29/3/10

Monigotes (27/3/2010)


     El viernes decidí ver a mis amigos de Espeleo50 y llamé a Pepe. Como Pepe no cogía el teléfono llame a Zaca. Quedamos en una casa rural de Rasines cercana a la salida de la Cueva del Valle. Me fui pronto y para hacer tiempo pasé por Ramales y me tome un sándwich con sidra en el Mesón de la Tierruca. Al poco me encontré a los recién llegados de Madrid: Pepe, Hugo, Zaca, Miky, Antonio y Tripi. Se apresuraron a poner la mesa y sacar cosas apetecibles. Casi a las doce de la noche volví a cenar de nuevo con mucho sentimiento de culpabilidad. En la sobremesa salió a relucir una botella de ron, pero preferí reservarme para cuando acabasen las actividades deportivas...


   La intención que tenían era hacer la travesía Torca de la Canal→Cueva del Valle. Y sobre todo pasárselo bien. Mi problema era que deseaba hacer varias cosas a la vez. Por un lado ir a escalar a Peña Cigal (Liébana) y por otro hacer espeleo con los amigos. En realidad la cueva me daba un poco igual, era más bien el evento social lo que me motivaba. La cuestión se iba a resolver sola si hacía mal tiempo el sábado, pero si amanecía un día soleado, tendría que decidir. Y me molestaba decidir. Siempre me ha molestado decidir. Cuando decides siempre recortas algo que habrías querido vivir. Hay personas a las que decidir apenas les cuesta. Como al protagonista de “Up in the air”. Y a los que no cargan con nada en la existencia no les cuesta nada decidir. No tienen nada que perder ni nada que ganar. Pero yo soy de los que tienen apegos en la vida. Y una cosa curiosa: cuantos más apegos tienes en la vida menos disfrutas de ella.



   El sábado amaneció nublado, llovió un poco y me mareaba tanta primavera. Me levanté haciendo el pavo y la cabra. Amelia me dijo que en Liébana estaba soleado. A pesar de ello decidí ir de cuevas. A saber si cuando llegara a Caloca había cambiado el tiempo. Mientras desayunábamos llego Miguel. Le trajo un libro de panes y bizcochos a Zaca(50) y otro libro de vinos y bebidas a Pepe(52). Y además un bizcocho de chocolate para todos. Fue una entrañable situación.



    Para la Torca de la Canal fuimos los ocho en la sufrida furgoneta de Zaca. La vuelta, desde la Cueva del Valle, se puede hacer andando en diez minutos. A pesar de haber estado tres o cuatro veces no recordaba nada de cómo llegar hasta la boca. Una vez en las cercanías me resulto familiar el vallecito donde se ubica. Me metí con Hugo por una pista para bajar a la vaguada, pero estaba impracticable la zona. Acabamos yendo bosque a través durante unos minutos siguiendo las voces de los compañeros que, a su vez, seguían las indicaciones de un GPS.



   Torca de la Canal. Una misteriosa entrada en rampa entre dos paredes de musgo nos lleva hacia una hermosa galería que va tomando altura. Al cabo de unos minutos de descenso entramos en una zona de gateras terrosas. Mientras Zaca se peleaba con una gatera, hice algunas fotos. De las gateras se sale por un paso muy característico que nos coloca en un meandro alto y bastante estrecho. En éste se avanza en oposición a media altura. A Miky se le cayó en un descuido la saca al fondo del meandro y tuvieron que hacer pesca de sacas para recuperarla de la estrechez.
   Luego, meandro alante, un par de pozos cortos –el segundo sumamente estrecho- nos depositan en una galería que, después de tantas gateras y estrecheces, invita a relajarse. Siguiéndola un minuto se desemboca junto al libro, que ya no está, usado para verificar el paso de los espeleólogos -en dirección a la Cueva del Valle o a la Torca de la Canal- cuando se viene de la Torca de los Caballos. Alguien se ha llevado el libro, dejando solo la funda de plástico vacía.

    A partir de aquí se sigue una sucesión de galerías fósiles -mayormente cómodas- aunque implican el paso de laminadores o de galerías bajas. La señalización es excelente, pero en algunos puntos un inconsciente se ha pasado poniendo cruces de tizne en las galerías que no son correctas para continuar la travesía. En poco tiempo llegamos a dos pozos, de ocho y diez metros, y, después, a la Sala de la Lluvia, llamada así por la cascada de gotas que cae en ella. Allí estuvimos esperando a Miky, Antonio y Tripi un buen rato. Cuando ya pensábamos volver a buscarles escuchamos sus voces. Se habían metido por una galería incorrecta pero se dieron cuenta enseguida. Mientras esperábamos hice tres monigotes de barro -me recordaban a Epi, aunque yo no intentaba imitarlo- que puse, bien atentos, a vigilar en tres direcciones cardinales. Esos tres monigotes eran similares a mi mismo, y a todos mis compañeros, navegando por la existencia. No quise profundizar en esa reflexión.
    El tránsito por la Galería de la Luna es cansado debido a su poca altura. Obliga a ir agachado -o a gatas- durante largos trayectos que van amontonándose en los riñones. A menudo me adelantaba al grupo. Por alguna razón ese día cogía velocidad sin proponérmelo. Luego me quedaba esperando un rato en silencio mirándome por dentro. También cuando en la Galería del Sahara aparecieron conjuntos de bonitas formaciones me pare a hacer fotos y a descansar los riñones. Un poco más allá entramos en la, así llamada, Galería Cómoda. Aquí ya íbamos mucho mejor de ánimo, y no como al principio, en que el avance se hacía cansino con tantos incidentes. La bajada a la Playa supone un cambio muy marcado en el estilo de la travesía. A partir de ese punto tendremos que negociar multitud de pasos acuáticos por el lugar que menos cubra.
    Antes de iniciar esta etapa era indicado parar a comer. Salieron a la mesa unos bocadillos hechos con el pan fabricado por Zaca. Excelentes bocadillos. La verdad es que últimamente no me preocupo demasiado por la comida en la salidas espeleológicas de un día y gorroneo sin ningún reparo. Así ayudo a los demás a no comer demasiado. Sea como fuere teníamos escasez de agua embotellada aunque de sed no íbamos a morir con el río Silencio allí al lado. Después ya veríamos que infección cogíamos.
    Si no fuera por los incómodos caos de bloques, desde la Playa sería un paseo terminar la travesía. Pero esos tres o cuatro caos tienen poca señalización debido, principalmente, a que el agua se la lleva en las crecidas y, por otra parte, las huellas también se borran por lo mismo. Así que hay que negociarlos de forma original, al menos en la zonas más cercanas al río Silencio. El primer caos lo pasamos por un sistema de gateras bastante jodidas. Hubo que quitar un bloque. Luego comprobamos que había un paso mucho más cómodo. El segundo y tercer caos no me acuerdo ni como eran, ni como los pasamos. En cuanto al último caos cada uno paso por donde Dios le dio a entender, es decir el paso del caos fue un caos. Finalmente desde este último caos ascendimos a una zona fósil y volvimos al nivel del río por un resalte equipado con cuerdas. En un minuto vi la luz del día.
    Nuestros ruidos cavernícolas alertaron a unos niños que andaban con su papá por la entrada de la Cueva del Valle. Greta me dio conversación desde el primer momento. Cuando me vio quitarme las botas llenas de agua, y se dio cuenta que no me importaba, y que en las cuevas no tenía que comer tres veces al día a horas fijas, quedo seducida. Le grito a su papá que ella quería ir también a una cueva. Fuimos un rato acompañados por Greta y su hermanito Bruno hasta cerca de la casa donde nos alojábamos. Una hora después, eran como las seis, recogí mis cosas y volví hacia Setien para preparar otra excursión, ésta vez relacionada con escaladas.



22/3/10

Barro (20/3/2010)

   

      Allí en el Polideportivo me volví a encontrar con mis amigos del SCC. Sergio llevaba la voz cantante: tenía varios proyectos de exploración en la cueva-mina de Udías. Lo más interesante de su propuesta era encontrar un conexión entre la zona más remota de las galerías de la Luna Llena y la parte más accesible y cercana a la boca de la mina Sel del Haya. Tenía en la bolsa de trabajo, además, otras posibles conexiones entre la mina y la Cueva de Udías. A mí lo que más ilusión me hacía era proseguir los trabajos en el pasamanos de la Galería de la Rana y los grandes pozos adyacentes. Era trabajo con resultados asegurados. Sin embargo me sume al proyecto de Sergio ya que él es uno de los principales motores de esas exploraciones.

     Marta se sentó a nuestro lado para empaparse del proyecto-fds. Alicia y su niña estaban por allí. Julio, Eva, Miguel, Juan, Pepe, Manu y todos los cursillitas revoloteaban por la zona. Quedamos a las nueve y media del sábado los espeleólogos Sergio, Marta, Manu, Eva, Miguel SCC, yo y el Cura.
     Nos reunimos en Puente de San Miguel y entonces me entere que Eva y Miguel SCC, extrañamente, no venían. Marta llego un poco tarde. Aparcamos a doscientos metros de Sel de la Haya y llamo el Cura para avisarnos que iba tres cuartos de hora retrasado. Mientras tanto Sergio recordó que había olvidado el casco en casa y se fue con Marta a recogerlo El tiempo estaba primaveral, los pájaros cantaban, había florecillas por doquier, en el cielo nubes brillantes y a mi me empezaba a dar igual entrar en la cueva. Casi mejor que no. Me atraía irme a escalar a alguna escuela bucólica. Fuime a dar un paseo soñador pero llegaron en rápida sucesión el Cura y Marta con Sergio. Tarde, pero íbamos a meternos bajo tierra.
     Sergio iba midiendo con el puntero láser la distancia que recorríamos para ubicarnos en el primer trabajillo del día. La primera parada fue para intentar encontrar una galería de cueva que nos condujese al sector sur de la Luna Llena sin tantas bajadas y subidas. Después de hurgar un rato por las galerías mineras alguien dio con una pedrera que descendía hasta el comienzo de una pequeña galería. Sergio se introdujo con cuidado seguido al poco por Marta. Me quede haciendo guardia para que no cayesen piedras. Al cabo de un rato llego el Cura que se metió también para adentro. Más tarde vino Manu a quien no gusto el aspecto del pocete. Como el tiempo pasaba me puse el mono de nylon y me fui detrás de ellos. 

     Al principio el conducto era estrecho y tuve que pasar una gatera. Luego se expandió en un  meandrito con barro en las paredes. En la parte alta aparecieron hermosas formaciones blancas con algunos grupos de pequeñas excéntricas. Esto me estaba excitando. La galería giro bruscamente noventa grados a la derecha y tomo mayores dimensiones, desembocando un poco mas allá en un ensanche con sumideros arenosos, por donde el agua podía continuar su camino. Trepando un poco a la izquierda por una zona con pátina de barro, me encontré a mis compañeros enzarzados con en el paso de una gatera inundada. Me intentaron convencer de que les siguiese pero me salió la vena pragmática: era suficiente con que uno se embarrase, y si merecía la pena seguir ya iríamos los demás.

Volviendo sobre mis pasos me dedique a fotografiar los grupos de formaciones cercanos al techo para lo que tuve que trepar unos metros. Pensé que si la galería no prosperaba casi seguro que no iba a volver a entrar aquí. Intente acercarme al máximo con luz lateral. Al cabo de un rato escuche las voces de Sergio, Marta y el Cura que volvían. Demasiado pronto para haber tenido éxito.
Cuando salimos a las galerías mineras pudimos constatar que nunca había visto tan embarrados a estos compañeros. A Manu le alegraba la elección de esperar tranquilamente a que los demás hurgasen mientras el descansaba envuelto en una nube. Las risas flojas que nos entraron al ver al Cura, Sergio y Marta no tienen precio. Francamente esos momentos absurdos son inolvidables. Es como volver totalmente a una infancia feliz olvidada en lo más recóndito de la memoria.
Comimos allí cerca cuando eran pasadas las dos y media. Y luego querían, Sergio y Manu, ir a la punta de exploración a seguir instalado el pasamanos sobre el Pozo Grande. Pero les disuadimos de ello entre el Cura y yo. Por el contrario nos pareció bien seguir trabajando en los flecos cercanos para ir cerrando temas de trabajo. Sergio y el Cura marcharon hacia abajo para seguir con una escalada e intentar alcanzar desde otro lado de la mina las galerías altas del Rescaño. Manu, yo y Marta teníamos que proseguir rebuscando en los alrededores una conexión con la Galería Sur de la Luna Llena.
En cuanto vi el pasamanos que había que montar vislumbré la posibilidad de puentearlo por abajo andando por otra galería minera. Fuimos dejando hitos por si al volver nos despistábamos con tantas galería similares. En un cambio de nivel pusimos un parabolt y un trozo de cinco metros de cuerda con una funda para evitar roces. Un poco más allá empezó a sonarme el paisaje. La confirmación vino cincuenta metros más alante cuando encontramos una vagoneta abandonada, unas escaleras ascendentes talladas en la roca y una señal reflectante. Aquí es donde habíamos estado por la mañana. A pesar de ello decidimos seguir por la galería minera. Unos cien metros más allá encontramos un gran ensanche de laboreo con un lago. Ascendimos por los laterales a mirar todas las galerías mineras por ver si nos ofrecían alguna conexión con cueva. Después Marta y Manu continuaron por la galería principal mientras yo me quedaba dormitando. Había perdido la fe.
Mucho rato después de haber soñado varios sueños vegetales empecé a inquietarme. Luego oí voces en la lejanía. Eran Manu y Marta que volvían aburridos de caminar por la interminable galería minera. Habían interceptado algunos tramos de galería de cueva, pero nada de conexiones. Volvimos por el camino más corto hasta el punto de cita con nuestros compañeros y mientras esperábamos me dedique a hurgar por los alrededores. Encontré un filón de un mineral rojo, friable que formaba pequeños nódulos rojo oscuro con los cristales dispuestos radialmente. Estuve un rato sacando nódulos del filón con la esperanza de encontrar alguno realmente bueno. Más tarde me dedique a comprobar el estado de los travesaños de roble después de medio siglo dentro de la cueva. La madera rezumaba agua pero había algunos trozos que todavía mostraban cierta resistencia.
     Sergio y el Cura volvieron a la hora prevista, más o menos, y tras una corta parada comenzamos el ascenso hacia la salida. Llovia bastante y había refrescado. Todo lo bonita que había sido la mañana se había transformado en una mierda de tarde. Una verdadera pena. Por suerte pudimos usar las furgonetas para vestirnos de personas y un poco más tarde estábamos en el bar La Gándara saboreando los sucesos del día y proyectando más exploraciones en Udías. A las ocho cada uno tomo su rumbo personal.

17/3/10

Días Grises (13/3/2010) Cuevamur


     El invierno se prolongaba en una sucesión sin fin de días grises. El último día laborable de la semana me levante irritable y nervioso como si tuviese la premonición de la poco agradable tarde del viernes que me esperaba. Me fue imposible determinar la causa de esa extraña sensación. Sin embargo por la mañana no paso nada especialmente desagradable, salvo el habitual ambiente psiquiátrico de un centro de enseñanza secundaria. Y en realidad durante la tarde tampoco paso nada especial. Pero a últimas horas de la tarde tenía la necesidad de encontrar pelea. Me hubiera encantado machacarle la cara a alguien que se me pusiera por delante. Tuve que hacer esfuerzos para contenerme en dos ocasiones. Algo raro en mi.
     Dos días antes Julio me había llamado para pedirme ayuda en el cursillo de fin de semana. En la reunión no encontré por parte del “organizador” del cursillo ninguna indicación de precisar mi ayuda sino más bien todo lo contrario. Vista la situación decidí continuar alegremente con el plan original: salir de espeleo turística con un pequeño grupo. Desde luego el tiempo previsto animaba a andar bajo tierra; eso siempre y cuando la boca de la cueva estuviese cerca del aparcamiento. La idea inicial era visitar Cueva Vallina y, dejar como alternativas, La Cañuela o Cuevamur. La previsión de tiempo, frío, lluvioso y muy gris  dejaba poco margen de maniobra. 
     Finalmente la pequeña aventura se nutrió con Marisa, Eva, Lourdes y yo mismo. Eva solo ha estado en dos cuevas en toda su vida y Lourdes en alguna más, pero el tiempo pasado desde la última vez que visito una creo que puede superar los ocho años. Como no había equipos verticales para todos tuve que eliminar muchas cuevas con pequeñas dificultades.  Solo lo sentí a medias pues ellas iban a disfrutar  igual con una cueva fácil o difícil con tal que fuese bonita. Nos encontramos en El Astillero para ahorrar vueltas innecesarias y cruzamos el Puerto de Alisas para llegar directamente a la zona de aparcamiento de Cañuela. Llovía bastante y el frío encogía el ya discreto estado de ánimo. Vimos que prepararse en aquel sitio era demasiado ingrato; además teníamos más de veinte minutos hasta la boca que sería necesario hacer sin paraguas ni chubasquero. Así las cosas nos fuimos hacia Ramales de la Victoria para entrar en Cuevamur. Aunque también en el parking de las Covalanas llovía, la intensidad era asumible. Además el lugar es bastante bueno para cambiarse de ropa.
     Diez minutos por un sendero agradable nos colocaron en la inmensa boca de la Cuevamur terminando de preparar los arneses, viejos arneses de escalada reconvertidos para la ocasión con dos cordinos de anclaje que facilitasen los pasamanos. Marisa y yo llevábamos el equipo de verticales completo: arnés de pecho, bloqueadores Croll y de puño, y descensores Dressler. Lourdes y Eva arneses con dos cabos de anclaje y descensores Ocho.
     Nada más entrar hay un pasamanos largo y, actualmente, muy bien equipado. Luego hay que hacer un flanqueo por unas pendientes de tierra muy empinadas, seguidas de un resalte -que se escala con ayuda de un cordino- y de otra fuerte rampa de tierra equipada con una cuerda. Como todas las chicas del grupo son -o han sido- escaladoras las maniobras de trepadas y destrepes les resultaban fáciles (solo hay que tener un poco de precaución) El largo laminador por el que continuamos fue una oportunidad para hacer fotografías dinámicas. Así desembocamos en la Gran Sala.
     Se puede bajar al fondo de la Gran Sala instalando unos cuarenta y cinco metros de cuerda o,  como alternativa más sencilla, recorrer los largos pasamanos que comienzan en la misma entrada de la sala.  Al final el pasamanos tiene un cable de acero y una cuerda para ayudarse en el ascenso de una rampa de barro resbaladizo. Lourdes estaba encantada con lo que iba viendo. Eva comparaba esta cueva con las que ya conocía. Marisa sacaba sus recuerdos de una visita anterior. Yo estaba encontrando relajante hacer fotos con las tres como modelos. 
     En el bonito camino hacia la Sala de los Cristales Eva pregunto si había que ir agachada mucho rato. Respondí de forma ambigua. Me había propuesto tomarme las fotos con calma y decidí hacerlas con trípode. Junto a una zona de formaciones gravitacionales hice dos. Los minerales quedaron quietos y bien enfocados, pero la modelo se movió.
     Cuando entras en la Sala de los Cristales tienes la sensación que es una sala corriente. Pero si miras con atención descubres enseguida la riqueza que te rodea. Primero, y por doquier, flores de aragonito Luego aparecen por el techo las excéntricas gorditas y un poco más allá se mezclan entre sí las formaciones gravitacionales, las excéntricas gorditas y las flores de aragonito en una decoración delicada y compleja. Hice varias fotos del paisaje subterráneo en que utilicé a las tres modelos simultáneamente.  Y otras muchas al mundo mineral utilizando la iluminación Stenlight a contraluz. También en la Galería del Coral hice fotos del paisaje con la esperanza de que alguna saliese correcta.
     Eva empezó a protestar cuando se vio en la estrecha gatera característica de Cuevamur. Por suerte la gatera ha sido reexcavada dejando un anchura que permite manejarse con mucha más facilidad que en el pasado. Sin duda antes se trataba de una gatera difícil, aunque ahora solo es psicológica y la dificultad ya no es real. A todas, incluida Eva, les pareció que había merecido la pena el paso de la estrechez cuando se vieron en las salas que hay al otro lado. Comimos en una de ellas mientras disfrutábamos de la decoración, algo gótica, de paredes y techo. Sobre el suelo grandes estalagmitas columnares, algunas bífidas, aportaban su presencia al paisaje. Cada cual comento su percepción del mundo subterráneo. Eva, Marisa y Lourdes lo ven interesante pero prefieren, siempre que sea posible, la luz del día, la montaña y sus actividades. Las cuevas solo si hace mal tiempo.
     Volvimos con un ritmo más rápido a la superficie. Solo tuvimos que andar con cuidado al final de los largos pasamanos. Se trata de un fácil resalte de diez metros en el que asegure con una cuerda a Eva y Lourdes mientras subían ayudándose de otra cuerda fija.
     Se oían muchas voces cerca del pequeño portón de salida. En el porche de Cuevamur coincidimos con un cursillo de iniciación a la espeleología para enfermeras y médicos, enfocado a formarles para la participación en rescates. Las tres chicas me confesaron que se lo habían pasado bien o muy bien  y parecieron animarse a hacer más actividades subterráneas.

El siguiente artículo fue escrito por Juan Pérez en el 99. Su pasión por la conservación de las cavidades lo hace completamente actual, cosa que me ha empujado a incluirlo aquí:

Hace tiempo, mucho tiempo cuando eran otros tiempos y uno era algo más que un crío, me consideraba espeleólogo. Hubo una primera visita a Cantabria y en aquel tiempo vine a Ramales y aquí, visité Cuevamur por primera vez. De esto hace ya algo más de dos décadas, pero en ese instante supe que hasta entonces no estaba haciendo espeleología, sin covachas y agujeros de mala muerte. Desde el primer día que entré en Cuevamur me maravilló y no pude pensar en otra cosa que en hacer fotos para inmortalizarla. Gastamos tres rollos de diapos y se nos hizo poco. Todo esto sucedió sobre la Navidad de 1975, después de comer el pavo en un 1.500 de gasoil y saltar de Barcelona a Ramales en unas 17 horas, por fin llegamos con mucha ilusión. Mi primera visita fue Cuevamur y sólo pensábamos que llegase el verano para trabajar en ella. Volvimos en Semana Santa y trabajamos en ella, en sus entrañas, con mucho cariño terminamos la topo, bueno, parte de ella e hicimos el empalme por "Los Retales". Trabajamos con mucho tiento y cariño en Cuevamur, pues es una cueva parecida a la de los cuentos. Se parecía a las cuevas que leía yo en los libros. Era toda una inmensidad de formaciones, era un silencio agradable, era pasar las horas tontas y sentirse a gusto. Ha pasado mucho tiempo de eso y como la juventud se va, también el pensamiento cambia. Y me gustaría cambiar tantas cosas. Quizá Cuevamur esté viva todavía y no haya dicho su última palabra, y le queden muchos metros por descubrir, pero a tenor de lo que ha sufrido, lo mejor es que siga durmiendo. He visto pasar por Cuevamur a espeleólogos manazas, que donde ponen el casco joden alguna estalagmita, y luego se ríen como tontos, como si de un chiste se tratara. He visto pisar sus entrañas a un cursillo de unos veinte domingueros que eran peor que Atila, en el cual me incluyo, con bastante pesar para mí, por haberles metido en ella. También he visto en ella algunos depredadores que no llegan al grado ni de domingueros. He visto formaciones de lo más variopintas, vi unos gours con más de 200 pisolitas, las cuales fueron apachurrándolas como si de pelotillas de barro se tratasen, yo incluido, hasta destruirlas casi por completo.... y rompieron el ancla que había, y los lapiceros de más de dos metros, casi todos rotos y masacrados....y más y más. Y aún hay gente legal que con toda su buena intención bate zona, se rompe las rodillas y el pecho, se esgüevan para sacar simas y cuevas, con todo su orgullo, y cuando sacas algo te llena de emoción. Pero es triste, muy triste que cuevas y simas sean maltratadas y pateadas, se llenen de toneladas de mierda, de gente incompetente, que no merece el aire que respira en las cuevas, que harían un favor si se quedasen en sus casas jugando al parchís. Quizá aún no he dicho mi última palabra, quizá me queden ya pocos metros por visitar, no se. Pero lo que si tengo claro hace mucho tiempo, es que cuando vaya de visita a alguna cueva o sima, mi lata de cerveza, mi carburo o mi basura saldrá conmigo en la saca y mi conciencia estará tranquila, sin más capulladas. Y para aquellos principiantes, y no tan novatos, cuando vayáis a alguna cueva pisar despacio, pisar bien, con tacto y la basura al basurero. La cueva os lo agradecerá y por supuesto las próximas generaciones también.