Hay un océano de nubes bajo el horizonte. La tarde, muy suave, se desliza por las pendientes del Portillo de Lunada. Los neveros se van borrando lentos y sin prisas. Desde el collado podemos ver algunas de esas nubes -más rebeldes que el resto- alargar tentáculos hacia arriba en un frustrado intento de superar la cordillera. Hace menos de una hora hemos salido de la cueva. Miguel, entusiasmado, no para de hacer fotos. Al sur, sobre el Valle de Lunada, el sol esta vistiendo a los prados de un verde rabioso...
Hemos encontrado depósitos terrosos -o más bien barrosos-. Miguel me dice que las formas dibujadas sobre el barro le recuerdan las manchas de un leopardo. Coincido en su apreciación y me fijo mucho más en esas pautas. Al principio no me llamaron la atención lo suficiente, quizás por parecerme poco noble la materia sobre la que descansan esos diseños. Creo que estoy lleno de prejuicios sobre el barro aunque a menudo disfrute revolcándome en él. Algunos grupos de excéntricas decoran el largo camino que vamos describiendo. El espacio de la cueva, como una galería de arte, esta disponible para volar con la imaginación...
Desde la entrada de la cueva recorremos mucho más de un kilómetro de un río salpicado de dificultades. Exiguos laminadores con agua, bloques que cortan la ruta y que han de negociarse con protocolos enrevesados al estilo político europeo, pasos estrechos y algunas trepadas comprometidas. Pero, por fin, nos adentramos en el laberinto de la zona oeste de la Red del Gándara. Algunas indicaciones en el suelo metidas en tarjetas plastificadas mitigan la desagradable sensación de pérdida inminente e irremediable. Muchos ríos parecidos, todos hacia el este, muchas galerías ortogonales a los ríos todas orientadas de sur a norte. Demasiadas posibilidades para una jornada tan corta. Seguimos un camino incierto que nos lleva a galerías cada vez más grandes y gansas. Pero no siempre son así, las hay estrechas, y el camino esta poco claro. No obstante también aquí las piedras brillan si están pulidas.
Tendemos claramente al noreste al seguir las escasas tarjetas plastificadas con indicaciones. Grandes dunas arenosas preceden a una sala. Esta es una sala muy escondida. Nos sentamos a la mesa del vivac y, mientras comemos un poco, pensamos en las próximas visitas a la cueva. Se nos antoja que, teniendo que traer un peso considerable, pueden ser algo penosas; quizás más si salimos aguas arriba con todos los aperos.
No hemos traído paraguas, pero es imposible darle utilidad aquí dentro. Tampoco tenemos ningún sofá a mano, ni un juego de sabanas limpias con almohada incluida. Pero, sin duda, el barro podría hacer un buen papel como sucedáneo de esos objetos. Hay varios rincones muy apropiados para una instalación semejante. Además la moto está puesta a tope y el motor se recalienta... ¡y se han dejado la puerta abierta con la corriente que hace! En fin no es por protestar pero tenemos un pequeño problema. No se como lo conseguimos pero tardamos menos de la mitad en arrastrarnos de salida que de entrada. Me parece que han soltado una jauría de perros tras nosotros y pueden aparecer por la galería pisándonos los talones en cualquier momento. Una jauría de Doberman llenos de rabia. Una escena edificante. Creo que dentro de poco estaremos fuera... aunque después de una arrastrada memorable.