Por fin se presenta una oportunidad de acompañar a algunos amigos del AER en una exploración al Mortero de Astrana. Hace tiempo que no hago actividades exigentes y a última hora me replanteo varias veces el asistir. No me veo con suficiente ánimo para seguir su ritmo durante una larga jornada. Al final decido ir pensando en que casi todo es cuestión de “coco”.
El objetivo de las exploraciones es el fondo del Gran Pozo. Hace años los espeleologos franceses del SCD encontraron en lo más profundo de la Sima del Mazo Chico galerías fósiles que se aproximaban a unos 200 metros de las galerías bajo el Gran Pozo del Mortero de Astrana y, más o menos, a su mismo nivel. La Sima del Mazo Chico forma parte del sistema de Garma Ciega. Con las últimas expansiones este sistema supera los 50 kilómetros. Por otra parte el sistema de Rubicera-Mortero ronda también los 50 kilómetros. Si ambos sistemas formasen una unidad probablemente pasaría a ser el mayor sistema conocido en España. Además se multiplicarían las posibilidades de exploración en esa zona profunda ya que el acceso por el Mortero de Astrana sería mucho más fácil que por el Mazo Chico. Como efecto colateral surgirían varias travesías de recorrido singular. De cualquier forma que se mire es un pastel apetecible para un espeleologo.
Sin embargo la exploración sistemática del fondo del Gran Pozo del Mortero con 180 metros de vertical absoluta (realmente desplomada) y sin fraccionamientos frenaría bastante los trabajos. Subir una tirada de 180 metros cuando vienes de una jornada de exploración no es un plato apetecible para nadie. Recordemos que a un 2% de elasticidad con peso de 80 kilos podemos estar hablando de cuatro metros de chicleo de cuerda. Con las oscilaciones el chicleo se convierte en algo muy desagradable. La comunicación directa en el Gran Pozo es imposible por el ruido de la cascada que se sume en él (se trata de una cascada en caída libre de eso: 180 metros). Además hay que tener en cuenta que en crecida la instalación clásica se ve afectada por el agua de la cascada. Algo tremendamente peligroso dadas las dimensiones de la caída. Así pues la primera tarea que se impusieron los exploradores del AER fue buscar una instalación alternativa a la clásica del Gran Pozo.
La solución actual recorre unas cornisas alejándonos del punto de llegada del río. La distancia puede superar los 30 metros. Esto garantiza no entrar en contacto con la caída del agua pero no impide ir rodeado por la neblina y el barrillo húmedo por todas partes de la pared. No resulta un sitio acogedor. Sin embargo la mayor parte de los fraccionamientos son cómodos y las tiradas cortas evitan el chicleo. Además, casi siempre tocas pared con los pies.
Algo antes de alcanzar el Gran Pozo pudimos evitar el lago embalsado por unos pasamanos -a unos siete metros de altura- recientemente instalados. Al borde del Gran Pozo Wichi me dio las últimas recomendaciones: utilizar un pedal en la fijación de los fraccionamientos ya que la pared es lisa y resbalosa y la comba algo escasa en algunos fraccionamientos. Me puso en guardia que me diese recomendaciones. Esto no es usual, en general todo es fácil y sin problemas para Wichi y Cristóbal. Primero bajó Cristóbal luego Wichi, después yo y de último P. Merino. Pedro prefiere ir el último para que nadie le vaya pisando los talones dándole prisas. No me sentí cómodo al principio del descenso -algo colgado- pero luego me acostumbre al patio. Me sentí mejor al divisar el fondo. Las rocas del fondo del pozo -algunas enormes- están pulidas. Cristóbal y Wichi me hicieron señales desde el otro lado del pozo -un teatro de sombras lleno de niebla. Un espacio descomunal en que la falta de luz impide tener referencias claras.
Una vez al otro lado del pozo remontamos una tirada de 20 metros para acceder por una ventana a la red de galerías que íbamos a mirar. Comenzamos a topografiar justo desde ahí. Wichi clinómetro y brújula, Pedro apuntes, yo puntero láser y Cristóbal avanzadilla de exploración. Al principio todo eran laminadores con barro sedimentado. Eso sí, anchos. Luego de varias vueltas accedimos a una cómoda galería elíptica que al avanzar se nos desfondo. Tomando otro ramal con viento y hacia el norte la progresión volvió a ser algo más incómoda hasta un punto en que una sala colapsada de bloques inestables nos corto el paso. Debajo de los bloques se intuía un hueco y Wichi, pese a los agoreros augurios del resto, se aplico a quitar enormes losas para acceder al hueco. Al cabo de un rato tuvimos un boquete por el que cabía un ser humano con el juicio poco firme. A pesar de no ser el promotor de la locura fue Cristóbal el primero que se descolgó a base de soltarle cuerda. A los veinte metros alcanzó un cómodo meandro de suelo llano. A la vista del éxito metimos dos spits y bajamos todos los demás con débiles protestas por parte de los más cobardes o juiciosos según se interprete. En el meandro -de buenas dimensiones- soplaba un viento notable. Enseguida llegamos a un balcón sobre otro meandro fósil de dimensiones mucho mayores y apuntando claramente al norte. Un indicio inmejorable. La instalación del pozo, algo accidentada, llevo un buen rato que aproveche para hacer una foto, comerme una barrita y pasar frío. Cuando aterrizamos Cristóbal ya había explorado en plan kamikaze el meandro aguas abajo llegando de forma enrevesada a la base del gran pozo. Optamos por hacer un péndulo para acceder a la continuación aguas arriba. Mientras Cristóbal realizaba ese divertido trabajo Wichi, Pedro y yo topografiamos e instalamos el meandro aguas abajo. Curiosamente encontramos un viejo spit en una de las galerías que miramos. Está claro que a los exploradores se les había pasado algo gordo. Wichi afirmo que había mucho mito en eso de que los franceses eran sistemáticos en sus trabajos espeleológicos. Como quiera que fuese había una lógica aplastante en la estructura de lo que estábamos encontrando. Cuando volvimos Wichi ayudo a Cristóbal a salir de una pillada y todos pudimos remontar aguas arriba el meandro durante un tramo que presento algunos pequeños obstáculos. Lo dejamos en un resalte que requería una escalada. Total unos quinientos metros de topo.
A la vuelta había que mojarse un poco, justo antes de alcanzar la base del Gran Pozo. El orden de subida fue: Cristóbal, Wichi, Pedro y yo. Me quede algo atrás y me canse bastante, pero salí. El resto del camino lo hice más despacio que mis tres compañeros. Ya era bien tarde cuando acabamos de cambiarnos. Ningún restaurante de La Gándara estaba abierto y nos bajamos a Ramales a comernos unos bocadillos cojonudos en el único(¿?) bar abierto de todo el pueblo. Le agradecí a la mujer del bar que nos alimentase a esa hora. Dormí como un plomo esa noche y al día siguiente me tiré una siesta de varias horas. Tuve la sensación de flotar durante cuatro días.