A día de hoy el Sur sigue soplando. Dentro de ti también. Y dentro de mí. Pero no te preocupes. Eso no significa nada especial. Tienes que acostumbrarte. No te va ocurrir nada. Las piedras resplandecen.
El sol aparece enrejado. Una masa gris se agazapa en la frontera sur del valle. Ramales no reconoce su deseo. Tampoco ellos. Ni siquiera tu. Cristóbal hilvana ideas mientras Wichi mueve sus manos sobre las cosas. Profusas, las imágenes se reparten cubriendo las paredes. Nos sentamos con cuidado. Manu esta a mi izquierda. Wichi justo al frente, a menos de un metro.
Primero llega Pedro. Casi seguido Ángel y Belén. Son más de las diez. Los pasteles calculan su trayectoria libremente. Héroe del reparto, no tomo croissant con nata. Ellos se van al Valle de Mena. Entre que observo, engarzo una cuña en la historia. Voy a tomar chocolate. Mientras, Wichi coge sus cosas.
Salimos por la puerta. Tiene un diseño peculiar. Regules. Luego La Gándara. Hay una piedra gorda en la carretera. No respira apenas. Y Astrana al final. O al principio. Recordaré la piedra –tranquilizo a Manu-. Todas las vacas andan rumiando. No a lugar a invitaciones.
Ahora estamos junto a los coches. Dos coches, cuatro personas. 2X2. ¿Neopreno ya?, ¿neopreno en la boca de la sima?, ¿neopreno en el comienzo de las arrastradas?. Seguro que neopreno. Manu ya, los demás en la boca. Un reparto inconsciente. Llevo un bidón dentro de otro cortado. Ajuste matemático –me dice Wichi-. Sonrío.
La hemos tenido que buscar. Sima del Mazo Chico escondida entre los brezos. Tenemos rico chorizo y rico pan. Rico neopreno. Rico reparto de chismes. También tenemos un conducto rico con una ventanita al cielo. Y luego veo las primeras ricas cuerdas. Cristóbal cuelga ricamente. Manu observa todas las riquezas.
La vertical, corta, es acogedora. Los pensamientos claros, los colores limpios. Y al revés. Otra vertical corta. Es un escaqueo. Eso o hacer el gusano cinco metros. Entramos de lleno: un pozo reverberante. Sesenta a ochenta metros de negrura. Se abre, amplio, magnifico. Para empezar un corto péndulo, casi pasamanos, te pone las pilas. Una perfecta repisa te espera quince pisos más abajo. Cristóbal y la repisa están allí. El pozo se hunde hacia las profundidades. Setecientos metros de sima te esperan si vas por ahí.
Tenemos que cambiar de vía. Mientras Manu desciende Cristóbal prepara una señal catadióptrica en este punto. Todo a la izquierda trata de decir. Cambia de vía, trata de decir.
Se le amontona a Manu el fraccionamiento. Un poco de paciencia. Un poco de comunicación con los aparatos. Bichos raros. Dressler, croll, puño. Puño, dressler, croll. Croll, dressler, puño. Tres permutaciones y quedan otras tres. Una locura profunda. Evanescente. Y vano.
El catadióptrico se parte al apretarlo. Un poco de cinta y queda guapo. Miro a Manu. Quince metros más abajo. Otro fraccionamiento: otra jodienda.
La sima nos vigila. Oigo su respiración alrededor de nosotros. Está viva. Me parece el camino hacia otro espacio diferente. Siempre me lo parecen. Las simas. Hacia otros mundos posibles. Busco otros mundos. Huyo de este mundo. Complemento este mundo. Todos los mundos son el mismo mundo. Todos los mundos están en este MUNDO. Charlamos.
Entramos en un meandro. Algo estrecho, obliga a llevar la saca colgando. O en la mano. Contorsiones y destrepes. Avanzo. Y retrocedo. Aparece otra cuerda de unos diez metros. La bajo. Luego aparece otra cuerda de unos diez metros. También la bajo. Luego hay barro cremoso en el suelo de una sala. Lo piso. Luego hay un agujero negro. Me paro.
Estoy parado mirando a Cristóbal. Sobre el agujero negro dos catenarias de cuerda. Unos diez metros de altura cada una. La primera es amplia. La segunda estrecha. Veo a Cristóbal llegar hasta casi el punto bajo de la primera comba. Luego le veo jalar de la cuerda hasta alcanzar los anclajes. Inoxidables. Y le veo trincarse. No parece más complicado que otras veces. Un péndulo muy abierto. Ahora me toca a mí. Dudo. ¿A que altura bloqueo?. El primer intento: demasiado alto, no llego. El segundo intento: demasiado bajo, necesito los dos brazos para mantenerme en posición, no puedo trincarme. El tercer intento: me pongo el croll y con el puño gano la partida.
La otra comba es un paseo. Una ventana alta, meandrosa, por la que desagua un arroyo y una corriente de viento. Es el camino. Cincuenta metros más de ese camino. La galería se inventa un cómodo vestidor. Allí dejamos los aparatos, ropa seca -solo algunos- y los restos de comodidad. A partir de aquí deberemos arrastrarnos por el arroyo. Como sapos.
Sigo a Cristóbal. Trato de controlar la mojadura. Dura. Tres arrastradas con entreactos discretos. Y llegamos a nuestro objetivo. La siguiente arrastrada es un laminador demasiado incómodo. Una bonita travesía o una jodida travesía. Esa es la diferencia entre ensancharlo o dejarlo al natural. Desembalamos. Tenemos la taladradora, una pata de cabra, un puntero, una azadilla, un bidón-balde y un gordo martillo. Y grandes dosis de confianza.
Poco tardan en llegar Manu y Wichi. Cristóbal devora un bocadillo. Yo devoro el tiempo. Wichi se pone a trabajar. Manu también devora algo. La travesía será bonita. Al otro lado las nuevas galerías del Mortero del Crucero, el río hasta la pequeña sima. Y su conexión con La Calaca. Si será bonita. Veinte veces lo diría.
Al cabo de un tiempo interminable hemos sacado suficientes piedras. Hemos apilado las piedras. Hemos cavado el lecho del río. Hemos engordado las tripas. Hemos vomitado veneno. Hemos tragado demasiado. Hemos participado en una rifa. Hemos pasado al otro lado.
Cristóbal se da un paseo por allá. Luego recogemos todo. Nadie quiere desinstalar. Sacar cuerdas no apetece. Nadie, salvo Cristóbal. Responsable y trabajador. Muy responsable. No podemos escapar de su sermón. Estamos atrapados por Cristóbal. De pronto Wichi cambia a su bando. Él va a tener que subir el taladro. Los demás podemos sacar las cuerdas. No es para tanto. Se me enciende una lucecita. Yo subiré la saca del taladro. Y mis cosas. Vale. Luego Cristóbal me endosa una cuerda de 10 metros. Protesto pero me lo paso bien.
Miro hacia arriba. Veo una luz. Le grito que se quede quieto. Estoy en la base del pozo largo. Pueden caer piedras. Wichi me grita que es Chavi. Vale. La cabecera es algo delicada –por las piedras-. Allí esta Chavi. Hablo un poco con él. Y continúo. Me queda poco. Fuera ya, el viento se manifiesta. Es fresco. Pero menos que la corriente del último conducto antes de la boca. Sale Manu y de seguido Cristóbal y Chavi. Manu tiene frío. Nos vamos a cambiarnos al coche. Al pasar Entremazos el decorado cambia y el viento arrecia. Las lucecitas del valle titilan. El sur esta enfrente.
Cristóbal se marcha corriendo. Ya llega tarde. Le echaran un rapapolvo. Los demás paramos en La Gándara a tomar unas cervezas. Luego seguimos el viaje. En Ramales es tarde de sábado. No nos apetece pasearnos. Nos vamos hacia casa.