El martes Julio estaba decidido a entrar cuatro días en la red del Gándara. Pero el miércoles por la tarde me dijo que se le habían liado las cosas. Miguel hizo un esfuerzo por encontrar sustitución en su trabajo de medico en Balmaseda. Pero no estaba el horno para bollos. Manu tomaba vacaciones la última semana de agosto y no le era posible escaquearse. Así pues las cosas la expedición quedo definida como Mavil, Joaquín y yo.
El miércoles -y el jueves por la mañana- se perfilaba como tiempo para los preparativos y las compras de los últimos detalles. Joaquín tenía un problema. Su saca era de 40 litros: imposible meter todo el equipaje en ese volumen. Intentamos, sin éxito, contactar con la tienda de Alfredo en Ramales. Llamamos a varias tiendas, fuimos a Forum y a Decathlon. Finalmente Joaquín consiguió una saca grande en K2 de Torrelavega, la tienda del Garri. Me pasé por el Corte Inglés para conseguir una lata de carne Corned Beef y lo que cayese. Mientras tanto nos dedicábamos a comer, cenar y desayunar espaguetis con callos y menús similares. Hacíamos acopio de alimento como camellos que van a cruzar el desierto; lástima que no tuviésemos una giba plegable.
El jueves, tras la sobremesa, abandonamos Setién. A las cinco entrábamos en la Cueva del Gándara. Por el camino descubrí que alguien había cagado justo bajo las excéntricas de la Sala del Ángel. Me quede estupefacto mirando la mierda. Si hubiese podido se la habría hecho comer al mongolo que la cagó.
Más o menos a las ocho llegábamos al vivac. Para los armarios que transportábamos podía considerarse un excelente horario. Una desagradable sorpresa nos esperaba allí: a estas alturas del verano el arroyo cercano al vivac estaba seco como polvo de tiza. Tuvimos que hacer una expedición con todas las botellas que pillamos hasta el río más cercano. Éste, que fluye hacia el este, se encuentra, ida y vuelta, a más de media hora del campamento por un enrevesado camino entre bloques.
Comencé la dieta varios-días-de-cueva: sopa, puré de patatas con carne y postre. Joaquín seguía un menú similar. Mavil, sin embargo, nos asombro con su menú a base de bocadillos y barritas energéticas exclusivamente. A la postre eso le pasaría factura el tercer día de estancia.
Joaquín puso su reloj de pulsera para que sonase a las seis y media del viernes, pero nadie lo escucho y nos levantamos a las siete. Antes de las ocho salíamos del campamento rumbo a Anestesistas. Por un inverosímil camino alcanzamos esa galería. Desde un punto característico subimos a otra galería superior y a través de una minúscula gatera nos desviamos hacia una tercera galería llena de bellas excéntricas. Finalmente localizamos nuestro primer objetivo: instalar un pozo corto para cortocircuitar la liosa ruta hacia lo que consideramos el quinto nivel de la cavidad. Nos turnamos los tres para picar spits pero la instalación nos llevo varias horas. En el entreacto Joaquín y yo almorzamos.
Las grandes galerías del quinto piso me produjeron un asombro tan grande como la primera vez que estuve allí. Son del mismo calibre que las galerías de Anestesistas y discurren bastante cerca de éstas. Me es difícil entender como se ha formado un volumen de cavernamiento tan grande en tan poco espacio. Porque los ríos que formaron esas galerías tuvieron que ser contemporáneos en el tiempo y llevar un caudal tremendo. De cualquier forma es un placer recorrerlas. Tomamos una bifurcación, marcada por los franceses con un hito muy llamativo, que nos llevo a una galería paralela la cual, poco después, volvía a la principal y, posteriormente, a una sucesión de pequeñas salitas rellenas de algodón fibroso.
Al final del recorrido de un arroyo terroso y fósil nos encontramos dos posibilidades: a la derecha una gran galería llena de bloques que ya había recorrido la otra vez que estuve en esta zona; a la izquierda un meandro desfondado. Una instalación sencilla nos llevo al suelo del meandro unos quince metros más abajo. A pocos minutos por éste meandro entramos en una sala redonda de vastas dimensiones ocupada totalmente por un espectacular pozo concéntrico. Las repisas que bordeaban el pozo -de bloques y graveras- eran delicadas de recorrer en algunos puntos. En la orilla opuesta del pozo nos metimos por el comienzo de otra gran galería hacia el sur. Una desviación, por otro nuevo meandro estrecho y alto, nos llevo hasta una galería modesta llena de hermosa arena cristalina y blanca. Por esta galería, y hacia el oeste, volvimos a un punto ya recorrido. Empezábamos a estar algo cansados –quizás confusos- y nos permitimos un rato de reflexión. Además hacia falta repostar agua para los carbureros. Pasábamos por un momento de moral baja.
Desde la Sala del Gran Pozo tomamos una galería en la que se oía ruido de agua. La galería desfondaba en un pozo amplio de más de 80 metros de profundidad. Por el lado opuesto desembocaba un arroyo. Sin embargo para llegar al agua anduvimos medio kilómetro, o más, por una zona muy amplia, hasta una playa de guijarros. Tras la merienda proseguimos hacia el oeste por un galerión que recordaba vagamente de hacía unos meses, aunque en aquella ocasión lo alcanzamos por otra ruta. El terreno era sumamente complejo y se necesitaban continuas escaladas y destrepes por los bloques para poder avanzar. Al alcanzar unos afluentes característicos -en una zona desagradable y barrosa- comenzamos la vuelta. A las once y media aterrizábamos en el campamento. En total habían sido quince horas de actividad. Dormimos como piedras aunque tuve algo de frío en los pies.
Eran más de las ocho y media cuando nos levantábamos el sábado. Mavil seguía muy cansado del día anterior así que optó por quedarse en el saco y descansar la mayor parte del día. Solo pensaba levantarse para ir al río a por agua. Intente convencerle de que se viniese; que íbamos a hacer una actividad más suave que la del día anterior... se lo presente de varias formas -más o menos atractivas- pero no hubo manera. En breve nos preparamos y después de desayunar abundante colacao con leche condensada, cereales y pan nos pusimos en marcha rumbo a la Sala del Gran Pozo.
La sala es un encrucijada de la que parten cuatro galerías hacia los cuatro puntos cardinales. Conocíamos la del norte –el meandrito-, la del oeste y la del sur; ésta última solo de forma parcial. Nuestro objetivo era la del este. En realidad había dos galerías hacia el este pero el día anterior habíamos comprobado que una de ellas era un cul de sac.
Unos veinte minutos después de iniciar el recorrido nos topamos con grandes paneles de flores de yeso en rincones acogedores. Antes habíamos tenido que ascender y bajar varias veces por zonas enrevesadas para seguir la avenida principal de la galería. Si no fuera porque iba acompañado por Joaquín me hubiera sentido tremendamente perdido en este hormiguero para dinosaurios. En realidad Joaquín es el compañero-espeleólogo ideal: fuerte, silencioso y bien despierto, con un natural agradable. Le suelen sobrar las palabras.
La galería gigante se fue transformando en un conducto más modesto que serpenteaba hacia el sur . Finalmente se convirtió en la típica galería rectilínea de la Red del Gándara con anchuras alrededor de tres metros y alturas mucho mayores. Una agradable sorpresa nos aguardaba. Tras un recorrido de medio kilómetro más alcanzamos un punto que ya conocíamos en la galería de Anestesistas. Nos sentamos a comer. Pensamos, -ya que estamos aquí, lo más fácil es visitar todos lo que nos ofrezca Anestesistas-.
Primero fuimos hacia el este a lo largo de un kilómetro. Nos paramos en una confluencia que identifiqué como el lugar donde estuve con Julio hace meses. Un kilómetro más anduvimos hacia el este hasta llegar a unas zonas, si no colmatadas si muy estrechas, en donde dimos por finalizado este sector. Algo antes de ese punto visitamos, de vuelta ya, un meandro sinuoso con marmitas fósiles y algunas escaladas de quinto grado.
Desde la confluencia volvimos unos centenares de metros hasta una trepada que nos elevo a otro ramal de Anestesistas o lo que fuese. Este se revelo más vasto que el anterior con grandes salas de derrubios formados por margas muy friables. Una roca malísima. Después de varias salas con cráteres, ocupados por este tipo de roca, descendimos de nuevo a un nivel de calizas entramado de conductos llenos de puentes y arcos. Tres galerías formaban un tridente de opciones. Por la derecha se ascendía a una sala de derrubios similar a las anteriores, por la izquierda se llegaba a una zona repleta de algodón y delicadas formaciones. Tuvimos un cuidado extremo al atravesar esta zona. Por el centro se puenteaba la zona de la izquierda, continuando la progresión varios centenares de metros hasta un sistema de coladas blancas con órganos. Por un estrecho paso en la base de una de las coladas pudimos llegar a un lago rodeado de formaciones de aragonito blanco. Un conjunto magnífico.
Finalmente escalamos hasta la parte más alta que pudimos. Se trataba de un volumen que forma una galería con su suelo formado por derrubios medianos, pero no independiente de la galería inferior. Avanzamos hasta que un balcón nos corto el paso. Abajo se podía observar zonas que ya habíamos transitado...
La actividad del día consumió unas diez horas. A la vuelta nos sorprendió la ausencia de Mavil aunque no tardo en volver procedente del río. Cenamos un calco de las noches anteriores. Pero esta vez me tome varios colacaos antes de empezar los platos sólidos. Antes de dormirme estuve haciendo algunas fotos del campamento con largas exposiciones.
A las tres y media de la mañana del domingo me desperté para orinar. Luego me volví a dormir. Soñé que Hombres norteafricanos comerciaban con habilidad en mi entorno. Trataban de venderme algún artículo sin valor para mí. Un conjunto de inquietantes quimeras, híbridos de distintos animales, nos invadían por doquier. Se me echaban encima y aunque no mordían eran como enormes sanguijuelas, pesadas como lastres. De pronto es el tiempo de que me llamen para mirar en lo profundo. Seres humanos amistosos y claros me invitan a ello. Entonces miro una puerta ; la puerta se abre en una millonésima de segundo y tras ella una avalancha de infinitas puertas se van abriendo en un pestañear de ojos. Me despierto en el sueño a otro sueño.
Una chica dulce y amorosa me ayuda a mantener el equilibrio tras mi anterior experiencia. Jugueteo como un niño pequeño. Me intento poner sus sandalias torpemente y terminan mojándose en un lago... Entonces despierto de verdad.
Estoy en el campamento 1 de la Red del Gándara. Sonrío dentro del saco. Tengo que hacer esfuerzos por no reírme a carcajadas...
Desayunamos consumiendo todo lo posible, ordenamos el entorno y dejamos algunos víveres en depósito. Partimos hacia la superficie con buen ritmo y a las once emergemos a un día resplandeciente. Onofre no se encuentra en la cita del cruce de La Sía. Vamos hasta el parking de los collados del Asón y echo un vistazo en el mirador, repleto de ciclistas haciéndose una foto colectiva. Pero ni rastro de Ono. Su móvil está apagado o fuera de cobertura. Decidimos bajar a La Gándara donde lo encontramos apaciblemente en el Centro de Interpretación. Liquidamos la aventura con unas maravillosas cervezas en el bar de al lado. Mavil queda en su campamento, Ono y Joaquín parten hacia Murcia y yo me bajo hacia la costa cantábrica soñando con nuevas incursiones en la Cueva del Gándara...