Las previsiones de la meteo son malas. Lloverá y estará muy cubierto desde el viernes por la tarde, empeorando el sábado y el domingo. El viernes por la noche en contra de lo que espero se apuntan diez personas a la actividad Toño/Cañuela. Se dividirá al conjunto en dos equipos independientes. Es una situación trabajosa. Localizamos cuerdas para dos grupos y comprobamos la longitud de algunas, tarea en la que me ayudan varios miembros del SCC junto al local de material. Hacemos acopio de carburo en bagas y bolsas de plástico. Es claro que dos equipos de cinco tardarán un poco más de lo que tardaría un solo equipo de cinco. Uno de diez podría llegar a tardar más del doble. Nos vamos a tomar unas cervezas. Acabamos en el White Shoe tomando cerveza Judas y hablando de filosofía.
El sábado llueve bastante. Nadie llama para desquedar. Por el contrario Elena me confirma su presencia en la expedición. La noche del sábado llueve aún más. Y el domingo amanece con chubascos intermitentes. Pero nadie avisa de que no va. A las ocho de la mañana nos reunimos todos en Solares salvo J. Miguel que llama a última hora para comunicar que no puede venir. En total somos nueve. Les conmino a que hagan fuerza mental para que no tengamos lluvia a la subida. La fe nos creará un túnel en el vacío universal. Y llueve mucho. Al rato estamos preparándonos en la casa que queda junto al inicio de la subida a la Cañuela. Hay un porche en la entrada del pajar. Sigue lloviendo. Última oportunidad para cambiar de rumbo. Pero una fuerza nos anima a seguir.
Dejamos dos coches abajo, el de Amelia y el de Moisés, y subimos a Socueva con los de Eva y Javier. Al llegar a Socueva ha dejado de llover. Heredamos un ambiente tropical, húmedo y templado. La subida con sudor se hace. Algunos preguntan que cuanto falta para llegar. Mis respuestas a Javier no son creídas. Cinco minutos. Siempre dices cinco minutos... ya me sé yo esos cinco minutos... se convierten en media hora... o una hora... La niebla se cierra en cuanto entramos en la zona de prados. Me oriento por las sendas, las cabañas y el viento. Cuando estamos llegando a la cabaña de Toño, se nos aparece un grupo de gente joven que la ha alquilado. Esta arreglándola y tienen un burro. Nos confirman que estamos en la sima justo.
El equipo formado por Julio, Elena, Amelia, Javier y yo mismo entra en primer lugar. Noelia se niega a venir conmigo afirmando que Moisés es compasivo y yo no. Además de Noelia a Moisés le acompañan Eva y Susana. Todo chicas. Moisés necesitará también alguna compasión. Se lo van a merendar enterito entre las tres. Está muy apetitoso. Aumenta el tono de chascarrillo pero yo ya me he puesto las pilas y pongo al grupo en acción. Bajo el primer pozo. Las paredes son de un blanco cremoso y deslizante. Hay multitud de arañas. Julio me pasa la otra cuerda y bajo el segundo pozo. Creía que el tercero es uno de los grandes. Pero solo tiene diez metros. El cuarto pozo es grande. Ponemos las dos cuerdas y bajo deslizándome con rapidez. Espero a que bajen todos. Continuamos por una ventana que da acceso a un pozo cortito. Es el preámbulo de la estrechez vertical. Entro en la estrechez por un pasamanos algo descendente. La estrechez no es ni la sombra de lo que fue. Solo se merece el adjetivo de incómoda. Un poco nerviosa, Amelia pasa tras de mi. Le indico que destrepe hasta el inicio de la travesía hacia los pozos paralelos. Está indicada por una cuerda. Me bajo hasta un bloque junto a la cuerda y espero a que todos bajen el destrepe para seguir avanzando. Los dos pocetes siguientes están completamente instalados con cuerdas fijas.
La cabecera del pozo del péndulo esta reasegurada con las cuerdas fijas y hay una doble instalación. La más reciente esta formada por parabolts de acero inoxidable. Nos sentimos seguros. Para hacerse un idea de las dimensiones de un pozo podemos gritar. El grado de reverberación nos da una indicación. Chillo un uhhuu. Un pozo grandecito. Me gusta deslizarme con fluidez y velocidad por las cuerdas abajo. El péndulo resulta fácil. La ventana donde se acaba es incómoda. Hago pasar a todo el mundo hacia los dos pocetes siguientes que están instalados en fijo. El equipo empieza a funcionar bien engrasado. Los cuatro pozos siguientes (20+13, 15 , 20 y 23) se suceden unos a otros de forma fluida, tranquila y sin problemas. Vamos charlando, informales, de cualquier cosa. Elena baja en segunda posición y hablamos de sus estudios y de los tochos de apuntes que tiene que devorar. Ocho horas diarias de estudio. Del MIR que se le avecina este verano. Su familia tiene una casa en Ajo y se recluirá allí para hacer vida de ángel estudioso. Estos matasanos son admirables. Para que luego el Estado diga que sobran médicos. Y las listas de espera a reventar.
Nos reunimos, todos, antes del meandrillo que nos lleva al pozo aéreo final. Me cambio de calcetines a escarpines para ir más caliente. Desde el paso de la estrechez no tenemos noticias del otro grupo. Nos ayudamos con cuidado en el meandrillo. Me apuesto en forma de X extraplana en la cabecera del aéreo. Estoy semitumbado y con un pie haciendo oposición en el puente de roca de enfrente. Es incómodo. Tardo un poco más en instalar. Javier me pregunta varias veces si no hará falta poner las dos cuerdas. Las reseñas indican pozo de 18 y estamos instalando con un 60 en doble. Creo que va a sobrar. Me excita eso de lanzarme. Antes de dejarme caer reviso todos los aparejos. Siempre debe hacerse pero en un pozo así te sale más espontáneo. En la sala Olivier Guillaume establecemos un comedor. Entre unos bloques planos, más arriba de donde aterrizamos, y con vistas a la cuerda que desciende. Nos sentimos como moscas en medio de un teatro. Son las seis menos diez. Tenemos hambre acumulada. Después de comer nos empieza a entrar fresco. A algunos les da mucho frío. Llevamos tres cuartos de hora parados. Sugiero que los que tienen una manta térmica la saquen. Ninguno quiere porque la situación no es grave y desean reservarla. La manta térmica no se estropea por usarla. Solo se desgasta un poco. Porca miseria.
Al cabo de una hora todos nos preguntamos que estará ocurriendo en el segundo equipo. Sabemos que al principio iban pisándonos los talones. Por fin, como una hora y media después de llegar, oímos a Moisés asomándose al aéreo. Les hemos dejado instalada la cuerda. Moisés es el último que baja. Se le nota algo estresado; casi enfadado. Deja la cuerda sin recoger y se lanza como un tiburón sobre la comida que comparte con Susana. Me pongo a dormitar mientras se ultiman los preparativos para continuar hacia la salida. Casi me duermo y sueño. Sueño en la luminosidad. Floto aislado. Me despierto dormido. Trastabilleo varias veces por las pedreras de la Olivier Guillaume. Moisés ha tenido que currarse todas las eventualidades de los rápeles. Incluyendo un enganche en el pozo del péndulo y el rescate de una saca en la estrechez. Sigo un poco atontao. Han desaparecido todos los catadióptricos. Necesitamos dos intentos para salir de la Olivier Guillaume.
Pasamos rápido y sin reposo por la hermosura de las sierras. Y también por todas las demás hermosuras. Hermosas son las flores. Tomamos un atajo en el que sacamos una cuerda para asegurar una trepadina. Los cálculos nos indican que nadie va a llegar a su casa antes de las doce y media. Y mañana es lunes. La Encrucijada, Los Bulevares, el Cañon Oeste y la Gran Galería de salida. Salimos de día y llueve. La cuesta de bajada esta enfangada y la senda casi pérdida en el bosque. Un coche se baja, a reventar de gente, hacia Arredondo. Otro coche sube a Socueva con los conductores al rescate del resto de los vehículos. Nos sentamos a tomar bebidas. Julio pide un plato de jamón. Me tomo dos cervezas. Luego, conduzco pisándole los talones a Moisés hasta Solares. Amelia charla y Noelia se marea. Según ella es el infierno.