Volver al Gándara era la idea. Volver a hacer con
Miguel un poco de espeleo. Volver a zonas
poco conocidas. Decidimos visitar de nuevo un agujerillo cercano a la entrada
en el que habíamos estado hace más de cinco años.
Al principio íbamos a ir sólo Miguel y yo pero se
nos sumaron dos amigos suyos: Jón, bombero de
profesión, y Arkaitz, de profesión maestro. Quedamos
en Ramales bastante tarde. Aunque el tiempo era muy amenazador y frío nos
respeto durante los preparativos. Lo que no nos respetó en forma alguna fue el prado
estercolado en el que se encuentra la entrada de la sima, el barro acumulado en
las rampas de entrada, la corriente heladora procedente del exterior y las
pequeñas duchas y esconrrentías que dominaban el
panorama. Por lo demás el itinerario era evidente.
Más
tarde nos encontramos una zona estrecha, bastante larga, que parecía difícil de
pasar. Me preocupaban las tres sacas con cuerdas, material fotográfico y
material para balizar. Esto último por si veíamos alguna zona frágil en que
fuese conveniente delimitar un sendero. Hay que recordar que en los suelos de
las cavernas hay mucha información científica (polen fósil, restos óseos,
formaciones arcillosas, restos arqueológicos…) que puede ser esencial para la
investigación. De cualquier forma la poca experiencia de los amigos de Miguel
unido las dificultades de la zona y a la pesadez de las sacas no me daban muy
buena onda.
Sea
como fuere conseguimos pasar las estrecheces, Miguel nos animaba bastante, y
accedimos a una zona de galerías medianas. Aunque estábamos bastante mojados en
esa zona no se percibía ya ninguna corriente de aire. Avanzando hacia el oeste,
más o menos, pronto alcanzamos una zona estrecha llena de barro y agua que dadas
las circunstancias decidimos dejar para otra ocasión. En dirección opuesta encontramos
algunas interesantes galerías. Desgraciadamente para seguir había que pasar por
debajo de una ducha helada. Miguel proponía continuar y yo salir
tranquilamente. Una alternativa era que Jón y yo saliésemos
mientras Miguel y Arkaitz echaban un vistazo. Sin
embargo prevaleció salir cuanto antes.
Por
desgracia las estrecheces, que al entrar pillaban de bajada, al salir pillaban
de subida. Esto nos entretuvo
varias horas ya que las sacas se convirtieron en un problema añadido nada
despreciable. Además la mojadura y el frío fue aumentando de tono por las
esperas y el contacto con las paredes. En definitiva algo bastante
desagradable.
A
las seis, más o menos, estábamos de nuevo cambiándonos en el coche y a las
siete nos precipitamos sobre los radiadores del bar Coventosa,
ansiosos por recuperar algo del calor corporal que habíamos perdido a lo largo
de la jornada. Comimos una comilona. En particular mi merienda-cena consistió
en cocido montañes, chuletas de cordero y martinis. Me quedé con hambre. Luego volvimos, ya más
calientes, a meternos al coche. En cuanto a la charla que mantuvimos solo decir
que la cuestión principal consistía en averiguar si Jón
y Arkaitz volverían a hacer espeleo
(con o sin nosotros). Según Jón él va a volver a ese
agujerillo. Según Arkaitz él prefiere hacer espeleo más divertida. Según Miguel y yo creo que volveremos a ese
agujero cuando el tiempo acompañe…