31/3/12

Nuevos


Empecemos por algunas observaciones generales que atañen a todo el rebaño:

a)     En un mundo dominado por los intereses personales todo acaba personalizándose demasiado. Todos acabamos pareciendo egoístas egocéntricos. Pero la fauna humana produce también sanos egoístas. El egoísta sano sabe que sus intereses y los del prójimo apuntan en la misma dirección.
b)     Por otra parte la personalidad se comporta como los electrones en un orbital cuántico de un sistema atómico: salta de una posición a otra cuando recibe un estímulo para luego volver al estado más estable al cabo de poco tiempo. Uno puede poseer dos, tres o miles de personalidades que solo aparecen cuando las circunstancias las activan. Generalmente siempre domina una de ellas.
c)     Y luego está, para acabar de pintar el panorama, el spanish gallinero. Es un producto muy elaborado, con condimentos muy sabrosos: la típica corrupción al estilo romano, el prodigioso talento de sólo escucharse a si mismo, la habilidad para hablar a la vez que otro, los intereses feudales de los nacionalistas variopintos, la explotación generalizada del prójimo en cuanto se pone a tiro, el desprecio sistemático de las normas, etc,etc, etc.

Os preguntareis por qué me dedico en una crónica de espeleo a publicar mis reflexiones sobre cosas que no tienen nada que ver con las cuevas. Pero es que si que tienen que ver. Ni la espeleo es un limbo aparte, ni nosotros somos ajenos a lo que cuento. Nos toca más de cerca de lo que queremos admitir. Creo que cada uno al mirarse en el espejo y mirar alrededor podrá encontrar muchos ejemplos de lo que cuento. Pero recordad que sentirse culpable no sirve para nada. Aunque sobre los sentimientos nadie manda. Ocurren sin más.   
Esta vez había quedado con Manu, Julio, Marta, Elena y Fabián para revisar agujeros nuevos. Compañeros nuevos -Elena y Fabián- , agujeros nuevos e iluminaciones nuevas también. Todo nuevo. Por la sede del club aparecimos una parte del personal. Un poco de todos los pelajes. Juan no podía salir, Oscar tampoco, Fran y Matías estaban interesados por el partido del Racing, Sergio estaba por la laborde descansar y Adrián estuvo que-si-venía que-si-no-venía. Quedamos a la temprana hora de las diez y media por aquello de que debemos tomarnos con calma la existencia. Y me fui a casa pasando por la de Adrián a coger el Uneo.
Elena nos había contado una bonita historia. Cerca de la ermita de Riaño, en la finca de unos amigos suyos, se había abierto un agujero con muy buena pinta. Antes de dedicarnos a la esforzada tarea del espeleólogo paramos en el bar-tienda de Entrambasaguas para relajarnos tomando cafés y refrescos. En pocos minutos de grácil conducción llegamos al lugar. Una cabaña en un sitio tranquilo. Una joven pareja. Dos perros. Una niña preciosa de pelo larguísimo hasta que le vi la colita. Las cosas como son: ingredientes para una vida bucólica. La impresión era que un día de relax se estaba adueñando de nosotros. Aunque había un rebelde sin causa: yo mismo.
La aproximación al agujero consistió en caminar unos cien metros desde la cabaña de los amigos de Elena. Un pequeño boquete cuadrado y terroso había sido cubierto de troncos y ramas. Abría sus fauces en el fondo de una modesta dolina invadida por una explotación de eucaliptos. Como la entrada parecía resbalosa y empinada deje caer el extremo de una cuerda y até su inicio a un eucalipto. Manu bajo el tobogán seguido por mí. Desembocamos en una cámara de unos cinco metros de diámetro excavada en arenisca. El suelo estaba formado por un revoltijo de tierra y  bloques (de unos 20 cm de tamaño medio) Ningún recoveco nos sugirió que pudiéramos continuar avanzando. A unos doscientos metros del primer agujero la entrada -esta no reciente- de otro agujero resultaba más prometedora. Sin embargo nada más entrar nos encontramos con un panorama similar. Finalmente fuimos, colina arriba, a una dolina de paredes empinadas. Abajo, tras una maraña de restos vegetales y ferretería variada, había una oquedad terrosa de la que no pudimos sacar nada en claro. Quizás removiendo todo y escarbando después con tesón y paciencia podríamos encontrar algo.
Como no nos íbamos a quedar sin hacer nada propuse ir a La Hoyuca. Tras el remoloneo oportuno, basado en la oferta de vino, aperitivos y charla, conseguimos arrancar. Cinco minutos de conducción nos colocaron junto a La Hoyuca. Durante los preparativos casi damos al traste con la espeleo. No más que la vida muelle ejerciendo su atracción fatal. Pero finalmente entramos en la cueva. Para no aburrirme repitiendo siempre el mismo itinerario, después de la ruta usual hasta la entrada de Quadraphenia sugerí trepar a unas galerías en un nivel superior. Había vislumbrado esta posibilidad en la última actualización de la topo publicada por los ingleses.
Una escalada entretenida nos llevo a una sala con varias posibilidades. Elegimos la de la izquierda. Recorrimos una galería con suelo arenoso y con derrubios, que acabo convirtiéndose en coladas y formaciones. Una gatera de ángulo agudo nos llevo, tras un giro a la derecha, a una galería modesta pero bien decorada. Un nuevo giro, esta vez a la izquierda, nos condujo a una doble galería desfondada que acabo en una sala llena de formaciones blancas. Manu sugirió continuar por un laminador arenoso entre columnitas. No nos decidimos, principalmente para evitar romper inútilmente las cristalizaciones. Ya en casa mirando la topo descubrí que esa continuación era el camino hacia una zona de helictitas
Volviendo atrás, otra de las posibilidades nos llevo por unas gateras retorcidas hasta una salita bajo una hermosa chimenea. Escalé el tramo más fácil, unos seis metros, y comprobé que había spits para continuar la escalada. Arriba se podía entrever con claridad una galería colgada. Finalmente volvimos sobre nuestros pasos para visitar una tercera posibilidad. Esta nos condujo hasta Wardrobe Passage. Es una zona de abundantes concreciones y coladas que acaba abruptamente en un pozo de 11 metros para el que no llevábamos material. Mientras la conversación giraba insistentemente alrededor de la reforma laboral del PP nos comimos las provisiones. Luego volvimos a las arenas de Pigs Trotter Chamber.
Después de echar un vistazo general en Pigs Trotter Chamber nos animamos a iniciar el bonito recorrido hacia Flahsbull Hall y la zona de formaciones de Dog Series. Hicimos todo el camino a buen ritmo hasta llegar al armonioso conjunto de formaciones que había visitado en otras ocasiones. Fue en este punto donde más fotos intentamos hacer. Un buen trípode habría venido bien. Pero tal cosa no estaba prevista. Resolvimos la vuelta a la entrada por un camino alternativo que recorre un par de meandros estrechos y desfondados. Quedo claro que la señalización brilla por su ausencia y si bien los recorridos no son muy largos, es necesario dar muchas vueltas con paciencia para conocer a fondo la red de entrada de La Hoyuca. Sin duda es una cueva que está dando muchas agradables sorpresas desde que los ingleses comenzaron su exploración hace 40 años. Y, casi con seguridad, seguirá dándolas.
El día seguía tan primaveral como empezó. Aunque no habíamos tenido éxito en la prospección de nuevos agujeros, si que habíamos conseguido conocer un poco más la bonita Cueva de la Hoyuca. Marta estaba feliz de haber hecho espeleo. Ella y Elena consideraron que entrar en una cavidad como ésta era un descanso en el trasiego de sus vidas. Estoy de acuerdo con ellas. Imite a Manu y me tomé una cerveza de buena calidad. A Julio le encanta el picoteo. Mientras pedían y devoraban una ración de queso curado yo seguí lentamente con mi cerveza. Me comí un triangulito de queso. Las cosas suelen ser así. El grupo ya se había disuelto pero, ya en Solares, Julio, Manu y Elena quisieron seguir picoteando... Mientras conducía mire por el retrovisor. Los vi juntos caminar hacia el Bar de la Estación.




17/3/12

Ensayos



            Una semana antes del diecisiete quede con Sergio y Miguel para ir a balizar una zona de la cueva del Gándara. Supuse que Adrián también vendría. El viernes por la tarde intenté localizar algún comercio que tuviese hilo adecuado y varilla de plástico de 1.5 o 2 mm. La varilla que necesitaba no apareció en Resopal aunque me dieron esperanzas de conseguirla en cierto sitio del Polígono de Guarnizo. Sin embargo averigüé que en Bilbao existe el sitio adecuado. La cuestión es que alguien se encargue del ir allí.  Con el hilo tuve mala suerte al principio: Las cordelerías de la calle Carlos III han cerrado y en la Ferreteria Montañesa el hilo trenzado más “fino” era demasiado gordo y, sobre todo, demasiado caro. Me fui para Godofredo pensando que la oferta sería casi nula. Para mi sorpresa tenían varios tipos de hilo trenzado ideales para el balizaje. Con grosores desde 0.1 a 0.5 mm, resistencias de hasta 50 kg (Spectra), colores perfectos (amarillo saca, rojo, naranja, verde de varios tipos…) y reducido volumen (un km de hilo en el bolsillo) El único problema era el precio.  Balizar un km. de galería con esos tipos de hilo saldría por más de 300€ (varillas y dos lados del sendero). De cualquier manera esos materiales eran una buena referencia. Pero lo que estaba claro era que al día siguiente no íbamos a balizar.
            Ese viernes por la noche no estaba de buen humor cuando llegué  al local del club. Para ser preciso estaba de un humor de perros. Mi mala hostia ascendió varios grados cuando me enteré de que Sergio se iba a explorar a Udías y que Adrián ni siquiera se había enterado de la propuesta de ir a la Cueva del Gándara. Escuetamente tomé el material que me iba a hacer falta: el taladro Uneo, chapas de acero inoxidable y parabolts del mismo material. Cuando ya me iba Sergio me dijo que había cambiado de opción y que se venía. Quedamos a las siete y media. Poco después un mensaje me confirmo que también venían Adrián y Fonso. Les avisé de la necesidad de llevar escarpines de neopreno y ropa de abrigo limpia. Nuestro proyecto consistía en ordenar el tránsito por la zona escogida y ensayar las maniobras de cambio de indumentaria con vistas a su práctica habitual y a su difusión entre el colectivo espeleológico.
            Con un poco de retraso partimos para Ramales y nos reunimos con Miguel. Mientras conducía por Soba, la Mala Rodriguez nos incendiaba las neuronas con su rap.   A las nueve entrábamos en la cueva. Dos horas después hicimos una parada de dos minutos. En unas angosturas cercanas la llama de carburo de algún inconsciente había garabateado sinsentidos rupestres. Me costo controlar el rosario de sapos que salió por mi boca.
            Lo primero fue montar una cuerda fija ascendente para evitar una serie de coladas  intercaladas por barrizales. Luego monté un pasamanos sobre el fondo embarrado de un meandro para evitar el transporte del barro a zonas delicadas. Todo esto me llevo poco tiempo. Mis compañeros, mientras tanto, empezaron a quejarse del frío. Sin embargo el frío es sano. Ayuda a curar jamones y conserva los alimentos. Aunque no pretendo que nadie se hiele.
            Una zona con coladas y formaciones necesita de un cuidado especial. Nosotros estábamos probando la efectividad de la teoría: quitarse el mono exterior y las botas, calzarse escarpines de neopreno limpios y guantes limpios y con esta indumentaria transitar con calma, con movimientos calculados y premeditados. La cosa fue bastante bien. No dejamos ninguna marca nueva y fuimos capaces de quitar algunas manchas previas con la propia suela del escarpín actuando como trapo absorbente.
            Antes de pasar a ver una segunda zona de formaciones tuvimos que ponernos la ropa de batalla de nuevo. Comimos y volvimos a ponernos limpios. La paciencia es la principal virtud del buen espeleólogo. El tesón y la intuición son la segunda y la tercera virtudes. O quizás la intuición sea la segunda.
No nos entretuvimos demasiado en este segundo ensayo de practicar una espeleología responsable. Pronto comenzamos la vuelta hacia el exterior. Tanto Adrián como Fonso y Sergio quedaron muy satisfechos de los objetivos alcanzados. Y como añadidura Miguel disfruto experimentando con las fotos. La progresión hacia la salida estuvo salpicada de anécdotas memorables y de paradas de dos minutos. Lo más divertido fue el encuentro que tuvimos cerca del Delator con un auténtico rebaño de niños de menos de diez años conducidos por sus respectivos padres. Muchos niños y muy pequeños. Un auténtico dolor de cabeza para pasar por las cuerdas con seguridad…
Cuando llegamos al coche eran las ocho. Bajamos dulcemente hacia Ramales escuchando a Pat Metheny. Allí nos separamos. Yo continué conduciendo para llegar a una cena familiar. Y el resto del grupo se tomo unas cervezas a la salud del instante presente. Mientras tanto llovían gotas de agua desde un cielo oscuro.