas fotos.
En el extremo norte de la sala tomamos una galería muy encañonada que giraba bruscamente hacia el W. Las dificultades eran mantenidas. Sobre todo pasos entre bloques. Unos doscientos metros más adelante descendimos hasta el lecho de un río sobre areniscas oscuras. Era el Viscoso. Quizás anduvimos medio kilómetro hasta que un caos de bloques nos cerro el paso. Una cuerda invitaba a ascender. Unos veinte metros más arriba el camino discurría entre canchales de enormes bloques recubiertos por una pátina de barro deslizante y pegajoso.
Tras unos trescientos metros con esta tónica, una desagradable y difícil instalación nos permitió volver al lecho de areniscas del Viscoso. De nuevo se presentaban dificultades mantenidas. Laminadores, gateras, caos de bloques -que se resolvían dando vueltas-, destrepes y trepadas, desfondes muy delicados, zonas estrechas o zonas bajas que impedían ir erguidos. Ese fue el paisaje que nos acompaño a lo largo de -es una estimación- unos dos kilómetros.
Luego empezaron las dudas. Seguimos el viento de cara y fuimos a dar a una galería amplia. Un caos de bloques la obstruía hacia el W. Miramos durante dos horas todos los pasajes de la zona y forzamos -a través de gateras marcadas de forma mínima- el caos de bloques. Calculamos que estábamos muy cerca de la Sala Catalana.
A las seis comenzamos la vuelta. Teníamos la sensación de estar muy lejos de nuestro campamento y de que íbamos a desgastarnos bastante en las próximas horas. Hubo un momento -como a las once y cuarto de la noche- en la que pusimos el turbo. La cruda realidad fue que tardamos algo más de seis horas en hacer el camino de vuelta al campamento. Exactamente a las doce y ocho minutos, tras más de quince horas de ardua jornada, pisábamos su suelo terroso. Me tomé tres sopinstant, media barra de pan con leche condensada e inmediatamente me metí en el saco.
(27/9/2009)
Dormimos profundamente hasta las siete y media. El desayuno lo hicimos con un talante de buen humor alrededor de la mesa -fabricada con una gran losa de piedra- y con velitas que daban una luz más cálida que los leds. A las nueve ya habíamos hecho los petates y ordenado el depósito. Y a las doce, tras una tres horas que nos tomamos con bastante tranquilidad, pudimos comprobar que el sol seguía iluminando y calentando el mundo exterior.
Nos cambiamos rápidamente. Bajamos a recoger mi coche en La Gándara, cargado con todos los bultos de Mavil. El lunes cogía un vuelo hacia Alicante. Para celebrar su estancia en las tierras de Soba nos invito en Ramales a un almuerzo. Cayeron unas cervezas con varias raciones. Fue un momento delicioso. Toda la tensión, la concentración y el esfuerzo mantenidos los días anteriores se transformaron en una exquisita sensación de disfrutar el instante.
La despedida nos convocó a próximas permanencias en la Red del Gándara. Para Mavil quizás iba a transcurrir un año sin volver al Norte. Quizás para entonces fuera una realidad la posibilidad de una travesía de esta cavidad...