Texto: A. Gonzalez
Fotos: Miguel F. Liria & A. Gonzalez
Ambos dos, Miguel y yo, estuvimos seguros de que esa ventana en la chimenea que estábamos explorando nos daría acceso fácilmente al otro lado. Quizás nos encontraríamos con otra chimenea. O quizás un nuevo sistema de galerías. En la época en que descubrimos la ventana había llovido, y llovía, insistentemente. Al otro lado de la ventana se oía (y se vislumbraba) una cascada. Por donde habíamos escalado también caía demasiada agua. Lo pospusimos para tiempos más secos.
Por fin el último domingo de abril íbamos a poder echar un vistazo. Sólo era necesario montar un pequeño pasamanos hasta la ventana, atravesarla y montar el descenso al otro lado. Nos hacia ilusión, a él creo que un poco más que a mí. Yo tenía la sensación de que una chimenea alta nos obligaría a currar de lo lindo. Sin embargo las cosas no se iban a desarrollar como esperábamos. El mundo es sorprendente, a veces feliz, a veces triste y sobre todo fascinante.
Las obras del kiosko-pérgola en la plaza de Ramales estaban valladas por planchas de hierro macizas, de una pieza, altas como de dos metros y medio, anchas como de un metro y pico. Fue una asociación instantánea. Si una de ellas se desplomaba el que estuviera en su trayectoria no tendría ninguna posibilidad. Acababa de ocurrir el terremoto de Nepal intensidad 7,8. Una bestialidad. Pasé bajo la valla vigilando con el rabillo del ojo las planchas. Me reuní con Miguel a las nueve y, con nubes pero sin lluvia, subimos valle de Soba arriba. En menos de media hora estábamos al abrigo del mundo subterráneo. Mientras realizábamos la aproximación a nuestro agujero preferido vimos la conveniencia de modificar algunas balizaciones. Y también la posibilidad de fijar las caperuzas, en ciertas zonas, con un pegamento rápido y simple. Todo se andará mientras andemos.
Aunque no caía agua en chorro, el ascenso del Patio era pringoso y húmedo. Curiosamente una de las paredes es seca, maciza y de roca rasposa; la pared de enfrente esta llena de barrillo esponjoso más deslizante que el jabón. Subimos con dos sacas cuyo contenido pretendía cubrir todas las necesidades de la operación. No tarde poco en prepararme pero era preferible hacerlo de forma concienzuda. Me desplacé por la cuerda descendente, un poco por encima de su trayectoria natural, y alcancé una posición desde la que puse un parabolt. Desde éste instalamos un pasamanos hasta donde descansaba Miguel. Pero usar ese parabolt para meterse por la ventana era inadecuado porque quedaba por debajo de la propia ventana. Coloque justo encima de la ventana otro parabolt y desde ahí lancé la cuerda al lado desconocido. La altura era escasa. Con ayuda del anclaje, y usando el descensor como seguro, me dispuse a cruzar la ventana. De cabeza vi que no iba bien la cosa. Además me pareció muy estrecho… Entonces lo intenté con los pies por delante y boca abajo. Me empotré a la altura del culo. Y mi culo no es muy grande que digamos. Después de tres intentos y de picar un poco las rugosidades de la roca lo intenté de nuevo con los pies por delante y boca arriba. De nuevo fue el culo el que se empotró. El espejismo se confirmaba. A ambos nos había parecido un agujero por el que se iba a caber fácilmente. Pero no era así ni de cerca.
La continuación de esta historia es la siguiente: durante dos horas, más o menos, Miguel lucho como un titán rebajando a mazazos milímetros de las paredes de la ventana. Como Thor con su martillo, parecía habitado por una furia y una energía sin límites que necesitaba canalizar de alguna forma: quizás rompiendo rocas. Aunque estaba a tres metros por encima y a cinco horizontalmente en una ocasión me golpearon las esquirlas de sus martillazos en la nariz. Además hizo agujeros con el taladro para facilitar la rotura de la roca. Intentó pasar decenas de veces y me indujo a intentarlo alguna más. Ninguno de los dos alcanzó el éxito. En el entreacto visité la parte alta del Patio y mire las chimeneas. Todas parecían, a primera vista, estrecharse demasiado. Lo que también detectamos, al mirar el polvo de los mazazos, fue un débil soplo que penetraba por la ventana. Esto último resultaba alentador. Para finalizar, alrededor de la zona del Patio, estudiamos algunas posibilidades de continuación interesantes que se nos habían escapado en ocasiones anteriores. Todas requerían escaladas o instalaciones liosas. Y ese día ya no estábamos para más historias de ese tipo. Así que nos fuimos yendo suavemente hacia el exterior.
Era de día y no llovía, pero me dio la impresión de que había llovido bastante. Mientras nos instalábamos cómodamente en el coche nuestra charla giro hacia la escalada y las actividades deportivas de todo tipo. Algo más tarde, y ya delante de unas cervezas, elucubramos también acerca de nuestro futuro como especie en éste planeta. Pasábamos desde un punto de vista puramente militante y activo -digamos que político y tratando de cambiar las cosas- a un punto de vista relativista total que contempla el drama de la humanidad como una película más en una sesión continua e infinita. Pero esto es ya otro tema diferente. Se trata de un tipo de espejismos de gran tamaño. Y éste no es el lugar adecuado para ellos.