Habían pasado dos meses y medio desde que comenzó el confinamiento por el virus de Wuhan y a finales de mayo ya era posible viajar entre comunidades con algo más de garantía de no tener controles. En realidad no había ningún problema para viajar desde Murcia hasta mi domicilio oficial cercano a Santander. La vuelta a Murcia podía ser más difícil si no se relajaban las medidas de contención.
En Cantabria las cuevas eran un atractivo lugar para ir en familia por ser lugares apenas frecuentados. Como Stephanie nunca había visitado una cueva teníamos una razón más para ir a visitar alguna. Después de unos minutos de reflexión me vino a la cabeza la Cueva del Lobo. en una zona de Soba bien bella en medio de un bosque de hayas y muy apartada de las rutas excursionistas.
Nuestro quedo formado por Marisa, Ananda, Stephanie y yo. Cruzamos el puerto de Alisas, atravesamos Arredondo y subimos por el valle del Asón hasta Soba. Las zonas de aparcamiento de los Collados estaban abarrotadas de excursionistas. Era asombroso. Pero nuestro objetivo estaba aún a varios kilómetros laderas arriba del puerto de la Sía.
Aparcamos un poco más arriba del arranque de la pista a Zucía. No encontramos a nadie en la pista, ni tampoco en las cabañas. Si vimos vacas, caballos y ovejas. Estaba todo en paz. A lo largo del bosque de hayas el silencio era la nota dominante. Las montañas de hojas secas de haya tapizaban el suelo con una capa de medio metro. Pero al cambiar de ladera se escuchó un ruido en dirección a la zona del Carrascal. Rompía la armonía.
Nos preparamos someramente con frontales, ropa de para ensuciar y algún mono de tela y bebimos algo de líquido. Las hojas y la humedad hacían incómodo el corto ascenso hasta la boca. El perfil de ojo de cerradura y el fuerte viento, mezclado con hojas secas, hacen de este lugar la entrada a un mundo de hadas y duendes. Enseguida se desemboca en la amplia galería del Oso.
Galería arriba visitamos todo lo visitable incluidas las yacijas vacías que hace muchos años estuvieron llenas de huesos de oso. En algunos lugares aún se veía algún trozo. El resto fue probablemente esquilmado, aunque quizás una parte esté en los museos de Santander. Lo más interesante fue descubrir que la galería no se acababa donde yo pensaba que lo hacía. El resultado de una corta desobstrucción ha dado paso a una amplia galería por la que no continué debido a mis acompañantes. La dificultad era una pequeña trepada. El viento que venía de la continuación era importante.
Galería abajo visitamos varias zonas incómodas y, con Ananda solamente, algunas gateras. Tal vez un poco trabajo podría prolongar alguna de ellas, pero debo señalar que en esta zona el viento está ausente.
Galería del Flysch adentro atravesamos el caos de bloques, cercano al inicio de la galería, y continuamos un poco más hasta el primer desfondamiento. Allí Stephanie comenzó a sentirse incómoda y optamos razonablemente por volver. Las fijaciones de acero inoxidable que encontré indicaban un claro aumento de la seguridad en esta zona debido, casi con certeza, al tránsito de grupos guiados por empresas de aventura.
El valle de Soba estaba espléndido en su tramo final de primavera. Las nubes suavizaban la luz y la temperatura. De bajada vimos turistas alemanes y moteros. No me quedo claro que las normas de no transitar entre comunidades se estuvieran infringiendo, pero la situación hacia pensar en ello como muy probable. La Cueva del Lobo quedaba atrás pero pendiente quedaba también una visita a las nuevas zonas de la Galería del Oso. Y si la circunstancias cuadraban volver a realizar la travesía Torca Fría--Cueva del Lobo con Ananda, actividad por la que mostro bastante interés. Nos dijo que pensaba realizar un cursillo de espeleología vertical para poder hacer ese tipo de actividades. Sería una bonita forma de compartir experiencias.