09/06/2017
A lo largo del mes de junio debía sacar adelante varias
sesiones fotográficas. Una de ellas en la Cueva Neptuno de la Cala Aguilar,
cercana a Cartagena. El día nueve de junio conseguí que dos amigos, Antonio(dF) y Lola, se vinieses para hacer una pruebas. Quedé con
ellos temprano, en una gasolinera cercana a Espinardo,
y nos fuimos hacia Mazarrón en el coche de Antonio(dF).
Se paso una hora intentando que el Tomtom le guiara
de forma efectiva hacia nuestro destino: Campillo de Adentro. Parecía constituir
un principio ineludible el uso de aquel cacharro incordiante. Considerando la terca atmósfera que
generaba la tecnología decidí entretenerme enredando un poco y charlando con
Lola.
Desde Campillo de Adentro avanzamos por la pista que
conduce al Bolete hasta que rodar con el coche se puso un poco difícil. No
quise animar a Antonio(dF) a continuar con su todocamino por si
se complicaba todavía más. En consecuencia sacamos los trastos, repartimos peso
y nos pusimos en marcha. Lola pregunto que cuanto se tardaba: una hora y media.
El sol estaba matizado por nubes finas que aplacaban la radiación. Al principio
la pista llanea y luego baja, trazando amplios zigzags, hacia la casa de la guardia
civil. Poco antes de llegar a esa antigua casa se toma un ramal de la pista
hacia la izquierda que acaba transformándose en una buena senda. Se trata de un
sendero GR que recorre la costa. Desde ese punto, caminando sin prisa, en menos
de media hora se alcanza Cala Aguilar.
Durante la instalación de la diminuta sima le dije
a Antonio(dF) que no me marease. Su punto de vista
era el del macho superprotector.
Como teníamos pocas chapas y sólo treinta metros de cuerda opté por el proyecto
más económico: un tramo ladeado hasta la plataforma y otro tramo directo al
suelo de la cueva. En menos de diez minutos estábamos bajando la rampa arenosa
que conduce a la orilla del lago. Me descargué y empecé a estudiar el encuadre.
Finalmente elegí uno que me pareció ideal.
Sin embargo más tarde, al ver las pruebas, comprobé que la ratio azul/roca es un poco escasa. Si
aumentase la cantidad de lago azul se incrementaría el impacto visual. Cuando
vayamos a hacer las fotos reales me lo pensaré de nuevo.
Primero hice fotos sin flash intentando que se
quedasen muy quietos. El lago y la roca quedaron geniales pero los modelos movidos.
Luego hice fotos con flash en las que los modelos quedaban congelados pero el
paisaje en sombras. Con las pruebas hice una fusión entre una toma de tipo
exposición y otra de tipo flash en las que todo quedo aceptablemente pasable,
pero no todo lo bien que me gustaría. Mientras aumentaba mi colección de tomas
los modelos se bañaron. Luego me bañé yo.
Un rato después bajo un grupo de turistas con la
empresa Portuskayak.
Aproveché para tomar algunas fotos del grupo contra el azul profundo del túnel
submarino. Recogimos todo y en diez minutos estábamos fuera. La Cala Aguilar
nos ofreció un baño extraordinario. El agua estaba en su punto, no tan fresca
como en el lago marino pero tampoco como el caldillo de agosto. Por mi me
hubiera quedado hasta más tarde disfrutando del mar salao
pero Antonio(dF) quería beber cervezas y comer en un
sitio de mesa y silla. Nos pusimos en marcha pensando en la cuesta arriba que
nos esperaba en plena siesta. Generosamente Antonio(dF)
nos ofreció quedarnos en la casa de la guardia civil con todas las mochilas. Él
iría mientras tanto a por su todocamino y volvería hasta la casa y nos recogería. Encantados
con la situación Lola y yo nos refugiamos bajo una buena sombra, picamos algo y
charlamos de todo un poco.
El pito del coche de Antonio(dF)
se oía tan bajo que cuando nos vinimos a dar cuenta estaba enfadado. Por el
camino de vuelta recogimos a una familia, padres y dos niñas, desfondados por
el sol. Nos encaminamos directamente, por la rambla, a Antípodas en la Azohía. El camarero dijo que no tenía nada para comer, solo
almendras y aceitunas. Antonio(dF) se indignó pero todos
acabamos comprendiendo que las costumbre españolas imponen, a media tarde, un
descanso en la cocina para que las cocineras puedan aguantar el segundo asalto
de las cenas. Nos comimos el jamón ibérico y las avellanas que yo había llevado
con cerveza. Como no tenía que conducir yo me bebí un montón de botellas. Eso
me alimento de sobra.
La vuelta constituye un episodio algo borroso. El
sol que habíamos tomado y las cervezas que ingeridas hacían su efecto. Casi
todo discurrió sin sobresaltos salvo una peligrosa maniobra que nos implicó. Un
coche con gallos jóvenes se nos cruzo para adelantarnos, algo que saco de
quicio a Antonio(dF). La situación de peligro inútil
y gratuito nos llevó a hablar de muchos temas. Pero el que más tocamos fue el de
la estúpida educación familiar moderna en que nada parece estar en su lugar. Él
es un abuelo muy consciente… Y yo también.
25/06/2017
Poco después de salir de casa me di cuenta que no
llevaba el móvil. Olvidado quedado había encima de la mesilla. Me preocupé muy
poco tiempo por ello. Las citas estaban fijadas y si algo no salía como había
previsto no iba a pelearme con el destino. En realidad lo consideré una liberación.
En Canteras me paré a tomar un cortado y a considerar la situación general.
Bien visto era todo un triunfo haber citado para la foto a Marta y Celia y
tener como acompañante a Pedro. Sin embargo las citas fallidas eran tantas que
no podía creer en el éxito hasta tanto no se hubiera acabado la acción.
Era temprano, poco más de las nueve, pero en el Portús aparcar no estaba nada fácil. Conseguí meter el
coche en una zona de sombra, en el extremo nordeste del pueblo, cerca de la
valla de protección contra desprendimientos. El pescador Julián y su barca
había sido una de los muchos contactos e intentos que había desarrollado entre
La Azohía y el Portús a lo
largo del fin de semana anterior. Varios pescadores y varios centros de buceo
me habían dado una negativa por razones legales o por falta de interés. Solo
dos posibles candidatos habían sido positivos. El centro de buceo Amigos del
Azul nos llevaba por 20€/persona en días laborables pero en festivos y fin de
semana les era imposible. El pescador Julián nos llevaba por 25€/persona en
fines de semana. Acordamos que nos recogiera el domingo día veinticinco a las
nueve y media en la playita del Portus.
Al filo de la hora de cita vi pasar el VW de Pedro
buscando aparcamiento. Les hice señas con la mano pero no me vieron y
continuaron hacia la salida del pueblo en donde, seguramente, habría más sitio
para aparcar. Del pescador y su barca no había ni rastro. Si pasaba algo -y me
llamaba- no tenía forma de contactar. Unos minutos después llegaron Pedro y las
chicas y me presentaron a Celia. Volviendo la mirada a la playa vi un barquito
de pesca con un chico encima. Le hice señas pero no pareció darse por enterado.
De detrás de mí surgió Julián, un hombre fornido con pinta de pescador. El de
la barquita era su hijo.
La barca, de poco calado, se acerco a la orilla. Las
olas apenas rompían. Embarcamos descalzos y Julián estibó las mochilas en un
compartimiento seguro cercano a la proa. Navegábamos hacia Cala Aguilar muy
cerca de los acantilados. Aproveché esta oportunidad única para escudriñar los
escondidos rincones de la costa. Cerca del risco que llaman Cigarro –o Puro-
observé un sistema de pasamanos, con cuerdas nuevas, que permitía llegar hasta
su base. El mar estaba bastante tranquilo y más, si cabe, al acercarnos a la
Cala Aguilar. Desembarcamos de un saltito sobre la playa de grava. El agua
estaba cristalina. Citamos a Julián para las cuatro de la tarde aunque, por mi
parte, yo me hubiera quedado hasta el atardecer.
Pedro no quiso acercarse hasta la entrada de la
cueva Neptuno por la empinada senda. Su rodilla no le deja mucha movilidad.
Creo que se trata de los ligamentos cruzados. Marta, Celia y yo subimos con
todos los trastos. Yo tuve que hacer dos viajes: la mochila de material fotográfico,
la mochila de cuerdas, escalas, mosquetones, arneses y elementos de seguro y mi
pequeña mochila de cositas de comer y cositas de baño. Cogí un buen recalentón
en pocos minutos.
Al ponerles los arneses a las chicas me lleve un gran
susto. De los dos arneses que traía el primero que cogí se lo intenté poner a
Celia. Pero como es tan menudita no había manera de ajustárselo. Esos dos
arneses los había cogido prestados del material de Joaquín y me entró la
terrible sospecha de que eran demasiado
grandes. Por suerte el otro arnés le ajustó de maravilla. Les expliqué el
manejo de los cabos de anclaje y como son inteligentes lo entendieron a la
primera.
La instalación de la pequeña vertical me llevo poco
tiempo y poco discurrir. Volví a subir para que bajásemos los tres juntos y,
también, a por la saca de material fotográfico. Para el último tramo de bajada
las aseguré con un descensor ocho. En cuanto nos
despojamos de los arneses bajamos a la orilla del lago. El frescor era
gratificante. Mire el azul intenso. La piscina más hermosa que pueda
imaginarse.
La siguiente hora me la pasé subiendo y bajando por
la pedrera para encontrar ese encuadre genial en que el agua ocupase la mayor
parte de la escena. Como alternativa a lo que había probado el día 9 me fui al
extremo izquierdo del lago. Después de un montón de disparos de prueba y de
intercambiar los objetivos llegué a la conclusión de que el encuadre equilibrado
que más agua mostraba era el del día 9.
Antes de empezar a disparar a las modelos hice unas
cuantas fotos del paisaje con exposición prolongada. Mientras yo hacía eso
ellas se vestían con los trajes en una zona algo más plana. Nos tiramos entre
una y dos horas haciendo tomas con los dos trajes iniciales. De alguna manera
la cosa osciló entre una actitud meramente contemplativa, a la que ellas llamaban
metafísica, y otra en la que mostraban una débil sonrisa, a la que yo llamé Gioconda. Cuando agotamos las
posibilidades de expresión, cambios de postura y cambios de posición me
propusieron cambiar de vestidos.
Los primeros habían sido largos y de colores fríos:
verde para Celia y azul suave para Marta. Ahora iban a ser blanco para Celia y
azul oscuro, casi negro, con lentejuelas para Marta. Para cambiarse montaron un
segundo vestuario algo más abajo y, quizás, más cómodo que el primero. El
ambiente fresco hacía que el trabajo fuera agradable. Se empezaron a oír voces
arriba. Venía un grupo. Cuando estábamos con las fotos aparecieron varios
visitantes que se pararon un poco más arriba para no interferir. Hablé con
ellos. Eran de un nuevo grupo de escalada/senderismo afincado en Ceutí. Entre
ellos había una chica que me reconoció como su profesor de matemáticas -3º ESO-
en Archena. Por su parte ella se había convertido en
profesora de inglés.
Seguimos haciendo fotos pero dejé que las modelos
se inventaran la escena. Hicieron un
poco de todo, incluso peinarse la una a la otra. El grupo de Ceutí había invadido el escenario y un grupo
de Portuskayak se disponía a hacerlo también. Cuando
pregunté la hora eran las dos y media. Hicimos la última toma, recogimos los
trastos y nos dimos un baño de azul profundo. A Celia le costó un ratito entrar
porque, según dice ella, es friolera.
Mientras terminaban de cambiarse subí a la base de
la sima y realicé dos porteos hasta la repisa intermedia con las sacas. De esa
forma pude ahorrar algo más de tiempo para poder estar fuera con Pedro. Desde
la repisa intermedia aseguré a las chicas que treparon sin problemas ayudándose
un poco de las escalas. Mientras ellas seguían hacia arriba por el pasamanos recogí
las escalas y la mayor parte de los trastos. Finalmente salimos al caluroso
exterior recogiendo el resto del material. En la playa nos esperaba Pedro. Me
refugié bajo los toldos de Portuskayak pero las
chicas y Pedro se quedaron justo donde la barca nos iba a recoger. Un baño
genial en el mar nos hizo sólidos de nuevo. Aunque yo iba acusando el cansancio
acumulado.
La vuelta en la barca fue algo más movida. Soplaba
viento de proa y el oleaje era notable. Las salpicaduras y los vaivenes me
preocuparon por un momento. Pensé que el agua podría entrar en el compartimento
en el que iba la mochila con las cámaras. Pero Julián me dijo que no pasaba
nada. Como se había nublado un poco el sol no nos castigo en exceso. En la
playa de El Portús le pagué a Julian
lo estipulado y le hice propuestas de disminución de costes para otras
ocasiones. Me pareció un tipo majo. Tras una deliberación corta decidimos parar
a comprar cerveza en el mesón que hay en Galifa
bajando al Portús. Pero la parada se convirtió en una
sentada frente a una ensalada y unos pescados en salazón. Delicioso si lo
mezclas con una cerveza helada. Luego Pedro fue a dejar en su casa a Celia y yo
fui a casa de mis primos directamente. Mientras llegaba Pedro charlé un poco
con mi prima Marijose. El resto de la tarde nos la
pasamos, Pedro y yo, hablando de cómo va el mundo. Sin duda nuestras manera de
enfocar la situación hubiera sido tachada por casi todos mis conocidos como
políticamente incorrecta. A nosotros nos sirvió como una manera de soltar lastre. No es asunto que vaya a tratar
en este blog, ni discutir en ningún otro sitio, dado que eso no cambiará nada de lo que está ocurriendo…