I.
Ayer nos reunimos en el Polideportivo de la Universidad Noelia, Pablo, Eduardo, Rafael, Julio y Susana. Tardamos en fijar el objetivo de la salida. Por un lado estaba el tema de Mazo Chico - Crucero. Descartado por demasiada gente y demasiada complicación. El paso que puede sifonar está aun sin desobstruir. Por otro lado se barajaba la posibilidad de ir al Cuivo – Mortero. A mi no me apetecía por demasiado remojón de agua fría, todo el tiempo con neopreno. Finalmente la posibilidad que prospero fue la travesía Torca del Hombre – Río Munio. Travesía corta y sencilla, la dificultad esta en las dos horas y media de aproximación por un cuestón tremendo. La torca está en el Helguerón.
Nadie tenía ganas de pensar en preparativos de espeleo. Como cualquier otro viernes por la noche. Sin embargo Julio llevo a Susana a su casa (tenía prisa por preparar los trastos de la salida). Luego se junto conmigo, Pablo y Noelia en el bar de enfrente del Polideportivo. Estuvimos hablando de viajes. Entre otros de la ascensión de Pablo y Noelia al Kilimanjaro. Aclimatación súbita a la altitud es la técnica utilizada por los organizadores del treking. También hablamos de mi primer viaje de buceo al Mar Rojo. Pececitos de colores. La envidia de todo el mundo al que se lo cuento.
II.
Hemos quedado a las ocho y media en la gasolinera Adelma de Hoznayo. Voy muy retrasado. Me llaman para requedar en Solares. Pero al final volvemos a quedar en Hoznayo. Moisés y Susana vuelven a Santander a por algo que se les ha olvidado. Volvemos a quedar en Arredondo.
Rafael, Eduardo, Manu y Julio vienen en mi coche. Nos vamos por Ramales. Moisés y Susana van por Alisas. En Arredondo Manu se compra un bocata y vemos a Moisés pasar de largo hacia Asón. Andamos al traspiés.
Finalmente nos encontramos en el aparcamiento de Asón. Lleno de vida. Hay mucha gente comenzando excursiones. Nos enrollamos a preparar cosas: reparto de colectivo: cuerdas de 60, 40 y 45, equipo de espitar y dos morcillas de carburo. Ya parece todo preparado. Nos vamos suavemente hacia Rolacías.
En la primera casa esta un hombre muy mayor que vive con tres ancianos más y un niño que podría ser su nieto. Este hombre me llama poderosamente la atención siempre que le veo. Su forma elegante de envejecer. Su mirada es intensa y clara. La mayoría de los ancianos a los que miro a los ojos me devuelven una mirada sin brillo en la que no deseas bucear. En la segunda casa no aparece nadie. Ni siquiera los perros. Seguimos adelante.
Entramos en el bosque. Moisés lleva su pequeña Olympus en ristre. Se adelanta y se pone a los laterales para hacernos fotos. Finalmente dejo de hablar. Así me canso menos. El bosque esta seco. Parece verano en vez de otoño.
Al llegar a la confluencia del barranco que viene de la Sota paramos. El calor arrecia. Comienza a escucharse un ruido que va aumentando de volumen. Al principio pensamos en algo volador. Enseguida descubrimos nuestro error. Empiezan a llegar motos de trial que nos sobrepasan y siguen hacia arriba. Tras un primera tanda de unas quince motos viene una segunda tanda y después una tercera y después un cuarta y después... Finalmente llegan algunos rezagados. En particular llega uno que anda algo mal. Un par de compañeros le van esperando.
Hemos salido del bosque. El sol nos castiga sin misericordia. Seguimos muy de cerca al motorista rezagado y varias veces le adelantamos en sus descansos. Las motos se han acumulado en un tramo de la senda algo vertiginoso. Vamos ganado altura como podemos. Finalmente nos separamos de la ruta principal, por la que siguen las motos, y nos metemos hacia el Helguerón.
Hacemos un descanso bajo la sombra del contrafuerte que sostiene la meseta del Helguerón. Al poco llegan Julio y Susana. Nos ponemos en marcha hacia las cabañas. Desde la última penetramos en el bosque de hayas que llena un pequeño vallecito. Cruzándolo en diagonal hacia su margen derecho y siguiendo la pequeña pared que lo cierra nos encontramos con la boca de la Torca del Hombre. Aspira aire de forma manifiesta.
Comemos. Nos preparamos. Un colchón de hojas de haya se traga los objetos...
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III.
Al comienzo todo va pesado. Yo también llevo algo que pesa. Me veo dando voces a Manu, que viene detrás ayudando a las cuerdas a moverse. Tardan. Empiezo a pensar que saldremos tardísimo por la boca de Río Munio. A las doce de la noche quizás. Preparo el primer pozo pasando la cuerda de sesenta por los dos maillons en vez de atar extremos y lanzar el mazo. De esa forma baja uniforme por el aéreo sin posibilidad de engancharse. Por fin consigo terminar. Manu me está mirando. Le doy las últimas recomendaciones. Me bajo en el ascensor.
Rafael baja al cabo de un rato. Eduardo tarda tanto que me inquieto: aterriza con las cuerdas liadas a todos los trastos que lleva. Ha estado haciendo fotos. Julio y Manu aterrizan sin novedad. El pozo, de casi sesenta metros, es un disfrute.
Siempre que comienzo una travesía me inquieta la no marcha atrás. Los anclajes del segundo pozo (12m) están muy oxidados y cutres. Los del tercero (8m) tampoco están mejores. Luego busco los del último pozo. Me cuesta un par de minutos recordar que hay que destrepar por un estrecho meandro unos metros y luego recorrerlo hasta alcanzar la cabecera.
Algunos anclajes de este cuarto pozo están en pésimo estado. Sobre todo uno de los maillons que aseguran el pasamanos se ha reducido a un montón de óxido a punto de cascar. Por suerte los anclajes fundamentales del pozo son parabolts que exhiben una salud pasable. De cualquier forma es una travesía que, en breve, deberá reinstalarse con acero inoxidable.
Este pozo (de entre 30 y 40 metros) te deposita en una sala cubierta de bloques al fondo de la cual murmura un arroyo. El recorrido principal sigue este arroyo hasta su confluencia con el torrente de Río Munio. Conlleva el paso de algunos laminadores bajos que, a veces, sifonan en crecidas. En principio esta ruta, que ya hice con César hace unos años, es la usual. Pero existe otra. Al llegar a una sala mediana el arroyo continua por una amplia galería de techo bajo. Sin embargo la aparición de unos hitos que nos sacan del arroyo nos engatusa. Los seguimos.
Al principio resulta muy evidente el recorrido. Varias anchas galerías. Pero de pronto todo se acaba en un cul de sac. Volvemos atrás y rebuscando unos segundos encontramos la continuación. Toda la corriente de aire se va por una pequeña galería. Una sucesión de estrecheces y salitas nos lleva por un camino ascendente hasta una ventana arenosa sobre el Río Munio. Hemos llegado al Balcón. Un resalte de unos quince metros equipado con dos fijaciones nos permite alcanzar el río.
Nos queda un paseo por anchas galerías acompañando al Río Munio. Sorteando los pequeños lagos que se forman. Y cuidando de no resbalar sobre la arenisca pulida o sobre los bloques. Especialmente resbaladizas son las rocas de la salida, húmedas y con una pátina vegetal.
Son las seis. Hemos tardado mucho menos de lo que esperaba. Nos desperezamos en la agradable tarde otoñal. Pero no nos dormimos. Comenzamos el descenso que haremos sin pausa hasta el aparcamiento. Mientras nos cambiamos, junto a la carretera, aparece un viejo compañero de escaladas y charlamos de todo un poco. Terminamos tomando unas cervezas en el bar Coventosa de Asón. Y, luego ya, escuchando blues de Tom Waits mientras volvemos hacia Santander.