Ese día estuve indeciso y remolón al despertar. A
mi parecer habían quedado muy temprano para la actividad prevista. Una cueva de
unas dos o tres horas y a quince minutos andando desde el coche. Para luego, a
las tres de la tarde, ir a comer en un restaurante situado justo al lado del
aparcamiento. Y yo me preguntaba que para qué era necesario quedar a las ocho y
media. Sumando tres horas de cueva y una hora de preparativos y caminatas daban
cuatro horas. Con tal de estar a las diez en la Molinuca
nos iba a dar tiempo de sobra. Así que me lo tomé con mucha calma. Llegamos
tarde a la primera cita, ocho y media, y a la segunda también, nueve en la Casa
Azul. Y llegamos tarde a los preparativos. Menos mal que Paco se apiadó de
nosotros y nos esperó con un grupito del SCC, Julio, Lucy, Nano, … para
indicarnos por dónde se iba a la cueva.
El día estaba primaveral en las cercanías de Panes,
Valle del Cares. Pero todavía hacía un poco de fresco que invitaba a caminar. Con
la presión de que todos nos tuvieran que esperar, ser los últimos, en menos de cinco
minutos Marisa y yo estábamos ya en marcha. Una cómoda pista hormigonada nos
condujo directamente hacia la Sierra de Cuera. La pendiente era fuerte pero
pocos minutos después nos encontrábamos en la boca de la cueva. Aproveché la
ocasión para disparar varias fotos a traición en el tumulto que se había
formado en la boca.
El tránsito dentro de la cueva era cómodo con
pequeñas dificultades puntuales. Las salas, medianas más bien, se sucedían unas
a otras. María no recordaba bien la ruta principal de visita. La
desorganización y la dispersión fueron creciendo hasta ser la tónica dominante.
Pero eso tenía muchas ventajas, entre otras la de poder sentarte relajadamente
a mirar. Mientras la mayoría rebuscaba o visitaba algo interesante me dediqué a
hacer fotos, más bien retratos espeleológicos.
En un momento dado me entro la vagancia. Me quedé
solo, en la inopia, escuchando a todo el grupo en la lejanía. Cuando ya apenas
les escuchaba me entro el temor de perderles y de perderme. Me puse en modo
rápido y les di alcance en una amplia sala. Se disponían a almorzar. Un buen tiempo
para sacar la cámara y dispararles a traición. Casi siempre es a traición
cuando salen las mejores fotos-retrato.
En otro tumulto que se formo en la parte alta de la
sala se desprendió un bloque que rozo a Julio. Le dolía la pierna. Además Juan,
el nuevo, tenía un problema en el pie debido a una rotura de la que estaba en
recuperación. Con Lucy, Fernando y su compañera decidimos salir mientras el
resto del grupo visitaba otra sala. Durante el trayecto de vuelta estaba bastante
despistado. Me entretuve haciendo chistes sobre la pérdida en el laberinto
subterráneo. Pero no paso más de media hora y estábamos fuera. Nada mas llegar
al aparcamiento llego el grupo que se había quedado.
La comida no estaba preparada y aprovechamos para
comenzar a beber cerveza. A las tres seguíamos esperando y a las tres y media
también. Se ve que el restaurante solo nos tenía a nosotros por comensales.
Cerca de las cuatro menos cuarto nuestra hambre había crecido peligrosamente.
Nos metimos en tumulto al comedor y la mayoría comenzó a comer trozos de pan y
s beber vino. Por suerte llegaron los primeros: risoto
o fabes. Luego llegaron los segundos: filetón o revuelto. Luego llegaron los
terceros: picón con membrillo u
otras cosas menos notables. Y luego café con memeces para podernos levantar.
Jimmy nos quería llevar a una mina a unos tres kms. desde allí. Nos dijo que tenía formaciones notables. Fuimos
en los coches hasta un aparcamiento cercano. Yo no tenía intenciones de entrar
pero Lucy me ofreció botas y frontal, y fui a ver que había. No me arrepentí.
Un conjunto de notables formaciones verde-azuladas en ambiente minero.
Cuando salimos se produjo la dispersión. Unos
volvieron a sus casas y otros se fueron a Liébana. Una interesante salida y una
excelente comida a un precio inmejorable: 12€.
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