22/12/24

Iglesia

 

La iglesia de Riaño es antigua. Las hermosas piedras desgastadas rezuman ahora calma y uno se pregunta por las historias, los dramas, los regocijos a los que esas piedras habrán asistido y dado cobijo. Mientras estamos preparando las cosas para entrar en la Cueva de la Hoyuca suena la campana. Es domingo y, seguramente, dentro de un rato habrá una misa. El tiempo está fatal desde hace días pero tenemos suerte, ha parado de llover y nos da tiempo a llegar a la boca. En el camino nos salen algunos perros del pueblo. Uno de ellos nos mira y olfatea desde lejos, mientras que otro nos ladra y se acerca en plan desconfiado pero obedece al dueño y sólo nos sigue a unos cuantos pasos. Se nota que no es una mascota perrijo urbana sino un perro de pueblo. Estos perros saben que son perros y se comportan como perros normales. Por si las moscas llevo mi paraguas de mango metálico y punta aguda. Así colocas a un perro en su sitio fácilmente si es el caso.

            La entrada está como siempre: una pendiente de arcilla resbalosa que acaba en una grieta. Se sigue la grieta hacia la izquierda unos metros y se pasa por encima de un agujero desfondado para entrar en un laminador. Enseguida se desemboca en una serie, algo laberíntica, de pequeños pasillos y salas que nos llevan a las bonitas galerías de la red de entrada. Todo el conjunto de conductos se entrecorta entre sí a ángulos fijos. 
 

 
               En esas galerías hacemos algunas fotos con trípode e iluminación múltiple. Luego nos entretenemos en algunas desviaciones que nunca antes habíamos mirado. Finalmente alcanzamos el punto de desviación clásico hacia Flashbulb Hall, pero en vez de tomar este camino iniciamos tanteos para visitar Wardrobe Passage y otras cuantas galerías en su nivel. Después de una buena pelea con la topo en la mano, y dispuestos a cualquier artimaña, conseguimos entrar en la zona. La galería del Guardarropas es interesante, su decoración es profusa y esmerada. Hacemos bastantes fotos allí, pero sin trípode. Visitamos la segunda galería hasta cerca de su final pero nos corta el paso un desfonde que requiere un pequeño pasamanos. La tercera galería la recorre Guillermo hasta la salita final que tiene perfil de calcetín. Mientras tanto hago algunas fotos a la entrada de una gatera.
 

 
 

De vuelta a Pigs Trotter Chamber tomamos algo de comer y miramos el reloj. Son las tres y decidimos salir ya. Para llegar a la salida seguimos una ruta ligeramente diferente que requiere una pequeña escalada, seguida de un corto destrepe en un meandro desfondado. Cuando trabajosamente “conseguimos” salir el tiempo está mucho peor que por la mañana. Llueve con cierta profusión, el viento es muy fuerte y el paraguas entra en uso. Cambiarse al lado de la Iglesia es agradable, se puede usar el gran porche lateral de entrada. Mientras tanto le cuento a Guillermo nuestra aventura de juventud: finales de los 70, venir de Madrid por Burgos en invierno con mal tiempo, entrar en la Hoyuca para alcanzar el Astradome por el Sendero de los Gorilas, lleno de agua, en crecida. Prudentemente nos volvimos al exterior después de un corto avance por los Gorilas. Pero se me quedo grabada para siempre como una cueva especial a la que vuelvo a menudo. Siempre que recuerdo la Hoyuca se asocia en mi mente a la Iglesia de Riaño. La magia de la una y de la otra configuran una joya.

           Guillermo está muy contento. Se siente mucho más ágil que hace un año y coincide conmigo en los buenos resultados que da la actividad física de la espeleología y, sobre todo, lo apasionante que es visitar cuevas. Volveremos a la Hoyuca dentro de poco para seguir conociendo sus rincones. Nunca defrauda.      



 
 
 

 

8/12/24

Tempestades Cantábricas

 

 

Las predicciones eran nefastas para el viernes, sábado, domingo, lunes, etc. y la realidad fue peor que mala. En Solares recogí a José (Chechu) a las diez y en Treto a Guillermo media hora después. Las carreteras estaban vacías. La lluvia oscilaba entre el estilo llovizna de ducha y el aguacero de cascada. Llovía como si no hubiera mañana, como si nuestra última oportunidad fuese entrar al Arca de Noé. La temperatura fue bajando según nos acercábamos a la cordillera. En Solares unos 9ºC y más arriba de Ramales, en Lanestosa, rondó los 6ºC. Arriba, hacia el Puerto de los Tornos, vislumbramos la nieve.

           Teníamos un par de opciones para aparcar en Lanestosa y prepararnos, pero a la hora de la verdad ninguna me gustaba porque suponía encontrarse con la cruda realidad: salir del coche y cambiar de ropa. Ciertamente ponerse el mono y las botas era poco apetecible. Tuvimos una ventana de poca o nula lluvia, bien aprovechada, pero cayeron varias lloviznas en el camino hacia la cueva. Las losas de piedra del ancho sendero estaban como si les hubiesen untado jabón, como una cucaña de fiesta de pueblo. Por el buen camino pasamos al lado de la entrada de la Cueva-Mina de los Judíos, por un Centro de Visitas Minero y por las desviaciones a varias minas más. 

El porche de la Cueva Severina es generoso, grande y hermoso. Allí ya no llovía porque el techo de piedra lo impedía, sólo caían goteos por doquier. En la galería de entrada dejamos los paraguas y comenzamos a hacer fotos. Rápidamente llegamos a una gatera bastante fácil, serpenteante, pero a mí se me ponía muy pesada la gaterita con la saca grande llena de trastos fotográficos: el maletín con cinco flashes, baterías de repuesto, tres controladores, una bolsa con los trípodes para los flashes, un trípode grande para la cámara, la cámara Sony (con sus baterías de repuesto) y una saca de cosas básicas. En fin, se trataba de un muerto. Por suerte mis compañeros me llevaron el agua, la otra cámara, el arnés de escalada y una cuerda de 15 metros y, además, me ayudaron con la saca en la gatera.

         Hicimos muchas fotos en una zona de excéntricas muy llamativas, todas como gusanitos que saliesen de la pared. Luego avanzamos en cuclillas por una zona encharcada, en la que la saca no debía tocar suelo. Más allá, en una zona más cómoda, había grupos de excéntricas cristalinas que fotografiamos repetidamente. Una desviación meandrosa podía seguirse pero se iba estrechando bastante. Por la izquierda la galería continuaba cómoda hasta una sala con un laguito. Por encima de éste una colada requería un paso de escalada. Instalamos una cuerda para asegurar el paso desde arriba y subió Guillermo, pero no había continuación. Finalmente el mismo Guillermo me convenció de sacar todos los trastos y hacer alguna foto de la sala. Apenas había sitio para posar las cosas sin que se mancharan de barro. Entre pensar la foto, repartir los flashes, disparar repetidas veces, modificar algo los valores y recoger se nos fue una hora. Además un par de cosas se mojaron  y todo tenía pegotes. Así es la vida del espeleólogo.


 
 

A la salida encontramos unos murciélagos dormiditos y unas cuantas polillas a los que fotografiamos con cuidado. El tiempo estaba peor. Optamos por volver por la carretera, el otro camino. Yo estaba deseando llegar y quitarme el muerto de encima. El cambio de ropa fue la apoteosis del día: la lluvia no nos dio cuartelillo. Hicimos lo que pudimos tapándonos unos a otros con los paraguas. Había allí un grifo que usamos para quitar un poco de barro antes de meter los aperos en bolsas de plástico grandes. En la carretera a Ramales había un semáforo por un desprendimiento de la carretera. No paraba de jarrear de forma intermitente y no se veía un alma por las calles. Puse la calefacción a tope pero enseguida la bajé de nuevo porque los compañeros eran cántabros... En Treto llovía fuerte y no hicimos ademán de bajar a tomar una cerveza. Todos soñábamos con llegar a casa y meternos bajo una ducha caliente...