La verdad es que me costo un huevo volver a hacerme a la idea de meterme bajo tierra en el puente de la Inmaculada (inmaculada: sin mácula, sin mancha) Llovía de verdad y estaba llegando el invierno. Aún así no me apetecía entrar a una cueva. Más bien era leer -plácidamente- lo que realmente me seducía. Y a ser posible en una habitación confortable y cálida. Por el contrario mi amigo Miguel estaba entusiasmado con la idea de hacer espeleología. Y sobre todo con la de volver a explorar en la Red del Gándara. Además era su cumpleaños feliz y deseaba un buen regalo. ¿Y qué regalo mejor que el de una gran galería llena de formaciones inmaculadas y bellas? Animado por el ánimo ajeno quedamos el lunes en Ramales a las diez. Nacho estuvo a punto de venir, Eva estuvo a punto de venir y una espeleóloga del Burnia también estuvo a punto de venir. Pero no vinieron.
Dos éramos, en el aparcamiento, dispuestos a mojarnos. Un grupo salía y otro entraba de la Cueva del Gándara mientras nosotros hacíamos encaje de bolillos -apresurándonos- para no sufrir las consecuencias de un aguacero. Lo conseguimos: entramos sin empaparnos y el frío se nos pasó enseguida. En menos de una hora estábamos ante la punta de exploración.
Tarde un buen rato en colocarme todo el material. De hecho es una de las tareas más complejas que debe emprender un espeleólogo que desee escalar asegurándose con fijaciones tipo parabolt o roscapiedra. Hay que colocarse encima: taladradora, batería, maza, llave de tuercas, parabolts con chapa, mosquetones etc. No lo tengo nada automatizado. Además la conexión entre la batería y mi taladro falla, y obliga a apretar con una mano mientras se sostiene con la otra el taladro; mientras tanto guardas el equilibrio en una posición inestable y precaria con una caída interesante. Bueno, eso es así.
Primero acabé el pasamanos de acceso a la chimenea metiendo dos fijaciones más. Luego monté una cabecera y pasó Miguel. Ahora había que escalar la chimenea. Fácil en principio. El primer seguro lo metí a unos cuatro metros de altura. Excelentes repisas para los pies y bastante buenas presas para manos. Más arriba metí otro parabolt y luego un cordino a un puente de roca antes de ponerse chungo. Hice una travesía ascendente a la derecha y coloqué otro parabolt. Me había quedado sin material. Me descolgué y Miguel bajó a por más chapas con parabolt y a por las baterías restantes. De vuelta arriba metí, en una difícil posición, otro seguro y negocié el paso más delicado. Por la derecha la pendiente se recubría de moonmilk y no había manera de poner el pie sin resbalar. Subí un poco por la izquierda en adherencia y empotre el pie derecho en una fisura recubierta de jabón. Desde aquí no me fue difícil alcanzar una sucesión de agarres descomunales. La dificultad había acabado. La chimenea ascendía girando a la derecha. Bajo el último resalte, en una buena repisa con salientes en forma de cuchillo, monte una reunión. Miguel ascendió recogiendo todo el material.
El resalte era sencillo. Metí un cordino a un punta maciza y salí escalando en oposición/bavaresa con cuidado por la pátina resbalosa. Bonita escalada. Arriba nos encontramos una marmita de aguas prístinas. Yo no quería arriesgarme a caerme en la marmita pero Miguel paso con gran habilidad al otro lado. Descubrió una zona de formaciones y, más allá de una difícil gatera, un meandro con cristalizaciones en el que quizás se pueda avanzar subiendo varios metros. Sin embargo, por el momento, lo abandonó en ese punto.
Para bajarnos dejamos tres chapas y un desviador. Fraccionamos con cordinos en doble para ahorrar mosquetones. La sorpresa vino mientras bajaba Miguel. Yo había descartado una ventana a la izquierda de la escalada pensando que daba a la sala de donde veníamos. No me pareció relevante. Sin embargo Miguel, trepando un poco, se asomo. Lo que vio no se correspondía en absoluto con la sala ni por el tamaño ni por la distancia al suelo. Se trataba de un patio distinto. Renace la ilusión. ¿Continuará la cavidad por esa ventana? ¿Podremos descubrir algo nuevo a través de ese patio?
Para celebrar el éxito de la exploración paramos en Ramales a beber cerveza y comer patatas con alioli. Todo un lujo después de pasar el día a remojo acompañados de barro, charcos, marmitas, goteos y chorrillos de agua burlándose de nuestros afanes.