21/6/14

Plan




Todos éramos adultos. Algunos muy inconscientes y otros menos. Pero adultos al fin y al cabo. Nos citamos a las ocho en Solares para ir con holgura. Para tener tiempo de sobra… La tarde del viernes estuvo poblada de agoreros que predecían un día lluvioso y una cueva inundada. Pese a todo mantuvimos la cita. Nacho, Ester, Miguel, Rubén y Jaime por un lado. Por otro Mavil, Marisa, mi hijo Eduardo y César. Sin embargo César decidió no venir a última hora del viernes. Eduardo hizo lo mismo a primera hora del sábado. Las tormentas que, a lo largo de la noche, había escuchado le echaron para atrás.
El día se levanto con nubes, pero sin lluvia. Al avanzar la mañana las nubes fueron escaseando. Finalmente el sol lució esplendoroso. Saltamos el puerto de Alisas con gracia. En Arredondo hicimos una parada. El segundo coche (un Toyota Avensis con los cinco más jóvenes) se había parado a repostar. Tardaron unos minutos en abrir la gasolinera. Mientras llegaban desayunamos y fui a la panadería.
En Asón contactamos con Mavil. Un quinientos metros más allá aparcamos y sacamos todos los trastos de los vehículos. Unos minutos más tarde estábamos caminando hacia el comienzo del Barranco de Rolacías. El sol pegaba bastante fuerte. Repleto de humedad y bocanadas calientes el bosque, más que cantábrico, semejaba tropical. Me movía desde una calma premeditada, calculada, para evitar el sudor. Con la calma de un taichista, como un reposo en movimiento. Iba cerca de la cabeza, pero no en cabeza. Nacho corría cuesta arriba sin apenas esfuerzo. Mavil seguía el ritmo con eficacia.
En el Chumino, última umbría antes de la Cuesta del Avellano, hicimos una parada. En ese lugar se nos unió un joven excursionista, llamado Chus, amigo de mi hijo Eduardo –el mundo es un pañuelo-. Chus está enamorado de los valles de Asón-Soba. Suele recorrer todas las sendas y veredas que interconectan la zona en cuanto tiene algún tiempo libre.
Cierto que me esperaba la senda de la Cuesta del Avellano totalmente cerrada. Pero estaba muy bien señalizada y abierta al tránsito. La trocha en sí estaba limpia de vegetación. Fue una agradable sorpresa. Así llegamos sin contratiempo a la cabecera de la cascada. Bebimos agua fresca, rellenamos las cantimploras, nos refrescamos y nos despedimos de Chus.





Unos doscientos metros más, valle arriba, nos pusimos bajo las Cuevas Sopladoras. Los preparativos no se demoraron. El viento que salía de las bocas estaba helado. Me coloqué en la tercera boca, de izquierda a derecha, y disparé algunas fotos. Mientras tanto fueron subiendo todos. Un cursillista tuvo algún problema con la colocación de los pies. Disparé también unos primeros planos de Mavil en la cuerda. Y comenzamos la marcha cuesta abajo. Curiosamente, y a pesar de la cantidad de veces que he realizado la travesía, no me sentía seguro. Posiblemente el tamaño del grupo que dependía de mí contribuyese a este sentimiento de duda. Al haber más huellas y señales por doquier las decisiones en los caos de bloques se tornaban difíciles –o al menos dudosas-. Y tuve la intuición de que no les estaba transmitiendo un buen nivel de seguridad.
No recordaba los resaltes instalados con cuerda, pero eran sumamente sencillos. Sin embargo ahí fue donde me empecé a preocupar. Un cursillista no era capaz de descender. Ignoraba el manejo de aparatos y los movimientos correctos en las cuerdas. Tardamos más de quince minutos en que bajara la cuerdecita. Le ayudaron Nacho y Mavil. Yo estaba bastante enfadado con la situación. La vivía como una encerrona. Y no me cuadraban ni la idoneidad del minicurso que se le había dado al novato, ni el momento elegido, ni, por supuesto, los resultados obtenidos. Sea como fuere el muchacho bajó y pudimos continuar. En las siguientes dificultades se porto mejor, pero la tensión con la que vivía cada paso le pasó factura. A la altura de la desviación fósil hicimos un alto para que se recuperase de un calambre.






Me costó un par de minutos dar con la escalada a un nivel superior por la que se cortocircuita el sifón del río. Al principio me confundió un hito colocado en una posición anterior al punto correcto. Una vez localizado y escalado me relajé por completo pues ya no quedaba ninguna dificultad técnica por delante. Sin embargo la belleza de las galerías, Los Meandros lo mejor, me sedujo de nuevo como la primera vez. Tiré algunas fotos que salieron regularcillas. El río, Los Bulevares, y las galerías que preceden al laguito fueron un disfrute para todos. En la sala de salida, donde ya se ve la luz, intenté un par de fotos que salieron algo escasas de luz.
Me impresionó la belleza del valle contemplada desde el mirador de la salida. Una jungla de helechos, tojos y roblecillos nos esperaba para mostrarnos que las dificultades mayores iban a estar en la bajada. Primero nos movimos paralelos a la pared, hacia el norte, hasta un claro entre grandes bloques de caliza.  Allí comimos tranquilamente. Por fin parábamos (luego me acusaron de no haber parado en cuatro horas de cueva, pero en mi descargo he de decir que no me sentí tranquilo hasta que todo el grupo llegó a los coches) La continuación fue una apoteosis de Parque Jurásico. Helechos y tojos gigantes y bichos de todo tipo poblaban el descenso. Alcanzamos la arista que define el Barranco Huerto del Rey por su margen izquierdo y seguí la línea, alcanzando varias islas formadas por resaltes de arenisca y grandes robles. Tomé las decisiones correctas de forma intuitiva y alcance una senda definida entre la vegetación exuberante. La senda se hizo progresivamente más clara al recorrer el robledal. Se junto con otra senda que venía llaneando desde el sur. Finalmente desembocó en un prado con una cabaña rodeada de un ambiente selvático. Desde aquí una senda de caballería nos deposito en la orilla izquierda del río Asón. Un corto tramo por un prado, la travesía del puente de cemento y estábamos en los coches. Mientras todos terminaban de cambiarse comimos fresas silvestres y fuimos hasta la Iglesia para ver el Barranco Huerto del Rey en todo su esplendor. Un rato después estábamos en el bar Coventosa. Comprobé con sumo placer que la mujer que regenta el bar había comenzado a hacer espeleo con su hija y su marido (?) Dos fotos atestiguaban su estancia en Coventosa.  Nosotros nos sentamos en la terraza y disfrutamos de una gran cerveza y de una agradable charla. Marisa y yo nos despedimos allí mismo para iniciar el retorno a Setién.




15/6/14

Eurotúnel

Fotografías: Miguel F. Liria



Muchas circunstancias tuvieron que reunirse para volver a intentarlo. Entre otras el misterio de la Bloquera. Después de tanto tiempo la expectativa era muy alta. Dos intentos anteriores: el primero con Mavil el 19/8/2002, en el que probamos por el Meandro Maxim’s y otro con los amigos de E50 el 4/9/2010. En un reconocimiento anterior no había encontrado la ventana de acceso a la ruta del Eurotúnel (ésta se encuentra en un punto anodino de la Galería de los Inválidos, a unos cinco metros de altura, y es muy difícil de intuir) En el primer intento, con Mavil, escalamos el inicio del Meandro Maxim’s y avanzamos hasta constatar su estrechez e incomodidad (nos venció el cansancio). Fue una prueba clara de que esta galería es inadecuada para una incursión al Eurotúnel. La actividad con los madrileños de E50 nos llevo, más abajo de la Galería de los Excavationnistes, hasta un bucle en el que nos despistamos. Cuando nos vinimos a dar cuenta habíamos vuelto atrás. Fue Hugo quien se percató de un catadióptrico que nosotros mismos habíamos colocado. Ahí se acabó mi empuje para llegar al Eurotúnel aquel día. Y ya no hubo más intentos hasta la fecha de esta crónica.
La principal motivación para volver a intentarlo era un hecho que hasta hace poco nadie se hubiera planteado. Una posible relación entre el Sistema del Lobo y la Red del Gándara, por un lado, y algunas entradas potenciales a uno u otro sistema -no  lo sabemos de momento- . Las cosas se cuadraron para volver el domingo día 15. Se suspendió una salida de Club a las travesía Sopladoras-Agua por necesidades estudiantiles. El tiempo no estaba para trabajar desobstruyendo en el exterior. Además convenía reservar los flecos de exploración para días en que apeteciese actividad suave. Así que planteé a mis compañeros ir al Lobo y visitar el Eurotúnel. Como ninguno de ellos conocía la travesía aceptaron de buen grado. Además eso del “Eurotúnel” tenía el atractivo del nombre. Todos nos esperábamos algo grandioso.
     Las previsiones del tiempo daban nublado con llovizna en un alto porcentaje. Así que eché un paraguas plegable y un impermeable. Sin embargo al acercarnos a Soba descubrí mi grato error: nubes y claros en un ambiente entre primaveral y veraniego. Recogimos a Mavil en La Gándara y nos encontramos con Miguel en el comienzo de la pista a las cabañas del Carrascal. A Miguel no le veía desde el 7 de Abril. Pero a Mavil le había visto varias veces últimamente. Me pareció que le estaba sentando bien su estancia en Asón-Soba. Nacho había compartido conmigo algunas de las últimas salidas. El grupo era muy adecuado para la actividad que nos proponíamos.
En previsión de algún resalte no instalado, o de alguna cuerda en falta, llevábamos dos trozos de cuerda de unos veinte metros, taladradora, maza, y algún material de fijación. En realidad era poco peso por persona. El bosque estaba pletórico después de un invierno y una primavera tan lluviosas. En la subida me faltaba el aire. Hubiera necesitado oxígeno puro. La subida nos demostró que el día era más tropical que atlántico. Y la sudada llego a su apogeo en el Pasillín de las Escalerucas.
El Altiplano bajo la Lusa estaba ocupado por un enjambre de vacas y caballos. Cierta vaca nos empezó a mirar más fijamente de lo habitual en una vaca. No parecía mera curiosidad. ¿y si se le ocurría embestir? En ese terreno era imposible guarecerse de la bestia. Y tenía unos cuernos magníficos… Sin más contratiempo alcanzamos la entrada de Torca Fría.

Las instalaciones van mejorando: ahora se observan bastantes fijaciones de acero inoxidable al completo. Pero las cuerdas, quizás debido a las heladas y deshielos, están hinchadas y apenas dejan correr el descensor. Nos topamos con una estrechez vertical muy cerca del comienzo. La instalación está hecha de forma impecable aunque algunas fijaciones de acero (y algunos mosquetones) se están corroyendo. Pero tampoco es para preocuparse demasiado.  Las cabeceras de las instalaciones son muy redundantes. Mavil paso por la estrechez vertical sin problemas pero a las sacas les costo un poco más.
En el meandro de la Carpeta Verde mis recuerdos se mezclaron con la realidad haciendo más confuso el guisado. Me vi a mi mismo intentando reconstruir la realidad en base a mis recuerdos y no al revés... un proceso por el pasas de forma espontánea, sin premeditación. Como si algo o alguien protestara en nuestro interior porque no encuentra las cosas en el sitio que espera. Además, y para terminar de apañar el descosido, Mavil se estuvo reafirmando durante todo el día en la idea de que él no había recorrido la travesía Torca Fría—Lobo nunca. Sin embargo en el cuaderno de actividades tengo anotado la travesía con Mavil el 19 de Agosto de 2002. Días después, en una conversación telefónica, tuve que emplearme a fondo para convencerle de ello.
Un poco antes de los Handicaps, en un pozo de diez metros, reforzamos la cabecera. Tenía un solo spit roñoso y  añadimos un parabolt. En realidad hubo que meter dos porque el primero, a causa del ansia de economizar batería, se quedo corto. Lo barato sale siempre caro. La galería que precede a los Handicaps y la primera parte de ésta tiene una fina arena blanca que se ha conservado así de blanca pese al pisoteo de cientos (o miles?) de espeleos. La razón de esto es el hecho de que el tramo inicial de la travesía es, mayormente, fósil y limpio.
Por fin nos encontrábamos ante la desviación hacia el Eurotúnel. Una cuerdecita de cuatro metros nos introdujo en una sucesión de pasillos. En algún punto éstos se agateraban pero sin ponerse bordes. Al poco encontramos la desviación hacia la Galería de los Torreros y un poco más allá un resalte equipado con una cuerda con nudos. Bajar por esa cuerda era un poco viva la virgen, pero subir por ella iba a ser mucho más difícil. Dos peldaños de nudo intentaban facilitarte la bajada. Sin embargo al pisar el peldaño de abajo se tensaba el del arriba impidiendo su uso. A la vuelta coloqué un cabo de cuerda limpio para subir con los aparatos. Lo barato sale siempre caro. Tras esta dificultad aterrizamos -bien dicho pues la cosa iba de bajada y más bajada- en el cruce con la Galería de los Excavationnistes. Eran las dos y media y queríamos comer. Así que comimos.
Miguel hizo una infusión caliente -portaba un infernillo de pastillas de alcohol- para despedir el almuerzo helado. Como postre tocaba el descenso del primer resalte. Hubiera preferido un cordino para bajar. Pero como iba con seres más ágiles que yo mis protestas se perdieron en la oscuridad. Luego llegamos a una zona con un riachuelo meandroso sobre areniscas. Lo peor fue, y es, la búsqueda de la ruta adecuada. Se gasta mucha energía en esa búsqueda.  Pasamos por el punto de la desilusión (donde encontramos el catadióptrico en la incursión con E50)  pero como mis recuerdos eran confusos continuamos por el riachuelo hasta encontrar la cuerda del bucle superior. Pensé que disminuirían las dificultades, pero no fue así. La situación empeoró. Multitud de pequeños laminadores, trepadas, empotramientos, pasos egipcios, contorsiones y cosas similares se sucedieron en cadena ininterrumpida. Me sentía bastante desanimado y ponía en duda que consiguiéramos nuestro objetivo. Luego hubo más de lo mismo. Una cuerda nos resolvió una bajada. Finalmente llegamos a una confluencia con otro riachuelo. La topo indicaba muy pocos metros desde aquí al Eurotúnel. Pero el laminador por donde se escurría el riachuelo era impracticable. Mirando con atención la topo se podía ver una galería paralela que permitía llegar. En realidad se trataba del arroyo de la Toussaint. Un primer ensayo me condujo a nada, pero Miguel se percató de un hueco que se transformaba en la galería buscada. Habíamos llegado.
La primera impresión, y la última, fue negativa. Después del palizón de llegar hasta ese remoto lugar nos esperábamos una gran recompensa. Una galería grandiosa digna de su nombre. Algo. Pero la realidad era otra. Por un lado el tamaño del Eurotúnel era superior al del camino recorrido pero sin llegara a ser una gran galería (concedamos que quizás en el Sistema del Lobo si pueda considerarse grande) Pero el aspecto era deprimente: un caos de bloques enmarcado en una roca de calidad pésima. Un riachuelo entra por el oeste y desaparece por el este. Revisamos, hacia el E, por arriba y por abajo. Los soplos de viento eran ese día prácticamente inexistentes. Miguel también miro el afluente de la Toussaint. Pero no tuvimos –tuve- el ánimo de revisar hacia el W. Enseguida nos dispusimos a iniciar la salida. Se me hacia un mundo, principalmente por las dificultades hasta la ruta de la travesía.
Puse la marcha en automático intentando no amontonar las dificultades en la cabeza. Ahora que las cosas estaban más claras elegimos el bucle –largo pero cómodo- para ahorrar esfuerzos. Cuando llegamos al punto donde habíamos almorzado verificamos la hora: ocho de la tarde. Casi seis horas entre la ida y vuelta al Eurotúnel. La previsión de salida era como muy pronto a la once.
Sin contratiempos fuimos realizando el resto de la travesía. Se trata de un camino de rosas en comparación con la visita al Eurotúnel. Todavía quedaba un remanente de claridad cuando salimos al bosque de hayas. Para la vuelta hacia el coche elegimos el camino de la Zucía. Bastante más largo pero de una comodidad insuperable. Los kilómetros se sumaron dejándonos los pies doloridos. Fue el tramo de asfalto final el que nos remató. Habían transcurrido más de trece horas desde que iniciamos el camino. Sentarme en el coche fue un momento inolvidable. Todo había concluido. Al menos de momento…  
      




7/6/14

Dúo


Ninguna actividad subterránea me resultaba atractiva ese fin de semana. Mavil iba a ser mi único compañero. Costo concretar lo que íbamos a hacer: desobstruir en el Ojón el HO1. Nos encontramos en una mañana soleada en el centro de La Gándara. Le había pedido que subiéramos en su furgoneta pero al final decidí llevar mi utilitario. Un coche duro y sencillote.
La subida por la pista fue de pegada. El coche subió con alegría todo el tiempo. Incluso la zona de grava y montículos. Lo abandonamos donde la pista emerge del bosquecillo de abedules. En diez minutos estábamos instalados junto a la dolina del  HO1.
Trabajamos con tranquilidad y entusiasmo sacando piedras cuando su peso lo permitía y moliéndolas adecuadamente cuando eran demasiado pesadas. A las tres hicimos una parada para almorzar.
Echábamos en falta un capazo para sacar tierra y piedrecillas. Fuimos a una de las cabañas cercanas a buscar un saco viejo. No encontramos ningún saco pero si un capazo. Como no había nadie a quien pedírselo (pero si había un coche aparcado en las cercanías) decidimos no tocar nada. No deseábamos ningún malentendido.
Seguimos con nuestro trabajo hasta el atardecer. El resultado fue un agujero muy notable. Para bajarlo era necesario un destrepe. Lo que no conseguimos fue ver un hueco importante hacia abajo. Además no percibimos,  en ningún momento del día, un flujo de viento como el que nos llevo, hace años, a fijarnos en HO1. Bastante inquietante…
Volveremos al tajo en un futuro cercano. Quizás con una taladradora más eficaz...