17/12/11

Lucecitas 1

17/12/2011

            El diecisiete de diciembre del 2011, mucho tiempo después de conocer la hermosa Galería-Que-Resplandece, y de ir cuatro veces a visitarla en la Red del Gándara, conseguimos dar con la clave que permite alcanzar su final.
            Ese día, sin mucha fe, me había lanzado a probar fortuna. Los elementos humanos poseían química afín. Lo que no significa que su combinación fuera estable. Aunque debo decirlo: la virtud de algunos raros productos consiste, a veces, en su inestabilidad; en un dinamismo impredecible e incómodo.
            Durante esta memorable incursión espeleológica el destino reunió a cuatro personas: Manu, Miguel, Adrián y yo. La preparación  de esta salida fue nula. El lunes se presentó Adrián en mi casa. Acordamos entrar en la Red del Gándara el sábado diecisiete. De forma independiente, Manu me llamo y se unió al grupo. Poco después Miguel me mando un email y también se sumó. Incluso Sergio se mostro interesado, pero no vino. El tiempo empeoro progresivamente a lo largo de la semana.
El sábado nevaba en las montañas. Los aguaceros se sucedían unos a otros interrumpidos sólo por pequeñas pausas. Los avatares nos forzaron a viajar en dos coches hasta el punto de aparcamiento. Jarreaba, pero la furgoneta de Manu nos sirvió de vestuario improvisado. Antes de salir me encasqueté un chubasquero Helly-Hansen, regalo de mi primo Onofre adquirido en Bergen. Mientras tanto otros usaron paraguas. Exceptuando las perneras del mono llegue completamente seco a la cueva. La boca aspiraba aire frío del exterior.
Al principio íbamos demasiado rápidos. La ansiedad, subproducto de la inestabilidad química y del mundo en que vivimos, afloraba a la piel. Abandonando el exterior nos adentrábamos en la Red del Gándara. Mientras, imperturbable, la roca esbozaba una sonrisa indefinida. Cada piedra ocupaba su lugar en el camino. Ninguna mostraba dudas o incertidumbre. Su calma era total.
La Galería-Que-Resplandece estaba como la deje hace mucho. Arena cristalina y blanca, acumulada con suavidad a lo largo de millones de años. Pisos superiores y cornisas a media altura, albergando discretos conjuntos de formaciones y pequeños nidos de cristales. Esporádicos nidos de pisolitas. Los cuatro avanzábamos con todo el cuidado del que éramos capaces. Cada humano posaba sus pies en el mismo sitio que el que le precedía. Movernos sobre desfondes de decenas de metros nos exigía una atención total. La paz mineral nos rodeaba.
Dudaba, pero seguí mayormente el camino usado las veces anteriores. Por fin, llegamos al corto tramo de cuerda que dejamos Mavil y yo la última vez. Un par de hitos marcaban el final de esa visita. En aquella ocasión no supimos encontrar una continuación. Sin embargo allí estaba, delante de nuestros ojos. Ni por arriba a la derecha, ni por abajo a la derecha, ni por abajo a la izquierda, sencillamente por arriba a la izquierda. Una trepada y un paso entre formaciones daban acceso a un tramo de galería amplio.    
Al avanzar, las formaciones impolutas se multiplicaron por doquier. Algunos desfondes se mostraron  muy delicados. Un destrepe de más de diez metros nos corto el paso. Bajar sin cuerda me pareció bastante peligroso. Mientras mis tres compañeros se arriesgaron a continuar, yo me quede sentado esperando. Apagué la luz y escuché lo que quiso contarme la cueva.
Pasada más de media hora les oí volver. Primero aparecieron Manu y Adrián. Habían dado la vuelta sin alcanzar un final. Cinco minutos después volvió Miguel. Tampoco había llegado al final de la Galería-Que-Resplandece. Buscamos un sitio acogedor para sentarnos a comer. En cuanto acabaron sus provisiones Adrián y Manu se fueron. Me pareció oírles decir que tenían frío. Miguel y yo no teníamos ni frío, ni prisa. Estuvimos haciendo fotos a un conjunto de banderas que sólo mostraron su verdadera naturaleza cuando las traspasamos con la luz de nuestros focos.
Cierto tiempo después alcanzamos la base del Pozo de las Hadas. Pude ver a Manu ascender el primer tramo. Me quede esperando abajo, rumiando tranquilidad, mientras Miguel subía hasta el rellano intermedio.
El último que sube un pozo no descansa casi nada arriba. Y por eso casi todos prefieren no quedarse para el último.  Pero yo me quedé contento para el último,  porque me había propuesto desinstalar el pozo y no tenía ninguna prisa por salir.
Otro montaje de cuerdas paralelo al nuestro había aparecido en el entreacto. El grupo al que pertenecía el tinglado no había dejado chapas. Creo que supusieron que las nuestras eran fijas. Pero si que habían dejado mosquetones para sustituir los nuestros. La rosca de uno de nuestros mosquetones se negó a abrirse. No se cómo, pero se había abollado el cierre. Eso me obligo a deshacer los nudos pasando toda la cuerda. Maldije mi suerte y me apliqué con furia. En la operación se me quedaron los brazos muertos. Acabé como Dios me dio a entender y proseguí el ascenso. Ya estaba cerca de la cabecera del pozo cuando escuche al otro grupo llegando a la base.
A trompicones terminamos de recoger y reanudamos la marcha. Todavía era de día cuando salimos al exterior. No llovía, pero se notaba lo mucho que había llovido. Manu y Adrián se protegían de las inclemencias, encerrados en la cabina de la furgoneta amarilla de Manu. Siguiendo el ejemplo, Miguel y yo no tardamos en estar confortablemente apalancados en los asientos del coche. Mientras bajábamos hacia Ramales la calefacción me dio sueño. Pero con voluntad mantuve la posición erguida. Me prometí a mi mismo volver de nuevo a la Galería-Que-Resplandece para conocerla hasta su final. Pero sobre todo para fotografiarla como se merece. Unos pinchos con cervezas nos dieron fuerzas de sobra para terminar este viaje hacia nuestras casas.

11/12/11

(Sfera)


8/12/2011

            Varios meses después de hablarlo pude comenzar a realizar con A.Dólera la tarea que nos habíamos encomendado. Él ya había realizado otras presentaciones con fotos esféricas. Uno de sus trabajos fue en la Cueva de los Chorros,  para la Comunidad de Castilla-La Mancha.  Con A.Dólera se vino David, un espeleólogo de Hellín. Me pidió que le llamáse por su apodo, Bicho, aunque a mí se me hacía difícil.    
         A.Dólera y yo nos habíamos propuesto hacer una secuencia de fotos esféricas entrelazadas de la ruta clásica en la Red del Gándara. Es decir: desde la entrada hasta la Sala del Ángel. Y quizás tirar varias esferas más en alguna cavidad de menor envergadura. Una presentación de este tipo puede servir de detonante para que la administración se tome más en serio el Patrimonio Subterráneo de Cantabria.
            A las nueve y media de la mañana partimos hacia los Altos del Asón, vía Alisas. El día estaba espléndido para hacer fotos en el exterior. Sin embargo el interior de la cueva permanecía fiel a si mismo. Ninguna variación esencial entre el invierno y el verano. La única diferencia perceptible era el aumento de los goteos por las últimas lluvias. A poca distancia de la entrada, en la Galería de las Alizés hicimos la primera esfera interior. Una esfera conlleva un buen número disparos. La gran diferencia con las esferas realizadas en el exterior es el reto que supone la iluminación correcta dentro de la cavidad.
            El Pozo del Oso se encuentra en una zona de grandes volúmenes. Mientras Bicho actuaba en el pasamanos como modelo, yo iluminaba planos lejanos con un potente flash. La esfera siguiente se hizo en una encrucijada de las grandes galerías de entrada. A la izquierda quedó el ramal del Jacouzi. Techos de dos o tres metros por varias decenas de metros en horizontal complicaron esta esfera. Nos quedamos más de una hora haciendo pruebas de iluminación. El tiempo pasaba sin que lo sintiéramos.
       En una esquina del Delator hicimos una bonita esfera. Debido a la modestia de los volúmenes a iluminar no tuvimos que vérnoslas con las dificultades de las anteriores. Poco después del Delator, en una zona de formaciones muy blancas, hicimos otra esfera poco problemática. Nuestro siguiente objetivo era el Pozo de las Hadas y la Sala del Ángel. Las tripas me rugían de hambre pero yo no sabía qué hora era.
       En el Pozo de las Hadas no encontramos las cuerdas habituales. Aunque me cogió desprevenido me alegró que, por fin, esas cuerdas no estuviesen permanentemente puestas allí. Primeramente porque así es más seguro. Usar unas cuerdas de las que no conocemos su estado es una ruleta rusa. Y en segundo lugar porque los visitantes tendrán que preparar su visita con más cuidado, y eso les hará valorar más las bellezas a las que tendrán acceso. La instalación de cabecera también me sorprendió por su redundancia. Encontramos 6 fijaciones químicas de acero inoxidable. Eran las seis de la tarde y lo mejor era volver hacia la salida. De paso podríamos hacer más esferas en varios lugares que habían llamado la atención de A. Dólera.
            Hicimos dos esferas más que nos llevaron bastante tiempo. Una antes de llegar al Delator -en una galería de tamaño túnel del metro- y otra en unas formaciones cerca de las grandes galerías. En esta última tuvimos que repetir las tomas para equilibrar la luz. Se nos estaba haciendo muy tarde.
         Llegamos al coche a las nueve y media y casi a las once a casa. Cansados físicamente no estábamos, pero si cansados mentalmente.  





9/12/2011
           
            Nuestro objetivo para el segundo día consistía en fotografiar la Sala del Ángel, las excéntricas de la Sala y el Pozo de las Hadas. Cogí una cuerda de 50 metros para el pozo, abundantes mosquetones y una llave. Prescindí de llevar chapas por la sobreabundancia de anclajes químicos. Esta vez tomamos, como variante, la ruta de Soba para alcanzar la aldea de La Gándara.
Como a las once estábamos entrando en la cueva.  Sin prisa, pero sin pausa, llegamos al Pozo de las Hadas e instalé en cinco minutos el primer tramo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me percaté de que no había ningún anclaje en el resto del pozo. Eso sí, muchas fijaciones: en donde estaba el antiguo fraccionamiento ahora había dos spits de acero inoxidable, dos parabolts de 8 mm de acero inoxidable y los dos viejos spits oxidados. Pero ni chapas, ni químicos. Un poco desconcertante. De cualquier forma hice que mis compañeros bajaran a la gran repisa intermedia y nos pusimos a buscar una solución. Al principio creí encontrarla entre los bloques del extremo oeste de la repisa. Pero era demasiado peligroso colgarse del bloque que estaba en “buena” posición de descenso. No nos parecía suficientemente estable. Después de muchas dudas optamos por retirarnos.
Cuando Bicho ya estaba empezando su ascenso con jumars me fijé en un gran puente de roca en el extremo oriental de la repisa. Enrollando un largo cordino a ese puente pude montar un fraccionamiento seguro y limpio. De hecho ni siquiera hizo falta el desviador que siempre se ha usado en el segundo tramo. El resto de los resaltes hasta la Sala del Ángel estaban equipados.
La Sala estaba llena de niebla. Era de esperar por el sentido de la corriente de aire: hacia el exterior. El aire asciende en la Sala cargado al 100% de humedad. Y ésta se condensa en la parte alta de la Sala. Es el mismo mecanismo que el de la formación de nubes de desarrollo vertical. A pesar de los focos, las linternas y los flashes la visibilidad era nula. En época de fríos intensos, en que el flujo de aire se invierte, la niebla se disipa. Para esa época quedarán las fotos esféricas de la Sala.
La cosa estaba clara. Había que hacer una esfera de la maravillosa capilla. Más tarde vendrían las fotos a los detalles de las excéntricas y, si era posible, de la cascada.  Mientras se iba preparando el equipo -trípode, flashes, etc- aproveché para darme un paseo por la Galeria de Cruzille. Me interesaba comprobar el estado de conservación y el pateo de la zona. Apenas se notaba aumento de paso salvo la senda principal.
Cuando acabamos la esfera hicimos una sesión obsesiva de fotos a las excéntricas. Y unas cuantas fotos pintadas en dirección a la cascada. Una de ellas me pareció relativamente buena. Después de esa larga sesión comenzamos la vuelta.
En el Pozo de las Hadas A.Dólera tuvo los momentos más duros de estos días. Hace bastantes años que Antonio no hacía espeleo en serio. En un tiempo llego a ser guía en la Cueva de Los Chorros. Pero los años sin actividad se notan. Bicho no tuvo grandes dificultades.
Al día siguiente pensábamos ir hacia Sonámbulos. Sin embargo cuando llegamos a casa las ganas de volver a la Red del Gándara se nos habían evaporado. Sobre todo después de la cena y el orujo.  





10/12/2011

            Para redondear el trabajo de los dos días anteriores decidimos acercarnos al Puerto de Lunada y desde allí realizar varias esferas mostrando la superficie sobre la Red del Gándara. Había una luz otoñal excepcional. El viento del sur producía nitidez y brillo en los colores. Pensé que la fortuna nos sonreía.
            Desde el mismo Puerto de Lunada tomamos una senda que en menos de media hora nos llevo al Collado de Bustalveinte. Para hacer la primera esfera del día colocamos el trípode ligeramente al norte del collado. Un promontorio, casi imperceptible, desde el que podíamos ver con precisión toda la ladera norte del Picón del Fraile. El contraste de las nubes grises con los retazos de montañas iluminadas por el Sol le daba vida al paisaje. El viento soplaba fuerte y frío amenazando lluvia. Tuvimos que repetir esta esfera. Volvimos al coche rápidamente.
            Bajando del puerto por la vertiente burgalesa tomamos la desviación a las instalaciones militares del Picón. Una buena carretera con bastantes revueltas lleva  hasta la misma cumbre, donde están alojados sistemas de comunicaciones y radares. A medio camino aparcamos el coche. Con cierta aprensión montamos el equipo en un promontorio que domina el Polje del Hondojón y la vertiente norte de la Lusa. El lugar es majestuoso. Los militares tienen puesto un cartel avisador prohibiendo el paso a partir del comienzo de la desviación. Nosotros no solo estábamos invadiendo la zona restringida, sino que íbamos a hacer unas sospechosas fotos con ángulos y direcciones muy definidas. En cuanto acabamos la esfera salimos disparados del lugar, alejándonos todo lo deprisa que pudimos.
            Un poco más abajo que la pista de los militares, en la carretera que baja de Lunada, sale otra pista a la izquierda. La pista es rústica y está prohibida para vehículos no autorizados. En muchos tramos el firme esta formado por un césped ralo y mullido sobre el que caminar es un verdadero placer. Después de varias revueltas se llega a un collado sobre la loma que baja de Los Porrones. Desde este punto la visión del Hondojón es magnífica. Allí fuimos a realizar la última esfera.
Mientras se hacia la esfera tuve que agarrar el trípode para que no saliese volando. El viento había arreciado. Antes de irme me di un paseo por la senda bajo las paredes de Los Porrones. La senda penetra en el bosque y sigue a cota conduciendo a la mágica vertiente norte de la Lusa.
        El trabajo estaba hecho. Antes de bajar a la costa paramos en el restaurante La Vieja Escuela junto al barrio de la Concha en San Roque. El comedor es una auténtica gozada. Una cristalera que ocupa toda la pared sur permite una visión completa del alto Valle del Miera. El cocido montañés que nos sirvieron en este local fue extraordinario. A mis dos amigos murcianos se les quedo un buen sabor de boca bien merecido…

4/12/11

Acto Fallido



      Desde mucho tiempo atrás Sergio, Pelos y Manu me animaban a explorar en Torca Urbio.  Algo dentro de mí siempre me ha dicho que esa no es mi cueva. Pero la localización, por parte de Pelos, de una prometedora continuación en la Galería de la Ballena me animó a probar de nuevo en Urbio desoyendo mi voz interior. De alguna manera pensaba que podía conjurar mi corazonada original: hay ciertas cosas que no te apetecen al principio.
            Me pasé por la reunión del club, aunque ya desde el jueves había quedado con Pelos en ir a explorar el sábado. Había mucha gente en el local. Durante un rato charle con unos y con otros de mil cosas sin importancia. Juan nos proyecto unas antiguas películas, finales de los 70, con buenas imágenes de prácticas de rescate. En la peli solo pude reconocer a Ciano. Nos sentamos en una pequeña asamblea que tuvo como tema principal la compra de material. Al poco de empezar se armo un gallinero –tipical spanish- en que nadie escuchaba a nadie. Me marche para cenar fruta y descansar de tanto rollazo.
Habíamos quedado a las diez en Mompía, pero poco después de levantarme me llamo Manu para posponer media hora la cita y cambiarla a Puente de San Miguel. Ennoblecí el viaje escuchando las canciones de trovadores de Paul HillierProensa. Alguno pensará que no es música moderna pero al diablo con la modernidad. Estoy hasta el gorro de lo moderno. Suele ser una puta mierda. Invite a Pelos a escuchar uno de los temas del disco. No estoy seguro de cuanto le gusto pero, siendo músico como lo es, le presupongo una sensibilidad especial hacia otras formas de hacer música. Vimos a Luis en la cafetería de al lado. Me pregunto que qué tal estaba. Le respondí que mal y deprimido. Pero no quise entrar en detalles sórdidos que ni siquiera tenía claros yo mismo.
En el aparcamiento de Bustablado conectamos todos. Cada uno había traído su coche para poder quedarse en las barbacoas por el cumpleaños de Sergio. Pelos, Ángel (un catalán que estaba de vacaciones con su mujer haciendo espeleo por Cantabria) y yo íbamos a mirar la continuación vislumbrada por Pelos. Manu y Luis iban a bajar un pozo que había quedado pendiente. Una vez vestidos de romanos subimos todos en la furgo de Manu y nos arrojamos por la boca de Torca Urbio hacia el averno.
Inasequible al desaliento, la montaña de basura seguía en la base de la torca. Un poco más adelante, con agilidad, recorrimos varios pasamanos y tomamos  la desviación a la Galería de la Ballena. Me pareció una galería con encanto. Los exploradores se han esmerado en pisar solo por un sendero en la arena fósil. Que poco cuesta, y cuanta belleza se preserva, al hacerlo así. Después del tramo bonito y del Círculo Vicioso llegamos a una trepada dificultada por el barro. Dejamos una cuerda y un corto pasamanos para facilitar el tránsito.
Un pozo con un estrechamiento nos condujo a una galería barrosa que merecería el nombre de cagandro más que meandro.  Antes de llegar a la punta de exploración tuvimos que hacer varias resbalosas trepadas condimentadas con más barro. Pelos y yo discutimos acerca del camino más económico para instalar el siguiente pasamanos. Después de un breve intercambio lo diseñamos a altura media, por una zona de avance rápido, hasta un pequeño pozo. Bajando éste aterrizamos en el fondo de la galería y volvimos a nuestro nivel por una fácil rampa de bloques. La salita a la que accedimos solo continuaba por un laminador lastroso.




Otra pequeña sala y una estrechez nos condujeron a una galería con dos desviaciones obstruidas y varias chimeneas. La galería finalmente tropezaba con unas formaciones que impedían el paso. A base de mazazos Ángel y yo reventamos varias columnetas y dejamos una holgura justa para pasar haciendo contorsiones.  Paso Pelos, luego Ángel y después yo.

 


Mientras Pelos recorría galerías sumamente estrechas -y con barro- buscando continuación Ángel y yo nos sentamos a descansar. La búsqueda no dio resultados positivos.  Lo que si obtuvimos fue una embarrada genial.
Después de comer nos pusimos en marcha para la vuelta. Según Pelos todavía quedan posibilidades de continuación en una desviación de la galería principal cercana al pasamanos que instalamos. Espero que sea cierto y que el esfuerzo colectivo se vea recompensado. Debido a la capa de barro que se había añadido al equipamiento que llevaba puesto encima, solo tenía interés por salir lo antes posible. Tuve grandes dificultades para ascender el pozo del estrechamiento. El croll embarrado no mordía la cuerda y tenía que ayudar con la mano al cierre del gatillo. Todo esto había que hacerlo bloqueando el peso con el brazo izquierdo. Di gracias al destino por salir del pozo y continué sin prisa pero sin pausa. Un minuto después oí gritar a Ángel. Uno de los anclajes del pozo, a un natural, había cedido cayendo una piedra enorme. Debido a que la suerte nos sonríe, el bloque ni corto la cuerda, ni toco a Pelos que todavía estaba abajo. Sin embargo Ángel pedía ayuda. Volví atrás, pero cuando llegué todo se había normalizado.
En la base de la torca me di cuenta que iba de culo y cuesta abajo para ascender con los aparatos llenos de barro. Hubieran necesitado un lavado a fondo. Me enfurecí conmigo mismo, me había dejado atrapar por una estúpida situación.  Creo que tarde media hora en ascender un pozo que solo requiere cinco minutos en condiciones normales. Una boutade. Pero que le vamos a hacer. Me baje a Bustablado por la carreterilla y sin más dilaciones me quité el barrizal de encima. Cuando estaba acabando llego Luis. Le conté las buenas y malas nuevas desahogándome a placer. Unos minutos después Pelos trataba de inyectar optimismo en las posibilidades de continuación. Siempre hay que ver lo positivo...
El grupo andaba indeciso acerca de que hacer en las próximas horas. Pero yo no me quede para averiguar si se iba a celebrar en las barbacoas el cumpleaños de Sergio o si se iba a ir cada uno a su casa. Me fui directo a la mía y tras una ducha hirviente me sumí en mis sueños sin fronteras ni tiempo.

19/11/11

Estrecheces



            Dos semanas antes algunos llegaron a desconfiar de mi.  ¿Iba a acompañar realmente al grupo en La Hoyuca? ¿O me iba a escaquear como la última vez en Rubicera? Esgrimiendo información fresca hubo una propuesta de Antonio J. para entrar por Gorilla Walk. Una ruta rompespaldas que hubiera sido, en definitiva, un desastre.
Eran cerca de las nueve cuando abandone Solares, dejando en tierra a Pelos y Sergio, y me marche hacia Solórzano. Poco después hablé por teléfono con ellos y quedamos en la iglesia de Riaño. Unos minutos más tarde me encontré en la casa rural Los Acebales con el grupo de Madrid y desayuné por segunda vez.  
Aparte de Pepe, Zaca, Ángel, Chicha, Antonio J., Miky, Hugo, dos amigos de Hugo, Miguel y yo venían Sergio y Pelos (Adrian) Pero, en una última jugarreta de Hugo, éste y sus amigos decidieron irse a la Rubicera. Puede ser que por lo bonita que es o por despejar un poco el aglomerado panorama. Yo todavía tenía mis dudas. Por un lado me interesaba avanzar más allá del Astradome. Quizás hasta Argamedon o incluso algo más lejos. Por otro lado existía la posibilidad de salir por el Hoyo de la Reñada. Pero estas alternativas chocaban contra el puro número de humanos: éramos diez. El hecho era que Pelos no traía escarpines y Sergio tenía interés por salir pronto. Miguel se hubiera apuntado a cualquier cosa, pero tampoco convenía dejar sin los más conocedores de la ruta al resto. Vista la situación decidí no insistir en ir más allá del Astradome. Pero dejé abierta la posibilidad de salir por Cueva Riaño.
El ingrediente principal del panorama era la pura inercia del número, la lentitud de los preparativos. Mientras subíamos hacia Giant Panda Miguel escudriño algunos coches desguazados al borde de la pista para buscar la pata de un limpiaparabrisas. Me pareció oírle decir que uno de ellos le iba bien. Un paseo de quince minutos nos basto para llegar a la entrada. Cerca de la boca varias cabañas bien arregladas decoraban con exactitud cántabra los prados. Podríamos llamarlo, si me permitís, un entorno encantador. Mientras nos colocábamos encima el equipo para verticales hicimos chistes sobre la seguridad de los puntales que impiden a la entrada de Giant Panda desmoronarse. Un montón de tierra y piedras que milagrosamente sigue en pie, tras varios años de precario montaje.
El orden de entrada fue: yo el primero, Miguel el último y el resto en medio. Pepe iba justo detrás de mi. Primero vinieron dos pozos sin complicación alguna. Pero lo más importante venía después. Había dos bonitas estrecheces. Lo adecuado era que cada espeleólogo instruyese al que le seguía en el paso de las dos estrecheces. Todo iba sobre ruedas hasta que la talla XXL de Chicha se atrancó en la primera estrechez. Le costo cinco intentos conseguir pasar por allí. Y lo hizo gracias a que todavía tiene las tablas del gran espeleólogo que fue. Esperando la resolución del problema, la mitad del grupo -que había pasado antes que Chicha- practicaba la paciencia abajo de la sima.




Pasaba de una hora ampliamente el tiempo de espera cuando por fin pudimos reanudar la marcha a través de Gorilla Walk. En el punto de encuentro con Second River pudimos, de nuevo, caminar como humanos. En ese lugar paramos brevemente y abandonamos los equipos verticales, unos trozos de cuerda y algunos neoprenos. A la vuelta se vería quienes querían salir por el Hoyo de la Reñada. Básicamente el resto del recorrido hasta el Astradome fue cómodo. Solo el enlace entre First River y el llamado Third River incluye algunas gateras de poca monta.
Entré el último en el Astradome para intentar hacer alguna foto al grupo. Todos estaban repartidos por la base del cilindro.  Comimos, bebimos, charlamos y nos felicitamos por haber tenido la suerte de conocer este lugar. Y luego nos fuimos. Como Sergio y Pelos se habían cansado de practicar la paciencia y tenían un poco de prisa salieron muy rápido. Pronto dejamos de oírles.
 Según me iba acercando a la confluencia con Second River menos claro tenía como tomar la decisión. El problema es que si bien Giant Panda tiene dos jodidas estrecheces, la  ruta hacia Cueva Riaño tampoco es un camino de flores. Primero hay que pasar un laminador medio inundado con el suelo de grava. Las tres veces que he pasado por este sitio tuve que hacer un surco en la grava para caber. Y todavía no sé por qué esta vez era tan optimista. Luego hay dos pasos con trepada y/o destrepe delicados. Y para rematar la faena hay unas arrastradas cerca de la salida.
Pepe, Miguel, Chicha, Ángel y yo nos fuimos río arriba de Second River. Chicha pensó que eso sería mejor que pasarlas putas de nuevo en la jodida estrechez. Pero  pronto descubrí que las cosas no iban a salir como yo tenía planeado. Llegue al laminador de marras arrastrándome por el lecho del río. Totalmente empapado me percaté de que, si no usaba una paleta para hacer un surco, no iba a pasar por allí.  Y no tenía paleta.
Volviendo en directa hacia Giant Panda escuchamos al último del otro grupo bregando con la estrechez del meandro. En esa no habíamos tenido problema entrando y no lo iba a haber ahora saliendo. Pero Pepe estaba preocupado por la otra. Previsoramente dedicamos veinte minutos a romper con la maza los puntos más críticos del paso. ¡Bingo! Esta vez Chicha paso a la primera sin grandes dificultades.
Cuando salí ya era de noche. Antonio J. y Zaca se habían ido. De nuevo tuvimos que practicar la paciencia. Durante un rato combatí el frío dando saltitos y mirando los bichos que habitan en la zona. Pero lo más placentero del día fue llegar a la casa rural y poder tomar una ducha hirviente. Mientras nos deleitábamos comiendo, una pincelada de satisfacción teñía todas las expresiones faciales. Y especialmente la de Chicha.





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6/11/11

Humillados


5/11/2011

            Lo de Cueva Vallina no se arreglo. Ni Sergio, ni Manu, ni Miguel (al que ni siquiera había avisado esperando un quórum que no se alcanzó)  iban a ir a Vallina. Quede con Miguel para revisar el enlace entre Cueva Riaño y La Hoyuca, vía Second River. Un grupo de cuatro espeleólogos del SCC iban a salir a la 415 ese mismo sábado.
            Había llovido toda la noche del viernes y seguía haciéndolo el sábado. La cosa no pintaba demasiado bien para entrar en la parte activa de Cueva Riaño y menos todavía para aventurarse en la zona sifonante de Second River.  Así las cosas fuimos hasta la boca y comprobamos que el regato que alimenta la red de entrada de Cueva Riaño se había convertido en el Amazonas.  Decidimos unirnos al grupo de Alicia, Carlos, Paco y Jesús para entrar en la 415 de Matienzo. Nos cruzamos con la furgoneta de Alicia y poco después estábamos aparcados en la carretera local cercana a la entrada.  Las nubes nos habían dejado un intervalo entre aguaceros que debíamos aprovechar para encontrar la boca.
            Muy alegremente, y seguro de mi mismo, inicié la cortísima aproximación. Algo más de cien metros por la pista que va a la casa de los silos y unos cincuenta metros de bajada por el prado. Debí pasar a unos dos metros de la cueva pero el bardal de zarzas, ortigas y otras herbáceas me oculto la boca. Tenía un recuerdo erróneo del tamaño de ésta. Es mucho más reducida que la imagen que recordaba. El GPS de Carlos solo sirvió para enviar al resto de la tropa a una batalla sin sentido. Estaban fuera de juego antes de comenzar la búsqueda. Barrí insistentemente el prado de arriba abajo y de izquierda a derecha sin resultados. Luego se sumo Miguel quien tampoco obtuvo de su esfuerzo nada. Por el camino hacia ningún sitio Alicia encontró una torca reseñada con algún número entre 0 y 3700. Un suerte ambigua.
A las dos horas, con varios aguaceros a nuestras espaldas, tiré la toalla y me fui al coche. El resto hizo lo mismo poco después. Solo le costo abandonar a Carlos que se lo había tomado como un reto personal. Yo me sentía humillado. Cinco veces había estado en la 415 sin problemas -la última en el 2005- y ahora me hacía esta jugarreta. Para consolarnos nos fuimos a Casa Germán, en Matienzo, y dedicamos tres horas a comer. Comimos muchas cosas pero el cocido montañés fue la estrella. Los fritos, menestras, escalopes, solomillos, bacalaos y demás minucias no merecen más mención que el haber contribuido a los placeres gastronómicos. Estaba claro que no era día para la espeleología.





6/11/2011

            El domingo a las diez de la mañana miré la página web de Matienzo Caves y descubrí en una foto la posición de la 415. Los aguaceros continuaban amenazando y no había otra cosa mejor que hacer que espeleología. Inmediatamente llamé a Alicia y Carlos. Carlos se mostro encantado en volver a la carga. Quedamos en Solares a las once.
            Foto en mano y desde la bajada del Alto Fuente las Varas a Matienzo verificamos la posición de la 415. Esta vez no tuvimos problemas, después de apartar las hierbas y un lío de alambres apareció el agujero de mierda. Deje clavado el paraguas junto a la boca y me introduje con ansiedad mal disimulada. Tras una rampa y un destrepe delicado aterrizamos en una sala alargada.
            La cuerda de ascenso a la galería que continua la cueva está tan mal instalada como siempre.  Un roce, agudizado por el inevitable balanceo del espeleólogo que asciende, dicta una solución obvia pero que nadie se toma la molestia en realizar. Es el destino de los vagos. La próxima vez lo haremos… si es que nos acordamos. Finalmente lo harán aquellos a los que se les parta la cuerda.
            Unos divertidos pasamanos y un par de gateras nos depositaron en una amplia sala. Al final de la sala las coladas blancas decoradas con estalactitas y columnas -blancas también- nos llevaron a las fotos. Fotos y más fotos. En el vericueto de las excéntricas más y más fotos. Incluso con Carlos dudando en un laminador fotos y fotos. Que algunas salieran mal no era problema. Derrochamos tomas fotográficas con la esperanza de que algunas fuesen verdaderamente buenas. Raramente me lanzo tanto. Seguramente es la carencia de espeleo fotogénica de los últimos meses. Necesitaba enzarzarme con las fotos. La proliferación de excéntricas de calcita lanciformes, espadiformes, estandarteformes, anudadas, anilladas, enlazadas, etc… atosigaba.
            Paramos un montón de veces. En cada parada un montón de fotos. Recordaba una excéntrica anudada en forma de ocho sin tocarse el nudo. Pero solo encontré un ocho que se rozaba. Problemas de memoria selectiva. Cada vez que recordamos algo lo recreamos a nuestra manera. Todos los días nos ocurre cien veces. Proust lo descubrió por sí mismo y lo expreso literariamente. Carlos, Alicia y yo teníamos hambre.
            De vuelta en la sala comimos tortitas de maíz, pan bimbo, maicitos, lomo ibérico del DIA, chorizo y discutimos acerca de la ibericidad de los cerdos. ¿Basta con que hayan nacido en España o es necesario que sean comedores asiduos de bellota? De cualquier forma un cerdo es un cerdo aunque formalmente hablaríamos de Sus Scrofa Domestica.  Poco después nos fuimos a ver más cueva.
            Una rampa con varias gateras nos llevo a una sala con cascada lateral cayendo del techo. Por un destrepe alcanzamos otra sala más grande. Más allá apareció una enorme galería en forma de cañón con un surco central serpenteante y estrecho. Aquí yo veo más posibilidades de continuación de las que exhibe la poligonal. Aún más allá trepamos casi hasta el techo por un caos de bloques con más posibilidades de continuación escalando en artificial. Por el fondo una zona laberíntica con multitud de desfondes que habría que mirar cuidadosamente.  En juego está una potencial conexión con la Torca del Mostajo.
            A las cuatro y media tiramos hacia la salida. Las arrastradas habían hecho el efecto adecuado produciendo cansancio de buena calidad en forma de dosis para varios días. En el camino encontramos varios chorros de agua que no existían hace unas horas. Nos esperábamos lo peor.  Y así fue, diluviaba en Matienzo. En las rampas de salida comenzamos a calarnos y cuando salimos al prado nos empapamos a conciencia. El camino de vuelta cuesta arriba y el proceso de cambiarse de ropa fue lo más duro de esta salida. Menos mal que Alicia puso la calefacción de la furgoneta en acción y durante la vuelta a Solares pudimos entrar en calor. Y de allí directamente a casa; sin dudarlo ni un instante. 








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23/10/11

Logos




12/10/2011

El destino y los deseos se entrelazan de tal manera que nunca sabemos por donde va a saltar la liebre.
La instalación de nuevas vías de escalada es una tarea apasionante que requiere buenas dosis de creatividad. Pero para que merezca la pena el esfuerzo de equipar primero hay que encontrar un lugar que reúna las condiciones adecuadas de forma suficiente: buena roca, desnivel de pared suficiente, climatología agradable, aproximación desde los vehículos no excesiva y relación calidad/tiempo de coche alta.
Había salido a buscar algún sitio interesante para escalar en el Valle de Lunada. Aparque cerca del puerto y me interne por una pista hacia el norte. Pronto penetré en un denso bosque de hayas. Al poco de cruzar un collado, aviste al oeste unas paredes de caliza gris. Mientras me acercaba a echarles un vistazo se empezaron a hacer visibles unas paredes grandes al este del valle y decidí cambiar de objetivo. Para alcanzar su base me vi obligado a cruzar un complicado lapiaz salpicado de hayas. Al salir a terreno bueno una hilera de dolinas paralela al sendero me llamó la atención.
Mi motivación había sido encontrar buenas paredes pero, curiosamente, un rato después estaba en las dolinas. Quizás fuera por la piedra limpia con fracturas recientes o por la movilidad de los bloques que la rellenaban pero una de ellas me resultó atractiva. Cuando me acerque lo suficiente a los agujeros que quedaban entre las piedras percibí un flujo de aire aspirado. No era muy intenso pero si sumaba mentalmente todos los recovecos que dejaban libres los bloques se trataba de una buena cantidad de aire.  Aquello pintaba bien. Me dediqué a sacar piedras durante más de una hora como un poseso hasta que al mover un bloque grande me machuque el índice de la mano derecha.






22/10/2011

            El fin de semana del 15 de octubre tuve la oportunidad de enganchar a Miguel en la seductora tarea de sacar piedras de un hoyo. Si hubiéramos tenido un hueco entresemana allí nos habrían encontrado. El producto se vendía bien sin más que nombrar la proximidad a la zona SW de la Red del Gándara. Finalmente fuimos tres: Manu, Miguel y yo.  Aunque me consta que, de no ser por los compromisos adquiridos, una buena parte del SCC se hubiera apuntado también a sacar piedras.
            Nada más llegar al tajo el ojo clínico de Miguel observó un agujero alternativo en la dolina. Mientras se entusiasmaba sacando piedras del nuevo agujero a cinco metros Manu y yo hacíamos lo mismo en el extremo nordeste de la depresión. Al cabo de un rato Miguel desistió del nuevo agujero por la dificultad de arrastrar las piedras fuera. Una vez centrados los tres en el mismo tajo los turnos se sucedieron sin pausa y el que no bregaba abajo extendía las piedras hacia el sur para evitar amontonamientos que luego se desmoronasen.  
            A las dos  de la tarde Manu empezó a presionarnos para comer. En realidad todos teníamos hambre y no nos costo nada irnos a una zona con césped en terreno abierto para sentarnos a mirar el paisaje y terminar con las provisiones.
De nuevo en el tajo pronto la cosa comenzó a complicarse por el tamaño de los bloques que teníamos que sacar y por el peligro de que todo se desmoronase sobre el que estaba abajo. Se impuso eliminar la parte alta del tinglado sacando varios bloques mastadónticos. El último era imposible de mover. Intentamos romperlo de forma contundente pero fracasamos por falta de herramientas adecuadas.
Ya a media tarde lo dejamos con tristeza para darnos un mágico paseo por el hayedo buscando agujeros alternativos en el lapiaz. Una hora después, y mientras volvíamos hacia los coches, preparábamos planes para seguir desobstruyendo el agujero. Parece que nos hace mucha ilusión entrar sea lo que sea lo que nos espere bajo de tierra…  






17/9/11

Tembleque (17/9/2011) Sistema Pozalagua

  Fotos by  Miguel F. Lliria


Es un hecho ajeno a mí que me resulte casi imposible confiar plenamente en los demás. Y sin embargo -reconozco mis contradicciones sin empacho- no tener que asumir responsabilidades de guía, ni estar obligado a pensar en la logística de una travesía espeleológica, me encanta. El que yo y Miguel fuéramos a jugar el rol de clientes mientras que Hugo, y en menor medida Zaca y Pepe, fueran a actuar como líderes del grupo era un hecho nuevo e inusual para mí en esta zona norte. De alguna sutil manera -quizás un psicólogo podría explicárnoslo- esto actuaba perversamente, produciendo un particular cuestionamiento del líder y debilitando la cohesión y concentración del grupo. Me estoy imaginando que todos los integrantes de Espeleo50 esperan que Hugo, al ser el más joven y fuerte,  vaya asumiendo progresivamente mayor responsabilidad en la organización y liderazgo de las salidas; en el fondo creo que es lo que está sucediendo.
Para todos los componentes del grupo, salvo para mí, la integral Perilde ⟾ Goba Haundi constituía un reto pendiente. En una ocasión anterior, creo que hace menos de un año, habían llegado a alcanzar el Lago Verde. Mi objetivo principal era disfrutar al máximo de las bellezas de la cueva, divertirme con los amigos, todo ello sin partirme la crisma y sin cansarme demasiado. En mi fantasía esperaba una travesía fácil, corta, de unas cinco o seis horas a lo más, para poder estar al día siguiente con ánimos de escalar. La realidad se encargaría de convertir mis pretensiones en humo.
A las nueve y media de la mañana me reuní con el resto del grupo en Tertanga, cerca de Orduña, después de haber conducido una hora y media desde Santander. Andaban -dentro de la autocaravana- un poco resacosos, pero no demasiado. Para espabilarles les hablé de un modesto proyecto de exploración con posibilidades de dar con algo interesante. Mientras me comía unas tostadas fabricadas por Pepe uní mis escasas provisiones -galletas y una tarrina de almendras-  al  desayuno general.
Después de subir el Puerto de Orduña y de dar varias vueltas, gastando ruedas y perdiendo un tiempo precioso, todo para satisfacer el capricho de comer pan del día, por fin aparcamos cerca de Perilde. Andaba por allí un grupo muy numeroso de Madrid, pero sus integrantes no parecían decididos a entrar. Nuestros preparativos se hicieron eternos, casi parecían una competición de natación en leche condesada, y cuando vinimos a darnos cuenta estábamos entrando a Cueva Perilde a las doce de la mañana. Teniendo en cuenta que las guías dan unas nueve horas para la travesía entre bocas, teníamos todas las papeletas para tener que bajar de noche el barranco de Goba Haundi.
Acababa de entrar y solo pensaba en salir cuanto antes. Eso fue al principio. Como que no estaba presente en lo que estaba sino en el plácido futuro, en un paisaje tranquilo y boscoso con jirones de niebla dejándose caer. Pero la cueva me fue ganando el corazón hasta que me olvidé del tiempo. Para evitar complicaciones había decidido llevar por toda indumentaria un neopreno de windsurf/3mm. Realmente fue una buena elección por la comodidad de movimientos que proporciona, pero desde el punto de vista del confort térmico resulto insuficiente. Había subestimado la características acuáticas de la travesía. Si alguien ha hecho la tradicional Cuivo ⟾ Mortero de Astrana tendrá una indicación de lo que le espera en esta travesía. Sin embargo las zonas acuáticas del Sistema de Pozalagua son mucho más prolongadas y con varias zonas de natación obligada. Desde el principio hasta el final hay multitud de galerías inundadas y a menos de veinte minutos de la salida todavía hay que cruzar dos lagos nadando.
Los hermosos gours  de gran tamaño abundan en esta cueva. Hay algunos en que el agua te cubre. En realidad los gours gigantes constituyen la clave que hace posible esta travesía, pues originalmente sifonaban la galería principal de Perilde, al ser su represa más alta que ciertas zonas del techo. Los exploradores del Grupo Edelweiss tuvieron que horadar al menos dos, de forma que al bajar bastante su nivel original de aguas liberaron sendos sifones.  Es una bonita historia que puede encontrarse en la web del grupo Edelweiss.



 Fotos by  Miguel F. Lliria



La primera movida ocurrió justo después del Lago Verde cuando me di cuenta que ninguno traía la descripción de la travesía ni tampoco la recordaban. En realidad no sabíamos que tipo de continuación seguía y había tres posibles: subiendo una cuerda a una galería colgada, continuando por un sendero cómodo la galería hacia arriba o forzando el caos de bloques, justo a la salida del lago, por algún camino a descubrir. El no saber lo que estábamos buscando me produjo mucho más estrés que el no encontrarlo.  El personal se disperso totalmente y Zaca encontró la continuación entre los bloques por un paso muy estrecho marcado por una flecha tallada. Enseguida olvidamos todo gracias a la belleza de la continuación; sin embargo la relajación total me abandono. Además después de atravesar el Lago Verde no me sentía confortable. El agua me robó más calor de lo que me esperaba.
La Galería de la Pesca es un laminador lleno de barro casi líquido sumamente desagradable. Una segunda movida ocurrió al final de ésta. Al no verificar con brújula y topo una bifurcación con indicaciones confusas nos fuimos por donde no era. No paso mucho tiempo para que todos los indicadores se nos empezaran a poner en rojo y, finalmente, terminamos en una ratonera. Volvimos hasta la confluencia y verificamos direcciones de galerías y posiciones. A partir de aquí ya no dejaría de comprobar por mí mismo cada posible cambio de galería con topo y brújula. Me había ganado la desconfianza. Por otra parte unas cuantas zonas totalmente acuáticas me habían conducido al tembleque. Cada vez que parábamos estaba deseando reanudar la marcha para calentarme. Hugo empezó a pedir parada para comer; Zaca y Pepe también. Miguel y yo preferíamos seguir y siempre poníamos la excusa de encontrar una zona seca para estar más cómodos. Por fin algo antes de una zona conocida como Los Desfondes paramos. Comí un poco y no esperé a que los demás acabaran, salí de allí corriendo para entrar en calor. Varios días de antibióticos también contribuían al tembleque. Para rematar la faena a los tres cuartos de recorrido de la gran galería de Goba Haundi tuvimos que nadar de nuevo. Me queje amargamente y pase lo más deprisa que pude.
Anochecía cuando alcanzamos la salida. Habíamos tardado siete horas y media en hacer el recorrido, pero aún nos faltaban más de dos horas para terminar del todo. La cosa es que la senda de bajada atraviesa unos prados sumamente inclinados en los que ya ha habido varios accidentes. Para evitar problemas es mejor bajar por el barranco que forma la salida de la cueva. Sin embargo esto implica tener que descender una cascada de sesenta metros, algún pequeño rapel y bastantes resaltes, lo que lleva tiempo de instalación y recogida de cuerdas. Además las piedras del barranco tenían una pátina de algas o líquenes que los hacía, quizás también por la llovizna presente, resbaladizos como el jabón. El caso es que conseguimos, con paciencia y el control de Hugo, bajar hasta un punto en que una pista a la derecha ponía fin a todas las dificultades. Solo restaba caminar plácidamente por el bosque. Un toque mágico se desprendía de las salamandras que invadían el sendero, al abrigo de la noche húmeda y neblinosa.
A las diez y media, plácidamente sentados en la autocaravana, consumíamos pistachos para matar el hambre. A ellos les quedaba subir el Puerto de Orduña para recuperar el coche de Miguel y las barras de pan. A mí, conducir hasta Santander pasando más hambre que un gitano.






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11/9/11

Flecos (11/9/2011)





Cueva del Torno

Un día del pasado Junio las circunstancias nos obligaron a cambiar el plan de visitar Vallina Remota por el más modesto de la Cueva del Torno. En esa ocasión Pelos y yo descubrimos -mientras hurgábamos en las galerías que se aproximan a Cueva Riaño recientemente descubiertas por los británicos-  una galería superior con formaciones blancas. Le comuniqué a Peter Smith nuestro pequeño descubrimiento y quedamos para, en algún momento del verano, explorarla con detenimiento.
El primer fin de semana de Septiembre, exactamente el domingo 4/9/2011, en la plaza de Solórzano me encontré con Peter para realizar la proyectada visita al Torno. Debatimos dos posibilidades para aproximarnos hasta Torno Chamber. Una por la zona fósil y otra directamente por el río. Escogimos la última, pensando que la cantidad de agua sería mínima y que mojarse un poco tampoco tendría importancia. Por el camino Peter me mostró un bypass, en la zona del meandro desfondado, que ahorra bastante esfuerzo. En una hora, más o menos, nos encontrábamos bajo la galería vislumbrada por Pelos y yo.  
Dejé la saca en la base de la trepada -justo en la amplia galería meandrosa por la que habíamos venido- para evitar engorros en las estrecheces. Peter no llevaba saca. Buscando eludir lo peor de la trepada intenté, primero, subir por un camino alternativo que se revelo muy problemático: un gran bloque que teníamos que sortear escalando por su izquierda se movió al tocarlo. Decidimos que era mejor usar lo malo conocido que lo peor por conocer.
El tránsito por la nueva zona nos llevo primero a una pequeña sala con concreciones blancas. La tónica dominante de la nueva galería consistía en grandes bloques recubiertos de una capa de tierra sedimentada. Se trataba de una sucesión de ensanches -llamémoslas salas- interceptadas por pasos más estrechos y/o con cierta complicación. Finalmente todas las posibles prolongaciones se colmataban por sedimentos. Varios pozos evidentes quedaron sin poder bajarse. Sin embargo al volver, en un recodo, observamos una bajada hacia el nivel inferior.Destrepando con cuidado entre corales y formaciones alcanzamos la continuación de la galería principal más allá de los derrumbes.
Por supuesto esta galería si que estaba explorada. No había dificultades ni desviaciones hasta una pequeña trepada equipada con una cuerda con nudos. A la derecha abandonamos alguna posibilidad de continuación, pero nosotros seguimos por el camino más transitado y evidente. Desembocando en una amplia sala comprobamos varias posibles continuaciones hasta que dimos con la que parecía mejor: un pequeño pozo que no pudimos bajar por no llevar equipo vertical.



Agujero Soplador

          Hace como un año algunos integrantes de Espeleo50 alquilaron una casa en Soba. Durante su estancia descubrieron en mitad de un prado un agujero que exhalaba un fuerte soplo helado. Les quedo la curiosidad de echarle un vistazo, ya que el escandaloso soplo auguraba algo importante bajo tierra. Mi amigo Miguel era el más curioso de todos y un día de la primavera pasada fuimos a Soba con intenciones de entrar en el agujero. El propietario del prado nos dijo que nunca nadie había entrado a ese agujero. Parecía una perita en dulce. Sin embargo ese mismo día descubrimos dos cosas:

1)   El agujero era bastante estrecho y se convertía mediante un incómodo paso en un pozo.
2)   Había cuerdas en el pozo

¿de quien serían las cuerdas? ¿cuánto tiempo llevarían allí?

El segundo fin de semana de Septiembre (domingo 11/9/2011) me reuní con Miguel en Solares para entrar en el  dichoso agujero a satisfacer nuestra insaciable curiosidad. A las nueve ya estábamos aparcando en las cercanías. Nos llevo poco tiempo prepararnos y aproximarnos. Equivocadamente dejamos en la entrada una saca con cuerdas y algún material de instalación. Pasada las primeras estrecheces un pozo de apenas diez metros -destrepables con cierto riesgo- daba paso a una pequeña sala llena de derrumbes. La cuerda se colaba por el fondo de la sala entre una zona sólida y una rampa con bastantes derrubios que amenazaban taponar el paso. En previsión de problemas procedimos a retirar abundantes piedras, calzamos un gran bloque que se movía y fraccionamos la cuerda mediante un cordino a un puente natural. Miguel tuvo que volver a por la saca.
Un pozo ramposo bastante corto nos depositó en otra salita. La misma cuerda de antes volvía a colarse por el fondo entre piedras. Esta vez se trataba solo de una gatera seguida por una rampa y enseguida se llegaba a un ensanche del que solo podía salirse por la cabecera de otro pozo. Este nuevo pozo, por fin, se veía limpio e invitador. Estábamos en ascuas.
Dos fraccionamientos nos llevaron a un hundimiento. Se salía de éste por una ventana que daba a un pozo paralelo con forma de diaclasa. El fondo estaba tapizado de tierra y por un lateral se había hecho un duro trabajo de desobstrucción que produjo una gatera  modélica. Parecía que casi toda la corriente se encarrilaba por la gatera. Pero yo hubiera jurado que no toda. Al otro lado nos esperaba un chimenea adiaclasada con varios puntos interesantes.
El más llamativo era un estrecho pozo, bien sobado por el paso de exploradores, por el que parecía continuar la historia. Aunque hacían falta tornillos y chapas se podía destrepar sin problemas. Bajé hasta el fondo y comprobé que estaba tapizado de tierra compactada. Ninguna posibilidad por ahí. Unos metros más arriba, mientras iba trepando de nuevo, descubrí uno de los orígenes del soplo. Una estrecha fisura, menos de un palmo de anchura, se prolongaba sin que pudiera verse ningún ensanchamiento cercano. Descorazonador. Dedicamos un buen rato a mirar otras tres posibilidades: una trepada hacia las alturas buscando una ventana, otra hacia el extremo de la diaclasa y un meandrillo descendente que acababa en un lecho de guijarros. Por este último también se percibía un ligero soplo. En definitiva trabajo y más trabajo. De lo que no pudimos asegurarnos fue de la identidad de los exploradores aunque nuestra principal elucubración es que se trate de los mismos franceses que exploran la Red del Gándara.


Los Gorgullones

Era temprano aún y, en vista de que nos quedaban ganas de actividad, ese mismo domingo, 11/9/2011, fuimos a visitar una cueva en la que me había interesado hace más de diez años, en un tiempo en que el Sistema del Lobo era uno de mis preferidos.  
Un viaje bien corto nos llevo a aparcar el coche en un ensanche de la carretera a La Sía cerca de la desviación a las cabañas de Zucía.  Echamos un vistazo a los dibujos que tenía en las fotocopias y calculamos que un poco más allá, y algo por debajo de la carretera,  debía encontrarse la salida de Los Gorgullones. Se trata de un resurgencia así que debíamos buscar una vaguada con bloques y gravas.
Después de un rato peinando la zona habíamos encontrado de todo incluyendo sacos con cadáveres, paraguas, motores, neveras, bidones y de todo lo que uno pueda imaginar. También un hermoso bosque de hayas centenarias que me recordó los que se encuentran cerca de la Cueva del Lobo. A la media hora, más o menos, dejé de oír a Miguel. Le llamé a voces hasta que escuche una débil llamada. Unos cien metros hacia el este y en horizontal me reencontré con Miguel justo en la surgencia.
El laminador que da acceso al interior conducía una fuerte corriente de aire muy frío y un par de tubos de agua potable. Acompañamos a los tubos durante los primeros doscientos o trescientos metros hacia el interior, sembrados de pasos estrechos y de zonas laminadas o muy bajas, y en general comprobamos que no se trata de una cueva cómoda, pero si de una cueva relativamente limpia. 



La cueva, sin ser nada especial en cuanto a formaciones, posee cierto encanto. La limpieza de sus conductos y las formas talladas por el agua son algunos de esos encantos. Aguas arriba del torrente tuvimos que superar un paso agaterado, casi en el techo de la galería y bastante técnico, antes de encontrar la confluencia con la galería principal de la cueva. Por esta galería discurre el río más importante de la cavidad, siendo la surgencia de Los Gorgullones un trop-plein del sistema. Nos topamos enseguida con un pequeño lago represado que servía como fuente para las conducciones de agua potable. Para ser finales de verano podía considerarse que el torrente subterráneo traía un buen caudal.
Uno debería saber que aunque la pendiente sea poca siempre cuesta más subir y desde luego íbamos subiendo.  Algo más allá de la represa el terreno resultaba más cómodo, e incluso durante un tramo notable no tuvimos que reptar. Sin embargo siempre había trepadas, destrepes y pasos de embalsamientos con aguas profundas para los que había que emplearse a fondo. Empecé a cansarme de esta tónica y me puse remolón. Miguel me iba animando a ir siempre un poco más lejos. Finalmente llegamos a un punto en que unos laminadores acuáticos requerían mojarse y en este caso estuvimos de acuerdo los dos: no queríamos mojarnos.
En poco tiempo estábamos fuera y como seguía siendo temprano fuimos a tomarnos unas cervezas a La Gándara. Entre unas cosas y otras hicimos algunos planes para las próximas semanas. Para variar: no más que algo de espeleo.   


30/8/11

Neve (30/8/2011)


Así comenzó:

Un viaje varias veces pospuesto en los últimos años, otro viaje cancelado por la imposibilidad de cuadrarlo todo durante el verano del 2011; además se presentaron varios asuntos familiares que se agolpaban exigiendo solución en agosto. Mil ataduras que costaba escribir entre paréntesis contribuían a llenar aún más el saco. Y, finalmente, encajar la cuenta de gastos de las vacaciones no fue un asunto menor. Pero, a pesar  de todo ello, allí estaba, mejor dicho estábamos, contemplando como se empequeñecían a nuestras espaldas la bahía de Mindelo y los extraños picos volcánicos que la dominan por el oeste y el nordeste, a los que se encaraman una multitud de coloridas casitas, verdes, amarillas, azules, naranjas, que le dan su sabor caboverdiano característico. Simultáneamente la enigmática isla de Santo Antão, medio oculta entre nieblas y masas nubosas, se acercaba lentamente por el norte. A menudo me admiraba viendo los peces voladores emerger súbitamente del mar con un rápido aleteo que los alejaba, espantados, del rumbo del ferry.  Atrás habían quedado tres pesados vuelos y un par de noches en Mindelo.
No todo fue fácil en Santo Antão. Conseguir un coche para poder moverse libremente no era barato ni sencillo. Finalmente pudimos conseguir uno pequeño, imprescindible que fuese todo terreno, por un precio aceptable aunque, en claro contraste, el hotel de Porto Novo era relativamente económico, luminoso y limpio y en su agradable restaurante cocinaban bastante bien. Algunas veces comimos allí contemplado los lejanos conos volcánicos encuadrados entre el mar, bravo casi siempre, y las perennes nubes que me hacían soñar con valles perdidos y ocultos a las miradas del mundo.  El intenso sabor de los pequeños mangos conseguía volverme a la realidad en muchas ocasiones. En la plaza principal de la capital isleña las hermosas muchachas mulatas, café con leche, intensamente oscuras e incluso blancas, probaban a enamorar a los jóvenes, quienes mostraban sin excepción cuerpos elegantes y fibrosos.  Así, practicaban el acercamiento, el roce, las miradas, el abrazo fraternal generoso, el jugueteo con el varón… todo ello en medio del ronroneo de la dulce música caboverdiana y el rumor de las olas que rompían en la cercana playa.






Durante varios días exploramos la isla siguiendo las carreteras empedradas con oscuros adoquines de basalto, las pistas de tierra asentada, las rodadas de conducción difícil y peligrosa y, en pocas ocasiones, algunos kilómetros de carreteras recientemente asfaltadas. Así descubrimos paisajes sin parangón entre altos picos volcánicos, abruptos, cortados por barrancos profundos, a veces áridos como la Luna y otras verdes y selváticos, en ocasiones incapaces de mantener a unas famélicas cabras o fértiles hasta la exuberancia en otras. Cumbres cónicas y, la más de las veces, formando agujas, inexpugnables por todas sus caras, pintadas de marrones u oscuros rojizos y casi siempre surcadas por filones de duras andesitas o basaltos compactos. Lugares, valles, con música en sus nombres que se ha quedado haciendo ecos en mi interior, Chã de Norte, Ribeira da Cruz, Tarrafal de Monte Trigo, Coculi, Ribeira Grande, Chã de Igreja, Paúl, Chã de Morte, Ponta do Sol, Manta Velha, Ponte Sul, Lagedos, Sinagoga, Vila das Pombas, Pontinha de Janela… Un día tuvimos la suerte de conocer en Ponta do Sol a Eduardo y Lea. Los verticales acantilados se precipitaban desde más arriba de la base de las nubes hasta la inmensidad del Atlántico, y éste se extendía sin obstáculos hasta las costas de América. Los barrancos ocultaban sus secretos entre la niebla y los perros dormitaban enroscados sobre sí mismos, aburridos hasta el hartazgo sobre las aceras y los empedrados de las carreteras, hasta que un coche, o un caminante distraído, les sacaba de su ensoñación casi perpetua.




         Se apoderó de nosotros una necesidad de saborear, casi diría de rumiar con calma, nuestras últimas correrías por la isla, los paseos a pié y las rutas con nuestro pequeño 4x4. Una borrachera total de imágenes se sucedían apretadamente empujándose unas a otras mientras, tendido en la desnuda y blanca habitación de Ponta do Sol, me dejaba acunar por la fresca brisa preñada de rumores del puertecillo. La casa de Eduardo y Lea me hacía sentir confortable, casi familiar, y su espacioso apartamento azul nos permitió extender todas las cosas en un confuso orden. Durante varios días cayeron lluvias torrenciales y la lectura fue nuestra principal, y casi única, ocupación. Tenía un libro gordo -y de difícil lectura- y otro más reducido y agradable. A veces leía cualquier cosa en la oficina de Eduardo, siempre relacionada con el descenso de barrancos, el buceo o la escalada. 




Aquellos días muchos pueblos de Santo Antão perdieron sus posibilidades de comunicación rodada. Un día caminamos desde Manta Velha hasta Ponta do Sol a lo largo de la costa. El abrupto camino pasaba por varios poblados de pescadores: Cruzinha da Garça, Formiguinhas, Corvo… La pista a Cruzinha da Garça había dejado de existir y el cauce de un torrente ocupaba ahora su sitio en el fondo del barranco. Nos llevó siete horas acabar la excursión, al principio saltando el torrente infinidad de veces y luego por la inacabable sucesión de ascensos y bajadas del antiguo camino empedrado a Cruzinhas.  El cansancio, junto con el intenso sol, me dejó un poco tocado durante un tiempo. Unos días después salió el sol, entre los vapores de un calor sofocante y los cortos chaparrones que se sucedían a intervalos. Nos acercamos por el camino de Fontainhas hasta un banco de columnas basálticas con algunas vías de escalada. El tiempo transcurría sin prisas y una familia de caboverdianos se sentó a mirar. Les invité a probar; sonrieron agradecidos y rehusaron la invitación. Tampoco quisieron probar unas francesas, madre e hija, que caminaban ilusionadas hacia Fontainhas preguntándose/nos si estaba lejos, si había mucho desnivel, qué cuanto se tardaba...
Por fin, el último día que nos quedaba para estar en Santo Antão, el tiempo se presentó benéfico y claro. Los barrancos habían drenado una gran parte de las fuertes lluvias recientes. A las seis y media desayuné sin ninguna gana, apenas un té, y poco después un colectivo vino a recogernos. Pronto nos dimos cuenta de lo afortunados que habíamos estado al haber tenido la paciencia de esperar el día adecuado para descender el número uno. Porque eso es lo que le había pedido a Eduardo hace unos días: que nos guiase en el descenso del más bello cañón de la isla. Me conformaba solo con uno, pero inolvidable. Y él, lo tuvo claro desde el primer momento: el number one era el Neve (Niebla)




Ahora, por añadidura, no solo íbamos a recorrer el más hermoso barranco de Santo Antão, sino que íbamos a hacerlo el día perfecto. Su belleza ya comenzaba en los lejanos preliminares. La antigua carretera empedrada de Ribeira Grande a Porto Novo es una obra de arte incrustada en un paisaje onírico. Piedra a piedra y adoquín a adoquín, de forma manual, la calzada, los arcenes y los quitamiedos se materializaron para llegar a formar parte de la propia Naturaleza. La exuberancia tropical -mangos, papayas, plataneras, yacas, ñames y caña de azúcar- va dando paso a los frutales de climas más frescos, manzanas y membrillos, para convertirse arriba, ya por encima de los mil metros, en bosques de coníferas, chorreantes de humedad por las nieblas. A principios del siglo pasado los portugueses construyeron las primeras carreteras y senderos empedrados de la isla. Se encaraman de forma inverosímil por cordales con abismos a ambos lados, mediante tallados en la roca y zigzagueantes tramos que se acercan a la vertical.
Aunque estaba un poco nervioso comprendí que la incertidumbre de las verticales y del caudal del Neve eran hechos que también pondrían en alerta a cualquiera, incluyendo a nuestro guía, que tenía la responsabilidad de que todo fuera bien. Por eso llevábamos cinco cuerdas de entre sesenta y setenta metros. Cada uno portaba una cuerda en la saca, excepto Blaise, que llevaba dos. Aparte de eso, Eduardo llevaba un conjunto de elementos de seguridad y de medidas de contingencia que acumulaban todavía más carga en su petate.
Dejándome llevar en el ascenso a Cova Cráter y en montaña rusa hasta el Pico da Cruz disfruté del paisaje. Mientras, la clara luz de primeras horas de la mañana, conseguía que los infinitos detalles del relieve se mostrasen nítidos. Desde esta atalaya, a unos mil quinientos metros de altitud, se dominaba la mayor parte de la zona oriental de la isla. Contemplar sus verdes y exuberantes valles, los oscuros barrancos que se hundían vestidos de vegetación en las entrañas de la tierra y, sobre todo, las nieblas que salpicaban las cumbres, me devolvió parte de la calma. Media hora antes de alcanzar el cauce del Neve, pasamos por una aldea rebosante de vida. Justo en la senda de acceso a las primeras cabañas, sobre una fina arista herbosa apenas más ancha que el sendero, una burra joven y su burrito -ya casi burro- ocupaban el lugar de paso. Los cambios de tono de su pelaje, desde un blanco casi níveo, pasando por varios tonos de marrón y rubio, y llegando al gris ceniciento oscuro, me causaron asombro. Y todavía más que los animales estuvieran tan limpios.  Uno de los perros de la aldea nos saludo cantando a aullidos mientras el guía comentaba que era mejor no mirarles fijamente a los ojos. De cualquier forma son perritos bastante tranquilos y la gente los tiene como mascotas más que como pastores. Bajo la enramada de una cabaña, unas chicas jóvenes con niños nos saludaron a voces y una mujer le preguntó a Eduardo en criollo si le había traído algo. Pero la ropa que tenía reservada para estas gentes se le había olvidado en casa.  Se me quedó ronroneando en la cabeza que éste era un lugar hermoso.



El Neve trae más agua que las otras veces que lo he descendido -dijo Eduardo. Esto me produjo una incómoda inquietud. Ni por asomo me sentía seguro y no me hubiera opuesto a transformar el descenso del cañón en una simple caminata hacia el Valle de Paúl. Actualmente siento que me mueve más la belleza y la curiosidad, llámese espíritu de exploración, que las descargas de adrenalina. Aunque reconozco que a veces viene bien algún latigazo a la mente adormecida.  En Santo Antão esperar un rescate o algún tipo de ayuda exterior, estando en un cañón, es impensable.
Los resbaladizos cantos rodados, entremezclados con las plantas semiacuáticas y los helechos, comenzaron a requerir una atención continua. El primer rapel, de sesenta metros, recorría un tubo tapizado de verde de unos diez metros de diámetro.  Una vez bajada ésta vertical no habría vuelta atrás. Las fijaciones estaban machacadas a pedradas por algún niño gallito de una aldea cercana, según Eduardo para alardear ante sus amigos. El guía me había asignado la tarea de desmontar los nudos y mosquetones de reaseguro, es decir yo descendería siempre el último de los cuatro. Cuando me tocó el turno me di cuenta que tendría que colgarme de una sola fijación machacada a pedradas y con el tornillo oxidado. No quería asumir ese riesgo. Quizás si se hubiera tratado de una vertical corta no me hubiera afectado tener que colgarme de una sola de ellas, pero la vertical se veía enorme, así que añadí en la otra fijación un pequeño maillón de rosca. A pesar de que ambos pasadores actuaban con los ejes paralelos y de que había desentrelazado las cuerdas, éstas se negaron a ser recuperadas. En un primer momento pareció que las cosas se nos estaban torciendo. Después de varios intentos, en que llegamos a colgarnos tres personas de la cuerda, se impuso un momento de reflexión. Vimos que las cuerdas se apretaban en una acanaladura, arriba del todo, y al desentrelazarlas pudimos recuperarlas, aun con bastante esfuerzo.



El ambiente del cañón se iba haciendo más formidable y sombrío pero la sonrisa nos había vuelto a los labios. Las verticales de menos de veinte metros que conducían hacia los Oscuros me parecieron divertidas, casi amables. A veces había que nadar pero como el agua estaba templada resultaba agradable. La chispeante vegetación colgada, entremezclada con la poca luz que se abría paso zigzagueando desde muy arriba, producía un efecto óptico fascinante. A veces la niebla dejaba caer una fina lluvia, que no conseguíamos distinguir de los goteos y chorrillos que rezumaban las paredes por doquier. Recuerdo un par de toboganes que comencé a descender con cierta aprensión para terminar divirtiéndome como un enano y luego una sucesión de dos verticales, seguidas de sendas marmitas profundas, que encadenamos nadando y rapelando.  No había tomado nada desde el té del desayuno y me comí un bocadillo de queso de cabra local con membrillo también local. Sin embargo apenas tenía hambre. Creo que la sensación de inseguridad en el cañón me hacía preferir seguir con el estómago casi vacío. En esos momentos faltaba solo una media hora para la cascada de doscientos cincuenta metros.
Los estrechos del cañón terminaron, de la forma más abrupta que cabe imaginar, desembocando directamente sobre la gran cascada en mitad de la pared. Antes de comenzar la bajada Eduardo nos dio un repaso pormenorizado de la logística, parte fundamental de la cual consistía en usar su reloj acuático y antigolpes -que yo me puse- para dar tiempos establecidos a cada uno de los que íbamos a bajar. En la primera vertical, de más de treinta metros, te ves obligado a ir, junto con el agua, por un tubo que va disminuyendo de diámetro y aumentando de pendiente, hasta hacerse vertical a unos diez metros del comienzo. La configuración geométrica del descenso y el estruendo impide que pueda haber comunicación verbal o visual alguna. Por lo tanto el tiempo establecido para bajar, junto con la propia distensión de la cuerda, son los mejores indicadores de que las cuerdas han quedado libres. En principio el guía estimó que con diez minutos por persona sería suficiente. Como yo iba a ser el último tenía que controlar el tiempo de bajada a todos. 




Con cierta aprensión vi como desaparecía Eduardo en la suave curva hacia la derecha por la que se encarrilaban agua y cuerdas. A los seis minutos noté cómo la tensión disminuía y tiré para ver si estaban liberadas las cuerdas. Cada medio minuto lo hacía de nuevo hasta que noté que no colgaba nadie. Le tocó el turno a Blaise, que fue tragado por la cascada a gran velocidad. Unos cinco minutos después la cuerda no tenía ninguna tensión y comenzó su bajada Marisa. Pasados diez minutos la cuerda no estaba libre y mi inquietud iba en aumento. Si ocurría algo mi impotencia sería absoluta. Después de un tiempo interminable, a los trece minutos, la cuerda se liberó y comencé mi descenso bastante nervioso. Para controlar la bajada puse perpendiculares a la pared las piernas con los pies bien apoyados, permitiendo que el agua pasase libremente barriéndome hasta media pierna; a los veinte metros me salí a la izquierda para eludir el fuerte impacto directo, y unos diez metros más abajo realicé un péndulo rápido a la derecha, atravesando la caída directa del agua, para alcanzar “El Palomar”, primer relevo de cuerdas en el descenso. De contento que me puse entré a la reunión medio aullando y más aún cuando vi que desde aquí se podía contemplar a placer todo el resto de la bajada. La geometría cóncava de la pared le daba un carácter más tranquilizador, permitiendo una buena comunicación. Aunque estábamos fuera de la trayectoria de la cascada, nos caía una fina llovizna.  Intenté hacer fotos pero no era fácil y sólo conseguí resultados mediocres. Setenta metros más abajo llegue a “Vientos Húmedos”, segundo relevo, encontrando las cuerdas rojas puestas. Blaise y el guía se habían bajado hasta la última reunión y allí solo quedaba Marisa. Recuperamos las cuerdas amarillas y ella las bajó colgando de su arnés hasta “No te veo” para utilizarlas en el último rápel. Las principales dificultades habían terminado y mientras esperaba mi turno miré hacia abajo. Visibles al pie de la pared había unos niños escandalosos; con seguridad de las aldeas valle abajo, donde hay fértiles cultivos de frutales, caña de azúcar y también café. Eduardo les gritó para que se apartasen, previniendo posible caída de piedras. 




Sin las sombras del tiempo, sumergido en la frondosidad, en cada paso sintiendo el peso posarse suavemente, cuesta abajo, enroscando mis deseos entre los mangos, los frutapaos, las papayas, los cultivos de caña, como un flujo preciso y leve, como si aún no hubiésemos sido expulsados del Edén. Encontramos a los niños bañándose en una gran balsa rodeada de árboles magníficos. Por un momento tuve envidia de una infancia vivida en un lugar así, en medio de una Naturaleza lujuriosa. El valle nos condujo serpenteando hasta un puente de la carretera costera, justo a la entrada de Ribeira de Neve.
Envuelto por las luces del atardecer, ya en Mindelo varios días después, y a breves horas de tomar el vuelo de vuelta a Europa, no había salido aún de ese estado de satisfacción que me regaló la isla de Santo Antão y el descenso del Neve. Es una de esas cosas que haces en la vida quizás solo una vez, pero que recordarás siempre, hasta que te toque abandonar esta existencia y todos los recuerdos personales se fundan en el gran flujo de la Vida. 

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