La intención que tenían era hacer la travesía Torca de la Canal→Cueva del Valle. Y sobre todo pasárselo bien. Mi problema era que deseaba hacer varias cosas a la vez. Por un lado ir a escalar a Peña Cigal (Liébana) y por otro hacer espeleo con los amigos. En realidad la cueva me daba un poco igual, era más bien el evento social lo que me motivaba. La cuestión se iba a resolver sola si hacía mal tiempo el sábado, pero si amanecía un día soleado, tendría que decidir. Y me molestaba decidir. Siempre me ha molestado decidir. Cuando decides siempre recortas algo que habrías querido vivir. Hay personas a las que decidir apenas les cuesta. Como al protagonista de “Up in the air”. Y a los que no cargan con nada en la existencia no les cuesta nada decidir. No tienen nada que perder ni nada que ganar. Pero yo soy de los que tienen apegos en la vida. Y una cosa curiosa: cuantos más apegos tienes en la vida menos disfrutas de ella.
El sábado amaneció nublado, llovió un poco y me mareaba tanta primavera. Me levanté haciendo el pavo y la cabra. Amelia me dijo que en Liébana estaba soleado. A pesar de ello decidí ir de cuevas. A saber si cuando llegara a Caloca había cambiado el tiempo. Mientras desayunábamos llego Miguel. Le trajo un libro de panes y bizcochos a Zaca(50) y otro libro de vinos y bebidas a Pepe(52). Y además un bizcocho de chocolate para todos. Fue una entrañable situación.
Para la Torca de la Canal fuimos los ocho en la sufrida furgoneta de Zaca. La vuelta, desde la Cueva del Valle, se puede hacer andando en diez minutos. A pesar de haber estado tres o cuatro veces no recordaba nada de cómo llegar hasta la boca. Una vez en las cercanías me resulto familiar el vallecito donde se ubica. Me metí con Hugo por una pista para bajar a la vaguada, pero estaba impracticable la zona. Acabamos yendo bosque a través durante unos minutos siguiendo las voces de los compañeros que, a su vez, seguían las indicaciones de un GPS.
Torca de la Canal. Una misteriosa entrada en rampa entre dos paredes de musgo nos lleva hacia una hermosa galería que va tomando altura. Al cabo de unos minutos de descenso entramos en una zona de gateras terrosas. Mientras Zaca se peleaba con una gatera, hice algunas fotos. De las gateras se sale por un paso muy característico que nos coloca en un meandro alto y bastante estrecho. En éste se avanza en oposición a media altura. A Miky se le cayó en un descuido la saca al fondo del meandro y tuvieron que hacer pesca de sacas para recuperarla de la estrechez.
Luego, meandro alante, un par de pozos cortos –el segundo sumamente estrecho- nos depositan en una galería que, después de tantas gateras y estrecheces, invita a relajarse. Siguiéndola un minuto se desemboca junto al libro, que ya no está, usado para verificar el paso de los espeleólogos -en dirección a la Cueva del Valle o a la Torca de la Canal- cuando se viene de la Torca de los Caballos. Alguien se ha llevado el libro, dejando solo la funda de plástico vacía.
A partir de aquí se sigue una sucesión de galerías fósiles -mayormente cómodas- aunque implican el paso de laminadores o de galerías bajas. La señalización es excelente, pero en algunos puntos un inconsciente se ha pasado poniendo cruces de tizne en las galerías que no son correctas para continuar la travesía. En poco tiempo llegamos a dos pozos, de ocho y diez metros, y, después, a la Sala de la Lluvia, llamada así por la cascada de gotas que cae en ella. Allí estuvimos esperando a Miky, Antonio y Tripi un buen rato. Cuando ya pensábamos volver a buscarles escuchamos sus voces. Se habían metido por una galería incorrecta pero se dieron cuenta enseguida. Mientras esperábamos hice tres monigotes de barro -me recordaban a Epi, aunque yo no intentaba imitarlo- que puse, bien atentos, a vigilar en tres direcciones cardinales. Esos tres monigotes eran similares a mi mismo, y a todos mis compañeros, navegando por la existencia. No quise profundizar en esa reflexión.
El tránsito por la Galería de la Luna es cansado debido a su poca altura. Obliga a ir agachado -o a gatas- durante largos trayectos que van amontonándose en los riñones. A menudo me adelantaba al grupo. Por alguna razón ese día cogía velocidad sin proponérmelo. Luego me quedaba esperando un rato en silencio mirándome por dentro. También cuando en la Galería del Sahara aparecieron conjuntos de bonitas formaciones me pare a hacer fotos y a descansar los riñones. Un poco más allá entramos en la, así llamada, Galería Cómoda. Aquí ya íbamos mucho mejor de ánimo, y no como al principio, en que el avance se hacía cansino con tantos incidentes. La bajada a la Playa supone un cambio muy marcado en el estilo de la travesía. A partir de ese punto tendremos que negociar multitud de pasos acuáticos por el lugar que menos cubra.
Antes de iniciar esta etapa era indicado parar a comer. Salieron a la mesa unos bocadillos hechos con el pan fabricado por Zaca. Excelentes bocadillos. La verdad es que últimamente no me preocupo demasiado por la comida en la salidas espeleológicas de un día y gorroneo sin ningún reparo. Así ayudo a los demás a no comer demasiado. Sea como fuere teníamos escasez de agua embotellada aunque de sed no íbamos a morir con el río Silencio allí al lado. Después ya veríamos que infección cogíamos.
Si no fuera por los incómodos caos de bloques, desde la Playa sería un paseo terminar la travesía. Pero esos tres o cuatro caos tienen poca señalización debido, principalmente, a que el agua se la lleva en las crecidas y, por otra parte, las huellas también se borran por lo mismo. Así que hay que negociarlos de forma original, al menos en la zonas más cercanas al río Silencio. El primer caos lo pasamos por un sistema de gateras bastante jodidas. Hubo que quitar un bloque. Luego comprobamos que había un paso mucho más cómodo. El segundo y tercer caos no me acuerdo ni como eran, ni como los pasamos. En cuanto al último caos cada uno paso por donde Dios le dio a entender, es decir el paso del caos fue un caos. Finalmente desde este último caos ascendimos a una zona fósil y volvimos al nivel del río por un resalte equipado con cuerdas. En un minuto vi la luz del día.
Nuestros ruidos cavernícolas alertaron a unos niños que andaban con su papá por la entrada de la Cueva del Valle. Greta me dio conversación desde el primer momento. Cuando me vio quitarme las botas llenas de agua, y se dio cuenta que no me importaba, y que en las cuevas no tenía que comer tres veces al día a horas fijas, quedo seducida. Le grito a su papá que ella quería ir también a una cueva. Fuimos un rato acompañados por Greta y su hermanito Bruno hasta cerca de la casa donde nos alojábamos. Una hora después, eran como las seis, recogí mis cosas y volví hacia Setien para preparar otra excursión, ésta vez relacionada con escaladas.