Inesperadamente en la mañana del sábado todo se cuadro. Ya bastante tarde -la noche anterior- Julio me había llamado por teléfono. Pasadas las nueve y media de la mañana Manu apareció bruscamente en Solares a causa de un mensaje de última hora. La subida al puerto de Alisas estaba salpicada de esforzados ciclistas a los que teníamos que sortear cuidadosamente. Me fije en el monumento al ciclista, ya cercano a la culminación del puerto, y en las palabras de Manu –¿o de Julio?- asegurando que era, de toda la komunidad, el puerto más subido por los esforzados ciclistas. Julio nos invito en Arredondo a unos pinchos con infusiones de manzanilla. Un poco por eso de las digestiones y otro poco por la ausencia de nubes.
Torcimos en Riva hacia Matienzo y en la segunda revuelta después del cruce de Ogarrio paramos a organizarnos bajo una sombra. Saqué el GPS y me indicó la posición del Coverón 550 metros hacia el noroeste. Hace, quizás, unos diez años fui con Guillermo de la Maza -cuando todavía le motivaba la exploración y el curioseo- a buscar el Coverón. Anduvimos varias horas por los alrededores del Hoyo Mortiro enzarzados en una jungla de lianas, plantas trepadoras, carrascas y espinos; subiendo y bajando agujas de lapiaz, pequeñas dolinas y regatos y trazando retazos de sendas perdidas en la maleza. La conclusión que sacamos fue desalentadora. Seguramente no lo íbamos a encontrar sin alguien que ya lo conociese.
Semejantes a linces domésticos fuimos siguiendo las indicaciones del GPS. Como de pasada le preguntamos por la cueva a un paisano que andaba atareado arreglando su cabaña. Hacía poco que la había comprado y no tenía ni la más remota idea que había una cueva cerca y de donde estaba la entrada (a esto se le llama en el Sistema Educativo Español Conocimiento del Medio). Intentamos seguir la flecha -al oeste, 200 metros- pero el bosque nos cortó el paso con ahínco. Al poco caímos en la cuenta de que si, hacía bien poco, andaban reexplorando el Coverón y las demás cavidades de la zona tenía que existir alguna traza de senda por débil que fuese. Por lo tanto nos propusimos seguir cualquier trocha que penetrase en el bosque aunque no fuera en la dirección indicada por el GPS. Encontramos enseguida una, un poco más al sur, que, luego, se unió a otra mucho más marcada que marchaba en la dirección correcta.
A unos 30 metros de distancia del punto indicado por el GPS nos encontrábamos en una dolina con maleza. Anduvimos un buen rato barriendo la zona hasta convencernos de que allí no había ningún Coverón. No sirvió de nada cambiar el datum del GPS ni dar vueltas por los alrededores. Manu y Julio se fueron a seguir una de las desviaciones de la senda y yo me puse a seguir otra, menos marcada, que iba subiendo un poco. Desde luego la altitud de la boca no coincidía con la que, de hecho, marcaba el GPS. Al poco desemboque en un bosque de robles bastante aclarado que olía a cueva cercana. Un poco más al norte me topé con una enorme dolina rodeada de grandes balmas, de arcos naturales y rellena de exuberantes helechos. En su fondo estaba la boca de entrada al Coverón.
Terminamos los preparativos en una de las balmas y comenzamos el largo descenso de la resbaladiza rampa de entrada. De golpe y porrazo tomamos conciencia de las dimensiones de la sala en la que estábamos aterrizando. “La Sala” superaba el tamaño de la nave de una catedral gótica en alto, en largo y en ancho. De hecho toda la dolina estaba flotando sobre la inmensa bóveda. Vimos en la topo que la zona este enseguida requería cuerda y equipo vertical. Optamos por ir hacia el oeste a lo largo de la Galería del Árbol. La primera impresión se convirtió en la tónica dominante: grandes ensanchamientos abovedados sobre un suelo cómodo de transitar. De vez en cuando arcos y ventanas entre distintas bóvedas. Todo salpicado de hermosas formaciones; no excepcionales, pero si limpias y cuidadas. En suma, una cueva para visitar más de dos veces. Nuestra ruta oeste acabó llevándonos a un resalte extraplomado de unos siete metros instalado con una cuerda y una cochambrosa escala. Le hice un tiento a la escala pero no me gusto el aspecto de los peldaños ni el batacazo que me jugaba. Pero, como para resarcirnos de la frustración, descubrimos al lado justo de este paso una gatera que nos condujo a una sucesión de coquetas salitas separadas por cómodos pasos agaterados.
La cueva nos iba pareciendo de lo mejorcito para visitas de iniciación y para hacer magníficas fotos. De nuevo desde la Sala nos metimos por una estrecha galería que al poco murió colmatada por derrubios. Una alta ventana llamó la atención de Julio pero era difícil de alcanzar... bajo unos bloques encontramos la continuación hacia la zona este que pronto se resolvió, como todo lo anterior, en grandes bóvedas de estilo gótico. Pasamos al lado de la cuerda de acceso al Minilaberinto y al río. Y algo más allá tomamos una desviación que se convirtió rápidamente en una red de pequeños meandros con charcos. Por una de las bifurcaciones conseguimos llegar de nuevo a la galería principal. Antes de iniciar el camino de retorno al exterior de la cueva dedicamos un rato a hacer fotos en esa bonita zona.
Al pasar por la cabaña descubrimos sentados a la mesa de comer, en mitad del prado y a pleno sol, al paisano de los arreglos con tres acompañantes. No era un hambre furiosa la que nos poseía pero la apetecible visión del prado a pleno sol la azuzó lo suficiente como para darse prisa en recoger. No eran ni las cuatro. Nos fuimos a comer al Marcos de Bustablado aunque por el camino recordé las maravillas que me habían hablado los compañeros del AER sobre el restaurante de Ogarrio. Decidimos probar este último tras la próxima visita al Coverón que será, muy probablemente, en breve. El vino y la cerveza nos enredaron en proyectos a corto plazo; algunos de ellos algo ambiciosos, pero, de una forma u otra, motivantes.