26/4/15

Espejismos

Texto: A. Gonzalez
Fotos: Miguel F. Liria & A. Gonzalez



 
 


 







        Ambos dos, Miguel y yo, estuvimos seguros de que esa ventana en la chimenea que estábamos explorando nos daría acceso fácilmente al otro lado. Quizás nos encontraríamos con otra chimenea. O quizás un nuevo sistema de galerías. En la época en que descubrimos la ventana había llovido, y llovía, insistentemente. Al otro lado de la ventana se oía (y se vislumbraba) una cascada. Por donde habíamos escalado también caía demasiada agua. Lo pospusimos para tiempos más secos.
Por fin el último domingo de abril íbamos a poder echar un vistazo. Sólo era necesario montar un pequeño pasamanos hasta la ventana, atravesarla y montar el descenso al otro lado. Nos hacia ilusión, a él creo que un poco más que a mí. Yo tenía la sensación de que una chimenea alta nos obligaría a currar de lo lindo. Sin embargo las cosas no se iban a desarrollar como esperábamos. El mundo es sorprendente, a veces feliz, a veces triste y sobre todo fascinante.
Las obras del kiosko-pérgola en la plaza de Ramales estaban valladas por planchas de hierro macizas, de una pieza, altas como de dos metros y medio, anchas como de un metro y pico. Fue una asociación instantánea. Si una de ellas se desplomaba el que estuviera en su trayectoria no tendría ninguna posibilidad. Acababa de ocurrir el terremoto de Nepal intensidad 7,8. Una bestialidad. Pasé bajo la valla vigilando con el rabillo del ojo las planchas. Me reuní con Miguel a las nueve y, con nubes pero sin lluvia, subimos valle de Soba arriba. En menos de media hora estábamos al abrigo del mundo subterráneo. Mientras realizábamos la aproximación a nuestro agujero preferido vimos la conveniencia de modificar algunas balizaciones. Y también la posibilidad de fijar las caperuzas, en ciertas zonas, con un pegamento rápido y simple. Todo se andará mientras andemos.
Aunque no caía agua en chorro, el ascenso del Patio era pringoso y húmedo. Curiosamente una de las paredes es seca, maciza y de roca rasposa; la pared de enfrente esta llena de barrillo esponjoso más deslizante que el jabón. Subimos con dos sacas cuyo contenido pretendía cubrir todas las necesidades de la operación. No tarde poco en prepararme pero era preferible hacerlo de forma concienzuda. Me desplacé por la cuerda descendente, un poco por encima de su trayectoria natural, y alcancé una posición desde la que puse un parabolt. Desde éste instalamos un pasamanos hasta donde descansaba Miguel.  Pero usar ese parabolt para meterse por la ventana era inadecuado porque quedaba por debajo de la propia ventana. Coloque justo encima de la ventana otro parabolt y desde ahí  lancé la cuerda al lado desconocido. La altura era escasa. Con ayuda del anclaje, y usando el descensor como seguro, me dispuse a cruzar la ventana. De cabeza vi que no iba bien la cosa. Además me pareció muy estrecho… Entonces lo intenté con los pies por delante y boca abajo. Me empotré a la altura del culo. Y mi culo no es muy grande que digamos. Después de tres intentos y de picar un poco las rugosidades de la roca lo intenté de nuevo con los pies por delante y boca arriba. De nuevo fue el culo el que se empotró. El espejismo se confirmaba. A ambos nos había parecido un agujero por el que se iba a caber fácilmente. Pero no era así ni de cerca.
La continuación de esta historia es la siguiente:  durante dos horas, más o menos, Miguel lucho como un titán rebajando a mazazos milímetros de las paredes de la ventana. Como Thor con su martillo, parecía habitado por una furia y una energía sin límites que necesitaba canalizar de alguna forma: quizás rompiendo rocas. Aunque estaba a tres metros por encima y a cinco horizontalmente en una ocasión me golpearon las esquirlas de sus martillazos en la nariz. Además hizo agujeros con el taladro para facilitar la rotura de la roca. Intentó pasar decenas de veces y me indujo a intentarlo alguna más. Ninguno de los dos alcanzó el éxito. En el entreacto visité la parte alta del Patio y mire las chimeneas. Todas parecían, a primera vista, estrecharse demasiado. Lo que también detectamos, al mirar el polvo de los mazazos, fue un débil soplo que penetraba por la ventana. Esto último resultaba alentador. Para finalizar, alrededor de la zona del Patio, estudiamos algunas posibilidades de continuación interesantes que se nos habían escapado en ocasiones anteriores. Todas requerían escaladas o instalaciones liosas. Y ese día ya no estábamos para más historias de ese tipo. Así que nos fuimos yendo suavemente hacia el exterior.
Era de día y no llovía, pero me dio la impresión de que había llovido bastante. Mientras nos instalábamos cómodamente en el coche nuestra charla giro hacia la escalada y las actividades deportivas de todo tipo. Algo más tarde, y ya delante de unas cervezas, elucubramos también acerca de nuestro futuro como especie en éste planeta. Pasábamos desde un punto de vista puramente militante y activo -digamos que político y tratando de cambiar las cosas- a un punto de vista relativista total que contempla el drama de la humanidad como una película más en una sesión continua e infinita. Pero esto es ya otro tema diferente. Se trata de un tipo de espejismos de gran tamaño. Y éste no es el lugar adecuado para ellos.


                                 




23/4/15

Salomon 46+2/3




        Tomé la decisión con falta de entusiasmo. Hice los preparativos en el último momento. Engancharme otra vez a balizar y trabajar bajo tierra no me acababa de seducir. Ir a hacer fotos me atraía mucho más. Pero reducir al idiota que vive con cada uno de nosotros forma parte de la existencia. Es parte de su encanto. El idiota y el genio conviven a la greña.
Nacho llego con un poco de retraso por los embotellamientos de la Marga a primeras horas de la mañana. En España pocos dirían que las nueve es hora punta. Al menos en la mayoría de las ciudades. Pero, que nadie se ofenda,  Santander se pone en marcha a ritmo de pensionistas. Pase los bultos al portaequipajes y me monte en su coche. Dimos un par de vueltas por Solares para ir a la gasolinera y al Lupa. A pesar de que hacía buen día, estaba nublado. Mejor eso que el sol directo. Durante la subida a Alisas me relaje lo suficiente como para vacilarle a Nacho con su viaje relámpago a Granada. Subir la Norte del Mulhacén. Había tres factores que iban a impedir su ascensión: las ampollas en el pié, el cansancio acumulado por el viaje (hora prevista de salida: el sábado a las 4 de la mañana) Y la aleatoriedad del tiempo. Un solo día para poder subir: el domingo. Y la vuelta el lunes.
Justo cuando aparcábamos se me hizo la luz; ¡me cago en… que mierda de jodida suerte! La cosa no tenía remedio ya. Había olvidado las botas de espeleo. Nacho tenía sus botas y unas zapatillas de montaña. Las botas eran un 47 y las zapatillas un 46 2/3. Imposible usarlas. Me agarré a la posibilidad de cambiar de planes. Pero eso significaba un montón de coche por segunda vez. O volver a por mis botas. Más coche todavía. Desanimado me probé las botas. La sensación que me produjeron fue horrible. Con desesperación avanzada, casi angustia, probé las zapatillas Salomon con tres calcetines y apretando los cordones a tope. Bueno! Podía caminar, no estaba tan mal. Era como usar unos zapatos de payaso. Pero funcionaba.
A la subida se me hicieron evidentes la humedad y el calor. El imperio de una explosiva y tropical primavera. Sudé un poco. Pero tardamos menos que otras veces: entre media y tres cuartos de hora. A nuestros pies iba quedando el valle. Contemple el paisaje con placer. A vista de pájaro podíamos estudiar a los habitantes. Controlar sus idas y venidas. Humanos y bestias. En donde entraban, cuánto tiempo se quedaban, a quien miraban ellos mismos… un entretenimiento de dioses del Olimpo. Luego entramos en la oscura cueva.    
            La idea era localizar algunas zonas interesantes, mirar más detenidamente algunas desviaciones y balizar lo que fuera necesario. En quince minutos estábamos en los pozos de bajada al nivel inferior. Mientras mirábamos algunos bonitos flecos me iban cuadrando mejor todos los detalles de las visitas anteriores. Entre otros un decorado meandro ascendente. Finalmente llegamos a donde terminamos la última vez. Fue fácil bajar a donde me había parecido imposible aquel día. Unas bonitas coladas decoraban la zona con precisión. Tampoco nos resulto difícil escalar un resalte. Conducía a un cul du sac. La continuación resulto evidente también. Se necesitaban varias chapas con tornillo y una cuerda. Como no los teníamos allí decidimos irnos a la zona opuesta de la galería “ancha” con el objetivo de balizar algunos detalles. En una hora habíamos acabado el trabajo en el tramo principal. Comprobé con creciente rabia que el taladro me estaba dando el coñazo. Al apretar el gatillo se ponía en marcha de forma aleatoria según le daba…
Cuando terminamos de comer pasamos a recorrer con un poco más de detalle la zona terminal de la galería “ancha”. Era digna de protegerse. Apenas unas ligeras pisadas estropeaban el hermoso panorama. Me puse a ello y Nacho a seguir poniendo hilo.  Poco más pudimos hacer.  El caprichoso taladro se negó a ayudarnos. Estaba furioso con el cacharro. Faltaron pues varios trabajos por terminar. Recogimos todo y en menos de media hora estábamos fuera.
La bajada se me hizo más pesada que la subida por el bochorno que se adueñaba de la tarde. Quitarse la ropa de espeleo fue un gran descanso. Como era temprano paramos en Casa Enrique a tomar unas hermosas cervezas. Bueno hermosas aquí, pero para la República Checa serían unas ridículas cervezas. Incluso la que yo me bebí en vaso de sidra sería considerada por un checo como una broma. Sea como fuere el tema de charla fue la filosofía de las desobstrucciones. Nacho es mucho más purista que yo en ese sentido. Ni siquiera admite una rotura de formaciones. Para mí la desobstrucción esta justificada si existe una conexión física entre dos zonas, sea aérea o acuática, que no permite el paso de un humano. No está justificado unir dos zonas mediante un túnel artificial. En esto último Nacho y yo coincidíamos plenamente. Un rato después, cuando la charla decaía, cada uno se fue a su casa para seguir disfrutando del atardecer.   

18/4/15

Mendukilo



           Espeleofoto tenía previsto para el dieciocho de abril una sesión en una cueva de Cantabria (a determinar en el último momento) En realidad se trataba de actuar como guía y ayudante. Como contrapartida podría aprender algo observando a los buenos fotógrafos. Pero los planes tuvieron que adaptarse al permiso de entrada en Mendukilo. A mi no me importo. Al contrario: podría conocer una cueva turística sin las restricciones de las pasarelas y visitar zonas que, usualmente, están fuera de los recorridos establecidos. El único inconveniente era que la cueva está al lado de Astitz, pueblo muy cercano a Irurzun, en la provincia de Navarra. La distancia al pueblo implicaba casi dos horas y media de coche. Y me iba a obligar, habida cuenta que la entrada a la cavidad estaba prevista entre diez y diez y media, a estar conduciendo antes de las siete y media de la mañana. La cosa se complico todavía más, si cabe, pues debía dar la charla de Conservación de Cavidades el viernes diecisiete como a las ocho de la tarde. Tenía la cabeza en varias cosas a la vez y quería acostarme pronto. Al final entre unas cosas otras dormí menos de cinco horas. Lo arregle con un café, no más empezar el viaje.
            Nos íbamos a encontrar en Arbulo muy cerca de Vitoria, salida 364 de la A1. La cita estaba bien establecida pues muchos venían de la provincia de Burgos, Laura venía de Oñate y yo de Santander. Los que venían del Este del País Vasco o de Navarra habían quedado con nosotros al lado de la cueva. Alrededor de las nueve ya me estaba dando un paseo por Arbulo. En realidad habíamos quedado a y media, pero las carreteras estaban vacías y las autovías permitían circular a una buena velocidad de crucero. A los cinco minutos llego Laura. Un whatsapp de los de Burgos nos informó de que iban retrasados. Laura y yo optamos por seguir hacia Astitz. Elegimos como mejor opción el coche de Laura, más nuevo que el mío. En realidad se lo sugerí así porque llevaba casi dos horas conduciendo y ella bastante menos. Pusimos el navegador del móvil para que nos guiase. Por el camino nos conocimos un poco. Ella de Salamanca, yo de Madrid; ella intentando aprender euskera, yo intentando aprender islandés; ella criando niños, yo con los niños criados.  La conversación giro alrededor de los idiomas y de los ocho apellidos vascos.





            Cerca de Astitz el paisaje consiste en montañas suaves cubiertas de bosques. Pasamos por un pueblo llamado Madotz. Cuando estábamos decidiendo si parábamos en Astitz o seguíamos hasta la cueva llegaron los de Burgos. Y a renglón seguido un whatsapp de Sergio comunicando que se retrasaría aún más. Le habían robado del interior del coche unas cuantas cosas esa noche y se disponía a denunciarlo. Sea como fuere nos reunimos en el Centro de Interpretación de la Cueva de Mendukilo (la Cuadra del Monte) Allí se formo lo que podríamos denominar como “animada charla de reencuentro”. Como es usual, recordar los nombres de todos los presentes fue un triunfo. El plan consistía en lo siguiente: primero hacer fotos con los niños -dos niñas y un niño- en la zona de pasarelas turísticas. Luego hacer fotos en una sala de gours fuera ya de pasarelas. Y finalmente ir a la Sala del Guerrero para una última sesión.
            Durante la primera fase nos entremezclamos con varios grupos de visitantes con su guía correspondiente. Todo el mundo se autosilenciaba para que los turistas pudieran escuchar a la guía. Luego continuábamos con el batiburrillo que conlleva la realización de una foto. Se necesitan varios ayudantes para los flashes. También teníamos, al inicio, tres niños que luego se convirtieron en sólo dos actuando como modelos. Los padres de los niños servían como asistentes de las stars. Al finalizar la sesión de las pasarelas decidimos comer. Dijimos: mejor fuera que dentro, más confortable. Pero pronto descubrimos que estaba echada la llave de la verja y que, por tanto, estábamos encerrados. Para un adulto de complexión normal no era posible pasar entre los barrotes. Para las niñas fue un asunto trivial. Al cabo de diez minutos volvieron diciendo que no había nadie en el Centro de Interpretación. Era una broma psicológicamente muy bien montada. Digna de unas niñas.
            La comida transcurrió confortablemente en el edificio acristalado. El tiempo estaba algo desapacible. Lloviznaba de forma intermitente y hacía bastante fresco. Las dos chicas que trabajan allí, las guías de la cueva, entablaron una animada conversación con Sergio y Rupo. Me pareció que cuajaba algún proyecto de colaboración. La charla se animo bastante. Antes de volver a las sesiones de fotos nos despedimos de  las niñas y de sus padres. Habían sido las estrellas de las fotos hasta el momento pero ahora íbamos a necesitar otras u otros modelos.
            La sesión en la sala de los Gours o Laguitos tuvo encanto. Dos equipos se repartieron el campo. Cada equipo realizó unas pocas imágenes –dos o tres- pero cada imagen necesito entre diez y veinte capturas. Así es la cosa. Lo normal es que cada imagen, entre unas pruebas y otras, se lleve como una hora. El trabajo del fotógrafo se parece bastante, en esta modalidad subterránea, al de un director de cine. Los ayudantes con los flashes deben hacer acopio de paciencia mientras reciben instrucciones de qué dirección debe iluminarse, y de donde hay que colocarse. Y en el caso de la/el modelo de cómo y donde colocarse y de que expresar. Lo normal es que cada uno se busque sus propias distracciones mientras tanto. Pueden ser puramente mentales, pero a mí me dio por hacer fotos instantáneas. Dicho de otra manera: sin ningún preámbulo de iluminación, ni preparativo alguno. Siendo así me centré más en retratar a los personajes del drama que en la dificultosa tarea de iluminar y capturar el paisaje. En un momento dado pude, me animaron a ello, dirigir la realización de una imagen pero no tenía nada claro en donde debía poner los flashes. Ese día no estaba inspirado para eso.




          El traslado hacia la zona del Guerrero fue algo accidentado. Nadie se acordaba con precisión. Después de errar unos minutos -más o menos bien- encontramos el paso. Primero: un destrepe resbaladizo con ayuda de una cuerda; segundo: una gatera incómoda pero corta; tercero: otro destrepe con cuerda; y cuarto: una larga rampa que podía subirse por la izquierda sin cuerda y por la derecha con cuerda. Sergio fue por una ruta alternativa, sin gatera pero con un resalte delicado. A estas alturas me encontraba saturado o quizás más bien cansado. Me pareció que la sesión de fotos en el Guerrero fue un tanto confusa. Todos disparaban desde el mismo ángulo. Algunos que unos minutos antes no pensaban hacer más fotos al final también las hicieron. ¿Acaso no es la pasión de Espeleofoto? Comenté con Rupo el calendario para hacer alguna sesión en Cantabria. Debido a su viaje a Río Secreto -en Mejico- hasta mediados de Mayo será imposible. Luego ya se verá. La agenda de Espeleofoto es muy compacta.
Pasaban de las ocho cuando salimos al aire libre. Había refrescado notablemente. Laura  y yo partimos después de ordenar un poco y despedirnos. El resto se quedaron a tomar una cerveza pero no debieron estar mucho tiempo. En realidad Laura debía volver a su casa cuanto antes y yo estaba con ganas de terminar el viaje, tomar algo caliente y dormir. Me pesaba la falta de sueño. Como a las diez y media estábamos en Arbulo. Pensaba parar a cenar algo -por no hacerlo demasiado tarde- pero finalmente no me apeteció ninguna de las áreas de servicio de la autovía. Una hora y media después llegaba a casa.