Todos éramos adultos. Algunos muy inconscientes y otros menos. Pero adultos al fin y al cabo. Nos citamos a las ocho en Solares para ir con holgura. Para tener tiempo de sobra… La tarde del viernes estuvo poblada de agoreros que predecían un día lluvioso y una cueva inundada. Pese a todo mantuvimos la cita. Nacho, Ester, Miguel, Rubén y Jaime por un lado. Por otro Mavil, Marisa, mi hijo Eduardo y César. Sin embargo César decidió no venir a última hora del viernes. Eduardo hizo lo mismo a primera hora del sábado. Las tormentas que, a lo largo de la noche, había escuchado le echaron para atrás.
El día se levanto con nubes, pero sin lluvia. Al avanzar la mañana las nubes fueron escaseando. Finalmente el sol lució esplendoroso. Saltamos el puerto de Alisas con gracia. En Arredondo hicimos una parada. El segundo coche (un Toyota Avensis con los cinco más jóvenes) se había parado a repostar. Tardaron unos minutos en abrir la gasolinera. Mientras llegaban desayunamos y fui a la panadería.
En Asón contactamos con Mavil. Un quinientos metros más allá aparcamos y sacamos todos los trastos de los vehículos. Unos minutos más tarde estábamos caminando hacia el comienzo del Barranco de Rolacías. El sol pegaba bastante fuerte. Repleto de humedad y bocanadas calientes el bosque, más que cantábrico, semejaba tropical. Me movía desde una calma premeditada, calculada, para evitar el sudor. Con la calma de un taichista, como un reposo en movimiento. Iba cerca de la cabeza, pero no en cabeza. Nacho corría cuesta arriba sin apenas esfuerzo. Mavil seguía el ritmo con eficacia.
En el Chumino, última umbría antes de la Cuesta del Avellano, hicimos una parada. En ese lugar se nos unió un joven excursionista, llamado Chus, amigo de mi hijo Eduardo –el mundo es un pañuelo-. Chus está enamorado de los valles de Asón-Soba. Suele recorrer todas las sendas y veredas que interconectan la zona en cuanto tiene algún tiempo libre.
Cierto que me esperaba la senda de la Cuesta del Avellano totalmente cerrada. Pero estaba muy bien señalizada y abierta al tránsito. La trocha en sí estaba limpia de vegetación. Fue una agradable sorpresa. Así llegamos sin contratiempo a la cabecera de la cascada. Bebimos agua fresca, rellenamos las cantimploras, nos refrescamos y nos despedimos de Chus.
Unos doscientos metros más, valle arriba, nos pusimos bajo las Cuevas Sopladoras. Los preparativos no se demoraron. El viento que salía de las bocas estaba helado. Me coloqué en la tercera boca, de izquierda a derecha, y disparé algunas fotos. Mientras tanto fueron subiendo todos. Un cursillista tuvo algún problema con la colocación de los pies. Disparé también unos primeros planos de Mavil en la cuerda. Y comenzamos la marcha cuesta abajo. Curiosamente, y a pesar de la cantidad de veces que he realizado la travesía, no me sentía seguro. Posiblemente el tamaño del grupo que dependía de mí contribuyese a este sentimiento de duda. Al haber más huellas y señales por doquier las decisiones en los caos de bloques se tornaban difíciles –o al menos dudosas-. Y tuve la intuición de que no les estaba transmitiendo un buen nivel de seguridad.
No recordaba los resaltes instalados con cuerda, pero eran sumamente sencillos. Sin embargo ahí fue donde me empecé a preocupar. Un cursillista no era capaz de descender. Ignoraba el manejo de aparatos y los movimientos correctos en las cuerdas. Tardamos más de quince minutos en que bajara la cuerdecita. Le ayudaron Nacho y Mavil. Yo estaba bastante enfadado con la situación. La vivía como una encerrona. Y no me cuadraban ni la idoneidad del minicurso que se le había dado al novato, ni el momento elegido, ni, por supuesto, los resultados obtenidos. Sea como fuere el muchacho bajó y pudimos continuar. En las siguientes dificultades se porto mejor, pero la tensión con la que vivía cada paso le pasó factura. A la altura de la desviación fósil hicimos un alto para que se recuperase de un calambre.
Me costó un par de minutos dar con la escalada a un nivel superior por la que se cortocircuita el sifón del río. Al principio me confundió un hito colocado en una posición anterior al punto correcto. Una vez localizado y escalado me relajé por completo pues ya no quedaba ninguna dificultad técnica por delante. Sin embargo la belleza de las galerías, Los Meandros lo mejor, me sedujo de nuevo como la primera vez. Tiré algunas fotos que salieron regularcillas. El río, Los Bulevares, y las galerías que preceden al laguito fueron un disfrute para todos. En la sala de salida, donde ya se ve la luz, intenté un par de fotos que salieron algo escasas de luz.
Me impresionó la belleza del valle contemplada desde el mirador de la salida. Una jungla de helechos, tojos y roblecillos nos esperaba para mostrarnos que las dificultades mayores iban a estar en la bajada. Primero nos movimos paralelos a la pared, hacia el norte, hasta un claro entre grandes bloques de caliza. Allí comimos tranquilamente. Por fin parábamos (luego me acusaron de no haber parado en cuatro horas de cueva, pero en mi descargo he de decir que no me sentí tranquilo hasta que todo el grupo llegó a los coches) La continuación fue una apoteosis de Parque Jurásico. Helechos y tojos gigantes y bichos de todo tipo poblaban el descenso. Alcanzamos la arista que define el Barranco Huerto del Rey por su margen izquierdo y seguí la línea, alcanzando varias islas formadas por resaltes de arenisca y grandes robles. Tomé las decisiones correctas de forma intuitiva y alcance una senda definida entre la vegetación exuberante. La senda se hizo progresivamente más clara al recorrer el robledal. Se junto con otra senda que venía llaneando desde el sur. Finalmente desembocó en un prado con una cabaña rodeada de un ambiente selvático. Desde aquí una senda de caballería nos deposito en la orilla izquierda del río Asón. Un corto tramo por un prado, la travesía del puente de cemento y estábamos en los coches. Mientras todos terminaban de cambiarse comimos fresas silvestres y fuimos hasta la Iglesia para ver el Barranco Huerto del Rey en todo su esplendor. Un rato después estábamos en el bar Coventosa. Comprobé con sumo placer que la mujer que regenta el bar había comenzado a hacer espeleo con su hija y su marido (?) Dos fotos atestiguaban su estancia en Coventosa. Nosotros nos sentamos en la terraza y disfrutamos de una gran cerveza y de una agradable charla. Marisa y yo nos despedimos allí mismo para iniciar el retorno a Setién.